34- LOS HIJOS DE EFRAÍN

Jesús cuenta la parábola de aquel padre que tenía dos hijos, uno bueno y trabajador, y el otro un sinvergüenza. El hijo pródigo.

Un par de lamparitas alumbraban la casa de Pedro llenando de sombras las paredes. Aquella noche, como casi todas, nos quedamos conversando después de la cena y Jesús nos contó una historia, la historia del viejo Efraín.

Jesús – Sí, aquel hombre tenía un corazón del tamaño de este lago. Se llamaba Efraín y había tenido seis hijos. Las cuatro primeras fueron muchachas y los otros dos, varones. Su mujer se le murió cuando nació el último. Efraín se quedó viudo y tuvo que trabajar muy duro para sacar adelante a sus seis muchachos. Tenía una parcelita de tierra a la derecha de la colina de Nazaret. Allí sudaba desde la mañana hasta la noche, arando y sembrando. Trabajaba como un mulo viejo para que sus hijos tuvieran todos los días garbanzos y pan… Pasaron los años, las hijas se fueron casando y Efraín se quedó con sus dos hijos varones, con Rubén, el mayor, y con Nico, el más pequeño de todos.

Vecino – ¡A los buenos días, Efraín! ¿Cómo va esa vida, vecino?
Efraín – Pues ya usted ve, vecino. ¡Aquí como siempre, sudando la gota gorda!
Vecino – Pero los muchachos ya le ayudarán, ¿no es eso?
Efraín – Claro que sí. El mayor está ahora metiendo el arado por aquella vereda. Ya casi estamos en tiempo de siembra, vecino.
Vecino – Ah, ese hijo tuyo Rubén es un gran muchacho, sí señor. Con ése sí que se puede contar. Pero lo que es el otro… ¡Vaya mala pieza que te ha salido!
Efraín – Bueno, el pobre Nico…
Vecino – No lo defiendas, Efraín, no lo defiendas, que aquí todos sabemos de qué pata cojea ese otro hijo tuyo. Ese no piensa más que en ir detrás de las faldas. Un vago y un sinvergüenza, eso es lo que es. Le debías hablar claro un día, Efraín. Endereza ese árbol a tiempo. Te está creciendo muy torcido.
Efraín – Ese muchacho se crió sin madre, vecino. Yo he tenido que hacerle de padre y de madre, ¿comprende? Lo conozco bien. No es un sinvergüenza, no. Lo que pasa es que anda un poco desorientado.

Jesús – Aquella noche, Nico, el hijo pequeño de Efraín, tardó mucho en llegar a casa.

Efraín – ¿Y dónde estará metido? Es extraño, tu hermano llega siempre para comer.
Rubén – Sí, claro, para eso sí sabe llegar a tiempo. Tiene la cara más dura… No dobla el lomo para trabajar y viene aquí a comer de balde. Ea, papá, ya acabé. Me voy a dormir.
Efraín – Yo no puedo dormir si él no ha vuelto, hijo. Me quedaré a esperarlo.

Jesús – Nico llegó pasada la medianoche. Y su padre, el viejo Efraín, lo estaba esperando.

Nico – ¡Viva la vida, viva el amor! ¡Hip! Eh, papá, ¿pero estás despierto todavía? ¡Hip!
Efraín – Hijo, ¿por qué has llegado tan tarde? Estaba preocupado.
Nico – Ah, viejo… ¡La vida hay que vivirla! ¡Hip! Mira, andaba con unos amigos… Tenemos planes, ¿sabes? Nos vamos a ir de este poblacho. Esto es muy aburrido, papá, muy aburrido, aburridísimo… Yo no aguanto más.
Efraín – Pero, muchacho, ¿qué estás diciendo?
Nico – Que me voy. Que mañana mismo me largo. Yo no me quedo aquí sembrado como un árbol. Yo quiero conocer el mundo.
Efraín – Nico, hijo, has tomado mucho vino. No sabes lo que estás diciendo.
Nico – Oye, papá, tú tienes ahí guardado un dinerito de la cosecha anterior. Dame la parte que me toca. Me voy a gozar la vida… ¡Viva la vida, viva el amor!

Jesús – A la mañana siguiente, el viejo Efraín sacó de un agujero del patio las monedas que había ido ahorrando desde la última cosecha y separó las que le tocaban por derecho a su hijo, que ya tenía edad para reclamarlas. Las envolvió en un pañuelo y se las dio. Hasta el último momento, confiaba en que Nico no se iría.

Efraín – Bueno, hijo, si eso es lo que tú has decidido…
Nico – Vamos, viejo, no te me pongas sentimental. El dinero no es para tenerlo escondido sino para gozar con él.
Efraín – ¿Y a dónde vas a ir?
Nico – ¡A donde sea! ¡A donde haya ambiente!
Efraín – Hijo, mándame alguna noticia tuya con los comerciantes que vienen por aquí.
Nico – Pero si nadie viene por aquí, papá, si éste es un pueblo muerto. Ya yo estoy hasta las narices de esto y de ti y de todos. ¡Me voy, viejo, adiós!

Jesús – Efraín vio alejarse a su hijo por el camino sin que volviera ni una sola vez la cabeza. Lo siguió con los ojos llenos de lágrimas hasta que se perdió en el horizonte, entre los olivos del camino.

Rubén – ¡Maldita sea, papá! ¡Le has dado a ese haragán un dinero que él no trabajó!
Efraín – Tu hermano es libre, hijo. Si él se quería ir… Yo no lo voy a tener aquí amarrado como un buey. El no es mi esclavo. Es mi hijo.

Jesús – En el puerto de Jafa, Nico empezó a gastar el dinero que su padre le había dado. Así pasaron los meses. Cuando no eran mujeres, eran borracheras y, cuando no, apuestas a los dados. Todo el dinero que Efraín había ahorrado trabajando como un mulo viejo, lo despilfarró su hijo en muy poco tiempo. Mientras tanto, en Nazaret, su padre no dejaba de pensar en él.

Vecino – ¿Y qué, Efraín? ¿Como cada día?
Efraín – Sí, vecino, aquí andamos, esperando… A esta hora pasan las caravanas del sur. Si mi hijo viniera en una de ellas…
Vecino – Ése no vuelve, Efraín. Le soltaste un buen puñado de dinero.
Efraín – No sé nada de él. Es como si se hubiera muerto.
Vecino – Eso mismo. Dalo por muerto y no sufras más. Olvídate de ese muchacho. Te quedan otros cinco y son buenos. Olvídate de ese tarambana.

Jesús – Pero, ¿puede una madre o un padre olvidarse del niño que ha criado? ¿Puede dejar de preocuparse del que nació de sus entrañas? Efraín no olvidaba a su hijo, aunque su hijo sí se había olvidado de él.

Nico – ¡Oye tú, panzudo, echa otra jarra para acá, que tengo el gaznate que ya me está haciendo cosquillitas! ¡Hip! Y acá la prójima también quiere seguir empinando el codo, ¿verdad que sí, preciosa? ¡Ja, ja, ja!

Jesús – Pasó otro mes y otro y otro. A Nico se le fue acabando el dinero que había llevado de Nazaret. Un día, apostó a los dados las últimas monedas que le quedaban y lo perdió todo.

Nico – ¡Maldita sea mi suerte! ¿Y qué diablos voy a hacer yo ahora, eh?

Jesús – Entonces buscó trabajo, pero no lo encontró. En Jafa las cosas no andaban bien. La cosecha había sido mala por la sequía de aquel año. Había poco dinero y mucha hambre… Al fin, después de muchos días, un hombre lo contrató para cuidar puercos a cambio de un jornal miserable.

Nico – ¡Asco de vida! De buena gana me comería las algarrobas que les dan a los puercos. Pero si el dueño me ve, me muele a palos. ¡Por los cuernos de Belcebú, nunca había tenido las tripas tan vacías!

Jesús – Y así pasaron varías semanas. Nico se moría de hambre mientras los puercos engordaban. Estaba sucio, olía peor que los cerdos y no hacía otra cosa que lamentarse.

Nico – Yo aquí, hecho un zarrapastroso, y ahora mismo en casa estarán comiéndose un buen plato de garbanzos. Allá son pobres, pero no les falta la comida. Tendría que volver. Yo no aguanto más esto. Le diré al viejo: mira, papá, lo siento, me equivoqué, las cosas me han ido mal. Dime lo que quieras, grítame, haz lo que quieras, pero… ayúdame. Seguro que el viejo se ablandará y me dará algún dinerito. Sí, tengo que volver…

Jesús – Y se decidió a volver…

Efraín – Hoy hace cuarenta lunas que se fue tu hermano.
Rubén – Mira, di mejor tu hijo. Ése no es mi hermano. Por mí, como si hiciera cuatrocientas lunas.
Efraín – Si supiera dónde estaba, lo iba a buscar.
Rubén – Gastarías diez sandalias y no darías con él. Ese hijo tuyo se murió. Olvídate de él, papá, olvídate de una vez.

Jesús – Aquella mañana, como todas las otras desde hacía cuarenta lunas, Efraín salió al camino, a la hora en que vienen las caravanas del sur, esperando noticias de su hijo. Y cuando el sol asomó por el horizonte, iluminando la ruta, el pobre padre vio algo que se movía a lo lejos. Alguien se acercaba. El corazón le avisó que aquel era su hijo, y el viejo Efraín, como si fuera un chiquillo, echó a correr para recibirlo.

Efraín – ¡Hijo, hijo!

Jesús – Cuando llegó a donde estaba, lo abrazó y lo besó.

Efraín – ¡Hijo, hijo, has vuelto!
Nico – Papá, mira, yo… te voy a explicar…
Efraín – No me tienes que explicar nada. ¡Has vuelto y eso es lo único que importa! ¡Ven, vamos! Vecino, ayúdeme, tráigame la mejor ropa que haya en el arcón y búsqueme por ahí el anillo de bodas de su madre para ponérselo también, y sandalias nuevas. Viene todo hecho un harapo. Tú, muchacho, ve a matar el becerro que está engordando. Y ásalo pronto. Tiene hambre. Viene muy flaco, tiene que comer bien. ¡No estaba muerto! ¡Está vivo! ¡Estaba perdido y lo he encontrado!

Jesús – Al poco rato, todo Nazaret estaba en casa de Efraín. El viejo había corrido por el pueblo avisándoles que Nico, su hijo, había vuelto, que estaba otra vez allí.

Vecina – ¿Y por dónde has estado, sinvergüenza? Aquí creíamos que te habías ido fuera del país.
Comadre – ¿Cuántas novias te habrás echado por ahí? ¡Pero, mira a tu padre qué feliz está hoy, míralo Serapia, si está bailando con doña Susana!
Nico – La verdad es que nunca había visto a papá tan contento.
Muchacha – Te ha esperado todos los días que estuviste fuera. Decía siempre que volverías.
Vecina – ¡Y has vuelto, muchacho, has vuelto! ¡Vamos, vamos a bailar tú y yo!

Jesús – A mediodía, Rubén, el hermano mayor, volvió de trabajar en el campo. Cuando se acercó a su casa, oyó la música y se extrañó.

Rubén – ¡Eh, tú! ¿Qué es lo que está pasando en mi casa con tanto alboroto?
Vecino – ¿No lo sabes? ¡Tu hermano Nico ha vuelto! Hay una fiesta grande. Tu padre hasta mandó matar el becerro cebado para celebrarlo. ¡Ven, corre!

Jesús – Pero el hermano mayor se molestó mucho al oír aquello y no quiso entrar en la casa. Y entonces le fueron a avisar al viejo Efraín de lo que pasaba y Efraín salió corriendo a buscar a su hijo mayor.

Efraín – ¡Rubén, hijo, Rubén, tu hermano ha vuelto! ¡Ha vuelto sano y salvo! Ven, entra, todos te estamos esperando.
Rubén – Pero papá, sabes que ese haragán ha gastado tu dinero con rameras y emborrachándose por ahí y hasta le das el becerro cebado para que se lo coma y haces una fiesta. ¡Estás loco, papá!
Efraín – Sí, hijo, estoy loco. Loco de alegría. Me decían que tu hermano estaba muerto y, ya ves, está otra vez en casa. Lo habíamos perdido y lo hemos encontrado. ¿Cómo no vamos a estar alegres? ¡Y si tuviera tres becerros los habría matado también para celebrarlo mejor!
Rubén – Claro, y a mí que me he pasado la vida junto a ti, trabajando y obedeciéndote en todo, nunca me has dado ni un chivito para comerlo con mis amigos.
Efraín – ¿Y por qué no me lo pediste, hijo? Tú sabes que todo lo mío es tuyo. Tú sabes que yo los quiero a los dos.

Jesús – Y el viejo Efraín abrazó a su hijo mayor con la misma alegría con la que antes había abrazado a Nico. Y entraron en la casa. Y Rubén abrazó a Nico y sonrió. Hacía mucho tiempo que no sonreía. Y pocos días después, cuando sus hermanas y sus cuñados vinieron de visita a Nazaret, Efraín tuvo a todos sus hijos alrededor de la mesa, sin que le faltara uno solo. Esa es la historia del viejo Efraín, aquel padre que tenía el corazón del tamaño de este lago. Quien la entiende, entiende cómo es Dios.

Fue Jesús quien nos enseñó a llamar a Dios con el nombre de Padre.

Lucas 15,11-32

Notas

* Cuando el padre de la parábola del hijo pródigo lo recobra, prepara una gran fiesta. Para ella, lo viste con una túnica nueva. En Oriente regalar un vestido era señal de gran aprecio y en lenguaje bíblico el vestido nuevo es símbolo de que ya ha llegado el tiempo de la salvación. Le da también a su hijo un anillo y le pone sandalias. El anillo es señal de que se entrega a otro toda la confianza. Las sandalias son señal del hombre libre porque los esclavos iban siempre descalzos. Lo principal es el banquete. En Israel sólo se comía carne en días muy especiales, cuando se mataba un cabrito, un ternero o un cordero. Las leyes indicaban que el cordero debía ser asado en leña de vid. Comer juntos a la misma mesa era señal de que el pasado estaba del todo olvidado.

* Jesús comparó a Dios con el padre del hijo pródigo. También enseñó a sus discípulos a llamar a Dios con el nombre de “Padre”, y así lo llamó él. En todos los libros del Antiguo Testamento se dice que Dios es Padre y que actúa con sus hijos los seres humanos como un padre, pero en ninguna ocasión alguien se dirige a él llamándole “Padre mío”. Sí existe la invocación “Padre nuestro”, pero en oraciones colectivas, hechas en nombre de todo el pueblo. Los sentimientos del corazón del padre del hijo pródigo son, según la parábola de Jesús, la mejor imagen de los sentimientos del corazón de Dios. Por eso, esta parábola debería más bien llamarse la “del buen padre”, porque es el padre su protagonista.