31- LA HISTORIA DEL SEMBRADOR

Jesús compara el Reino de Dios con un sembrador que echó semilla en tierra pedregosa, en tierra de espinas y en buena tierra.

Por aquellos días, Jesús era ya muy conocido en Cafarnaum. La gente lo buscaba para oírlo hablar del Reino de Dios. Yo creo que también venían a escucharlo porque él tenía muy buena lengua para hacer historias. Nosotros, los del grupo, estábamos cada día más animados.

Pedro – ¡Esto marcha, compañeros! ¡El pueblo está abriendo los ojos!
Santiago – Te lo dije, Pedro, este moreno de Nazaret habla muy derecho. Tiene de tonto lo que yo de limpio. Siempre pensé que con el íbamos a llegar lejos. ¡Y creo que no me equivoco!
Pedro – Eh, muchachos, ¿por qué no vamos para el muelle? ¡Aquí dentro nos estamos achicharrando! ¡Vamos, Jesús!

Salimos de casa de Pedro cuando el sol estaba hundiéndose en el lago. El calor de aquel día había sido insoportable. Aún no corría ni un soplo de aire. Nos sentamos en la orilla, junto al embarcadero, esperando el viento fresco del atardecer. Y al momento, sin que nadie los llamara, aparecieron por allí el viejo Gaspar y su mujer, y los mellizos de la casa grande, y mi padre Zebedeo, y el cojo Samuel y muchos pescadores más.

Mujer – Oye, tú, el de Nazaret, tú hablaste bien duro el otro día en la sinagoga. Pues ponte claro, que aquí estamos en confianza. A ver, ¿qué lío te traes tú entre manos?
Jesús – Yo no, paisana. El lío se lo trae el de arriba.
Mujer – ¿Cómo que el de arriba?
Jesús – Sí, Dios que ya se cansó de esperar y dijo: Prepárense ustedes, que ahora me toca a mi!
Hombre – ¿Eso dijo Dios?
Jesús – Sí, eso dijo. Y echó al aire la semilla.
Hombre – ¿Qué semilla, tú?
Jesús – La del Reino, hombre, ¿cuál va a ser?
Mujer – Como no te expliques mejor, ni Salomón te entiende.
Jesús – ¡Que llegó el Reino de Dios, vecinos! ¡Que no hay que esperar más! ¡Ya está entre nosotros!
Mujer – Pues si está, ¿dónde se mete? Yo, al menos, no lo he visto por ningún lado.
Jesús – El viento tampoco se ve, pero sopla. Y el sol todavía no ha salido por detrás de la montaña, pero ya alumbra. Así pasa con el Reino de Dios. No, no hay que mirar hacia arriba ni hacia abajo, ni salir a buscarlo lejos porque está cerca. ¡Está aquí entre nosotros! Tú, mellizo, y tú también, y usted abuela, y yo. ¡Donde hay dos o tres que queremos cambiar las cosas, ahí está el dedo de Dios!
Hombre – Si es así, aquí está el dedo y la mano entera. ¡Mira cuántos somos!
Jesús – Sí, ahora somos un buen puñado. Pero luego, a lo mejor, nos pasa lo que a un tío mío de allá de Nazaret.
Vecina – ¿A quién le pasó qué?
Jesús – A un tío mío que se llamaba Jonatán y…
Vecino – ¡Aquí atrás no se oye nada! ¡Habla más fuerte, caramba!

Cada vez se reunía más gente en la orilla. Venían de sus casas sudados, después de un largo día de trabajo. Hasta algunos hombres que estaban bebiendo en la taberna se acercaron también por allí.

Jesús – Les decía que a mi tío Jonatán…
Pedro – Qué va, ni con la trompeta de Josué se callan. Hay demasiada gente.
Santiago – ¡Y demasiado calor también, maldita sea!
Pedro – Oye, pelirrojo, tengo una idea. Mira, en la barca de Gaspar… la empujamos un poco y desde el agua podemos ver mejor a la gente y todos podrán oír. ¿Qué te parece, Jesús?
Jesús – ¿Estás loco, Pedro? ¿Meternos ahora en el lago?
Pedro – No me digas que tienes miedo, moreno.
Jesús – No, bueno… pero… esa agua está ya un poco oscura.
Santiago – ¡Al cuerno con estos campesinos! ¡Le tienen más respeto al agua que los gatos!
Pedro – Vamos, Jesús, déjate de melindres y vamos a la barca… ¡Ea, muchachos, suelten la soga unos cuantos codos!

Santiago, Pedro y yo nos metimos con Jesús en la barca de Gaspar y nos separamos un poco de la orilla.

Mujer – Eh, ustedes, ¿a dónde diablos se van ahora?
Pedro – ¡No nos vamos, mujer, es para que todos puedan oír! En ese batiburrillo no hay quien se entere de nada. Oye, Jesús, arranca otra vez con el dichoso tío Jonatán.
Jesús – Pues sí, amigos, resulta que, cuando llegaba la primavera, un tío mío que se llamaba Jonatán salía, como todos los campesinos, a sembrar su pequeña parcelita de tierra. Yo era muy muchacho cuando eso, pero me acuerdo que un día, cuando lo vi cruzar la aldea con su saco de semillas al hombro, me fui corriendo tras él.

Niño – ¡Tío Jonatán! ¡Tío Jonatán! Espéreme, tío…
Jonatán – ¿Y a dónde va este mocoso con tanta prisa?
Niño – Con usted, tío, para que me enseñe a sembrar.
Jonatán – ¿Ajá? ¿Con que quieres aprender a trabajar la tierra en vez de la madera, como tu padre? Muy bien, pues yo te enseñaré a ser un buen agricultor. Muchacho, vamos a comenzar por aquella punta. Te voy a enseñar a echar la semilla y a cantar las canciones de la siembra. Escucha… La, la, larará…

Jesús – Llegamos a la pequeña finquita. Tío Jonatán y yo cruzamos los postes que marcaban el terreno. Entonces él metió su mano grande de labrador en el saco, cogió un buen puñado de semillas y las echó a voleo.

Jonatán – ¡Esta semilla es buena, muchacho! ¡Quiera Dios que llueva pronto y prendan bien las matas!

Jesús – Volvió a sacar otro puñado y las esparció al aire…

Niño – Oiga, tío, que se le están saliendo fuera.
Jonatán – ¿Qué dices tú, mocoso?
Niño – Que algunas semillas le están cayendo fuera. Mire, tío… ¡allí!
Jonatán – Claro, mi hijo, siempre pasa eso. Unas cuantas caen del otro lado de los postes, en el camino.
Niño – ¿Las recojo, tío?
Jonatán – No, muchacho, no pierdas tu tiempo en eso. Déjaselas a los gorriones y así tienen algo que meter en el buche, los infelices. De prisa, camina, que dentro de poco el sol levanta y vamos a sudar la gota gorda… La, la, larará…

Jesús – Después, cuando fui mayor, yo pensé que hay gente que se parece a esas semillas que caen en los bordes de la finca. Uno les habla de que hay que trabajar para que este mundo sea más justo y por una oreja les entra y por la otra les sale. Son esas gentes que no se preocupan por nada ni por nadie. Sólo van a lo suyo. Tienen el corazón duro y cerrado como la tierra de los caminos. El Reino de Dios no puede nacer en ellos.

Jonatán – Ahora tú, Jesús. Vamos, sobrino, mete tu mano en el saco y coge todas las semillas que puedas y lánzalas al aire como hago yo. ¡Con fuerza, caramba, como si hubieras comido!
Niño – Yo comí, tío. Tomé un jarro de leche antes de venir.
Jonatán – Pues no se nota. ¡Vamos, tira lejos la semilla! ¡Eso es! ¡No, pero no hacia allá! ¿Qué estás haciendo?
Niño – ¿Por qué no hacia allá, tío?
Jonatán – Pero, zoquete, ¿no estás viendo aquellos espinos? Si siembras en esa parte, las matitas crecen, pero como los espinos siempre crecen más alto que ellas, acaban ahogándolas. Apréndete bien eso, mocoso. Vamos, no te duermas, que tenemos trabajo para rato… La, la, larará…

Jesús – Cuando fui mayor, pensé que el dinero y la vida cómoda son las espinas que crecen a nuestro lado. Hay gente que oye hablar de justicia y enseguida dicen que sí, que quieren hacer muchas cosas y cambiar el mundo y se llenan la boca con palabras bonitas. Bueno, hasta que les tocan el bolsillo. Hasta que les dicen que tienen que compartir lo suyo con los demás. Entonces, se desinflan. Sí, vecinos, el dinero es la mala hierba que ahoga el Reino de Dios.

Niño – ¡Aquí, tío, mire! Aquí no hay espinas. Deme un buen puñado para sembrar por esta parte.
Jonatán – Sí, muchacho, esta tierra es buena. Pero no te engañes. Después dicen que uno es desconfiado, pero es que uno ha visto mucho ya, y hay que andar con el ojo alerta. Ven, mete una estaca ahí.
Niño – ¿Dónde, tío?
Jonatán – Ahí, remueve esa tierra… escarba un poco…
Niño – Espérese, tío. ¡Uy, aquí lo que hay es muchas piedras! ¡Mire, tío, mire cuánto cascajo!
Jonatán – Ya tú ves, muchacho, hay que andar espabilado. Esas semillas que tiraste nacerán y crecerán un tanto así, pero luego, con los calores del verano, como no tienen para donde echar raíces por entre ese pedregal, se les irán quemando las hojitas y acabarán secas. Vamos, sobrino, deja eso, que si no andamos ligeros, el sol nos va a quemar la coronilla a nosotros también… La, la, larará…

Jesús – Con el tiempo, yo pensé que aquellas semillas que cayeron en terreno pedregoso se parecen a los que comienzan a trabajar por sus hermanos y ponen manos a la obra con entusiasmo, y se esfuerzan. Pero luego, cuando vienen los líos, cuando los grandes empiezan a molestar y a meter gente en la cárcel, cuando está en peligro el pellejo, estos se echan para atrás, se acobardan y se secan. No tenían buenas raíces.

Niño – ¿Y en esta parte, tío?
Jonatán – Aquí sí, muchacho, mira… Mira esta tierra, fíjate… Negra y fértil, como aquella morenita del Cantar de los Cantares. ¡Esta sí que dará buena cosecha!
Niño – ¿Riego semillas, tío?
Jonatán – ¡Pues claro, hombre! ¡Y a dos manos! ¡Vamos, sobrino, no seas flojo! ¡Siembra, siembra con ganas, caramba, que esta tierra sabrá ser agradecida, te lo aseguro! La, la, larará…

Jesús – Esa es la tierra buena y la gente buena. Los que tienen corazón grande, los que se meten en líos, aunque tengan miedo, los que arriesgan su bolsillo y su pellejo, los que trabajan sin cansarse para dejar a sus hijos y a sus nietos un mundo distinto a éste. ¡Esos son los que Dios necesita para levantar su Reino!

Jonatán – Uff… Ya no hay más, muchacho. Ya la tierra tiene su semilla. Ahora hay que cuidarla para que no se malogre. Dentro de unos días, si Dios quiere y la lluvia también, todo estará cubierto de hojitas verdes. Y dentro de unos meses, ya estarán de este alto las matas, y el sol y el agua irán madurando las espigas. Ya verás tú, mocoso, cómo se pone el campo de bonito. Unas matas echan espigas de treinta granos y otras de sesenta y otras hasta de cien, ¡sí señor!
Niño – Yo voy a venir con usted ese día, tío.
Jonatán – Pues claro que sí. Salimos bien temprano, nos tomamos un buen trago de vino para tomar fuerzas, y adelante, ¡a meter la cuchilla y a cosechar como Dios manda!
Niño – ¿Y usted me va a enseñar a cortar, tío?
Jonatán – ¡A cortar y a cantar, que te veo muy dispuesto para el trabajo, pero la música como que no se te da muy bien que digamos! Vamos, límpiate las orejas, ábrelas bien y entona conmigo… La, la, larará…

Jesús – ¡Sí, amigos, vamos a abrir bien las orejas y a entender la historia del sembrador! ¡Y que cada cual se mire por dentro a ver cómo es el terreno suyo!

Cuando Jesús acabó de hablar ya era de noche. La marea empezaba a subir y movía suavemente la barca donde estábamos. Los vecinos regresaron a sus casas cuchicheando por el camino. Nosotros volvimos al embarcadero y nos quedamos todavía un rato hablando y discutiendo con Jesús. Al término de un largo día de calor, empezaba a soplar la brisa de la noche sobre el ancho y redondo mar de Galilea.

Mateo 13,1-23; Marcos 4,1-9; Lucas 8,4-8.

Notas

* La parábola del sembrador describe el modo de sembrar habitual en Palestina. Los campos se araban después de las lluvias de otoño, roturándolos en todas las direcciones para después esparcir la semilla al viento o arrojarla en surcos. Esta parábola, como la de la semilla de mostaza, pertenece a los comienzos de la predicación de Jesús. En ella, al referirse a la generosidad de Dios con quienes cumplen su trabajo, Jesús exageró notablemente los frutos de la buena tierra. Habló de un treinta, un sesenta y un ciento por uno sobre lo sembrado. En Palestina se consideraba que si se obtenía un siete y medio por uno en la cosecha ya era suficiente. Un diez por uno se consideraba una buena cosecha.