70- CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS

Invitados a una fiesta de bodas, Jesús cuenta la parábola de las diez vírgenes. Pero le pone otro final.

Rabino – Fue el mismo Señor quien lo dijo: No es bueno que el hombre esté solo. Y le dio la mujer por compañera. Rafael, recibe a Lulina. Recíbela, pues se te da como esposa según la ley y la sentencia escrita en el Libro de Moisés. Tómala y llévala con bien a la casa de tu padre. ¡Y que el Dios de lo Alto les guíe siempre por el camino de la paz!

Aquella noche, el barrio de los pescadores de Cafarnaum estaba de fiesta. Se casaba Rafael, uno de los mellizos de la casa grande, con Lulina, la hija de un viejo barquero. Las cítaras y los tamborcitos ya sonaban invitando a todos al baile en honor de los novios.

Mujeres – ¡La novia es un lirio
el novio un clavel
cuando la novia lo mira
enrojece como él!

Las mujeres bailaban alrededor de Lulina y los hombres hacíamos rueda con Rafael. Después de un buen rato, empezó la comida que el padre del novio nos ofrecía. Nos sentamos en el suelo, junto a las bandejas llenas de pasteles y jarras de vino. Los músicos seguían tocando. Los rostros de todos, muy sudados, resplandecían de alegría.

Santiago – ¡De morirse, morirse en una boda, camaradas! ¡A mí que me llegue la hora bailando! ¡Y comiendo!
Juan – ¡Y bebiendo! ¡Brindo por Rafael y Lulina, que hoy se han casado!
Pedro – ¡Pues yo brindo por los que tienen a su media naranja hace ya unos cuantos años!
Vecino – ¡Y por los que están en la cola para casarse pero no se deciden!
Pedro – ¡Eh, Jesús, esa última piedra te la están tirando a ti! Caramba, moreno, en cuántas bodas habrás estado tú… y no te animas, ¿eh?
Jesús – Ya ves, Pedro, todavía no pico en ningún anzuelo.
Juan – Yo digo que esta boda está mejor que la del compadre Rubén.
Santiago – ¡Y dilo! ¿No fue ahí cuando te quemaron a ti la túnica, Juan?
Juan – Sí, hombre, es que se demoraron mucho en venir y luego se armó aquel alboroto con las lámparas de aceite. ¿No te acuerdas, Jesús?
Jesús – Claro que me acuerdo, si yo estaba con el novio y los amigos en su casa. Y entonces salimos juntos hacia un emparrado que había cerca de allí hasta que apareciera la novia.

Amigo – ¿Temblando, muchacho, no? ¡Esta es la noche más grande de tu vida!
Rubén – No, no estoy temblando. Es que… tengo frío y…
Amigo – ¡Aquí no se habla de temblores sino de amores, caramba! ¡Y los amores entran mejor con el vino! ¡A tu salud, gran bandido!
Muchacho – ¡Arriba el novio!
Amigo – ¡Y más arriba la novia!

Jesús – Desde donde estábamos reunidos, vimos pasar el grupo de las muchachas, iluminando la noche con sus lamparitas de aceite…

Muchachas – Me robaste el corazón, esposo mío, me robaste el corazón, con una mirada tuya, con palabritas de amor…

Jesús – Las muchachas acompañaron a la novia hasta la casa del novio. Y volvieron a salir fuera, junto a la puerta, esperando nuestra llegada.

Rubén – ¡Cuando todas las estrellas brillen en el cielo, iremos hacia allá!
Amigo – ¡Pues aún tenemos tiempo! Sólo ha salido el lucero de la tarde.
Muchacho – No hay prisas, compañeros. ¡Las mujeres, que esperen! ¡Que antes tenemos que acabarnos este barril!

Jesús – A la puerta de la casa, las diez amigas de la novia esperaban con las lámparas encendidas…

Muchacha- Si te sientas en el suelo, te vas a manchar el vestido, Anita. Y acuérdate que es prestado.
Anita – Pero es que hasta que se haga oscuro… No vamos a estar de pie todo el rato. A mí me duelen ya las piernas de tanto bailar.
Amiga – Pues yo lo que tengo es sueño. Hummm… Hemos tomado mucho vino.
Muchacha – ¡Ay, pero qué bobas son ustedes! Una adormilada, otra cansada… ¡Estos panes no tienen sal! ¡Ea, vamos a cantar, que el que canta, el sueño espanta! ¡Vamos!
Anita – Sí, vamos a cantar coplas. Oigan, esta lámpara se me está apagando y yo no he traído más aceite.
Amiga – Yo tampoco traje, pero no se preocupen que nos alcanzará con éste.
Muchacha- ¡Ea, no discutan más y vamos con las coplas!

Jesús – Las amigas de la novia se pusieron a cantar para entretener el tiempo. Hasta nosotros llegaban sus voces jóvenes y alegres.

Muchachas – Ya viene mi amor
por el campo viene
por el campo viene
ya siento su voz…

Jesús – Cuando el cielo estaba ya salpicado de estrellas, los cantos de las muchachas, cansadas por la espera, se hicieron más lentos. A lo lejos, vimos que algunas lamparitas habían dejado de brillar.

Muchacha – Eh, Anita, mira a ésas, se han quedado dormidas y se les han apagado las lámparas.
Joven – Y dijeron que no tenían más aceite…
Muchacha – Pues allá ellas… ¡Que sigan soñando con los angelitos!
Anita – ¡Uy, Miriam, qué sueño tengo ya, se me cierran los ojos! ¡Hummm!

Jesús – Mientras, los amigos del novio decidieron ir en busca de la novia…

Rubén – ¡Bueno, compañeros, se acabó el barril y se acabó la despedida de soltero!
Amigo – ¡Llegó tu momento, Rubén! ¡Afinca bien las rodillas, que ahora eres el rey de la fiesta!
Muchacho – ¡Hip! ¡El último brindis por este hombre feliz que al fin va a encontrar la costilla que le falta!

Jesús – Entonces, cuando ya era la medianoche, nos pusimos en camino hacia la casa donde se iba a celebrar la fiesta grande, el encuentro de los dos novios. Las muchachas estaban dormidas, junto a la puerta, recostadas unas sobre otras.

Amigo – ¡Eh, ustedes, que ya viene el novio! ¿No salen a recibirlo?
Muchacha – Ah… ¡ay, que ya viene el novio! ¡Despiértate, Anita! ¡Tú, Miriam!
Anita – ¡Uy, si se me apagó la lámpara!
Muchacha – Y a mí.
Amiga – Y a mí también. ¿Y ahora qué vamos a hacer? ¡Ay, Dios mío!
Muchacha – ¡Arréglenselas como puedan! ¡Yo no tengo ya ni una gota de aceite!
Joven – ¡Eso les pasa por descuidadas! ¡Corran, vayan a comprarlo allí en la tienda de don Sabas, a ver si les quiere vender un poco!
Muchacha – ¡Y a ver si llegan a tiempo para entrar en la fiesta!
Joven – ¡Corre, Anita, corre! ¡Ay, Dios santo!

Jesús – Las cinco muchachas que no habían llevado bastante aceite salieron a toda carrera a comprarlo en la plaza. Mientras estaban lejos, nosotros llegamos a la casa, festejando y cantando con el novio.

Muchachas – ¡Abre la puerta, amada, que el novio te pide entrada!
Muchachos – ¡Abre la puerta, amor, que aquí llega tu señor!
Muchachas – ¡Abre la puerta, doncella, entre todas la más bella!
Muchachos – ¡Abre la puerta, amor mío, que afuera hace mucho frío!

Jesús – Las otras cinco muchachas, con sus lámparas encendidas, nos abrieron la puerta y nos acompañaron hasta dentro de la casa, donde la novia esperaba ansiosa, vestida de azul, con una corona de azahares en la frente.

Hombre – ¡Y ahora, que empiece la fiesta grande!

Jesús – La puerta de la casa se cerró. Y comenzó el baile, la comida y la alegría de todos los invitados. Pocos minutos después, llegaron corriendo las cinco muchachas descuidadas que habían ido a comprar aceite en la tienda.

Anita – ¡Eh, ustedes, ábrannos! ¡Ya estamos aquí!
Muchacha – ¡Abran la puerta, por favor! ¡Déjennos entrar!
Sirviente – ¿Quién está aporreando la puerta, eh?
Muchacha – Son las otras cinco compañeras. ¡No trajeron bastante aceite y ahora han llegado tarde!
Anita – ¡Abran la puerta, por favor, queremos entrar!
Sirviente – ¡Fuera, fuera, la puerta ya está cerrada!
Anita – ¡Por favor, déjennos entrar, por favor!
Sirviente – ¡No molesten, caramba! ¡Largo de aquí! Ustedes tienen la culpa. ¿Quién les mandó a dormirse y llegar tarde?

Pedro – ¿Y qué pasó entonces, Jesús? Después de tanto esperar tuvieron que quedarse fuera sin entrar en la fiesta?
Jesús – Bueno, Pedro, la verdad es que esas muchachas no supieron estar alerta. Y ya dicen que al que no vigila, lo sacan de la fila.
Santiago – Y bien merecido que se lo tienen. Por tontas y por dormilonas.
Pedro – Sí, está bien, está bien. Las muchachas no cumplieron. Pero, el novio… ¿qué fue lo que hizo el novio, Jesús? ¿No les abrió por fin la puerta?
Jesús – El novio hizo lo que hacen todos los novios, Pedro. Cuando se enteró de lo que estaba ocurriendo fuera…

Cuando Jesús estaba terminando la historia, Rafael, el novio, se acercó a donde estábamos comiendo. Venía radiante de alegría.

Rafael – Eh, muchachos, ¿qué tal lo están pasando esta noche? ¿Están buenos los pasteles? ¿Y el vino?
Juan – Todo está muy bueno, Rafael. ¡Brindamos por ti y por Lulina!
Rafael – ¡Y yo brindo por ustedes, mis amigos! ¡Brindo por todos! ¿Y qué? ¿Preparando ya la boda de alguno de ustedes?
Jesús – No, todavía no. ¡Haciendo cuentos de bodas, que da menos trabajo! Oye, Rafael, a propósito, suponte tú que esta noche, cinco de las muchachas, de las amigas de Lulina, hubieran llegado tarde a la fiesta porque no tenían aceite. Y cuando volvieran de comprarlo se encontraran la puerta de la casa cerrada. ¿Qué harías tú, Rafael? ¿Las dejarías entrar o no?
Rafael – ¡Pues claro que sí, Jesús! ¿Cómo las voy a dejar ahí fuera, con ese frío? Las puertas de mi casa están abiertas y no se cierran en toda la noche. ¡Hoy es el día más feliz de mi vida y no quiero que nadie se quede fuera! Bueno, sigan divirtiéndose, amigos!
Santiago – ¡Hasta otro rato, Rafael!
Jesús – ¿Ves, Pedro? Eso mismo fue lo que hizo el otro. Todos los novios hacen lo mismo. Escucha cómo terminó aquella historia. Las muchachas retrasadas siguieron suplicando que las dejaran entrar…

Anita – ¡Por favor, déjennos entrar, por favor!
Sirviente – ¡No molesten más, caramba! ¡Largo de aquí! Ustedes tienen la culpa. ¿Quién les mandó dormirse y llegar tarde?
Rubén – Pero, ¿qué pasa aquí, Teodoro? ¿Con quién estás peleando, con los fantasmas?
Sirviente – Con los fantasmas no, mi amo. Con cinco muchachas irresponsables que no llegaron a tiempo. Peor para ellas. Que se aguanten fuera. Porque eso es lo que está mandado: cerrar la puerta.
Rubén – Pues ve abriéndola, anda.
Sirviente – ¿Cómo dice, mi amo?
Rubén – ¡Que abras la puerta de par en par! ¡Y que entren esas cinco muchachas, que deben estar muy cansadas! ¡Han esperado mucho tiempo! ¡Vamos, date prisa, abre la puerta y que entren todos los que quieran entrar! ¡Hoy es un día alegre y quiero que todos estén conmigo! ¡Esto es una boda, sí señor, y la fiesta es para todos!

Jesús – Sí, todos los novios hacen lo mismo. Porque la alegría de la boda les pone el corazón así de grande… Y yo pienso que lo mismo hará Dios, al final, a la medianoche, cuando lleguemos a su casa con poco aceite en nuestras lámparas.

Hasta la madrugada siguieron sonando las cítaras y los tamborcitos de la fiesta. Y hasta la madrugada seguimos bailando v celebrando la alegría grande de aquella boda, con las puertas abiertas de par en par.

Mateo 25,1-13

Notas

* En Israel las bodas eran fiestas de gran alegría. Duraban ordinariamente siete días y aunque las costumbres variaban en muchos detalles de región a región, había siempre un momento culminante, el encuentro de los novios. En la tarde del primer día de la fiesta llevaban a la novia a la casa de los padres del novio, donde generalmente se celebraba el banquete y donde se preparaba el cuarto a los nuevos esposos. El novio salía al encuentro de la novia con un turbante especial que le había confeccionado su madre: la «corona». Le acompañaban sus amigos y era costumbre que un grupo de muchachas saliera a su encuentro con cánticos y antorchas, para reunirse después todos en la casa donde se celebraría la fiesta. La novia aparecía ante su futuro esposo con el pelo suelto, cubierta con velos y muy adornada. A la mañana siguiente, vestida de blanco y enjoyada, ocupaba el lugar de honor, pero con el rostro aún velado. A los pies de la pareja se arrojaban semillas y se esparcían perfumes. Los novios salían de la fiesta para consumar el matrimonio. Después regresaban a la fiesta, y sólo entonces la novia aparecía sin velo ante los invitados. Era costumbre que hombres y mujeres bailaran y comieran separados.

* La llamada «parábola de las diez vírgenes» sólo la recoge el evangelio de Mateo. Con ella, el evangelista quiso hacer una catequesis sobre la vigilancia. Corrían tiempos difíciles y a la hora final nadie debía sentirse seguro, todos debían tener aceite de repuesto, estar preparados y no dormirse. En el texto de Mateo, la parábola termina dramáticamente con la puerta cerrada, para marcar la seriedad del tema. Pero el Dios del que habló Jesús es un Dios alegre, que prepara un banquete de bodas para el fin de los tiempos, que abre las puertas y comprende las debilidades humanas, un Dios “más grande que nuestro corazón” (1 Juan 3, 20).