7- BAUTISMO EN EL JORDÁN
Jesús entra en el río para ser bautizado por Juan. Le pregunta quién es y cuándo vendrá el Libertador de Israel.
Aquella mañana amaneció radiante en Betabara, donde Juan bautizaba. Como siempre, el cielo estaba abierto, despejado, sin una nube, y el viento del desierto soplando con fuerza sobre nuestras cabezas, agitando las aguas del Jordán. Aunque ninguna señal lo indicara, aquella fue una mañana muy importante. Todos la recordaríamos unos años después.
Bautista – ¡Yo soy solamente una voz, una voz que grita en el desierto! ¡Abran paso, dejen libre el camino para que el Señor llegue más pronto! ¡Ya viene, no tarda en llegar! ¡Conviértanse, purifíquense, cambien el corazón de piedra por uno de carne, un corazón nuevo para recibir al Mesías de Israel!
Fue aquel día cuando Felipe, Natanael y Jesús decidieron por fin bautizarse. Los tres se pusieron en la cola, apiñados entre aquella multitud de peregrinos, y entraron en las lodosas aguas del río.
Bautista – Vamos, decídete, ¿quieres o no quieres bautizarte?
Felipe – Bueno, yo…
Bautista – ¿Quieres o no quieres empujar el Reino de Dios para que haya justicia en la tierra?
Felipe – Sí, eso sí, lo que pasa…
Bautista – ¿Qué es lo que pasa entonces contigo, galileo?
Felipe – Nada, que el agua y yo no somos buenos amigos, ¿sabes? Hace muchos meses que… ¡espérate, espé…! ¡Glup!
Bautista – ¡Que el Dios de Israel te saque la mugre del cuerpo y del alma y que puedas ver con tus ojos el día grande del Señor! Y ahora, a ver, ¿quién eres tú? ¿Cómo te llamas?
Natanael – Soy Natanael, de Caná de Galilea.
Bautista – ¿Quieres bautizarte? ¿Quieres estar limpio para cuando el Mesías venga?
Natanael – Sí, Juan, quiero. Yo también quiero prepararle el camino y… y colaborar con el Liberador de Israel.
Bautista – Bien. Has dicho que sí. Esa palabra tuya quedará colgando sobre tu cabeza. Cuando el Mesías venga, síguelo a él. No lo traiciones porque Dios te traicionará a ti por la palabra que acabas de pronunciar. ¿Estás decidido?
Natanael – Sí, profeta, yo… yo quiero…
Bautista – Acércate y arrepiéntete de todas tus faltas.
Bautista – Aunque tus pecados fueran rojos como la sangre, quedarán blancos como la nieve; aunque fueran negros como el carbón, quedarán limpios como agua de lluvia.
El profeta hundió en el río la cabeza calva de Natanael, como antes había hecho con nuestro amigo Felipe y con tantos otros. Le tocaba el turno a Jesús.
Bautista – Y tú, ¿de dónde eres?
Jesús – Soy galileo, como estos dos. Vivo en Nazaret.
Bautista – ¿En Nazaret? ¿En ese caserío que está entre Naím y Caná?
Jesús – Sí, allá mismo vivo. ¿Conoces aquello?
Bautista – Tengo familiares allá… ¿Cómo dijiste que te llamabas?
Jesús – Me llamo Jesús.
Bautista – Pero, ¿no serás tú el hijo de José y María?
Jesús – El mismo, Juan. Mi madre me dijo que éramos primos lejanos.
Bautista – Sí, así es. ¡Caramba, qué pequeño es el mundo! ¿Te quedarás algún tiempo por aquí, por el Jordán?
Jesús – Sí, un par de días más.
Bautista – ¿Quieres bautizarte?
Jesús – Sí, Juan, a eso he venido. Tú predicas la justicia. Yo también quiero cumplir toda la justicia de Dios.
Bautista – ¿Estás arrepentido de tus pecados? ¿De verdad, de corazón?
Jesús – Sí, Juan. Me arrepiento de todo… especialmente… del miedo.
Bautista – ¿Del miedo? ¿A qué tienes miedo?
Jesús – Si te soy sincero, Juan… le tengo miedo… le tengo miedo a Dios. Sí, Dios es exigente y a veces quiere cosechar donde no ha sembrado. Me asusta que me pida lo que yo no pueda darle.
Bautista – Si te bautizas, te comprometes a preparar el camino del Mesías. Piénsalo bien antes. Con Dios no valen las excusas. Si dices sí, es sí. Si dices no, es no. Decídete, Jesús: ¿quieres bautizarte?
Jesús – Sí, Juan, quiero que me bautices.
Bautista – Está bien. Serás uno más de los que colaboren con el Liberador de Israel.
Jesús – Tú hablas siempre de ese Liberador, Juan. Pero, ¿dónde está? ¿Quién es? A los mensajeros de Jerusalén les dijiste que no eras tú el Mesías que esperamos.
Bautista – Claro que no soy yo. Viene detrás de mí y es más fuerte que yo. Viene después de mí pero es primero que yo. Te lo aseguro, Jesús: si lo tuviera delante, no me atrevería ni a desatarle la correa de su sandalia.
Jesús – Pero, ¿quién es, Juan? ¿Cuándo vendrá?
Bautista – Ya ha venido. Me dice el corazón que ya está entre nosotros el Liberador de Israel. Pero yo no lo he visto todavía.
Jesús – ¿Y cómo podremos reconocerlo cuando aparezca?
Bautista – El Espíritu Santo se posará sobre él como una paloma, suavemente, sin hacer ruido. El Espíritu de Dios nunca hace ruido. Es como una brisa ligera. El Mesías Liberador llegará así, sin meter ruido. No partirá la caña medio rota, ni apagará la mecha que todavía da un poco de luz. ¿No has leído lo que dice el profeta Isaías: “Este es mi Hijo amado, en él me complazco”? Ese será el Mesías, el hijo predilecto de Dios.
Bautista – Jesús, ¿qué te pasa? Estás temblando.
Jesús – No… no me pasa nada.
Bautista – Tiemblas como los juncos del río cuando el viento del desierto sopla sobre ellos.
Jesús – Es que… tengo frío.
Bautista – ¿Frío? No hace frío. ¿Cómo vas a sentir frío si tienes la cara ardiendo?
Jesús – Estoy nervioso, Juan. Por favor, bautízame antes que el miedo sea más fuerte y me haga cambiar de parecer. Bautízame, te lo suplico.
El profeta Juan, aquel gigante tostado por el sol, levantó enérgicamente su brazo, agarró a Jesús por los cabellos y lo hundió en las revueltas aguas del Jordán.
Bautista – Danos, Señor, libertad; envíanos al Liberador. ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor!
A los pocos segundos, el profeta sacó a Jesús del agua…
Jesús – Gracias, Juan. Ya estoy más tranquilo. Me siento… estoy contento, no sé, ¡estoy muy contento! Pero, Juan, ¿qué te pasa? ¿Eres tú ahora el que tiemblas? Juan, ¿me oyes?
Pero el profeta no escuchaba. Tenía los ojos clavados en el cielo como buscando algo, escudriñando las formas de las nubes y el vuelo de los pájaros.
Bautista – ¡La voz del Señor sobre las aguas! ¡El Dios de la gloria truena! ¡La voz del Señor con fuerza, la voz del Señor como una llamarada!
Jesús – ¿Qué estás diciendo, Juan?
Bautista – Nada, nada… por un momento creí escuchar… ¿Sabes? En el desierto los pájaros hablan un lenguaje misterioso y se ven espejismos en el horizonte. No es nada, no te preocupes.
Hombre – ¡A ver si ese tipo acaba de una vez! ¡Qué tanto habladuría para remojarse la cabeza!
Mujer – ¡Cállate, zoquete!, ¿no te da vergüenza hablar de esa manera?
Viejo – ¡No empuje, paisana, que ahora me toca a mí!
Jesús – Juan, me gustaría hablar contigo cuando haya menos alboroto. Necesito hablar contigo.
Bautista – Soy yo el que necesito hablar contigo, Jesús. Ahora vuelve a la orilla. La gente se impacienta con este calor.
Al poco rato, Jesús volvió a la orilla…
Pedro – ¿Qué pasó, Jesús? ¿Por qué te demoraste tanto?
Jesús – Aproveché para hacerle unas preguntas a Juan.
Felipe – ¡Yo pensé que te habías ahogado en el río, ja, ja, ja! Fíjate, a mí todavía me chorrea agua por las greñas… Demonios, ese profeta tiene los brazos como dos tenazas. Te atrapa, te empuja, te mete de narices en el río y ¡zas!, bautizado.
Pedro – ¿Y qué le preguntaste, Jesús?
Jesús – ¿Cómo dices, Pedro?
Pedro – Que qué le preguntaste al profeta Juan.
Jesús – Lo que todos le preguntan, que quién es el Mesías, que cuándo viene el Liberador de Israel.
Santiago – ¿Y qué te respondió? ¿Te dijo algo nuevo?
Jesús – No, Santiago, lo de siempre…
Natanael – Tú tienes un brillo raro en los ojos…
Pedro – ¡Háblanos claro, Jesús! ¿Qué te dijo el profeta? Estuviste mucho tiempo ahí cuchicheando con él.
Jesús – Nada, Pedro, me dijo… bueno, que el Espíritu de Dios no hace ruido cuando viene. Que es como una brisa suave: la sientes en la cara, pero no sabes de dónde ha salido ni a dónde va.
Santiago – ¿A qué viene eso ahora? ¿No es Juan el que ha estado hablando del fuego, del hacha, de la cólera de Dios? ¡Una brisa suave! El Mesías no será una brisa suave, ¡será un huracán, una tormenta de rayos!
Jesús – Yo no estoy tan seguro de eso, Santiago, porque mira estas cañas… Un huracán rompería las cañas quebradas y apagaría las mechas que todavía tienen un poquito de luz. ¿Y todos los que estamos aquí no somos cañas débiles y mechas medio apagadas? ¿Qué sería de nosotros si Dios soplara como el huracán? ¿Quién se aguantaría en pie ante él?
Natanael – Pero, ¿qué te pasa a ti hoy, Jesús? Estás hablando muy raro. ¿Qué más te ha dicho el profeta?
Jesús – Me dijo que el Liberador… ha venido ya. Que está en medio de nosotros.
Pedro – ¡Pues que salga de su escondite! ¿No te dijo dónde está metido? ¡Iremos a buscarlo, lo subimos en hombros y que comiencen las pedradas!
Santiago – Compañeros, lo único que yo veo claro es que aquí, en este río apestoso, no tiene nada que buscar el Mesías. Vean a todos ésos en la orilla… ¿Qué va a hacer con ellos el Mesías? ¿A formar un ejército de piojosos y rameras?
Felipe – ¡Mira quién habla! ¡El hijo del Zebedeo que tiene más pulgas que pelos en la barba!
Santiago – Sigue riéndote, Felipe… ¡Cuando venga el Mesías te encontrará con la boca abierta y te la cerrará de un buen puñetazo! ¡Piojosos, rameras y ahora tontos! ¡Buena tropa para el Mesías!
Jesús – Son cañas rotas, Santiago. El Mesías viene a enderezar, no a dar puñetazos.
Santiago – Mira, nazareno, eso suena muy bonito, pero aquí lo que hace falta es…
Felipe – ¡Basta ya de peleas, muchachos! Me acabo de bautizar y no puedo ensuciarme la boca con maldiciones. Les propongo ir a comer rosquillas. Ya se está haciendo tarde, maldita sea, y hay que echarle algo a la tripa.
Pedro – Sí, es mejor. Comer primero y discutir después. ¡Andrés, Juan, Natanael! ¡Vamos, compañeros! ¿Vienes, Jesús?
Jesús – Claro que sí, Pedro, vamos allá.
El sol estaba colgado en la mitad del cielo y envolvía con su calor la tierra reseca. El río, el viento y los pájaros del desierto habían visto cómo Dios se asomaba a las aguas del Jordán aquella mañana. Dios buscaba a Jesús y Jesús escuchó su voz. Algo grande había sucedido entre nosotros, pero entonces no nos dimos cuenta de nada.
Mateo 3,13-17; Marcos 1,9-11; Lucas 3,21-22; Juan 1,29-34.
Notas
* El rito del bautismo que Juan popularizó significaba un reconocimiento público de estar dispuesto a cambiar de vida para preparar el camino al Mesías. Al igual que entonces, en la cultura cristiana, el bautismo no tiene el sentido de llegar a una meta, sino de iniciar un camino. El bautismo cristiano es un rito por el que se reconoce en público, delante de la comunidad, que se rompe con el pasado y se acepta el camino de Jesús.
* El bautismo de Jesús fue el punto de partida de su vida pública. Jesús, como todo hombre, fue comprendiendo a lo largo de su vida, en contacto con los demás, y partiendo de distintas experiencias, lo que Dios quería de él. Todo esto fue un proceso que los relatos evangélicos concentran en el momento del bautismo de Jesús, cuando él, sensible ante la personalidad y el mensaje de Juan, tendría una decisiva experiencia interior. Para describir este importante momento, los que escribieron los evangelios lo relatan usando símbolos exteriores. Se abre el cielo: esto quiere decir que Dios está cercano a Jesús. Desciende una paloma: algo nuevo va a comenzar y, así como el Espíritu volaba sobre las aguas el primer día de la creación del mundo, aletea ahora sobre Jesús, el hombre nuevo. Se oye la voz de Dios: Jesús se siente elegido para una misión.
* Los primeros cristianos que vivieron en tierras de Israel se bautizaban sumergiéndose en las aguas del río Jordán, donde Juan bautizó a sus compatriotas. Los de otros lugares, lo hacían bañándose en un río o en un estanque. Con los siglos, esta costumbre se fue perdiendo y hoy sólo ha quedado ese poco de agua que el sacerdote derrama sobre la cabeza del nuevo cristiano. Los cristianos de rito ortodoxo y algunos cristianos evangélicos siguen practicando el bautismo por inmersión.