14- LOS CINCO PRIMEROS

Jesús invita a Pedro y Andrés, a Santiago y Juan para formar un grupo y cambiar las cosas en el país. Los cinco se comprometen.

Cuando los gallos de Cafarnaum todavía dormían, nos levantábamos los pescadores. Uno a uno, con los ojos pegados de sueño, íbamos saliendo de nuestras casas. Descolgábamos las redes y nos reuníamos en el pequeño muelle de la ciudad, donde anclaban nuestras barcas de pesca y donde cada día los más viejos del grupo nos distribuían el trabajo.

Zebedeo – ¡Buen madrugón, muchachos! ¡Y qué frío que hace! Vamos, vamos, espabílense, que hay viento de las montañas y la pesca será buena. Jonás, camarada, vete allá con tu gente. Mellizo, tú y yo nos alejaremos hasta aquel recodo. ¡Eh, ustedes, a las barcas! ¡Ánimo, muchachos, que hoy será un día de suerte!

Los remos se hundían en las aguas tranquilas del lago y el viento norte se ocupaba de hinchar las velas de nuestras barcas. Allí, en lo profundo, lanzaban la red grande para capturar los mejores peces. Otro grupo nos quedábamos en la orilla, con canastos y cordeleras, para atrapar los peces chicos, los dorados y las agujetas.

Jonás – ¡Esa red! ¡Estírala, animal! ¡Entra más, Pedro, no te desvíes! ¡Hacia allá, hacia allá!… ¡Tenemos un banco de dorados a la izquierda! ¡Ánimo, muchachos!

Desde hacía una semana, Jesús estaba con nosotros en Cafarnaum. Por el día buscaba trabajo en el pueblo y por la noche nos juntábamos en mi casa para beber vino y contar historias. Era un buen amigo este Jesús. Pronto le tomamos confianza, como si fuera uno más de la familia. Aquella mañana, cuando se despertó, ya nosotros llevábamos un buen rato batallando con las olas del lago. Jesús atravesó el barrio de los pescadores, dejó atrás las palmeras que rodeaban el embarcadero y echó a andar por la orilla.

Jonás – ¡Andrés, ven a darle una mano a Pedro! ¡Y tú también, cara de sapo! ¡Vamos, muchachos, todos juntos! Uno, dos, tres… ¡Yaaa!
Marineros – ¡Yaaa!
Jonás – ¡Otra vez!
Marineros – ¡Yaaa!
Jonás – ¡Arriba esos marinerooos!
Marineros – ¡Yaaa!
Jonás – ¡Arriba los bravos de Tiberíades!
Marineros – ¡Yaaa!
Jonás – ¡Ololay los forzudos de Betsaida!
Marineros – ¡Yaaa!
Jonás – ¡Ololay los machos de Cafarnaum!
Marineros – ¡Yaaa!
Jonás – ¡Ya, ya, ya, ya!
Marineros – ¡Ya, ya, ya, ya!
Pedro – ¡Maldita sea con esta red, tiene los nudos podridos! ¡Uff!
Andrés – Oye, tú, Pedro, ¿ése que viene por la orilla es Jesús, verdad? Allá, fíjate…
Pedro – Ah, sí, ése mismito es. ¡Al fin asoma las orejas el moreno de Nazaret! Por lo que se ve, a estos campesinos del interior no les gusta madrugar mucho. ¡Eh, tú, el de Nazaret! ¡Espérate ahí, que ya salimos del agua!
Jonás – Pedro, ¿a dónde vas? ¡Andrés, zoquete, no sueltes ahora la cuerda!
Andrés – ¡La red viene vacía, ni dorados ni babosos!
Pedro – ¡Tenemos un huésped, vamos a atenderlo!
Jonás – ¡Al diablo con ustedes y con el huésped! Desde que ese tipo llegó no hacen más que darle a la lengua, ¡charlatanes!

Jesús, aún bostezando, se acercó al embarcadero en busca de Andrés y Pedro…

Jesús – Pues sí, oye, dormí como un tronco. Voy ahora mismo donde la comadre de Rufina que tiene la casa medio derrumbada. Si le levanto el muro y le pego el techo, me gano un par de denarios.
Pedro – Deja eso para luego. Para trabajar siempre hay tiempo. Mira, vamos a aquel recodo, buscamos a los hijos del Zebedeo y nos asamos unos buenos dorados en el muelle, ¿qué te parece? ¿De acuerdo?
Jesús – Espérate, Pedro, ustedes ahora están trabajando y…
Pedro – Bah, no te preocupes por eso, Jesús. Ya estoy hasta las narices de lanzar la red en esta ensenada.
Andrés – Ese es Jonás, nuestro padre, que tiene la cabeza más dura que una piedra de molino.
Pedro – “¡Un banco de dorados, un banco de dorados!”… Y luego, te cansas de tirar la red y no sacas ni un cangrejo.
Jesús – Eso de tirar la red debe ser difícil, ¿no? En estos días me estaba fijando cómo lo hacen ustedes.
Andrés – Qué va, no creas. Todo es cuestión de acostumbrarse y de trabajar en grupo. Mientras uno estira las boyas, el otro jala los nudos, el otro con los canastos… y así. Ya irás aprendiendo.
Pedro – ¡Flaco, a éste le tendremos que enseñar primero a nadar, que los campesinos no saben ni eso!
Jesús – Tienes razón, Pedro, ¡el agua y yo no nos llevamos muy bien que digamos!
Andrés – Bueno, Jesús, ¿y… y te piensas quedar muchos días más por Cafarnaum?
Jesús – Oye, pues… no sé… depende.
Pedro – ¿Depende de qué?
Jesús – Depende de ustedes.
Pedro – Por nuestra parte no hay problema, ¿verdad, Andrés? En casa de los Zebedeos o en mi casa te puedes quedar el tiempo que quieras. No te faltará ni un pan ni un rincón para dormir.
Andrés – Y como has visto, trabajo siempre aparece. Que si un muro aquí, que si unas tablas allá…
Jesús – No, si no es por eso. No estoy pensando en eso ahora.
Pedro – ¿Y qué pasa entonces?
Jesús – Nada, que… Verás, cuando estuve en el desierto, después que nos despedimos allá en el Jordán, ¿se acuerdan?, le di muchas vueltas a la cabeza.
Pedro – ¿Y qué? Te mareaste con tantas vueltas, ¿no?
Jesús – Escucha, Pedro. El profeta Juan sigue preso. Ya no hay nadie que reclame justicia. Y mientras tanto, nosotros, ¿qué? ¿Qué hacemos nosotros, eh? Hablamos mucho, sí, pero con los brazos cruzados.
Pedro – Eso mismo estaba diciendo yo ayer: mucho cuento, mucho bautismo y mucha palabrería. Pero, a la hora de la verdad todos dejamos solo al profeta. A ver, ¿qué está pensando el movimiento? ¿Por qué los zelotes no planean un rescate?
Andrés – La cárcel de Maqueronte está muy aislada entre montañas. Asaltar aquello sería muy difícil.
Pedro – ¡Qué difícil ni difícil! Lo que no podemos permitir es que la voz de Juan se la lleve el viento. Ya es hora de actuar por nuestra cuenta, ¡qué caray!
Andrés – ¿Y qué has pensado tú, Jesús? ¿Tienes algún plan?
Jesús – Nada especial, Andrés, pero… No sé, viéndolos a ustedes echar las redes, se me ocurrió que… Oigan, ¿por qué no hacemos lo mismo que hacen ustedes para pescar? Tiran la red juntos, la recogen juntos. ¿Por qué no comenzamos a hacer algo, pero unidos?
Pedro – Eso digo yo. Hablar menos y hacer más. Para partirle la cabeza a los romanos no hacen falta palabras sino pedradas. Me gusta esa idea, Jesús: trabajar por nuestra cuenta sin esperar órdenes del movimiento. ¡Nosotros ponemos las leyes!
Jesús – Deja las pedradas y las leyes, Pedro. Lo importante ahora es unirnos. Formar un grupo o algo así.
Pedro – Te digo que me gusta la idea, sí señor. A donde va uno, vamos todos. Y el peligro lo corremos juntos y la victoria la celebraremos juntos. Eso está bien planeado: formar un grupo y atacar por sorpresa.
Andrés – Espérate, Pedro. Esto no está claro. Un grupo… ¿para hacer qué, Jesús?
Jesús – Bueno, Andrés, para… para continuar el trabajo del profeta Juan, para hablar a la gente y decirle: Ahora sí, ahora le llegó el turno a Dios. Dios va a echar las redes por estos mares y hay que estar alerta. Porque a Dios no le gusta cómo van las cosas. Llegó el tiempo en que el pez grande ya no se comerá al pez chico.
Pedro – ¡Bien dicho! ¿Cuándo comenzamos?
Andrés – Con calma, Pedro. Eso que dice Jesús está bien, pero… pero hay que ir con cuidado. Aquí huelen cualquier conspiración desde lejos. Sí organizamos algo tenemos que medir bien los pasos.
Jesús – ¿Tienes miedo, Andrés?
Andrés – Miedo no, Jesús. Pero tampoco quiero que me cacen como un ratón.
Jesús – Y tú, Pedro, ¿tienes miedo?
Pedro – ¿Miedo yo? ¡Tú no me conoces todavía a mí, moreno! ¿Miedo? ¡Yo no conozco a ese señor!
Jesús – Pues yo sí. En el desierto comprendí que lo que yo tenía era miedo. Miedo a arriesgar el pellejo, ¿comprenden? Pero Dios nos irá dando la fuerza necesaria para echar pa’lante, ¿no les parece?
Pedro – Claro que sí, hombre. De los cobardes no se ha escrito nada. Epa, vamos a hablar con Santiago y con Juan, ¡A ver qué dicen esos bandidos!

Pedro, Andrés y Jesús echaron a andar por la orilla del lago hasta el recodo donde estaban las barcas de Zebedeo. Mi hermano Santiago y yo estábamos con nuestro padre remendando unas redes viejas.

Pedro – Allá están. Aquel que está medio en cueros es San­tiago.
Jesús – ¡Eh, tú, Santiago, ven, corre, pelirrojo, queremos hablar contigo!
Pedro – ¿No está por ahí ese trueno de Juan?
Jesús – ¡Ven, Juan! ¡Deja las redes y ven un momento!
Juan – ¡Allá vamos, espérense!
Zebedeo – ¡Eh, eh, muchachos, no se vayan! Todavía no es la hora de la sopa! ¡Maldición con esta juventud! ¡Les juro que hoy se acuestan con la tripa vacía, par de vagos!

Por fin, Andrés, Pedro, Santiago, Jesús y yo nos reunimos. Sobraban cosas para hablar…

Santiago – Compañeros, hoy sería un buen día para enseñarle a nuestro amigo la ciudad. Desde que llegó no hace más que pegar ladrillos y clavar clavos. No, señor, hoy vamos a divertirnos. Mira, Jesús, Cafarnaum tiene fama de ciudad alegre. Y es verdad. Aquí nunca falta un baile ni una jarra de vino… ni buenas mujeres tampoco. Ahora en el barrio se nos ha colado una tal María, de Magdala es que viene ésa… ¡ajajay!
Andrés – Oye, pelirrojo, deja ahora eso y vamos a hablar de cosas serias. Jesús tiene un plan. Estuvimos hablando de formar un grupo sin contar con el movimiento.

Los cinco fuimos caminando hacia el muelle, discutiendo sobre el grupo y lo que íbamos a hacer. Allá, en el embarcadero, juntamos leña, hicimos fuego y pusimos sobre las brasas unos cuantos dorados.

Santiago – Yo digo que lo que necesitamos son armas.
Jesús – ¿Armas para qué, Santiago?
Santiago – ¿Cómo que para qué? Para matar romanos. ¿Tú no acabas de decir que el pez grande se come al chico, y que hay que acabar con eso? ¡Pues vamos a liquidar a unos cuantos peces grandes!
Jesús – Espera, Santiago. Ustedes mismos me han dicho que un buen pescador no hace mucha bulla porque se espantan los peces. Y eso es lo que hay que hacer ahora: comenzar reuniendo a los peces chicos para que se hagan fuertes y no se dejen comer por los peces grandes, ¿no les parece? Dios también comenzó así cuando le dijo a Moisés que organizara a todos aquellos israelitas desperdigados para que juntos desafiaran al Faraón y escaparan de sus dientes.
Pedro – Bien dicho, Jesús. Y yo creo que hay muchos que se unirán a nosotros si sabemos tirar bien las redes.
Andrés – Podemos avisarle a Felipe, el vendedor.
Juan – Y a Natanael, el de Caná.
Jesús – Entonces, ¿qué? ¿Nos decidimos a hacer algo? ¿Tú qué opinas, Santiago?
Santiago – Está bien, Jesús. Me uno al grupo. Ya veremos por dónde empezamos. ¡Mano con mano!
Jesús – Y tú, Juan, buscapleitos, ¿estás de acuerdo?
Juan – Yo también. Cuenten conmigo.
Jesús – ¿Y qué dice el flaco Andrés?
Andrés – Lo que dije antes. Que sí. Pero con los ojos bien abiertos. ¡Mano con mano!
Jesús – Y tú, Pedro, Pedro-tirapiedras, ¿qué hay contigo?
Pedro – ¿Me preguntas a mí, Jesús? ¡Yo no doy un paso atrás ni para impulsarme! Yo digo tres veces sí: ¡sí, sí y sí! ¡Venga esa mano! Y ahora faltas tú, moreno. ¿Qué dices tú? ¿Te enganchas en el grupo, Jesús?
Jesús – Sí. Yo también pongo la mano en este arado y ya no vuelvo a mirar hacia atrás. ¡Mano con mano, compañeros!

Y así, en aquel muelle de Cafarnaum, todos en cuclillas junto al fuego y esperando a que se asaran los dorados, comenzamos nuestro grupo. Éramos sólo cinco.

Mateo 4,18-22; Marcos 1,16-20; Lucas 5,1-11.

 Notas

* La pesca era el principal medio de vida en todas las ciudades o pequeñas aldeas que rodeaban el lago de Tiberíades en Galilea. En los tiempos de Jesús, el oficio de pescador era propio de gentes de las clases más bajas, sin apenas cultura, que no cumplían los deberes religiosos y estaban al margen de muchas otras pautas sociales de la “buena educación”. Junto con los campesinos y otros estratos sociales pobres, formaban los llamados “amhaares”, palabra cuyo significado original fue el de “pueblo de la tierra” o paisanos. Luego empezó a significar “pecadores” y “malditos sin ley”.

* Los pescadores de las orillas del lago de Galilea eran trabajadores dependientes de un patrón, al que tenían que entregar buena parte de las ganancias, o estaban independizados por grupos familiares formando pequeñas cooperativas con las que intentaban aliviar la gran estrechez económica en la que vivían. Quedan aún restos de pequeños embarcaderos de tiempos de Jesús en distintos puntos del lago. El más conservado es el de Tabgha, a unos 3 kilómetros de Cafarnaum, con escalones de hace dos mil años. El muelle de Cafarnaum está en parte reconstruido.

* Jesús invitó a su grupo a echar las redes y habló de un Dios pescador. Recogió esta imagen en la parábola de la red barredera, en la que habla del juicio de Dios sobre el mundo, separando los peces buenos de los malos (Mateo 13, 47-50). En aquel tiempo se entendía por “peces malos” los que no tenían escamas ni aletas, del tipo de las anguilas. Se consideraba que no eran buenos para comer.