73- ¿QUIÉN ERA CONSTANTINO?

RAQUEL Emisoras Latinas continúa en la antigua Cesarea de Filipo. Nuestro departamento de prensa ha elaborado un identikit, un retrato hablado del fundador de la Iglesia, el emperador romano Constantino. Junto a nosotros, como en jornadas anteriores, Jesucristo.

JESÚS Tengo mucha curiosidad por saber más de ese Constantino. Voy viendo a un lobo con piel de oveja.

RAQUEL Por los datos, parece un lobo con piel de lobo. Veamos. Constantino. Personaje cruel y sanguinario. Masacró poblaciones enteras en toda Europa. En el circo romano hacía destrozar a sus enemigos por fieras hambrientas. Degolló a su hijo Crispo. Asesinó a su suegro. Mató también a su cuñado. Hizo hervir viva a su esposa Fausta. ¿Sigo?

JESÚS ¿Y ese zorro, peor que Herodes, fundó la iglesia?

RAQUEL Tenemos nuevamente conexión con nuestro asesor Pepe Rodríguez. En el anterior programa, usted nos habló de un pacto entre Constantino y algunos obispos.

PEPE Así fue. Y por ese pacto, el cristianismo, que había sido la religión de los oprimidos, se convirtió en religión de estado, religión única y oficial del imperio romano. Constantino regaló grandes fincas a la iglesia, ordenó construir lujosos templos financiados con dineros públicos. Y tres siglos después de Jesucristo, exactamente en el año 325, convocó al tristemente célebre Concilio de Nicea.

RAQUEL ¿Pero los Concilios no los convocan los Papas?

PEPE Éste lo convocó el emperador. Por cierto, el obispo de Roma, que andaba peleado con él, ni siquiera fue invitado.

RAQUEL ¿Qué pretendía Constantino en ese Concilio?

PEPE Controlar a la iglesia y ponerla a su servicio. Un solo imperio, el romano. Una sola iglesia, la romana. Un solo Dios, el que impuso Constantino.

RAQUEL ¿Por qué dice eso, Pepe?

PEPE Porque en ese Concilio, Constantino definió quién era usted, señor Jesucristo.

JESÚS ¿Quién era yo?

PEPE Sí, en Nicea aprobaron la consustancialidad de usted con el Padre, el famoso dogma de la Santísima Trinidad. El Credo que todavía hoy rezan en las iglesias no lo inspiró el Espíritu Santo, lo formuló Constantino.

JESÚS ¿Te acuerdas, Raquel, de todo lo que hablamos en días anteriores?… Te lo dije. Yo no tengo nada que ver en eso…

RAQUEL ¿Y ese Credo fue aprobado por los obispos?

PEPE En realidad, nadie aprobó nada porque Constantino tenía la primera y la última palabra en todo. Él declaró que todas las iglesias que no obedecieran a la de Roma eran herejes. Él autorizó perseguir y hasta matar a quienes no aceptaran las decisiones del Concilio de Nicea. De perseguida, la iglesia se convirtió en perseguidora.

RAQUEL ¿Y los obispos no reaccionaron?

PEPE Algunos, sí. Pero fueron desterrados. Otros, envenenados. El Concilio terminó con un gran banquete ofrecido por Constantino en honor de los obispos asistentes. Recibieron regalos del emperador y cargos públicos con buenos sueldos provenientes de las arcas imperiales.

JESÚS Eso que usted nos cuenta es… es una abominación.

PEPE Por eso le decía que Constantino fue quien lo asesinó a usted, Jesucristo. En Nicea, enterraron su mensaje y nació la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana. Sobre todo, Romana.

RAQUEL ¿Alguna información más?

PEPE Complete su identikit diciendo que en vida, Constantino se hizo llamar “pontífice máximo”, “caudillo amado de Dios”, “vicario de Cristo”. A su muerte hizo que lo enterraran como al apóstol numero 13.

RAQUEL Gracias, Pepe. Suficiente por hoy.

JESÚS Sí, suficiente. A cada día le basta su aflicción.

RAQUEL Raquel Pérez, Emisoras Latinas, Cesarea de Filipo.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
Un criminal

La “conversión” al cristianismo del emperador romano Constantino puede interpretarse, entre otras muchas hipótesis, como un habilidoso camino para encubrir sus crímenes. Así caracteriza al “convertido” el teólogo y filósofo alemán Karlheinz Deschner en el tomo primero de su “Historia Criminal del Cristianismo” (Editorial Martínez Roca), obra de referencia obligada para conocer la cara que oculta la historia oficial: Ese monstruo Constantino, ese verdugo hipócrita y frío, que degolló a su hijo, estranguló a su mujer, asesinó a su padre y a su hermano político, y mantuvo en su corte una caterva de sacerdotes sanguinarios y serviles, de los que uno sólo se hubiera bastado para poner a media humanidad en contra de la otra media y obligarlas a matarse mutuamente.

Un “santo”

A pesar de su trayectoria criminal, el emperador Constantino fue venerado como santo por la iglesia cristiana, en agradecimiento por el favor de convertir el cristianismo en la religión oficial del imperio romano. El culto a este nuevo “santo” se extendió rápidamente, sobre todo por las iglesias de Oriente. En Occidente, por zonas de la actual Italia en donde era mayor la influencia bizantina. Actualmente, las iglesias ortodoxas orientales veneran a San Constantino e incluso hay iconos con su imagen con halo de santo al lado de su madre, venerada como Santa Elena. Los ortodoxos celebran la fiesta de madre e hijo el 21 de mayo. En la iglesia católica se venera sólo a Santa Elena el 18 de agosto.

A Elena, la madre de Constantino, la tradición le atribuye el descubrimiento del lugar donde habría estado el Calvario y el lugar donde habría sido enterrado Jesús, el “santo sepulcro”. También se le adjudica a ella el descubrimiento, en el año 326, de la “vera cruz”, el madero donde Jesús habría sido ajusticiado, lo que no pasan de ser piadosas leyendas. El año anterior, 325, Constantino había encomendado al obispo Macario que buscara esos “santos lugares”. Sin embargo, la ubicación que Macario o Elena fijaron entonces, que es la que se conserva actualmente, es muy discutible. Tan sólo un siglo después de su muerte, la Jerusalén que Jesús conoció estaba totalmente alterada, tras la destrucción del Templo en el año 70 y la liquidación del reino de Judea como entidad política después de la última sublevación de los zelotes en los años 132-135.

Constructor de templos

Poco después de la batalla del Puente Milvio, el emperador Constantino entregó al Papa Silvestre I un palacio romano que había pertenecido al emperador Diocleciano para que construyera allí un templo cristiano. Así lo hizo el Papa. Ese templo es hoy la Basílica de San Juan de Letrán. En el año 324, cuando finalmente Constantino reunificó al Imperio de Occidente con el de Oriente y se convirtió en emperador único, hizo construir en Roma otro templo cristiano, en la colina del Vaticano, el lugar donde según la tradición fue martirizado Pedro. Siglos más tarde se amplió ostentosamente. Ese templo es hoy la Basílica de San Pedro. Como único emperador, Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio y le dio el nombre de “Nueva Roma”, levantando en ella templos cristianos y poniendo la ciudad bajo la protección de reliquias cristianas: fragmentos de la supuesta “vera cruz” de Jesús y la aún más supuesta vara de Moisés, reliquias que su madre Elena había traído de sus peregrinaciones a tierras palestinas. Después de la muerte de Constantino, la Nueva Roma se llamó Contantinopla, “la ciudad de Constantino”.

De perseguidos a perseguidores

La proclamación del cristianismo como única religión en el imperio romano convirtió a los cristianos de perseguidos en perseguidores. Persiguieron criminalmente a los sacerdotes y creyentes “paganos” de las religiones que hasta entonces habían convivido en los territorios del imperio. El mismo año 324, cuando el emperador romano Constantino había ordenado la libertad del culto cristiano en todo el imperio, en Dydima, Asia Menor, los cristianos saquearon el oráculo del dios Apolo, torturaron a los sacerdotes de ese culto y destruyeron los templos del monte Athos. En el año 354 un edicto imperial permitió la destrucción de todos los templos paganos y la ejecución de todos los “idólatras”. Cinco años después, en Skythopólis, Siria, los cristianos instalaron un “campo de concentración” en donde recluían, torturaban y ejecutaban a los “paganos” que arrestaban en cualquier parte del imperio.

El emperador Teodosio, sucesor de Constantino, convirtió el cristianismo en religión exclusiva del imperio romano, requiriendo que todas las naciones que están sujetas a nuestra clemencia y moderación deben continuar practicando la religión que fue entregada a los romanos por el divino apóstol Pedro. A partir de entonces los no cristianos fueron caracterizados oficialmente como “repugnantes, herejes, estúpidos y ciegos”. Por uno de sus decretos imperiales, Teodosio prohibió cualquier discrepancia con cualquiera de los dogmas de la iglesia, que empezaban ya a tomar forma y a ser diseminados por el imperio. 

La destrucción de la Biblioteca de Alejandría

En el año 391 los cristianos, encabezados por el patriarca Teófilo, quemaron la Biblioteca de Alejandría, la más famosa del mundo antiguo, con medio millón de volúmenes escritos a mano, textos originales que contenían la ciencia acumulada durante siglos y generaciones. Años después, en 415, el sucesor de Teófilo, el patriarca Cirilo, la destruyó definitivamente y alentó a las hordas cristianas a asesinar de forma cruel a la sabia Hipatia, directora de la Biblioteca, escritora, profesora de matemáticas, álgebra, geometría, astronomía, lógica, filosofía y mecánica, inventora del astrolabio y del hidrómetro y según algunos precursora de las teorías astronómicas de Kepler, Copérnico y Galileo, sin duda la última gran científica de la antigüedad. Estos cristianos, fanatizados y con poder, consideraban todo el conocimiento griego, por no venir de la Biblia, como pagano. La desaparición de la Biblioteca de Alejandría significó la pérdida de aproximadamente el 80% de la ciencia y la civilización griegas, además de legados importantísimos de culturas asiáticas y africanas. Alejandría era el centro intelectual de la antigüedad y la destrucción de este acervo del saber humano estancó el progreso científico durante más de cuatrocientos años.

Los crímenes de “los galileos”

En el año 528 el emperador Justiniano ordenó la ejecución de todos aquellos que practicaran “la hechicería, la adivinación, la magia o la idolatría”, y prohibió todas las enseñanzas de los paganos, de “aquellos que sufren de la blasfema locura de los helenos”. Al año siguiente, Justiniano cerró la Academia de Filosofía de Atenas, donde había enseñado Platón. En su magnífica novela “Juliano el Apóstata” (Edhasa, 2000), el escritor estadounidense Gore Vidal recrea la intolerancia que generó la instalación del cristianismo como religión oficial después de la “conversión” de Constantino. Vidal reconstruye literariamente el sentir de aquella época: las persecuciones y crímenes de los cristianos ―a quienes Juliano llama siempre “los galileos”― contra los paganos y el ambiente que antecedió al fin del imperio romano. Lo narra desde la perspectiva de Juliano (331-363), yerno de Constantino, el último de esa dinastía y el último emperador romano que quiso detener el cristianismo y restablecer el helenismo.