48- ¿LA SANTA INQUISICIÓN?
RAQUEL Continuamos en Jerusalén y continuamos recibiendo protestas y hasta amenazas. Algunos oyentes fundamentalistas dicen que si Jesucristo sigue hablando así, tomarán represalias contra nuestra emisora.
JESÚS ¿Y por qué un corazón tan duro el de esos oyentes?
RAQUEL Usted sufrió en carne propia la intolerancia. Intolerancia y religión han ido de la mano durante mucho tiempo… Como prueba, hoy he traído un documento grabado. Me gustaría que lo escuchara para iniciar nuestro programa.
JESÚS Sí, házmelo oír.
NARRADORA Las ataban de pies y manos, las estiraban hasta romperles los huesos. Las sentaban en sillas con puntas filadas, les echaban agua hirviendo por boca y oídos…
INQUISIDOR ¡Confiesa, maldita, bruja, confiesa que tuviste relaciones carnales con el diablo!
NARRADORA Les taladraban el cuerpo con punzones, les cortaban la lengua, los pechos, les rompían las manos, las violaban delante de sus esposos y de sus hijos… Y después, las quemaban en la hoguera.
JESÚS No sigas. ¿Por qué me haces escuchar esta abominación?
RAQUEL Porque… los verdugos eran representantes suyos.
JESÚS ¿Míos? ¿De qué me estás hablando, Raquel?
RAQUEL Lo que usted ha escuchado ocurría en los tribunales de la Santa Inquisición.
JESÚS ¿Cómo llamas santa a algo así?
RAQUEL Es que así la llamaron, santa. Tengo los datos. ¿Quiere conocerlos?
JESÚS Háblame, aunque duela.
RAQUEL Son muchos los que coinciden en afirmar que la Inquisición es la página más vergonzosa de la historia de la iglesia. La inició hace unos mil años un papa, Inocencio Tercero, para perseguir herejes… El mismo que impuso el “sacramento” de la confesión. Los papas que vinieron después crearon los tribunales, autorizaron las más horrendas torturas, aprobaron el exterminio masivo de mujeres en todos los países cristianos. Las acusaban de brujas.
JESÚS ¿Y quiénes eran esas hijas de Dios a las que llamaban brujas?
RAQUEL La mayoría eran mujeres pobres, campesinas, parteras… También había mujeres sabias, que conocían los secretos de la naturaleza… Decían que estaban poseídas. Y las torturaban para sacarles el diablo del cuerpo…
JESÚS Y los diablos eran ellos…
RAQUEL Se lee en las crónicas que la acusada nunca sabía quién la acusaba ni de qué. Si negaba los cargos, las torturas eran más crueles. Si por el miedo se reconocía endemoniada, le concedían la gracia de estrangularla antes de echarla a la hoguera. También torturaron y mataron hombres, campesinos, aldeanos… Las familias de las víctimas tenían que entregar sus bienes a los sacerdotes. ¡Y todo eso en su nombre, Jesucristo!
JESÚS ¡No en mi nombre!… Dime, Raquel, ¿cuánto tiempo duró esa abominación?
RAQUEL Se prolongó durante siglos.
JESÚS ¿Y murieron muchas hijas de Dios a manos de esos demonios?
RAQUEL Algunos hablan de cientos de miles, otros de millones…
JESÚS En verdad, en verdad te digo: fue la hora del poder de las tinieblas.
RAQUEL Bueno, el Papa Juan Pablo Segundo ya pidió disculpas por los errores que cometió la Inquisición.
JESÚS ¿Errores?… ¿Disculpas por millones de mujeres torturadas y quemadas vivas? Ese crimen no se borra ni con lejía de batanero.
RAQUEL ¿Quiere decir que usted no los perdona?
JESÚS Tendrían que arrancarlo de raíz.
RAQUEL ¿Arrancar qué?
JESÚS El árbol de la fe en el diablo. Es ese árbol el que ha dado frutos tan podridos como los que me has contado hoy. Ellos tendrían que arrancarlo de raíz, de cuajo. Decir claramente que el diablo nunca existió, decir que los diablos fueron ellos. Sólo así serán perdonados.
RAQUEL Desde Jerusalén, Raquel Pérez, Emisoras Latinas.
————————-
Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
NOTAS
Para investigar y castigar herejías
Inquirir significa investigar. La Inquisición investigó, sancionó, combatió y castigó las herejías en la iglesia. Duró siglos y tuvo características distintas en las distintas etapas y en los distintos países, aunque el denominador común fue siempre la intolerancia y la crueldad. La Inquisición inicia en la Edad Media en 1184 en el Languedoc, sur de Francia, para combatir la herejía de los cátaros (de “katharoi”, “los puros”) también llamados albigenses, la primera herejía organizada y circunscrita a un territorio concreto que desafió a la iglesia romana.
En el Concilio de Letrán (1215), reunión convocada y presidida por el Papa Inocencio III, el tema central fueron los herejes de la época, que no aceptaban las doctrinas oficiales que imponía el Papa de Roma. El Decreto contra estos herejes iniciaba así: Excomulgamos y anatematizamos a toda suerte de herejía que se alce contra la fe santa, ortodoxa y católica, que acabamos de exponer. Condenamos a todos los herejes, cualesquiera sea el nombre con el cual se los denomine. Porque si bien se presentan de modo diferente a la luz del día, están muy unidos en la clandestinidad: el orgullo los hace a todos iguales. En 1249 la Inquisición se implantó en Aragón, España. Y al unirse Aragón y Castilla se constituyó en 1478 la Inquisición española, que duraría hasta 1821, siempre bajo control de la monarquía española. Desde España la Inquisición se instaló en las colonias españolas de América. La Inquisición portuguesa tuvo una duración similar a la española (1536-1821). La Inquisición romana, dirigida desde el Papado, duró desde 1542 hasta el año 1965 del siglo 20.
Ser hereje era ser traidor
Desde que el cristianismo se convirtió en religión del Estado en el siglo IV con la “conversión” del emperador romano Constantino, los herejes ―quienes disentían de la doctrina oficial cristiana, que en ese siglo comenzó a ser la doctrina de los Papas de Roma― fueron considerados traidores y enemigos del Estado, delincuentes “políticos”.
En el siglo XII, los cátaros o albigenses cuestionaban al Papado y desacataban su poder. Al Papa lo llamaban “el Anticristo” y a la iglesia de Roma “la puta de Babilonia”, evocando la imagen de la “gran ramera” del Apocalipsis. Los cátaros, contrarios al lujo y al poder del papado romano, eran ascetas: no comían carne, no contraían matrimonio. Se negaban a usar las armas y rechazaban los altares, los santos, el culto a las imágenes y a las reliquias. El papa Lucio III (1181-1185) determinó acabar con ellos militarmente y emitió la bula “Ad Abolendam”. La bula exigía a los obispos extirpar la herejía y les daba potestad de juzgar y condenar a los herejes de su diócesis. Esta disposición papal es el germen de la “Santa” Inquisición y del “Santo” Oficio. En esta primera etapa, la Inquisición dependía de los obispos. En 1231, el Papa Gregorio IX estableció la Inquisición pontificia, que dependía directamente del Papa y que fue administrada por los religiosos dominicos. En 1252, el Papa Inocencio IV autorizó el uso de la tortura para obtener la confesión de los
acusados.
Para aniquilar judíos y protestantes
La Inquisición española actuó durante más de 300 años. Fue creada en 1478 por una bula papal para combatir las prácticas judaizantes de los judíos españoles forzados a convertirse al cristianismo. En el siglo XV y XVI actuó contra judíos conversos y moriscos (árabes no convertidos). Durante los siglos XVI y XVII actuó contra luteranos y brujas. En los siglos XVII y XVIII contra los masones y censurando libros. En 1559 la Inquisición romana había creado el Índice de Libros Prohibidos, una lista de publicaciones y autores que no podían leerse bajo pena de excomunión. En el Índice se especificaban los capítulos, páginas o líneas que debían ser censurados (cortados o tachados) de los libros parcialmente permitidos por la Inquisición. Para la Inquisición española cualquier persona a partir de doce años ―las niñas― y de catorce ―los niños― podía ser responsable de herejía. Herejes y conversos ―convertidos al catolicismo para no ser perseguidos― fueron los objetivos principales de las pesquisas y persecuciones. El primer Gran Inquisidor de España fue el religioso dominico Tomás de Torquemada, confesor de la reina Isabel “la católica”, que presidió numerosos procesos inquisitoriales y fue responsable de la quema de bibliotecas judías y árabes. Su apellido ha quedado en el idioma español como alias de personas fanáticas e intolerantes. Se calcula que durante el mandato de Torquemada fueron quemadas más de 10 mil personas, otras 27 mil fueron torturadas y unas 114 mil fueron condenadas.
Tras la conquista de América se instalaron tribunales de la Inquisición en México, Lima y Cartagena de Indias. El tribunal de Lima tenía jurisdicción sobre todo Perú, Panamá, Quito, Cusco, Río de la Plata, Tucumán, Concepción y Santiago de Chile. El de México sobre toda Centroamérica. En 1573 se realizó en Lima el primer auto de fe, en el que Mateo Salado, de nacionalidad francesa, fue quemado vivo acusado de ser luterano. En el fallo dictado en el siglo XVI por un inquisidor contra Mariana de Carvajal, residente en México, se lee: “Condeno a que se le dé garrote hasta que muera naturalmente, y luego sea quemada en vivas llamas de fuego hasta que se convierta en ceniza y de ella no haya ni quede memoria.” A esta mujer se la inculpó como judaizante. El pecado de “sodomía” fue uno de los más perseguidos por los tribunales de la Inquisición en América Latina.
Eliminar la Inquisición fue un reclamo de todos los protagonistas de las luchas independentistas latinoamericanas. El último condenado a muerte, por ahorcamiento, de la Inquisición española fue un maestro de escuela acusado de deísta, en 1826, en Valencia. Lo denunciaron porque no llevaba a sus alumnos a misa y por no rezar el avemaría en la escuela. El caso tuvo repercusión en toda Europa y marcó el fin en España de esta nefasta institución.
Los procesos de la Inquisición
Cuando los inquisidores llegaban a una población proclamaban dos edictos. El “edicto de fe” obligaba, bajo pena de excomunión, a denunciar a los herejes y a sus cómplices. Y el “edicto de gracia” daba al hereje denunciado un plazo de quince a treinta días para que confesara su culpa sin que se le aplicase la confiscación de sus bienes, la prisión perpetua o la pena de muerte. Este procedimiento provocaba delaciones, siempre protegidas por el anonimato y autoinculpaciones. Los denunciados no conocían en ningún momento de qué se les acusaba. El secreto sumarial con que el Santo Oficio llevaba sus procesos, con el fin de evitar represalias, provocaba gran temor entre la población y convertía a cualquier ciudadano en delator o colaborador del tribunal. El detenido era encarcelado y permanecía incomunicado. Le secuestraban sus bienes para garantizar su alimentación y los costos del proceso, que consistía en una serie de audiencias en las que se escuchaba a los denunciantes y al acusado. El acusado contaba con un abogado “defensor”, que no lo defendí sino que lo amonestaba para que reconociera y confesara sus culpas. Para obtener la confesión se podía prolongar la prisión, privarlo de alimentos o torturarlo. En un principio, la iglesia se opuso a la tortura. Pero ya en 1252 el Papa Inocencio IV la autorizó, con la condición de que no se mutilara al reo y que se le torturara pero no hasta causarle la muerte. Son indescriptiblemente crueles las torturas que los tribunales de la Inquisición practicaron durante siglos.
El proceso terminaba raramente con la absolución y habitualmente con la condena. Si el reo era absuelto se le multaba, se le reprendía y tenía que vestir el “sambenito” (saco bendito), para que todos supiesen de su paso por el tribunal. Los condenados eran ejecutados. Si se arrepentían de la herejía los ahorcaban, si eran pobres. A los de mejor posición social los degollaban. Si no se arrepentían, los quemaban vivos. Las ejecuciones se realizaban en los “autos de fe”. El primero de los “autos de fe” realizados en España tuvo lugar en Sevilla en 1485.
Un caso, un ejemplo, un horror
En el libro de Henry Charles Lea, “History of de Inquisition of Spain” (Historia de la Inquisión española), tomo 4, se relata un caso ocurrido en España en el siglo XVI, después de iniciar la persecución a los judíos que vivían en tierras españolas. Elvira del Campo, una mujer embarazada, fue arrestada por la Inquisición bajo la sospecha de que era judía. En la prisión dio a luz a un niño. Un año después fue llevada ante el tribunal de la Inquisición en Toledo. Dos obreros que vivían como inquilinos en su casa se presentaron como testigos y dijeron que Elvira no comía carne de cerdo y que los sábados se ponía ropa interior limpia. Por este comportamiento tan sospechoso de adhesión al judaísmo, los dos testigos fueron premiados con tres años de indulgencias por sus pecados. Interrogada, Elvira afirmó ser cristiana, dijo que su marido y su padre también lo eran. Sin embargo, su madre tenía antepasados judíos. Elvira dijo al tribunal que desde pequeña no quiso comer carne de cerdo porque le daba náuseas y que su madre le había enseñado a cambiarse la ropa interior los sábados, en lo cual ella nunca vio ningún significado religioso. El tribunal la amenazó con torturarla si no decía que era judía. Como no lo hizo, fue desnudada. Le ataron las manos, apretándolas con cuerdas hasta quebrarle los huesos. Después fue atada a una mesa con aristas afiladas, manteniéndola atada. Durante la tortura confesó haber violado las leyes, pero como no supo detallar cuáles leyes había violado, fue sometida a la tortura del agua: le taponaron la nariz y por la boca le echaron por un embudo litros de agua. Después le golpearon el vientre así hinchado. Muchas víctimas de esta tortura morían ahogadas o reventadas. Elvira no murió. Durante cuatro días se le suspendió la tortura, encerrándola en una celda en donde terminó confesando ser judía y suplicando clemencia. Ésta consistió en que no la mataron, pero le confiscaron todos sus bienes y fue condenada a tres años. A los seis meses la dejaron libre. Había enloquecido.
La Inquisición romana
La Inquisición romana, también llamada Congregación del Santo Oficio, fue creada por el Papa Pablo III en 1542, después de la Reforma protestante para examinar los errores doctrinales que estaban surgiendo por toda Europa y para castigarlos severamente. En 1600 el Santo Oficio juzgó, condenó y quemó en la hoguera al filósofo renacentista Giordano Bruno por sus novedosas ideas. En 1633 fue procesado y condenado el genio científico Galileo Galilei por afirmar que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés. La Inquisición consideró que esta teoría era contraria a las Sagradas Escrituras. Temeroso de ser torturado, Galileo, entonces de 70 años, abjuró de su teoría y la negó ante el tribunal romano. Fue hasta 1965 que el Papa Pablo VI reorganizó el Santo Oficio y lo llamó Congregación para la Doctrina de la Fe.
Un mundo intolerante
Durante siglos, las guerras religiosas y la Inquisición asfixiaron a Europa con intolerancia y brutalidad. También los protestantes perseguían a quienes consideraban herejes. Un tribunal calvinista, a instigación del propio Calvino, quemó en la hoguera al médico, teólogo y filósofo español Miguel Servet en 1553 en Ginebra. Servet había descubierto la circulación de la sangre entre el corazón y los pulmones y, contradiciendo a católicos y protestantes, negaba la doctrina del pecado original y el dogma de la Santísima Trinidad y rechazaba el bautismo de niños. Servet siempre creyó que todo lo que puede ser pensado,puede ser dicho, discutido y hecho, dicen de este mártir humanista quienes mantienen vivo su recuerdo.
En 1536, antes de que Inglaterra se separara de Roma y naciera la Iglesia anglicana, fue estrangulado y quemado en la hoguera en Bélgica ―con la complicidad del rey de Inglaterra Enrique VIII― el lingüista y sacerdote católico británico William Tyndale, acusado de herejía por traducir la Biblia al inglés, apartándose de la versión latina oficial, la Vulgata, impuesta por Roma. Las últimas palabras de Tyndale fueron: ¡Señor, abre los ojos del Rey de Inglaterra! Tan sólo tres años después, y como consecuencia del cisma anglicano, su traducción de la Biblia fue oficial en toda Inglaterra.
Los “autos de fe”: un espectáculo
Los “autos de fe” fueron una de las más importantes manifestaciones públicas del poder intimidatorio de la Inquisición. Absueltos y condenados por los tribunales inquisitoriales debían participar en esta ceremonia, en que se solemnizaba su retorno a la iglesia o su muerte. Los autos de fe se desarrollaban en la plaza pública y a ellos asistían multitudes. Eran todo un espectáculo teatral que los jerarcas de la iglesia cuidaban en todos sus detalles para provocar en los espectadores miedo, respeto a la autoridad, curiosidad morbosa, arrepentimiento, rechazo y desprecio a los herejes… Los reos eran conducidos de madrugada desde la prisión de la Inquisición hasta la capilla del Santo Oficio, de donde salía formada una procesión, encabezada por una cruz verde, que fue el símbolo de la Inquisición. Los reos arrepentidos de sus herejías llevaban velas encendidas. Detrás, los frailes dominicos, responsables durante siglos de los tribunales de la Inquisición. Al final del cortejo, los reos condenados a muerte, vestidos con la túnica llamada “sambenito”, pintada con llamas del infierno y rostros de condenados y en la cabeza un cucurucho de cartón, también pintado con símbolos infernales. Detrás de los que iban a morir en la hoguera o iban a ser ahorcados, los llamados “familiares de la Inquisición”, que en algunos escritos figuran como “los ojos y los oídos” del Santo Oficio. Cerraban el cortejo lanceros a caballo y representantes de las comunidades religiosas que había en la ciudad.
El mayor horror: la quema de brujas
En un mundo sin conocimientos científicos sobre las causas de desastres naturales y de enfermedades, religiosamente dominado por el providencialismo y por el pensamiento mágico y culturalmente modelado por los valores masculinos, muchas mujeres ―muy feas o muy bonitas, muy sabias o muy enfermas, muy solas o muy libres, mujeres “raras”― fueron vistas como brujas: responsables de catástrofes o autoras de maleficios. En ocasiones, acusarlas de brujería fue una forma de librarse de ellas por enemistades o para quedarse con sus propiedades.
Creer en la brujería y en las brujas fue una expresión de la cultura rural y popular pre-moderna. En 1484 el Papa Inocencio VIII reconoció oficialmente la existencia de la brujería. En su bula “Summis desideratis affectibus” afirmaba: Ha llegado a nuestros oídos que gran número de personas de ambos sexos no evitan el fornicar con los demonios, íncubos y súcubos, y que mediante sus brujerías, hechizos y conjuros, sofocan, extinguen y hacen perecer la fecundidad de las mujeres, la propagación de los animales, la mies de la tierra.