53- ¿ABORTO?

RAQUEL En una de las verdes colinas que rodean Nazaret, continuamos con Jesucristo, quien gentilmente nos viene concediendo declaraciones exclusivas que captan el interés de nuestros oyentes, y muy especialmente, y valga la expresión, la de nuestras oyentas.

JESÚS Es que las mujeres siempre tienen los oídos más abiertos para el Reino de Dios, Raquel…

RAQUEL Lo supongo enterado de la insistencia con que autoridades de las iglesias cristianas, las que lo siguen a usted, condenan el aborto y mandan a los infiernos a las mujeres que interrumpen sus embarazos… ¿Quisiera hablar hoy de eso con nosotros?

JESÚS Sí, ¿por qué no?

RAQUEL Preparándome para esta entrevista, he estado hojeando la Biblia al derecho y al revés y no encuentro lo que usted dijo sobre el aborto… ¿Me podría indicar en qué página está?

JESÚS En ninguna. Yo nunca hablé sobre el aborto.

RAQUEL ¿Nunca?

JESÚS Nunca. En este caso quien busca no encontrará.

RAQUEL ¿Y cómo se explica que tratándose de un tema tan trascendente usted… no dijera nada?

JESÚS ¿Y qué iba yo a decir del embarazo o del aborto? Los hombres no nos embarazamos. ¿Qué sabemos nosotros de esas cosas?

RAQUEL Eso es verdad, pero…

JESÚS En Nazaret, eran las parteras las que sabían. Ellas asistían a las mujeres cuando les llegaba su hora… Y también sabían cómo terminar un mal embarazo…

RAQUEL ¿Y qué era un mal embarazo en aquel tiempo?

JESÚS Bueno… El de una mujer enferma y sin fuerzas… O el de una mujer pobre y con un racimo de hijos… También había muchachas que quedaban preñadas por hombres abusadores… En las aldeas del norte, los soldados romanos forzaban a las mujeres, hasta a las niñas… Un buen embarazo siempre era una bendición de Dios. Pero ante un mal embarazo, había que pensar qué hacer…

RAQUEL ¿Le preguntaban al sacerdote qué hacer?

JESÚS No. Ni a los sacerdotes, que vivían en Jerusalén, ni a los rabinos, que estaban más cerca en las sinagogas. Como te digo, los hombres no nos metíamos en eso… ¿Cómo nos íbamos a meter, si no sabíamos nada? Las parteras decidían.

RAQUEL ¿Y cómo hacían?

JESÚS Usaban yerbas… No había medicinas como las que me dicen que hay ahora… Las yerbas eran remedios para todas las dolencias. Las parteras conocían el hinojo, la ruda silvestre, el ajenjo… Conocían la medida para cada padecimiento… Con yerbas abortaban las mujeres… Aquellas parteras eran sabias… Algunas entraron en nuestro movimiento.

RAQUEL Le confieso que… estoy desconcertada… Entonces, el aborto ¿no era pecado?

JESÚS ¿Por qué pecado, Raquel? Las parteras le rezaban a Dios cuando asistían a las mujeres en los partos y lo alababan cuando la criatura nacía sana. También le rezaban cuando ayudaban a terminar un mal embarazo. Y le agradecían si todo salía bien. Ellas pedían a Dios que guiara sus manos… Eran mujeres de mucha fe.

RAQUEL ¿Escucha los teléfonos, Jesucristo?… Todo lo que usted nos ha dicho resulta en extremo novedoso y hasta escandaloso… Oiga cuántas llamadas… Ya se armó la polémica… Desde ahora hasta nuestra próxima entrevista, los teléfonos no pararán de sonar… Recuerden que también trasmitimos por Internet… www.emisoras.latinas.net ¿Seguiremos hablando del aborto, Jesucristo?

JESÚS Claro que sí, Raquel, seguiremos hablando de la vida.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
Qué dice la Biblia del aborto

La única referencia al aborto en todos los libros de la Biblia tiene solamente un contenido legal-judicial, no un contenido moral: Si unos hombres, durante una pelea, golpean a una mujer embarazada provocándole un aborto, sin que muera la mujer, serán multados según lo que imponga el marido ante los jueces. Si la mujer muere, pagarán vida por vida. Ojo por ojo, diente por diente. (Éxodo 21,22-25)  En ninguno de los libros del Nuevo Testamento encontramos alguna referencia al aborto. Ni en la palabra de Jesús en los evangelios ni en las cartas de Pablo o de otros apóstoles, tan llenas de abundantes normas de conducta.

Qué dijo Jesús del aborto

Jesús no enseñó nada sobre el aborto. Ni lo mencionó. No deja de ser significativo que Jesús, que denunció con tanta firmeza a quienes atropellaban la vida humana, despreciando a los enfermos y excluyéndolos, condenando a las mujeres y marginándolas, que defendió a los niños, a los leprosos, a las tullidas, a quienes tenían en riesgo su vida, jamás hablara del aborto.

Usando como pretexto textos sacados de contexto

Aunque nada en la abundantísima legislación que aparece en los libros del Antiguo Testamento ni en ningún mensaje de los profetas ni en ninguna palabra de Jesús o en las cartas de los apóstoles a las primeras comunidades hace referencia a la interrupción del embarazo para condenar o sancionar esta práctica, el catecismo católico y los grupos que se oponen tenazmente a la interrupción de cualquier embarazo afirmando que es un pecado grave, usan textos bíblicos cuyo sentido sacan de contexto e interpretan con un craso literalismo.

Algunos de los textos bíblicos que mencionan son: Isaías 49,1; Salmo 139,13- 15; Jeremías 1,4-5. Estos tres textos y algún otro similar se refieren al destino de los grandes hombres de Israel: el rey David, los profetas Isaías y Jeremías, “desde antes de nacer”, “desde el vientre” y “desde las entrañas” de sus madres. Los grupos opuestos a la interrupción del embarazo deducen de estas expresiones simbólicas y metafóricas un principio “científico”: que la vida humana comienza en la “concepción”, en el mismo instante en que óvulo y espermatozoide se fusionan. Deducen que Jeremías ya era Jeremías en el vientre de su madre y que Isaías ya era quien iba a ser en el momento de la fecundación. También sacan de contexto el texto, igualmente simbólico, de Isaías 66,9, referido al nacimiento de todo el pueblo de Israel.

Cuándo comienza la vida a ser humana

¿Cuándo comienza un feto a ser humano? La respuesta la da la ciencia. Que un feto sienta, se mueva o respire no es lo que lo hace humano. Los animales, aún las plantas, también sienten, se mueven y respiran. Lo que nos hace humanos no es movernos, sentir o respirar. Lo que hace humano a un feto no es tampoco la “forma” humana que va adquiriendo en su desarrollo. Cuando vemos una ecografía, el feto nos parece una persona “en miniatura”. Es simple apariencia. Si viéramos el feto de un monito sería muy parecido al de un humano.

Lo propio, lo específico del ser humano está en nuestro cerebro, y más específicamente en la corteza gris del cerebro, con sus cien mil millones de neuronas. Con billones y billones de posibles conexiones entre ellas, las neuronas nos permiten pensar, hablar, conocer quiénes somos, elegir, planificar, transformar la realidad, soñar, decidir, crear, saber que vamos a morir. Todo esto es lo que nos hace humanos. Las pautas regulares propias y específicas del cerebro humano no aparecen en el feto hasta cerca de las 30 semanas del embarazo, hacia el comienzo del tercer trimestre. Un embrión y un feto son vida humana en potencia, en proceso, en camino. Son una semilla con la capacidad de llegar a ser un árbol, pero no son un árbol. ¿Tendremos obligación de transformar toda semilla en árbol?

Cuándo comienza la vida humana a tener “alma”

Si la pregunta de la ciencia es cuándo empieza a ser humana la vida, la pregunta “religiosa” es cuándo Dios “infunde el alma” en el cuerpo de un ser humano. Esta pregunta tiene diversas respuestas en las distintas religiones y ha tenido también variadas respuestas a lo largo de la historia de la teología cristiana. Lo primero es responder a la pregunta sobre qué es el “alma”, cómo definirla. Para la teóloga brasileña católica Ivone Gebara, el alma es esa metáfora que intenta expresar lo que hay de más profundo en nosotros. Metáfora que intenta revelar nuestros deseos más hermosos, nuestras esperanzas personales. El alma es la forma poética para hablar de nuestros sueños, de nuestras utopías, de nuestras aspiraciones, de nuestra intimidad.

Podemos responder también que el “alma” es lo que nos hace humanos. Podemos decir también que el “alma” radica en el cerebro. Nunca habrá cómo probar el momento exacto en que el ser humano “recibe el alma”… porque no existe ese “momento”. En las distintas religiones, y aún en el cristianismo, ha habido opiniones diferentes y muchos debates. Y el debate se mantiene aún abierto. Y por eso caben muchas opiniones, cristianas, y religiosas, ante el aborto. Dentro de la cultura occidental cristiana se pensó durante un buen tiempo que había alma en el cuerpo humano a los 40 días después de ser engendrado el nuevo ser. Por la importancia simbólica que en la Biblia tiene el número 40.

Teólogos más misóginos puntualizaron que si lo engendrado iba a ser mujer, el alma no era infundida hasta los 80 días. Eran cálculos, además de ideológicos, totalmente imprecisos, porque así como el semen masculino era observable, el papel de la mujer en la procreación se consideraba totalmente “pasivo”, una simple receptora del esperma masculino. La existencia del óvulo no se demostró científicamente hasta 1827. Agustín de Hipona (siglo IV) y Tomás de Aquino (siglo XIII), los dos teólogos más influyentes en la historia de la teología católica, hablaron de esto sin conocimiento científico, especulando. Decía Agustín: Según la ley cristiana, el aborto no se considera homicidio en fase temprana porque aún no se puede decir que haya un alma viva en un cuerpo que carece de sensación. Tomás opinaba que el alma no se recibía en el primer momento, sino más tarde. Y era de los que fijaba la “infusión del alma” en 40 días si iba a ser niño y más tarde, a los 80, si sería niña. Para Tomás de Aquino, la mujer era un “hombre fallido”.

Cuando en el siglo 17 se empezaron a usar los microscopios, los teólogos, siempre misóginos, “demostraron” que el alma iba en los espermatozoides. Los veían moverse, les miraban forma de “hombrecitos” y consideraban que ese hombrecillo diminuto y con alma se alimentaba de la sangre menstrual de la madre. Después pensaron que sólo habí a alma cuando ya el feto tenía “forma humana”. O cuando la madre sentía sus movimientos. También pensaron que Dios infundía el alma en el momento exacto del nacimiento.

Los avances de la ciencia fueron sumando a muchos teólogos cristianos a la idea de que no hay “alma” mientras el feto no tenga formada la corteza gris de su cerebro y mientras no haya alcanzado la capacidad de ser viable de forma independiente fuera del vientre de su madre. Hay teólogos que proponen que no se hable de “alma” hasta que no haya pruebas biológicas de “vida cerebral”, al igual que entendemos actualmente la muerte como la “muerte cerebral”, que ocurre cuando el cerebro deja de funcionar, aún cuando sigan funcionando otros órganos del cuerpo.

Sólo desde hace más o menos siglo y medio ―tras la proclamación del dogma de la inmaculada concepción de María― el Vaticano ha ido imponiendo en la iglesia católica la idea de que el alma existe desde el mismo instante de la fecundación o fusión óvulo-espermatozoide, momento al que llaman “concepción”, un término que no emplea nunca la ciencia ni la ginecología. Esta idea ha sido asumida también por diversas iglesias evangélicas. En las iglesias protestantes históricas ―que tienen como principio fundamental la libertad de conciencia por sobre la interpretación dogmática― hay posiciones mucho más flexibles sobre el aborto.

Una “santa” anti-aborto

Como pieza de la campaña anti-aborto que encabeza en todo el mundo el Vaticano, fue proclamada “santa” de la iglesia católica en mayo de 2004 por el Papa Juan Pablo II la médica italiana Gianna Beretta Molla (1922-1962). El acto heroico que le mereció este honor fue elegir dar a luz en vez de cuidar de su salud y de su vida. Gianna Beretta tenía esposo y tres hijos. En el segundo mes de su cuarto embarazo se le detectó un fibroma canceroso cerca del útero, que amenazaba su salud y la del feto. El médico le dijo que para salvar su vida tenía que interrumpir el embarazo. Había tres alternativas: laparotomía total con extracción del fibroma y del útero, lo que le hubiera salvado la vida y hubiera detenido el proceso de formación del feto; interrupción del embarazo y extracción del fibroma, lo que le permitiría tener más hijos; y extracción sólo del fibroma sin interrumpir el embarazo. Para no interrumpir el embarazo, para no “pecar”, Gianna escogió la tercera, la más peligrosa para ella y la más grave para su futuro. Fue intervenida y el embarazo continuó. Siete días después de dar a luz a su cuarta hija, murió de cáncer, tal como le habían anunciado los médicos. Dejó un viudo y cuatro huérfanos. Al conocerse su muerte, el entonces Papa Pablo VI alabó su decisión y la calificó de “meditada inmolación”. El Papa Juan Pablo II, al canonizarla, la propuso a las mujeres y esposas católicas como modelo y ejemplo de la belleza pura, casta y fecunda del amor conyugal vivido como respuesta a la llamada divina.

¿Qué dicen las religiones no cristianas sobre el aborto?

Todas las religiones han reflexionado sobre el aborto y tienen mandatos en torno a la interrupción del embarazo. Porque todas las religiones, al buscar el sentido de la vida, norman lo que debe hacerse para respetar la vida, desarrollarla y conservarla. Todas las religiones entienden que la vida es sagrada, un don de Dios, de los dioses.

En el judaísmo, las corrientes más ortodoxas se oponen al aborto, pero lo aceptan siempre que la vida y la salud de la mujer estén en peligro. En todas las corrientes, la madre siempre tiene prioridad sobre el feto. Y no se considera persona plena y con derechos al feto hasta el mismo momento en que nace. Lo más frecuente es dejar la decisión del aborto en manos de la mujer, en consulta con el rabino.

En el Islam hay diversas corrientes, que van desde la prohibición estricta del aborto hasta el permiso incondicional. La idea más común y aceptada es que el feto comienza a tener “alma” a los 120 días de la gestación, y por eso el aborto se permite generalmente antes de ese plazo. La madre, su salud y su vida son priorizadas siempre, aun en las corrientes más estrictas.

El hinduísmo considera la vida humana en una perpetua evolución, privilegia siempre la vida y la salud de la mujer y permite interrumpir el embarazo con perspectivas muy amplias.

En las diversas escuelas del budismo es esencial el respeto a la vida, a toda vida, y el rechazo de toda violencia. También es esencial la intención con la que la persona actúa y el autoconocimiento que cada persona tiene al actuar. Desde estas perspectivas, hay una gran flexibilidad ante una decisión de abortar, considerando las circunstancias muy variables en que una persona decide.

La mayor severidad

Las posiciones católicas oficiales resultan las más rígidas en el tema del aborto. Porque el Vaticano no sólo se opone al aborto. También se opone a la anticoncepción. Coloca así a las mujeres en un callejón sin salida. Aun cuando se sabe que la planificación familiar, con los diversos métodos anticonceptivos, es la mejor prevención del aborto, porque evita los embarazos no deseados, la doctrina católica vaticana se opone al control de la natalidad con métodos “artificiales” y sólo acepta el método “del ritmo” ―que resulta ineficaz y complicado―, rechazando incluso el condón y la “píldora del día siguiente”. El mensaje contenido en todas estas prohibiciones ―también en las suspicacias y prohibiciones de una adecuada educación sexual en las escuelas― es que el destino de las mujeres es aceptar “todos los hijos que Dios les mande”. Ninguna de las otras religiones comparte las ideas católicas vaticanas sobre la anticoncepción. Y prácticamente todas permiten y promueven los métodos artificiales de control de la natalidad sin enseñar que su uso es contradictorio con las creencias religiosas.

Por qué tanta severidad

No es fácil entender a fondo la intolerante y severa insistencia de algunos clérigos cuando se oponen a todo aborto y en cualquier circunstancia. Además, de las razones derivadas de la tradicional misoginia eclesiástica, del deseo de controlar la sexualidad de las mujeres o de frenar su libertad de conciencia, el teólogo alemán Eugen Drewermann, sicoanalista de profesión, apunta una de las razones más íntimas y escondidas que puede explicar esa posición:

En una perspectiva sicoanalítica está perfectamente motivado desde el estricto rigor con el que se prohíbe el “asesinato del niño en el seno de su madre” hasta la asombrosa y teóricamente incomprensible comparación del cardenal Josef Hoffner (en 1986), que sitúa en el mismo plano el aborto y el exterminio masivo de tantas “vidas inútiles” en las cámaras de gas del régimen nazi. Para comprender esa motivación, basta presuponer en los defensores de esa postura una vivencia infantil temprana que, llegada la madurez, se transforma en evidencia contundente de que si realmente existen se debe únicamente a la heroica voluntad de sacrificio de la propia madre. En consecuencia, lo que hay que esperar de quien llega a esa evidencia es que, como otro Abel, asuma su disposición personal para el sacrificio. Así, cuando llegue a ser sacerdote de un Dios exigente, podrá él mismo exigir a todos, especialmente a las mujeres y a las madres, que actúen de la misma manera y ofrezcan “libremente” su sacrificio personal.

Otras voces más sensatas, más compasivas

Pastores, sacerdotes, religiosas, incluso obispos, cuestionan y contradicen las posiciones vaticanas en torno al aborto. Ésta es, por ejemplo, la opinión del Cardenal Paulo Evaristo Arns, quien durante años fue arzobispo de Sao Paulo, Brasil. Hablando sobre los embarazos forzados fruto de violación decía: El consejo que deberíamos dar a cualquier muchacha que ha sido violada es: vaya de inmediato al ginecólogo y haga el tratamiento. No espere a que el niño se forme en su seno. Éste es el consejo que yo recibí de mi profesor de moral hace cincuenta años. Y ésta es la opinión de la religiosa católica y teóloga brasileña Ivone Gebara: “La mujer no está obligada a abortar o a no abortar, pero debe tener derecho a decidir. La sociedad excluyente niega ese derecho a las mujeres pobres, desde el momento en que les niega el derecho a una educación sexual. Si una niña de 15 años dice que no puede seguir con su embarazo, la sociedad no tiene derecho a señalarla como culpable, porque antes del embarazo la responsabilidad social no le fue cumplida. Por eso, estoy a favor de la despenalización del aborto, pero acompañada por una educación sexual. Yo creo que los Estados no deben criminalizar el aborto y deben darles condiciones a las mujeres que necesitan abortar por propia elección para que puedan hacerlo en el menor tiempo posible.”

Para entender el aborto desde la perspectiva de dos eminentes ginecólogos cristianos, recomendamos el esclarecedor libro “El drama del aborto. En busca de un consenso”, de Aníbal Faúndes y José Barzelatto (Editores Tercer Mundo, 2005). La escritora chilena Isabel Allende lo presenta así: “El aborto es un problema que afecta a casi todos, directa o indirectamente, por lo menos una vez en la vida. Nadie está a favor del aborto. Es una solución desesperada que tampoco agrada a nadie y que deja siempre cicatrices emocionales y físicas.”