63- UNA PIEDRA DE MOLINO

Herodes Antipas, rey asesino, piensa que Jesús es el profeta Juan que ha resucitado. Y lo anda buscando para matarlo.

Por aquellos días, el rey Herodes, tetrarca de Galilea, aumentó los impuestos del trigo, del vino y del aceite. Con esto, seguiría manteniendo el lujo de su corte y tendría contentos a los oficiales de su ejército… De nada valieron las protestas del pueblo. Y las cárceles de Tiberíades, donde el rey tenía su mejor palacio, se inundaron de jóvenes inconformes y de rebeldes zelotes.

Herodes – ¿Dónde, dónde han puesto a los últimos que atraparon conspirando contra mí?
Carcelero – Éstos son, rey Herodes. Ni uno solo ha escapado a la vigilancia de tus guardias.
Herodes – Y ni uno solo escapará al hacha de mi verdugo.
Carcelero – Este jovencito es el hijo del fariseo Abiatar.
Herodes – ¿Y qué me importa eso?
Carcelero – El fariseo Abiatar está en la puerta del palacio con dos talentos de plata como rescate por su hijo. Te suplica compasión para él.
Herodes – ¿Compasión? ¿Ha dicho compasión? ¡Ja, ja, ja! ¿Qué acusación hay contra el muchacho?
Carcelero – Él y un grupo fueron a robar armas en el arsenal de Safed.
Herodes – ¿Anjá? ¡No tiene barba todavía y ya está robando espadas para conspirar contra su rey! ¡Ja! Con esa misma espada, córtale la mano derecha. Así se le quitarán las ganas de robar.
Muchacho – ¡No, no, piedad de mí, rey, piedad!
Herodes – Llévatelo y avísale al verdugo. Y éste, con cara de tonto, ¿qué ha hecho?
Muchacho – ¡Yo no hice nada, rey, es una injusticia!
Carcelero – ¡Cállate! ¿Así le hablas al rey?
Herodes – ¿Qué ha hecho este imbécil?
Carcelero – Este nos dio mucho trabajo. Corre como una liebre. Dos veces se ha escapado en las mismas narices de los guardias.
Herodes – Pues no se escapará la tercera. ¡Que le corten el pie derecho!
Muchacho – ¡No, no, no!
Carcelero – Éste es un espía, majestad. Lo atraparon la semana interior registrando en los archivos de compra y venta. Pertenece al movimiento zelote.
Herodes – ¿Espiando, verdad? Vacíale los ojos con la punta de un clavo y échaselos a mis perros. Son su comida favorita.

El rey Herodes Antipas era cruel como su padre. Cualquiera prefería la muerte antes de ser llevado a los fosos de su palacio. Allí estaban los calabozos oscuros donde docenas de hombres y mujeres se pudrían en vida. Allí estaba el cuarto de las ratas, una mazmorra negra y pestilente, cerrada a cal y canto, donde se amontonaban cadáveres y sabandijas, donde echaban a morir a los más rebeldes. Allí estaba también el patio de las torturas y sus cuatro verdugos, encargados de cumplir las sentencias del rey.

Muchacho – ¡No, no, no, no me hagas eso! ¡Tú eres un hombre como yo! ¡No puedes hacerme esto!

Agarraron al muchacho, al hijo de Abiatar, y le estiraron el brazo derecho sobre un taco de madera que rezumaba la sangre de otros castigados…

Muchacho – ¡Por Dios! ¡No me cortes la mano! ¡¡No, no… no quiero, nooo!
Carcelero – ¡Maldita sea, dale un tapabocas y agárralo fuerte!
Muchacho – ¡No, no!… ¡Ayy!

Después de los interrogatorios y las torturas, volvieron a sus casas muchos presos que hablan sido mutilados salvajemente en aquellos calabozos de Tiberíades.

Madre – ¡Ay, mi hijo, hijo mío! ¿Qué te han hecho? ¡Hijo!
Abiatar – ¡Canallas, canallas!

El hijo del fariseo Abiatar trataba de esconder su brazo derecho que terminaba en un muñón infectado y lleno de gusanos. Mientras tanto, en el palacio de Herodes…

Consejero – ¿Y su majestad no se ha enterado del nuevo profeta que tenemos en Galilea? Aquí los profetas crecen como los hongos.
Herodes – ¿Profeta? ¿De quién me estás hablando, chanchullero?
Consejero – De un tal Jesús. Un moreno alto y barbudo, venido del campo. Del caserío de Nazaret, para ser más exactos.
Herodes – ¿Por qué me cuentas eso?
Consejero – Porque el rey Herodes debe estar informado de lo que pasa en su reino. Ese nazareno se mueve mucho. Es un hombre astuto y organizado. Dicen que quiere cambiarlo todo, ¡hasta la religión! Tiene un grupo con él. Han estado viajando por todos los pueblos del lago, de dos en dos.
Herodes – ¿Y qué hacen? Cuéntame.
Consejero – Lo que hacen todos. Conspirar contra su excelencia. Decir a la gente que se rebele, que no paguen los impuestos, que…
Herodes – ¿Por qué me dijiste entonces que era un profeta? Será un agitador más, como los otros.
Consejero – Sí y no. Parece que ese tal Jesús es un buen mago. ¡Hace milagros! Y tiene miel en la boca. La gente corre tras él, se le pegan como moscas. ¡Algunos andan diciendo si no será el Mesías esperado!
Herodes – ¡Ja! ¡El Mesías! ¡Un campesino papanatas, el Mesías! Mis cárceles están llenas de mesías… ¡y todavía quieren más!
Consejero – ¡He oído decir que este nazareno habla con fuego, como el mismo profeta Elías!
Herodes – Ese fuego se apaga echándole arena en la boca, hasta que se le revienten las entrañas.
Consejero – También dicen que se parece al rey David porque baila, ríe y anda por las tabernas.
Herodes – Cuando esté colgado de los grilletes, no tendrá ganas de reírse más.
Consejero – También dicen… Bueno, dicen muchas cosas.
Herodes – ¿Qué estás insinuando? Habla claro. ¿Qué más dicen de él?
Consejero – Bah, habladurías de la gente, mi rey…
Herodes – ¿Qué más dicen de ese maldito?
Consejero – Dicen que es el mismo Juan Bautista que ha resucitado.
Herodes – ¡Mentira! Juan está muerto. ¡Yo mismo mandé que le cortaran la cabeza!
Consejero – Dicen que a Juan se le salió el espíritu por el cuello cuando el verdugo le dio el tajo. Y que luego dio siete vueltas en Maqueronte buscando la puerta. Y cuando la encontró, salió huyendo a todo correr y…
Herodes – ¿Y qué? ¡Acaba de una vez!
Consejero – Y… y se le ha colado en el pellejo al nazareno. Lo que sí es cierto, majestad, es que ese tipo habla igualito que el hijo de Zacarías.
Herodes – ¡Embustero! ¿Por qué me engañas? ¿Tú lo has oído, eh? ¿Tú lo has oído acaso?
Consejero – Yo personalmente no, mi rey, pero dicen…
Herodes – ¡Mandaré que te azoten por embustero!
Consejero – Cálmese, su majestad. Fue usted mismo el que me obligó a informarle…
Herodes – ¡Que me traigan ahora mismo a ese hombre!
Consejero – Sí, mi rey.
Herodes – Quiero verle la cara. Yo sabré quién es ese Jesús. Tengo buen olfato, ¿sabes? Si es un charlatán, le arrancaré la lengua. Y si es un profeta, le cortaré la cabeza.
Consejero – Y si fuera el mismo Juan que ha resucit…
Herodes – ¡Cállate, enredador! ¡Cállate! ¡Me quieres asustar! ¡Maldito seas, Juan Bautista! ¡Ni muerto me dejas en paz!

Ese mismo día llegaron dos hombres a nuestra casa, preguntando por Jesús. Venían de Tiberíades.

Fariseo – ¿Eres tú Jesús, el de Nazaret?
Jesús – Sí, yo mismo soy. Pero, ¿por qué hablas tan bajo? ¡No hay ningún enfermo en casa!
Fariseo – Enfermo no habrá. Pero un muerto, tal vez sí. Y pronto. El rey Herodes te anda buscando, nazareno.
Jesús – ¿Ajá? ¿Y cómo saben eso ustedes?
Fariseo – Venimos de Tiberíades. Somos amigos de un consejero del rey.
Jesús – ¿Y qué quiere ese zorro de mí?
Fariseo – Piensa que eres Juan Bautista que ha resucitado y que quieres vengarte de él. Herodes es muy supersticioso. ¿Quieres un consejo, muchacho? Vete de aquí. Escóndete en algún caserío de las montañas. Y no le digas ni a tu mejor amigo dónde estás.
Jesús – Hay una cosa que no entiendo en todo esto. Ustedes son amigos de un consejero de palacio. Y me están ayudando para que huya del rey. ¿Qué pasa, entonces? ¿Herodes no les paga buen salario y andan buscando propinas?
Fariseo – No, no es eso, nazareno. La semana pasada, a un sobrino mío, el hijo del fariseo Abiatar, le cortaron la mano derecha. Era un muchacho alto y fuerte como tú. Cuando lo vi con aquella herida, con las dos puntas del hueso saliendo de entre la carne agusanada, me saltaron las lágrimas. Y prometí ayudar a escapar de las garras de ese asesino a cualquier israelita, tenga las ideas que tenga.
Jesús – Comprendo… Y tú, ¿por qué no hablas? ¿También viste al muchacho mutilado?
Abiatar – Es mi hijo. Soy el fariseo Abiatar.

Jesús apretó los puños con rabia y se le aguaron los ojos.

Jesús – ¡Criminal!
Abiatar – Vete de aquí, muchacho, vete de aquí si no quieres que te pase lo mismo que a mi hijo. O peor.
Jesús – No, no me iré.
Abiatar – Créenos, muchacho. Estás en peligro. ¿No lo entiendes?
Jesús – Sí, lo entiendo. Y les agradezco que hayan venido a avisarme. Pero no me iré. Y ustedes, cuando vuelvan a Tiberíades, si ven a ese zorro allá en su madriguera de oro y mármol, díganle esto de mi parte: que voy a seguir haciendo lo mismo que hasta ahora. Hoy y mañana y pasado mañana. Y que no me asustan sus amenazas porque hasta ahora todos los profetas mueren en Jerusalén, no en Galilea.
Fariseo – No seas loco, nazareno, haznos caso…

En ese momento, volvíamos mi hermano Santiago y yo del embarcadero. También otros del barrio se asomaron a nuestra casa para ver quiénes eran aquellos dos visitantes.

Juan – ¿Qué pasa, moreno? ¿Hay problemas?
Jesús – No, no pasa nada. Que a Herodes no le basta con la sangre que ya ha derramado. Quiere más. ¡Quiere beberse toda la sangre de los hijos de Israel!
Juan – ¡Sinvergüenza, eso es lo que es! Mira ahora con los impuestos: exprimirnos el bolsillo a nosotros para llenar los joyeros de sus queridas.
Mujer – El rey es un adúltero. Sigue viviendo con su cuñada, la mujer de su hermano Filipo. ¡Vicioso!
Jesús – Y eso sería lo de menos, paisana. Con su vida, que haga lo que quiera, allá él. Pero con la vida ajena, no tiene derecho. Ese hombre es una piedra de tropiezo. Mientras él siga en el trono, aquí no habrá paz. Mientras él siga robándole al pueblo y torturando a nuestros hijos, aquí no habrá tranquilidad.

La gente del barrio, como siempre, comenzó a juntarse en la calle para escuchar a Jesús.

Juan – Jesús, deja eso ahora. Vamos adentro.
Jesús – No, Juan. La gente tiene que saber lo que está pasando en nuestro país. Al hijo de este hombre le han cortado la mano derecha, ¿comprendes? Si fuera la mano tuya, ¿te quedarías callado?
Juan – Está bien, moreno, está bien, pero hay muchos soplones. Nunca se sabe…
Jesús – ¡Eh, ustedes todos, óiganme bien! Si alguno de ustedes es amigo de ese zorro disfrazado de rey, vaya pronto a verlo y dígale esto de mi parte: el que abusa de la fuerza, por la fuerza morirá. Tú le cortaste la mano derecha al hijo de Abiatar. Dios te arrojará a ti con tus dos manos en el fuego. Tú le cortaste un pie al hijo de Manasés. Dios te arrojará a ti con tus dos pies en el fuego. Tú sacaste ojos con un clavo, tú arrancaste uñas con una tenaza, tú castraste a los hombres y violaste a las mujeres en la cárcel y descuartizaste los miembros de los hijos de Israel. Dios te arrojará a ti, con todos tus miembros, en el infierno y serás pasto de los gusanos. Tú le cortaste la cabeza al profeta Juan. Dios amarrará a tu cuello una piedra grande de molino y te arrojará al fondo del mar.(3) Porque tú, y los criminales como tú, no merecen respirar este aire ni pisar esta tierra. Díganle a Herodes eso de mi parte.

Jesús dio media vuelta y entró en la casa. Estaba muy alterado. Se sentó en el suelo, hundió la cara entre las manos y se quedó un largo rato en silencio.

Mateo 14,1-2 y 18,6-9; Marcos 6,14-16 y 9,42-48; Lucas 9,7-9; 13,31-33 y 17,1-3.

 Notas

* Unos 20 años antes de nacer Jesús, el rey Herodes el Grande había fundado la ciudad de Tiberíades, en la orilla izquierda del lago de Galilea. Le puso este nombre en honor de Tiberio, emperador romano en aquel tiempo. Y la convirtió en la capital de Galilea, en lugar de Séforis. Tiberíades era lugar de residencia habitual de Herodes Antipas, que tenía allí su palacio. Era una ciudad odiada no solamente por la presencia del rey. Herodes la edificó sobre un cementerio para los israelitas era, por esto, “impura” y estaba dedicada al emperador romano, un insulto para los nacionalistas. Hoy Tiberíades es una de las más pobladas y modernas ciudades de Galilea.

* En los sótanos de sus numerosos palacios y fortalezas, Herodes el Grande tenía, como era habitual en la época, las mazmorras que usaba como cárceles para sus enemigos. Aunque en Israel no existía la tortura como medio de castigo para los prisioneros, Herodes la empleó abundantemente durante todo su reinado, despreciando el derecho judío. La mayoría de sus opositores “desaparecieron” en los calabozos de una de sus fortalezas, la Hircania, en el desierto de Judea, que adquirió una reputación siniestra. El hijo de Herodes el Grande, Herodes Antipas, contemporáneo de Jesús, tan cruel como su padre, siguió el mismo camino. Su ambición de poder y la debilidad de su reino, dependiente de Roma y asediado por el descontento popular, hicieron de él un gobernante capaz de cualquier crimen para no perder el trono.

* El molino antiguo estaba compuesto por dos piedras que se hacían girar una sobre otra para obtener harina del trigo y de otros cereales. Los molinos eran una pieza básica en un hogar y tuvieron distintas formas a lo largo de los siglos. En tiempos de Jesús, además de los molinos que eran movidos por un hombre, se empleaban los llamados “molinos de asno”. Las piedras eran enormes y sólo un burro lograba mover la que giraba sobre la que permanecía fija en el suelo. Este tipo de molinos lo usaban varias familias. Entre los restos arqueológicos de Cafarnaum se conservan varias de estas pesadísimas piedras.

* La palabra de Jesús que habla del “escándalo de los pequeños” se ha usado con frecuencia para ilustrar temas morales: la corrupción de menores, la pornografía infantil. Pero “pequeños” en lenguaje bíblico no es equivalente a “niños”. Los “pequeños” son los pobres, los desvalidos, los que no tienen poder y son aplastados por el poder. Para estos pequeños, los hombres criminales son un “escándalo”, entendido según lo que quiere decir literalmente en griego esta palabra: piedra de tropiezo. El “escándalo” era la piedra que hacía esquina en el umbral de las casas. De noche, era muy común tropezarse en ella.