44- ¿HAY INFIERNO?

RAQUEL Nuestra unidad móvil se ha desplazado al sur de la ciudad de Jerusalén… Este barranco es conocido como el valle de la Gehenna. Nos acompaña, como en días anteriores, Jesucristo, quien caminó por estos lugares cuando no estaban tan poblados como ahora… ¿Cómo ve esto, muy cambiado?

JESÚS Muchísimo, Raquel. Es que Jerusalén, entonces, era muy pequeña… Cabía toda dentro de las murallas. Y aquí era el basurero.

RAQUEL ¿El basurero?

JESÚS Sí, el basurero de la ciudad. ¿Ves esa puerta? En mi tiempo se llamaba Puerta de la Basura. Por ahí salían las vecinas al atardecer y arrojaban las sobras de comida, ramas secas, animales muertos… Después, un quemador de inmundicias rociaba todo con azufre y… ¡chussss!… prendía fuego…  ¡Fuego y azufre!

RAQUEL Escuchándolo, nuestra audiencia recordará las descripciones del infierno…

JESÚS Tú lo has dicho. De este basurero salió esa mentira. Y ahora, viendo lo que estoy viendo estos días, me doy cuenta que es la mayor de todas, la que más daño ha hecho a los hijos y a las hijas de Dios.

RAQUEL ¿Cuál es esa mentira tan dañina?

JESÚS El infierno.

RAQUEL Pero, ¿no fue usted mismo el que predicó sobre el infierno?

JESÚS Yo prediqué el amor de Dios.

RAQUEL Se habrá olvidado, pero en varias ocasiones usted se refirió al “llanto y el crujir de dientes” que habrá en el infierno…

JESÚS Es que cuando me indignaba viendo tantas injusticias, yo decía: Más te vale entrar manco o cojo o ciego en el Reino de Dios y no que te quemen entero junto con la basura en la Gehenna… Yo me refería a este basurero.

RAQUEL Sea como sea, ¿por qué usted dice que el infierno es… la mayor de las mentiras?

JESÚS Porque no existe ni nunca existió.

RAQUEL ¿Se da cuenta de lo que está diciendo?

JESÚS Claro que me doy cuenta.

RAQUEL Un momento, señor Jesucristo. Si mis datos son correctos, creer en el infierno es una obligación de fe. Aquí lo tengo. Año 1123. Lo dijo el Concilio de Letrán y más recientemente lo ha dicho el papa Benedicto 16.

JESÚS Pues yo digo lo contrario. No se puede creer en Dios y en el infierno.

RAQUEL ¿Por qué razón?

JESÚS Porque Dios es amor. ¿Cómo puedes pensar que Dios tiene preparado un calabozo de torturas, un lugar de tormentos infinitos, para castigar a sus hijos desobedientes? Ése no sería Dios. Sería Herodes.

RAQUEL Entonces, ¿Dios no castiga a los pecadores…?

JESÚS Dios es como aquel padre que tenía dos hijos. Uno era bueno, cumplidor. El otro, un granuja. Al final, el padre recibió a los dos, al bueno y al pródigo.

RAQUEL Y tanto canalla que hay en este mundo… los que arman las guerras, los que matan inocentes, los que torturan… ¿van a quedar sin castigo?

JESÚS Deja eso en manos de Dios. Él sabrá qué hacer con esa basura. Pero tú, cuando tu corazón te condene, no pienses en ningún infierno. Recuerda que Dios es más grande que tu corazón y lo
comprende todo.

RAQUEL ¿Qué dice nuestra audiencia, hay o no hay infierno, hay o no hay castigos eternos? El tema es candente y me parece que Jesucristo aún no lo ha dicho todo. Sigan con nosotros. Desde el infierno, quiero decir, desde el valle de la Gehenna, Raquel Pérez, para Emisoras Latinas.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS

El valle de la Gehenna

El valle de la Gehenna rodea la ciudad de Jerusalén por el oeste. En este lugar se ofrecieron sacrificios humanos al dios pagano Moloc, provocando que los profetas maldijeran el valle (Jeremías 7,30-33). Unos 200 años antes de Jesús era creencia popular que allí estaría situado un infierno de fuego para los condenados por sus malas acciones. Por ser un lugar desacreditado y maldito, el valle fue destinado a ser el basurero público de Jerusalén.

En el abismo del “sheol”

Durante siglos, el pueblo de Israel no creyó en ningún infierno. Creía que al terminarse la vida en el mundo visible los muertos bajaban al “sheol”, un lugar situado en las profundidades de la tierra o bajo las aguas, en donde buenos y malos mezclados languidecían sin gozo ni pena. Este “sheol” es mencionado 65 veces en el Antiguo Testamento, siempre como un lugar triste, donde no hay esperanza de cambio. Los babilonios creyeron también en un lugar similar (Job 10, 20-22; Salmo 88,11-13; Eclesiastés 9,5 y 10). Esta idea aparece hasta en el libro del Apocalipsis (1,18). El dogma del infierno le debe más a las creencias de algunos pueblos de la antigüedad y a sus filosofías que a los textos bíblicos.

El fuego del infierno

El “fuego de la Gehenna” aparece en muchas ocasiones en boca de Jesús. Esta expresión siempre fue traducida “fuego del infierno”. A lo largo de la Edad Media la creencia en un infierno como un lugar con fuego real era generalizada entre los teólogos católicos. En el siglo XIII, Tomás de Aquino se oponía a los primeros Padres de la Iglesia que interpretaron el fuego del infierno en un sentido metafórico y afirmó con certeza teológica que el fuego era real. Más recientemente, el Vaticano habló sobre ese “fuego” para advertir que no debía ser entendido como un fuego quemante y real. ¿Flexibilidad doctrinal? Posteriormente, la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el
entonces Cardenal Ratzinger, después Papa Benedicto XVI, enseñó que aunque la palabra “fuego” es sólo una “imagen”, debe ser tratada con todo respeto (mayo 1979). ¿Qué sentido darle a ese “respeto”? Con mucha probabilidad, será sinónimo de “miedo”. No es aventurado pensarlo así cuando a lo largo de la historia de la teología, las llamas del infierno, sus calderas hirviendo y sus hornos crematorios han estado siempre omnipresentes en prédicas y catequesis, haciendo sufrir indecible e innecesariamente a generaciones de niños y de adultos, dando con ello una imagen de Dios horrenda y totalmente alejada de la que Jesús quiso enseñarnos.

Siglos de terrorismo sicológico

Durante siglos, predicadores, profesores de religión, sacerdotes, religiosos, monjas, han hablado insistentemente del infierno a jóvenes estudiantes o a alumnos de catequesis con el objetivo de alejarlos de los “pecados mortales” que los llevarían de cabeza al infierno. Los traumas causados por este terrorismo sicológico son incontables. Queda constancia de esta herramienta de tortura mental en pinturas, ilustraciones de libros de religión y en la literatura.

Una de las reconstrucciones más famosas de estos sermones terroristas aparece en la novela “Retrato del artista adolescente” del irlandés James Joyce. El protagonista, Stephen Dedalus, con su conciencia “sucia por el pecado”, escucha con terror un largo sermón de sus profesores jesuitas. He aquí un fragmento de ese sermón, similar a tantos otros escuchados en tantos países por tantas personas: “Nuestro fuego terrenal, no importa cuán violento o extendido esté, siempre tiene un alcance limitado. En cambio, el lago de fuego del infierno no tiene fronteras, ni riberas, ni fondo. Está escrito que el diablo mismo, cuando un soldado le preguntó, estuvo obligado a confesar que si una montaña fuese arrojada al océano ardiente del infierno, sería consumida en un instante como un trozo de cera. Pero este terrible fuego no afectará los cuerpos de los condenados solamente en lo externo, sino que cada alma será un infierno en sí misma, con ese ilimitado fuego en sus centros más vitales. ¡Oh, qué terrible es la masa de esos seres infelices! La sangre hierve y bulle en las venas, los sesos hierven en el cráneo, el corazón en el pecho se vuelve incandescente ya punto de explotar, los intestinos como una masa al rojo vivo de pulpa ardiente, los delicados ojos en llamas como esferas derretidas…”

Entre las pinturas que representan este tormento, está, entre muchísimas otras, “El Infierno”, del sacerdote jesuita Hernando de la Cruz (1592-1646), que se conserva en la iglesia de la Compañía en Quito, Ecuador, cuadro frente al que han desfilado miles de niños y adultos llevados por sus profesores religiosos para enfrentarlos así al terror de imaginarse introducidos en ese lugar espantoso.

El dogma del infierno

La creencia en el infierno (lugar de castigo eterno por medio del fuego) fue impuesta como dogma de fe en el Concilio de Letrán (1123) advirtiendo el Concilio que quienes lo negasen serían reos de prisión, torturas y hasta de muerte. Hasta la proclamación del dogma se mantenían vigentes algunas discusiones teológicas: algunos Padres de la Iglesia ―de la corriente llamada “misericordista”, como Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa en el siglo IV― sostenían que el fuego del infierno era sólo simbólico y que la duración del castigo no era eterna. A ellos se oponían los “rigoristas”, a la cabeza Agustín de Hipona, que sostenían que el fuego era real y el castigo era eterno. 

Después de Pablo, Agustín es el teólogo más influyente en la teología católica y su influencia se extiende hasta nuestros días. El Concilio de Letrán proclamó finalmente la creencia en el infierno como obligatorio dogma de fe. Dos siglos después, el Papa Benedicto XII (1334-1342) le dio forma a este dogma en la Constitución “Benedictus Deus” (1336): Según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal, inmediatamente después de la muerte, bajan al infierno, donde son atormentados con suplicios infernales. En 1442 el Concilio de Florencia declaró que cualquiera que estuviera voluntariamente fuera de la iglesia sería reo de ese temible fuego eterno. La doctrina sobre el infierno aparece en el actual Catecismo de la Iglesia Católica en los números 1033-1037.

“Bajó a los infiernos”

La idea de un cielo o de un infierno ―incluso de un purgatorio o hasta de un limbo― como “lugares” concretos es una tradición arraigadísima en la teología cristiana más tradicional. El cuarto Concilio de Letrán (1215) definió como doctrina de fe otro de esos “lugares”, al afirmar que al morir Jesucristo “bajó a los infiernos”, frase que ha pasado literalmente a la fórmula del Credo que recitan los cristianos. El relato de ese descendimiento aparece en uno de los muchos evangelios apócrifos, el “Evangelio de Nicodemo”, considerado herético en los primeros siglos cristianos. Los “infiernos” a donde Jesús habría bajado eran distintos del “infierno”. Eran un lugar donde se amontonaban los justos ―los no muertos con algún pecado mortal encima―, a la espera de que hubiera un “redentor” que los sacara de allí, que los “salvara”. Jesucristo habría bajado hasta allí a rescatar las “almas” de quienes, muertos antes que él, esperaban la redención para “subirlos” al cielo con él tres días después. Y así se explica en el Catecismo de la Iglesia Católica (números 633-637), en donde aparece este texto, de una antigua homilía del Sábado Santo: La tierra ha temblado y se ha calmado porque Dios se ha dormido en la carne y ha ido a despertar a los que dormían desde hacía siglos… Va a buscar a Adán, nuestro primer Padre, la oveja perdida. Quiere ir a visitar a todos los que se encuentran en las tinieblas y a la sombra de la muerte. Va para liberar de sus dolores a Adán encadenado y a Eva, cautiva con él…

Los verdaderos “infiernos” a los que Jesús bajó fueron los calabozos de la Torre Antonia, a donde fue llevado para ser cruelmente torturado por la tropa romana antes de ser condenado a muerte. Esos “infiernos” existieron en su tiempo y hasta hoy siguen existiendo: campos de concentración, cámaras de gas, cárceles clandestinas, celdas donde unos seres humanos torturan, matan y desaparecen a sus semejantes.

Se cierra el limbo y se reafirma el infierno

En octubre de 2004 el Papa Juan Pablo II encomendó al Cardenal Ratzinger que creara una comisión de teólogos para que estudiaran y determinaran si el limbo existe. Trabajaron durante tres años discutiendo y especulando sobre tema tan absurdo. Por fin, en 2007 dieron por cerradas las puertas de ese otro “lugar” del más allá… El limbo fue un lugar diseñado en los siglos medievales, como producto “lógico” que derivaba de la doctrina del pecado original: era el lugar a donde iban parar los niños sin bautizar, quienes por haber heredado ese primer pecado grave no podían entrar en el cielo, pero por no tener raciocinio para pecar voluntariamente no debían ir al infierno. En el Catecismo de Pío X (prescrito en 1905, y vigente durante casi todo el siglo XX), se afirmaba que en ese lugar los niños “no gozan de Dios pero tampoco sufren”. El limbo ya no apareció en el nuevo Catecismo Católico de 1992.

Este invento teológico provocó durante siglos un enorme dolor a padres y madres que vieron morir a sus hijos pequeños de hambre, de enfermedades curables o por cualquier otro motivo, sin haber tenido tiempo de aplicarles el rito del bautismo. Naturalmente, el miedo a que sus criaturas cayeran en el limbo y no volvieran a verlos era un medio de coerción para que las familias decidieran bautizarlos pronto.

Comprobado: el infierno existe y es eterno

Resulta tan absurda la idea de los varios “lugares del más allá” que en su afán de “modernizar” estas doctrinas, el 28 de julio de 1999, el Papa Juan Pablo II declaró que el infierno es un estado más que un lugar: “Las imágenes de la Biblia deben ser rectamente interpretadas. Más que un lugar, el infierno es una situación de quien se aparta de modo libre y definitivo de Dios… La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han quedado implicados efectivamente en ella.”

Pero años después, en marzo de 2007, el Papa Benedicto XVI, preocupado por el relativismo que podría provocar esta “modernización” doctrinal quiso asentar de nuevo la creencia en el infierno: “Jesús vino para decirnos que nos quiere a todos en el Paraíso y que el Infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para quienes cierran el corazón a su amor.”

Evangelio: buena noticia

En su libro “Credo”, uno de los más sólidos teólogos católicos contemporáneos, Hans Küng, escribe: Jesús de Nazaret no predicó sobre el infierno, por mucho que hablara del infierno y compartiese las ideas apocalípticas de sus coetáneos. En ningún momento se interesa Jesús directamente por el infierno. Habla de él sólo al margen y con expresiones fijas tradicionales. Algunas cosas pueden incluso haber sido añadidas posteriormente. Su mensaje es otro. Es, sin duda alguna, “evangelio”, o sea, un mensaje alegre y no amenazador. Y en otro de sus libros, “¿Vida eterna?”, Küng escribe: Una ilimitada tortura psicofísica de sus criaturas, tan despiadada y desesperante, tan insensible y cruel, ¿va a poder contemplarla por toda una eternidad un Dios de amor, y a una con los bienaventurados en el cielo?¿Necesita realmente tal cosa el Dios infinito, por una ofensa finita (¡el pecado, en cuanto obra del hombre, es un acto finito!) para restablecer su “honor”, como sostienen sus defensores?¿Es Dios un acreedor tan sin entrañas?¿No es un Dios de misericordia?¿Cómo entonces los muertos van a estar excluidos de esa misericordia?¿Y un Dios de
paz? ¿Cómo va a eternizar la discordia y la intransigencia? ¿Y el Dios de la gracia y del amor al enemigo? ¿Cómo, inclemente, va a tomar venganza de sus enemigos por toda una eternidad? ¿Qué cabría pensar de un hombre que satisficiese su deseo de venganza con tal intransigencia y avidez?

Cómo es Dios

Con palabras y con actitudes, Jesús entregó a la Humanidad pistas esenciales para construir una idea alternativa a esa idea de un Dios castigador, vengativo e intransigente que vive en la mente de tantos de sus representantes oficiales cuando predican el infierno. Lo hizo también contando parábolas. La conocida como la “del hijo pródigo”, que mejor debería llamarse la “del padre bueno” (Lucas 15,11-32), es una de las más importantes en este sentido. Los sentimientos del corazón paterno hacia el hijo que lo abandona son la mejor imagen de los sentimientos del corazón de Dios.

En el siglo XVII el pintor holandés Rembrandt en “El regreso del hijo pródigo” trató de plasmar esos sentimientos, y con sorprendente audacia teológica, reflejó plásticamente en las dos manos del padre que acoge a su hijo ―una mano grande y ruda de hombre y una mano fina y delicada de mujer― la dimensión masculina y femenina del corazón de Dios. ¿Cómo podría ese Dios organizar una cámara de torturas para tantos de sus hijos e hijas pródigas?