2- CAMINO AL JORDÁN

Felipe y Natanael, como tantos otros galileos, peregrinan al sur para conocer a Juan, el profeta. Jesús va con ellos.

En aquellos tiempos, eran muchos los que iban al Jordán buscando a Juan el Bautista. La poderosa voz del profeta había llenado de gente los caminos secos y polvorientos de Judea. Y también, aunque un poco menos, los caminos de Galilea que con la primavera se bordeaban de flores, de espigas nuevas y de yerba verde, tan alta que a veces llegaba hasta la cintura.

Felipe – ¡Me muero de ganas de verle las melenas a ese profeta! Unos me han dicho que es el tipo más santo que ha pisado esta tierra desde hace muchos años. ¡Y otros dicen que tiene un mal genio que no hay quien lo aguante!
Natanael – ¡Uff!… Felipe, estoy cansado… Yo lo que me muero es de ganas de tumbarme un rato sobre esta hierba y echar un sueñecito. Hoy hemos madrugado demasiado.
Felipe – Nada de dormir, Natanael, tenemos que llegar a Magdala para la comida. Y tenemos el tiempo justo. Jasón, el de la taberna, tiene los mejores pescados a primera hora. Si llegamos tarde, nos dará esos dorados ya podridos. Siempre hace lo mismo. Yo me lo conozco bien. Estuve por allá la semana pasada y me tocó comer las sobras de los que llegaron primero.

Felipe y Natanael eran viejos amigos. Se conocían desde siempre. Habían jugado juntos y, a temporadas, habían trabajado también juntos. Hacía ya varios años que habían separado sus negocios. Felipe iba de pueblo en pueblo vendiendo un poco de todo: amuletos, peines, tijeras, anzuelos, ollas… de todo. Natanael tenía un taller en Caná de Galilea. Allí trabajaba la lana y de vez en cuando hacía también cosas de cuero.

Natanael – ¡Pues alégrate, hombre!
Felipe – Y claro que me alegro, Nata, claro que me alegro. Es lo que yo digo: si este Juan el bautizador es, como dicen, un profeta, es que viene ya la hora de la esperanza para nosotros los muertos de hambre… Y eso yo lo he notado ya. Nunca he vendido tantas cosas como ahora. Vas por los caminos, te encuentras con gente que va para allá, para el Jordán y, sin darte cuenta, les vendes algún cachivache para el viaje, ¿ves? Por eso, yo digo que Juan es un profeta. El me ha traído suerte.
Natanael – No seas animal, Felipe. Yo todavía no me explico cómo de ese cabezón tan grande salen ideas tan pequeñas… Pero, ¿qué te piensas tú que es un profeta?
Felipe – Esta no es una idea pequeña, Nata. ¿El Mesías no va a empezar un mundo mejor que éste, eh? ¿No va a hacer justicia? Pues hacer justicia es que yo meta más monedas en mi saco. He pasado ya mucha hambre. La hora de Dios tiene que ser mi hora también. Mira, Nata, he traído esto, a ver si lo vendo. Aprovecho el viaje, ¿comprendes?
Natanael – Pero, ¿qué tienes tú ahí? ¿Collares?
Felipe – ¿Qué te parecen? ¿No son preciosos? ¡Mira éste!
Natanael – Pero, Felipe, ¿a quién le vas a vender tú esos collares?
Felipe – Uy, dicen que el Jordán está lleno de mujeres… ju, ju, ju… ¡Ya sabes tú! Esas pican fácil, las muy bobas. Y yo les hago un favor vendiéndoles estos chirimbolos tan bonitos. Les ayudo a mejorar su negocio.
Natanael – ¿Van muchas rameras a ver al profeta?
Felipe – ¡A montones! Eso dice la gente que viene de allá.
Natanael – ¡Bendito sea el Altísimo! ¿Quién me habrá mandado a mí venir contigo? Ya te dije yo que ese profeta…
Felipe – Ese profeta, ¿qué? Ese es un profeta de los pobres. Anuncia grandes cambios para la tierra, Natanael. Hay que escucharlo. La voz de Dios hay que escucharla siempre.

A mediodía, llegaron Felipe y Natanael a Magdala. Magdala era una ciudad que olía a vino, a mujeres y a pescado. Estaba a las orillas del gran lago de Tiberíades. Por aquella ciudad entraban muchas caravanas de viajeros y camellos desde los montes del norte. Descansaban en Magdala y seguían el viaje por tierras galileas.

Jasón – ¡A las muy buenas, Felipe! ¡Hacía mucho que no te veíamos por esta taberna, buen sinvergüenza! ¿Qué nos vienes a vender hoy? Te advierto que cuando empieza la luna llena, y ayer empezó, el tiempo es malo para los negocios!
Felipe – No vengo a vender, Jasón. Vamos de camino, este amigo y yo.
Jasón – ¿Y quién es tu amigo? No lo había visto antes por aquí.
Felipe – Bah, viene poco por esta parte. Tiene bastante con su mujer, sus hijos, su suegra y su taller. Es de Caná. Y no sale casi de allí. Mucho trabajo, tú sabes…
Jasón – ¿Y qué has venido a buscar a Magdala, amigo? ¿Estás aburrido de tu mujer? Ja, ja, aquí en nuestra ciudad hay hembras para quitar todas las penas. Oye, tú pareces un hombre serio. ¿Cómo te llamas?
Natanael – Natanael.
Jasón – Natanael. Muy bien. ¿Y qué quieren Felipe y Natanael? Van a pasar la noche aquí? Les puedo buscar dos buenas camas…
Felipe – Nada de dormir, Jasón. Tenemos que seguir de camino.
Natanael – Yo tengo sueño, pero… bueno, ya nos tumbaremos un rato bajo algún árbol.
Jasón – ¿Y a dónde van los amigos que tanta prisa llevan?
Felipe – Vamos al Jordán, a ver al profeta ése.
Jasón – ¡Por las barbas de Moisés!… ¡Otros que pican el anzuelo! Pero, Felipe, ¿también tú? ¡El profeta!… Pero, ¿qué se te ha perdido a ti en el fondo del río para que vayas a meter tu cabezón en esa agua sucia? ¡Seguro que este calvito con cara de buena persona te habrá metido esa locura en el cuerpo! ¡Caminar más de cien millas para ver a ese melenudo!
Felipe – Mira, Jasón. No empecemos a discutir. Lo que tenemos es hambre.
Jasón – ¡Pues donde el profeta van a pasar más! Dicen que ese Juan está en los huesos, que sólo come grillos y que obliga a la gente a ayunar y a hacer penitencia… ¡Así que les voy a preparar una olla que les llene la tripa para una semana!
Felipe – ¡Oye, Jasón, que el pescado esté fresco, eh!

La taberna de Jasón comenzó a abarrotarse de gente. El olor a pescado y a vino de pasas era cada vez más fuerte. La gente comía en el suelo o sobre algunas piedras. Los que llegaron primero aprovecharon los pocos bancos de madera que había. Felipe y Natanael se metieron en una esquina con sus dorados recién asados, sus aceitunas y la salsa picante. Al rato de estar allí, cuando ya sólo quedaban las espinas en el plato, vieron entrar por la puerta a uno que conocían…

Felipe – ¡Oh, pero mira quién asoma las orejas!
Natanael – ¿Quién es ése?
Felipe – Jesús, el hijo de María, el de Nazaret… ¿Qué buscará por aquí? ¡Eh, tú, Jesús!… ¡Jesús! ¡Ven para acá!

Saltando por encima de los platos y cuidando de no tirar alguna jarra de vino, Jesús se abrió paso hasta la esquina donde estaban Felipe y Natanael.

Jesús – ¿Qué hay, Felipe? ¿Cómo estamos, Natanael? La verdad es que no pensaba encontrar por aquí a ningún conocido.
Felipe – ¿Y qué? ¿Vienes a hacer algún trabajo en Magdala?
Jesús – No, voy de viaje al Jordán.
Felipe – ¿Que vas al Jordán? ¿También tú vas para allá?
Jesús – Pero, ¿ustedes van a ver a Juan, el profeta?
Felipe – ¡Pues claro que sí! ¡Maldita sea, qué buena suerte!
Natanael – A éste se le metió en la cabeza la idea y me enredó a mí también.
Jesús -¿Y qué has hecho entonces, Natanael? ¿Has cerrado tu taller?
Natanael – Bah, tengo poco trabajo ahora. Dejé a la mujer allí por si se presenta algo. Yo creo que no tardaremos mucho por el Jordán…
Felipe – ¡Eh, Jasón, trae otro par de dorados y una jarra de vino! ¡Ahora somos tres los que vamos a ver al profeta!
Natanael – ¡No grites tanto, Felipe! ¿Todos tienen que enterarse de nuestro viaje? Se van a reír de nosotros…
Felipe – Pues que se rían. A lo mejor algunos de aquí van también para el Jordán, digo yo. ¡Eh, amigos, ¿alguno de ustedes va para el Jordán?
Natanael – ¡Cállate de una vez, Felipe, por favor! ¡Qué hombre!
Felipe – Este profeta ha puesto en movimiento a todo el pueblo de Israel. Yo que ando para arriba y para abajo, lo veo. Poner en danza a tanta gente es una señal de que la cosa viene de Dios, ¿tú no crees, Jesús?
Jesús – Yo creo que sí. Por eso voy para allá.
Jasón – ¡Ajajá! ¿Así que tú también vas para el río? ¿De dónde eres?
Jesús – De Nazaret.
Jasón – ¿De Nazaret? Pues de ese lugar de mala muerte no creo que hayan ido muchos al Jordán. ¡Si en ese caserío hay más ratas que hombres!
Jesús – No creas, hace unos días se fue Benjamín, el hijo de Raquel. Ese es amigo mío.
Jasón – ¿Y ahora te vas tú? ¡Qué gente ésta! ¡Son como las ovejas, a donde va una van todas! ¡Ah, qué hombres más locos! Soñando con profetas y con señales de Dios pudiendo quedarse por aquí a darse la gran vida! Tú, nazareno, ¿no te animas? Tengo muy buen vino y unas mujeres que están… Allá en tu pueblo no hay nada de esto. ¿Por qué no te pasas aquí unos días y dejas que estos dos locos sigan para el sur?
Jesús – Mira, ahora quiero conocer al profeta. Otro día conoceré Magdala, te lo prometo.
Jasón – ¡Ay, qué cabezas más duras y llenas de cuentos! ¡Ea, nazareno, échate en la tripa estos dorados y ya después me dirás! ¡A ver si cambias de idea! ¡Y ahora me voy, que tengo mucho que hacer!
Felipe – ¡Están muy buenos, Jesús, los mejores del lago!
Jesús – ¡Ya lo estoy viendo, Felipe, porque tú te los tragas con cabeza, cola y espinas!
Felipe – La mujer de Jasón tiene manos de ángel para cocinar…
Natanael – Pero Jasón es un granuja. Se burla de los profetas. Y esto es algo muy serio, lo más serio del mundo.
Felipe – Oye, Jesús, ¿tú crees que Juan será el liberador de Israel? Hay mucha gente que dice que sí… y otros que no.
Jesús – Pues yo no sé, Felipe. Primero hay que verlo y oír lo que dice…
Natanael – El liberador de Israel tendrá que limpiar a este país de todas sus porquerías. Dicen que Juan mete a la gente de cabeza en el río y luego te saca como nuevo.
Felipe – ¡Caramba, eso me gusta! ¡Llevo siete meses sin bañarme!
Jesús – Yo de lo que estoy seguro es que Juan es un profeta. ¡Hacía mucho tiempo que no aparecía en este país un hombre que dijera tantas verdades juntas!
Natanael – Pues yo no estoy seguro de nada. Yo nunca he visto a un profeta. Eso de los profetas pasaba antes, cuando Dios se acordaba de su pueblo y lo gobernaba.
Jesús – Pues a mí me parece, Natanael, que Dios ha vuelto a acordarse de nosotros y nos ha mandado a Juan.
Felipe – ¡Dios o el diablo, me da lo mismo! Yo lo que quiero es que el bautizador ése dé de una vez el grito.
Natanael – ¿Qué grito, Felipe?
Felipe – ¡El grito que hace falta aquí, caramba! ¡Que los pobres estamos con el moco para abajo, y necesitamos que venga uno y nos diga: ¡Espabílense, alelados, que llegó la hora!
Natanael – ¡Cállate la boca, Felipe!
Felipe – ¡Amárrense los calzones, que ahora sí que va en serio!
Natanael – ¡Felipe, por Dios!
Felipe – ¡Todos juntos, como un solo hombre, a echar pa’lante!
Natanael – ¡No hagas tanta bulla, Felipe! ¡En vez de ir para el Jordán vamos a ir para la cárcel! ¡Y de cabeza! ¡Ea, Jesús, acaba de chupar esas espinas y vámonos de aquí!
Jesús – Sí, vámonos ya, Felipe. Deja los discursos para otro momento, que todavía nos quedan dos días de camino para verle las barbas a Juan el bautizador!

Juan bautizaba en Betabara de Perea, al sur de la vieja ciudad de Jericó, cerca del Mar Muerto. Y eran muchos los que en aquellos días se acercaban a escuchar sus palabras, buscando en él al Liberador de Israel.

Mateo 3,5-6; Marcos 1,5; Lucas 3,7.

 
Notas

* El Jordán es prácticamente el único río que riega la tierra de Israel. Nace en el norte, cerca del monte Hermón, y desemboca en las aguas salobres del Mar Muerto, el lugar más bajo del planeta, una fosa de casi 400 metros bajo el nivel del mar. Lo forman tres manantiales, uno de ellos la fuente de Dan, que da nombre al río: Jor-Dan (el que baja de Dan). En lenguaje bíblico, para precisar los límites geográficos de la Tierra Prometida por Dios a Israel, es frecuente la expresión: “desde Dan hasta Bersheba”. Desde el norte, donde estaba la fuente de Dan, hasta el punto situado más al sur, la ciudad beduina de Bersheba. El valle del Jordán es una prolongación del gran valle del Rift, de 6 mil 500 kilómetros de longitud, que atraviesa Africa Oriental y llega hasta el Mar Rojo.

* Mesías es una palabra aramea que significa “ungido”. La palabra griega equivalente es “cristo”. En Israel, los reyes, al ser elevados al trono, eran ungidos con aceite en señal de la bendición de Dios (1 Samuel 10, 1). A lo largo de su historia, el pueblo de Israel, que había sufrido fracasos, derrotas y esclavitudes, esperó de Dios un liberador definitivo que le trajera una paz duradera. Unos cien años antes del nacimiento de Jesús se empezó a llamar “Mesías” a ese liberador esperado, que en la creencia del pueblo sería un rey poderoso que haría de Israel una gran nación, expulsaría de sus tierras a los dominadores extranjeros y haría por fin justicia a los pobres. La venida más o menos cercana del Mesías, lo que haría este personaje, el modo de reconocerlo, su procedencia (algunos esperaban que fuera un ángel, otros un gran sacerdote) eran tema de las conversaciones populares en tiempos de Jesús.

* Para el pueblo de Israel, los profetas eran hombres de Dios que hablaban en su nombre. Interpretaban lo que sucedía, denunciaban las injusticias, anunciaban los planes de Dios, y eran temidos por reyes y gobernantes. Después de muchos años sin tener ningún profeta en el país, el pueblo reconoció en Juan a un gran profeta. Y algunos llegaron a ver en él al Mesías esperado. Esto explica la movilización de gentes que despertó la palabra del Bautista.

* Magdala era una ciudad situada a orillas del lago Tiberíades, en el camino de las caravanas que entraban a Galilea desde las montañas de Siria. Como ciudad de paso, prosperaban en ella las tabernas y los prostíbulos. De la Magdala evangélica no quedan restos.