41- ¿CON QUIÉN CONFESARSE?

VECINO ¡Págame o te mato, pedazo de ladrón!
JOVEN ¡Sinvergüenza, ahora vas a saber…!

RAQUEL Continuamos en los alrededores del templo del Redentor en Jerusalén. Después de este inesperado incidente, la calle vuelve a su normalidad. Y Emisoras Latinas reanuda su transmisión.

JESÚS ¿Por qué pelearían ésos, Raquel?

RAQUEL Ni idea. Tal vez por deudas atrasadas. Pero es una buena ocasión para preguntarle a Jesucristo, que nuevamente nos acompaña, qué opinión le merece lo que hemos visto. Seguramente, en su tiempo no era así, no se veían estas cosas…

JESÚS Yo también conocí pleitos por deudas y gente violenta… Pero fíjate, Raquel, ¿no estábamos hablando ahí, dentro de ese templo, de la confesión de los pecados?

RAQUEL De eso hablábamos, sí… ¿Y?

JESÚS Como caído del árbol. Dime, ¿qué tendrían que hacer esos dos pendencieros para reconciliarse con Dios? ¿Ir a confesarse con un sacerdote que ni los conoce, que está escondido en una jaula dentro de esa iglesia?

RAQUEL Bueno, aunque yo no soy la entrevistada, sino usted… Le diré que… yo pienso que deberían arreglarse entre ellos dos.

JESÚS Tú lo has dicho. Porque no tiene sentido que yo ofenda a Matatías y me confiese con Zacarías.

RAQUEL ¿Y no sería mejor que pidieran perdón a Dios directamente?

JESÚS Es que si no pides perdón a tu hermano, a quien ves, ¿cómo vas a pedir perdón a Dios, a quien no ves? Si no devuelves a quien le robaste, ¿a quién le vas a devolver?

RAQUEL Defínase, Jesucristo. ¿Qué hacemos con el llamado sacramento de la confesión?

JESÚS Esa confesión, como explicaba ese amigo a quien llamaste hace un rato, habrá llenado de miedos y de culpa a mucha gente. Hay que olvidarla.

RAQUEL Entonces, según usted, ¿qué deberían hacer para reconciliarse dos personas que andan de enemigas?

JESÚS Que dialoguen las dos, a solas. Que se perdonen entre sí.

RAQUEL ¿Y si no se ponen de acuerdo?

JESÚS Que busquen a un tercero y hablen.

RAQUEL ¿Y si tampoco entre tres resuelven el problema?

JESÚS Bueno, en ese caso, que lo presenten a la comunidad. Así hacíamos en nuestro movimiento. Me acuerdo una vez que Pedro estaba furioso con Santiago y con Juan por algo que habían dicho. Olvídalo ya, Pedro, le digo. No es la primera vez que están conspirando, me dice. Perdónalos, Pedro. ¿Cuántas veces debo perdonar a este par de sinvergüenzas?, me dice él. ¿Dos, cuatro, siete veces?

RAQUEL ¿Y usted qué le dijo?

JESÚS No hasta siete, sino hasta setenta veces siete, Pedro. Esa es la confesión que tiene valor, el perdón entre hermanos.

RAQUEL Sin embargo, señor Jesucristo, yo revisé los evangelios. Y aquí, en el de Juan, usted dice claramente a los sacerdotes: “A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados.” Y en el de Mateo dice también: “Cuanto aten en la tierra, quedará atado en el cielo.” ¿Entonces?

JESÚS Entonces, nada. Yo dije eso, pero no a ningún sacerdote. Lo dije a la comunidad. La comunidad es la que perdona, no los sacerdotes. Es en la comunidad donde nos perdonamos, no en esos rincones oscuros de los templos.

RAQUEL ¿Tampoco en esos cultos de oración y de milagros, donde los pastores, los predicadores, cantan y gritan y perdonan multitudes?

JESÚS Es que no necesitamos sacerdotes ni pastores ni predicadores para perdonar pecados. Lo que yo dije fue sencillo. Si ofendes a alguien, pídele perdón y no repitas el daño. Si te ofende alguien, perdónalo. Y Dios, que vive en la comunidad y conoce lo que hay en tu corazón, también te perdonará a ti. Setenta veces siete te perdonará. Siempre.

RAQUEL Con estas nuevas declaraciones de Jesucristo, cerramos por hoy nuestra transmisión. Raquel Pérez, Emisoras Latinas, Jerusalén.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
Setenta veces siete

Jesús recuerda con Raquel una discusión que tuvo con Pedro, Santiago y Juan (Mateo 18,21-35), a la que puso fin diciéndole a Pedro que hay que perdonar “setenta veces siete”. En la cultura de Israel el número siete era especialmente significativo. El origen de su importancia estaba en la observación de las cuatro fases de la luna, que duran cada una de ellas siete días. De ahí pasaron los israelitas a asociar el número siete con un período completo. El siete significaba para Israel una totalidad querida por Dios. El orden del tiempo estaba basado en el siete: el sábado, día sagrado, llegaba cada siete días. Perdonar siete veces era perdonar completamente. Setenta es una combinación del 7 y del 10. Si el siete era plenitud y totalidad, el diez ―su carácter simbólico partió de los diez dedos de la mano―, tenía también el carácter de número pleno, aunque en un menor nivel. “Setenta veces siete” quiere decir siempre, sin excepción, a pesar de todo.

Es en la comunidad donde nos perdonamos

La práctica de la Iglesia primitiva vio la conversión individual y el perdón relacionados con la comunidad, mientras que la teología medieval se centró en el perdón de los pecados del individuo por la mediación sacerdotal. La práctica de la confesión individual (el penitente ante el sacerdote, el secreto, la enumeración y detalle de todos los pecados) ha sido muy cuestionada desde hace años como una práctica intimidatoria. Por eso, después del Concilio Vaticano II surgieron en muchas comunidades cristianas católicas nuevas formas de celebrar este sacramento, en las que se obviaba el decir públicamente los pecados, se conservaba el espíritu de arrepentimiento y el sacerdote absolvía a la comunidad que se reunía, motivada por actitudes de humildad y reconocimiento de los errores cometidos. Estas celebraciones penitenciales comunitarias representaron un avance importante. Sin embargo, era aún el sacerdote el que “perdonaba”. La involución anti-conciliar organizada por el Papa Juan Pablo II reforzó la práctica de la confesión individual.

En otras iglesias cristianas siempre ha habido mayor apertura. Por ejemplo, en el “Libro de Oración Común” de la Iglesia episcopal se ofrecen las dos opciones: la reconciliación comunitaria en el culto y la confesión privada, que no es obligatoria y que se rige por esta fórmula: Todos pueden, algunos
debieran, ninguno está obligado. El hermano de Jesús, Santiago, en su Carta (5,16) dice: “Confiésense mutuamente sus pecados y oren los unos por los otros para que sean curados.” Hay quienes ven en esta cita una invitación a confesarse “en comunidad” y, por tanto, a perdonarse en comunidad, no necesariamente con la mediación de un sacerdote como “perdonador” oficial. En su primera carta, Juan habla de reconocer y confesar nuestros pecados ante Dios, no ante el sacerdote: “Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificamos de toda injusticia” (1 Juan 1,9). El espíritu del mensaje de Jesús nos indica que para ser perdonados debemos ir hacia Dios, hacia la comunidad, y especialmente hacia aquel a quien hicimos daño al pecar. Nos perdonamos unos a otros al confesarnos unos a otros el daño que nos hicimos. En algunos casos, no serán necesarias palabras, sino gestos, a veces más elocuentes que las palabras. Lo que “perdona” los pecados es el arrepentimiento y la mediación de la comunidad. Lo que perdona los pecados es la “conversión”, el cambio de vida, la reparación del daño hecho.

Un mensaje claro

Jesús habló sobre el perdón con tanta claridad que no hay dónde perderse. Dijo que si ofendíamos a alguien debíamos buscar a esa persona y hablar, dialogar con ella para reconciliarnos; que si eso no bastaba buscáramos una tercera persona, una “mediación”; y que si no era suficiente, buscáramos el perdón en la comunidad. Una “fórmula” con mucho del espíritu con el que se emprende hoy la negociación de conflictos. El camino que propone Jesús es tan claro, tan eficaz y tan de sentido común que cuesta entender cómo ha sido tan alterado para justificar un “sacramento” que sólo busca dar poder al personaje “sagrado” que perdona y que a lo largo de la historia ha generado prácticas que a todas luces violentan el respeto y la dignidad que deben prevalecer en las relaciones humanas.