66- ¿SACERDOTES?

RAQUEL La unidad móvil de Emisoras Latinas ubicada cerca de lo que fue el gran Templo de Jerusalén. Las últimas declaraciones de Jesucristo sobre la eucaristía y las que nos hizo en anteriores programas sobre la confesión han bloqueado nuestra central telefónica. Un oyente de Asunción, Paraguay, Arturo Bregaglio, hace la siguiente pregunta:

ARTURO Si usted dice que los sacerdotes no perdonan pecados ni consagran la hostia… ¿para qué sirven los sacerdotes?

RAQUEL ¿Ha escuchado bien, Jesucristo?

JESÚS Sí, escuché bien.

RAQUEL ¿Para qué sirven, entonces, los sacerdotes?

JESÚS Pienso que para nada.

RAQUEL ¿Cómo que para nada?

JESÚS Para nada.

RAQUEL Con una afirmación tan rotunda, ¿usted no se estaría descalificando a sí mismo?

JESÚS ¿A mí mismo? ¿Por qué?

RAQUEL Bueno, porque… ¿usted no es el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza?

JESÚS En mi pueblo sólo eran sacerdotes los de la tribu de Leví, los levitas. Yo no era de ellos.

RAQUEL Entonces, ¿usted no es sacerdote?

JESÚS Ni lo soy ni nunca lo fui. Más bien, tuve pleitos tremendos con los sacerdotes de mi tiempo.

RAQUEL ¿A qué se debían esos pleitos?

JESÚS A su arrogancia. Se sentían superiores, dueños de la verdad y despreciaban a la gente humilde. Se creían mediadores entre el cielo y la tierra, ¡representantes de Dios!… Todavía me río recordando la cara que pusieron con aquello que te comenté el otro día. Les dije: las putas entrarán primero que ustedes en el Reino de Dios.

RAQUEL ¿Usted lo dijo con esa mala palabra?

JESÚS ¿Cuál mala palabra?

RAQUEL Esa que dijo…

JESÚS ¿Putas? Claro. A ellas yo siempre las respeté. Pero a ellos no. Eran altaneros. Sepulcros blanqueados.

RAQUEL En todo caso, si usted no fue sacerdote… sus apóstoles sí.

JESÚS ¿Por qué dices eso?

RAQUEL En esa Última Cena, aunque usted afirma que no consagró ni el pan ni el vino, sí consagró sacerdotes a sus doce apóstoles.

JESÚS ¿De dónde sacas eso, Raquel? Yo nunca consagré a nadie. En nuestro movimiento no hubo ningún sacerdote. En las primeras comunidades, según me cuentan, tampoco. Era la gente común, los hombres y sobre todo las mujeres, las responsables de seguir trabajando por el Reino de Dios. Ni siquiera utilizaban la palabra sacerdote.

RAQUEL ¿Sacerdote no significa sagrado?

JESÚS Sacerdote significa alejado, separado del pueblo. Para trabajar por el Reino de Dios hay que estar entre la gente.

AQUEL Entonces, ¿de dónde salieron los sacerdotes, los clérigos, que dicen representarlo a usted?

JESÚS Pues no sé de qué tribu habrán salido porque en nuestro movimiento no se aceptaban esas jerarquías.

RAQUEL Espere un momento… Me está llegando un mensaje de texto… Es de un teólogo laico, José María Marín… Dice así. Se lo leo: “La ordenación de sacerdotes nada tiene que ver con Jesús. Es una costumbre muy posterior del imperio romano. De ahí nació el clero católico, lleno de poder y privilegios. Para Jesús, la comunidad no necesita de ningún mediador ante Dios.”

JESÚS Me gusta cómo lo explica ese señor.

RAQUEL ¿Y qué hacemos, entonces, con los sacerdotes?

JESÚS Que nazcan de nuevo, como le aconsejé al viejo Nicodemo. Si luchan, si están entre la gente, si su palabra alegra el corazón de los pobres y es espada de dos filos contra los injustos, está bien. Pero si se creen dueños de una escalera para llegar a Dios, como aquella de los sueños de Jacob, no sirven para nada, porque Dios no está arriba ni está lejos. Está aquí, en medio de nosotros.

RAQUEL ¿Qué dicen ustedes, amigas y amigos de Emisoras Latinas? Y especialmente, ¿qué opinan los curas y los reverendos y los ministros que tal vez nos están escuchando? Para Emisoras Latinas, reportó Raquel Pérez, Jerusalén.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
Sacerdote: el sagrado, el separado

En todas las culturas ―occidentales, orientales, africanas, indoamericanas― en las que existen sacerdotes se considera que ellos son los intermediarios entre los humanos y la divinidad, a la que los sacerdotes aplacan o complacen con determinados ritos, oraciones y sacrificios. En el entorno cultural helenista, el sacerdote se designaba con la palabra “hiereus”, que significa “santo”, “sagrado” y, por esto, “separado”, “segregado”, perteneciente al ámbito de lo divino. En todas las culturas, el sacerdote es el que “sabe” de las cosas de Dios y el que tiene “poder” sobre lo divino. Ese saber y ese poder le dan derecho a muchos privilegios sociales, políticos, económicos y culturales.

Una casta poderosa

En tiempos de Jesús, la clase con mayor influencia social era la de los sacerdotes de Jerusalén, que servían en el Templo, en cuyo “santuario” el judaísmo localizaba “la presencia de Dios”. En ese espacio sólo podían entrar los sacerdotes. Allí realizaban los sacrificios: quemaban perfumes y mataban animales. Al igual que en todas las religiones, los sacerdotes eran considerados hombres elegidos para estar en contacto directo con lo sagrado, intermediarios ante Dios, separados del resto y superiores. Ocupaban la cúspide de una sociedad jerárquica que discriminaba a la mayoría. En tiempos de Jesús, los sacerdotes estaban divididos en 24 clases o secciones y en cada sección había unos 300 sacerdotes.

Los relatos de los evangelios muestran a Jesús enfrentándose a menudo con los sacerdotes, discutiendo con ellos, reclamándoles, rechazando sus argumentos religiosos. También vemos en los evangelios a los sacerdotes afirmando que Jesús está endemoniado, que no tiene autoridad para hablar como habla, rechazando su mensaje y sus actitudes, y finalmente, denunciándolo y condenándolo a la muerte.

Jesús no fue sacerdote

Jesús no fue sacerdote. Fue un laico. En tiempos de Jesús sólo eran sacerdotes los judíos de la tribu de Leví, considerados herederos de Aarón, el hermano de Moisés. Jesús no fue sacerdote. Más bien, se opuso a la casta sacerdotal y fue vilipendiado por los sacerdotes de su tiempo. Jesús fue un laico (del griego “laicos”, que significa “alguien del pueblo”). Sólo en la Carta a los Hebreos, que se atribuye a Pablo ―aunque no fue escrita por él sino por alguno de sus discípulos― se nombra a Jesús como “sacerdote de la nueva alianza”, con la que habría quedado abolida la antigua alianza y el sacerdocio levítico.

El legado del laico Jesús de Nazaret

Convertir a Jesús en un sacerdote y derivar del lenguaje simbólico que emplea la Carta a los Hebreos la idea de que los sacerdotes son “otros Cristos” traiciona el mensaje de Jesús. Jesús nunca relacionó ningún sacerdocio con su movimiento. Y aún más: cuestionó la esencia misma del sacerdocio ―que es la de ser mediador consagrado entre Dios y los seres humanos, actuando en tiempos, lugares y ritos sagrados―, al afirmar que no necesitamos mediadores porque Dios vive en nosotros y no en ningún templo; al rechazar los sacrificios y proponer el prójimo como único camino para entrar en relación con Dios y al no respetar el sábado como día sagrado. Que Jesús fuera un laico que desafiara a los sacerdotes y los contradijera fue determinante en su asesinato. Por eso, ser críticos del sacerdocio es dar continuidad a un legado del laico Jesús de Nazaret. 

La Iglesia ha de tener y tuvo siempre sus dirigentes, pero esos dirigentes no tienen nada que ver con el hecho “religioso” del sacerdocio, explica el teólogo español José Ignacio González Faus. Los sacerdotes y obispos, tal como hoy los conocemos, no fueron ni siquiera imaginados por Jesús. Surgieron en la evolución histórica del cristianismo, como una expresión más de la
institucionalización de una jerarquía masculina al frente de las estructuras de poder de la naciente iglesia oficial.

Un libro polémico

En su polémico libro “Clérigos. Psicograma de un ideal” (Editorial Trotta, Madrid 1995) , el teólogo católico alemán Eugen Drewermann analiza como psicoanalista las características de la “vocación” sacerdotal y de la “vocación” de religiosos y religiosas para llegar a conclusiones demoledoras de las raíces patógenas del “funcionariado” católico y, por extensión, de las sociedades en donde la moral católica influye desde hace siglos. Extenso, provocador y lleno de informaciones y reflexiones sugerentes, el propósito del libro es liberador: La manera más simple de desempolvar ese halo de predilección divina que parecen tener los clérigos es mostrar que esa imagen de superioridad, con aires de supraterrestres, está tejida de represiones y transferencias psicológicas de naturaleza bien “terrestre”, dice Drewermann al señalar los objetivos de su texto. Recomendamos este libro por su lucidez y su audacia.

Mujeres con tareas sacerdotales

Todas las culturas patriarcales han considerado que la tarea sacerdotal ―mediación entre la divinidad y la humanidad― corresponde privilegiadamente a los hombres. Aun así, en las religiones antiguas hubo sacerdotas en algunos cultos greco-romanos y egipcios. Actualmente, hay culturas religiosas que incluyen a mujeres como “chamanas”. Las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, Islam) excluyeron totalmente a las mujeres del sacerdocio. En la historia de las religiones, las mujeres sacerdotas estuvieron ligadas a cultos de la fecundidad, a ritos relacionados con la vida vegetal y animal, a ceremonias centradas en la danza y la música, en fiestas que celebraban la sexualidad. En cambio, el sacerdocio masculino apareció ligado a una religión de sacrificios cruentos, sangrientos, a la imposición de normas, represiones y restricciones, a la expiación de los pecados, a la autoridad, a las guerras, la violencia y la crueldad.

Las viudas, sacerdotas cristianas

En las primeras comunidades cristianas se hablaba de presbíteros más que de sacerdotes. “Presbítero” significa “anciano”. Y en un mundo en donde la gente no vivía tanto como ahora, la ancianidad llegaba pronto y se relacionada culturalmente con la sabiduría, el liderazgo en la comunidad. El teólogo José María Marín explica: La mujer viuda constituía el equivalente
del presbítero masculino. El ministerio de las viudas constituyó probablemente una forma autónoma de un cierto presbiterado femenino, que perduró hasta el siglo IV. Se hablaba del viudato, como de un grupo apostólico reconocido por las comunidades, distinto del de las diaconisas. Estas viudas eran denominadas “ancianas” o “presbíteras”, apelativos que se daban a los dirigentes de las primitivas comunidades cristianas. Desempeñaban varias funciones: pastoral domiciliaria entre mujeres, junto con los servicios caritativos propios del diaconado, el ministerio de la oración y administración del bautismo y la celebración de la eucaristía. El viudato se suprimió definitivamente en la iglesia de Occidente en el Concilio de Leodicea en el año 343. Y añade: Si Jesús no hubiese puesto a las mujeres al mismo nivel, en todos los órdenes, con los hombres no se explicaría cómo las primeras comunidades cristianas les hubiesen dado a las mujeres este protagonismo ministerial. Hasta Pablo, que se muestra tan integristamente misógino cuando afirma que “no tolera que las mujeres hablen en el templo” ni permite que “oren con la cabeza descubierta”, no tiene más remedio que citarlas como apóstoles y ministros e
indica que es un precepto de Jesús.

El sacerdocio femenino

Hasta el siglo V fue práctica habitual en la Cristiandad ordenar a las mujeres como diaconisas, un grado inferior al de los sacerdotes, con algunas funciones en la liturgia y en la vida de la iglesia, aunque siempre estas funciones eran más limitadas que las que se asignaban a los diáconos varones. A partir de ese siglo esta práctica desaparece. En varias iglesias protestantes (luterana, anglicana, morava, episcopaliana, etc.) las mujeres han comenzado recientemente a acceder al sacerdocio. La iglesia católica es la más renuente a este cambio.  La cuestión sobre la ordenación sacerdotal femenina en la iglesia católica tomó fuerza a mediados del siglo XX por el descenso de las vocaciones sacerdotales. La iglesia católica en Estados Unidos reflexionó pioneramente
sobre la conveniencia del sacerdocio femenino. Las primeras ordenaciones de mujeres en la iglesia anglicana, en marzo de 1994 y en Inglaterra, dieron más fuerza al debate. En una Carta Apostólica de mayo de 1994, el Papa Juan Pablo II quiso dejar zanjado el asunto al afirmar tajantemente: Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles. En 1995, la Congregación para la Doctrina de la Fe ratificó esta posición en la Carta Apostólica “Ordenatio sacerdotalis” para alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia. En este documento se afirmaba que la exclusión de las mujeres del sacerdocio se debe observar siempre, en todas partes y por todos los fieles, en cuanto que pertenece al depósito de la fe. Un rechazo contundente, ya que el término “depósito de la fe” representa el máximo grado de certeza teológica anterior a la declaración oficial de un dogma católico. De hecho, indica que esa doctrina se considera infalible y, por eso, garantiza que ningún otro Papa podría anularla.

Por todos estos indicios doctrinales, debe entenderse que el sacerdocio de las mujeres es un “caso cerrado” entre los católicos. Ante esta cerrazón, la pregunta es: ¿Vale la pena luchar por el sacerdocio femenino en la iglesia católica? Si las mujeres accedieran hoy al sacerdocio católico, tal como lo conocemos, ¿lo transformarían o serían ellas las transformadas? ¿Contribuirían las mujeres a un cambio o simplemente servirían para nutrir con algo de nueva savia un modelo contrario al mensaje de Jesús por separar lo sagrado y lo profano, y por establecer una jerarquía poderosa que el movimiento de Jesús desconoció y rechazó? Lo que está claro es que Jesús estuvo en contra de cualquier sacerdocio, sea masculino o femenino.

José María Marín

El teólogo laico y ex-sacerdote católico José María Marín participa en el programa por las lúcidas ideas que expresa en su texto “¿Sacerdocio cristiano o ministerio de la comunidad?”, en el que demuestra consistentemente que Jesús no fue sacerdote, que siguiendo a Jesús, en las primeras comunidades cristianas no había sacerdotes y que el sacerdocio proviene de una tradición
ajena a los evangelios. Explica Marín: La llamada ordenación sacerdotal o ministerial es una
costumbre asumida del imperio romano, en el que el “ordo” significaba el acceso a una clase social determinada… Para los ministros religiosos se estableció el “orden de los clérigos”, que no es otra cosa que una “casta”, a la que luego se accedió por la “carrera”. El “ordo” los hizo poderosos, notables, situándolos en una estable burocracia que comenzó a llamarse clero, a la que se consideró “sagrada” y en la que debían vivir separados del resto, de los laicos, distanciados del pueblo. Se les exigió santidad legal y ritual, imponiéndoles el celibato, a costa de hacer esclavas a sus mujeres. El estado celibatario era de lo que más los separaba del pueblo de Dios.