81- ¿AL CÉSAR LO DEL CÉSAR?

RAQUEL Palestina, hace 2000 años. Un país ocupado. Violencia diaria: el terror de las tropas romanas y la resistencia armada de la población. Una situación similar a la que se vive hoy en varios puntos del planeta. Con nosotros, una vez más, Jesucristo.

JESÚS Gracias, Raquel, por darme la oportunidad de hablar, una vez más, con tanta gente a la que yo no veo, pero que nos está escuchando.

RAQUEL Nos contaba que en su tiempo había guerrilla rural en Galilea y guerrilla urbana en Jerusalén. Y que en su grupo participaba más de un guerrillero zelote. ¿Es así?

JESÚS Sí, más de uno y de dos…

RAQUEL Pero usted no optó por la lucha armada. ¿Por qué?

JESÚS Lo primero era abrirle los ojos y los oídos al pueblo. El águila tiene dos garras y con las dos atrapa. Mi pueblo era presa de las tropas extranjeras. Pero no eran sólo los romanos. Los sacerdotes del Templo también tenían a la gente presa del miedo. Soldados y sacerdotes: las dos garras.

RAQUEL Explíquenos mejor…

JESÚS Los romanos nos desangraban con impuestos y nos aterrorizaban con sus armas. Y los sacerdotes nos adormecían con el dios que predicaban. Habían construido el Reino del Diablo. Nosotros anunciábamos el Reino de Dios.

RAQUEL ¿Tanto poder tenían los sacerdotes?

JESÚS Tenían el Templo, un gran negocio: la venta de animales para los  sacrificios, el cambio de monedas, el comercio de las cosas de Dios. Tenían la Ley, un yugo pesado: ayunos, limosnas,
diezmos… Y tenían el miedo, Raquel: predicaban un dios castigador que dejaba fuera a los enfermos, a las mujeres, a los pobres.

RAQUEL ¿Y la gente se resignaba?

JESÚS La gente estaba ciega, sorda, paralizada…

RAQUEL Usted enfrentó ese poder. ¿Fue un revolucionario?

JESÚS Yo dije: nadie por encima de nadie, todos hermanos, todas hermanas. Y Dios, el único Señor.

RAQUEL Y por decir esas cosas el poder religioso lo persiguió. ¿Usted se considera un disidente, un hereje?

JESÚS Sí. Por hereje me quisieron apedrear varias veces. Me expulsaron de la sinagoga. Y por blasfemo me condenó a muerte el Sumo Sacerdote.

RAQUEL Sin embargo, usted fue tolerante con el poder político. Usted estuvo de acuerdo con pagarle impuestos al emperador de Roma.

JESÚS ¿A qué te refieres?

RAQUEL Me refiero a su famosa frase, la que citan todos los políticos del mundo: “Denle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” Como diciendo, al César, los impuestos y a Dios, las alabanzas.

JESÚS No, yo no dije eso, Raquel. Yo dije: no le den al César lo que no es del César. Eso dije.

RAQUEL ¿Al revés, entonces?

JESÚS Al derecho. Porque ese hombre, el César, se creía Dios. Arrogante, soberbio. Hacía grabar su cara en las monedas. Yo dije: No le den lo que les pide. Pónganlo en su lugar. Es sólo un
hombre. Y a Dios, lo que es de Dios. Dios por encima de todos.

RAQUEL Entonces, ¿usted no aprobaba el pago de impuestos?

JESÚS ¿Cómo iba yo a aprobar que el pueblo pagara impuestos a un imperio extranjero? ¿Cómo entregar tributos a un hombre que se creía Dios?

RAQUEL ¿Y por qué le dieron esa vuelta a sus palabras en los evangelios?

JESÚS ¿No te digo que los romanos nos tenían aterrorizados? Parece que a los que después escribieron del Reino de Dios todavía les temblaban las rodillas frente a Roma.

RAQUEL En aquel mundo violento, tan parecido al nuestro, ¿cuál fue el proyecto político de Jesucristo? No se pierdan nuestro próximo programa. Raquel Pérez. Emisoras Latinas, Jerusalén.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
Un patriota, no un zelote

Jesús no fue un zelote. Los zelotes eran ultranacionalistas. Querían la liberación de Israel del yugo romano, pero no iban más allá de las fronteras de su país. Jesús fue un patriota, pero su proyecto rompía fronteras y no discriminaba por raza o religión. Los zelotes eran profundamente religiosos, pero su Dios era un Dios exclusivo de Israel, “el pueblo elegido”. Según ellos, al inaugurar su Reino, Dios tomaría venganza de las naciones paganas. Jesús nunca habló de un Dios excluyente o vengativo. 

Los zelotes eran ardientes defensores del cumplimiento estricto de la Ley, punto en el que Jesús se diferenció de ellos por su total libertad ante autoridades y leyes, aunque éstas fueran las tradicionales judías. Sin embargo, Jesús se relacionó con los zelotes y algunos de sus discípulos fueron con toda probabilidad simpatizantes o miembros del movimiento zelote. Muchas de las
reivindicaciones sociales del zelotismo las compartió Jesús y en el común y ardiente deseo de que llegara un reino de la justicia usaron ambos movimientos expresiones parecidas.

Jesús: ¿violento o no violento?

Jesús se diferenció fundamentalmente de los zelotes porque no respaldó sus tácticas violentas. Sin embargo, resulta una simplificación afirmar que Jesús fue un pacifista no violento o que el evangelio condena la violencia “venga de donde venga”. Las palabras de Jesús al enfrentarse con las autoridades, especialmente las autoridades religiosas y más específicamente los sacerdotes, fueron violentas. Jesús usó la violencia en algunos momentos, especialmente en el acto que protagonizó en la explanada del Templo de Jerusalén pocos días antes de ser asesinado. Pero él no mató, sino que fue matado. No instigó nunca a los suyos a la violencia ni usó la resistencia armada para salvar su vida, cuando seguramente pudo hacerlo. Y uno de sus mensajes más originales fue el del amor a los enemigos, que no significa no tenerlos, sino ser capaz de perdonarlos, no responder con odio al odio ni con violencia a la violencia. En la época de Jesús y en aquella coyuntura histórica concreta de Israel, la violencia propugnada por los zelotes no tenía ninguna salida, estaba llamada al fracaso y era un continuo pretexto para que los romanos desencadenaran su poderosísimo aparato de represión contra el pueblo, tal como ocurrió en el año 70, cuando Roma arrasó Jerusalén sofocando la insurrección de los zelotes.

Los impuestos de Roma: una carga insoportable

La principal función del gobernador romano en Judea ―en tiempos de Jesús, Poncio Pilato― era ser agente de finanzas del imperio, supervisando la recaudación de los impuestos que Roma imponía a esa provincia, como a todas las que tenía bajo su control. El gobernador debía también mantener a raya al pueblo, que periódicamente se insubordinaba a causa de la extorsión
que suponía el abusivo sistema fiscal romano. Desde los tiempos del rey Salomón, unos mil años antes de Jesús, el reino de Israel cobraba impuestos a sus ciudadanos, aunque con una organización no plenamente desarrollada. Los persas y los griegos, que ocuparon el país 500 y
150 años antes de Jesús, también establecieron un sistema tributario. Con la dominación romana de Palestina, que comenzó a ser definitiva a partir del año 6 después de Jesús, se impuso de forma rigurosa el cobro de los tributos a los israelitas. Roma retuvo todo el excedente de la producción del país en la amplia red de aduanas que estableció para el cobro de los diversos impuestos. A través de ellas controlaba todo el movimiento comercial de la provincia. La provincia de Judea debía de pagar anualmente a Roma en concepto de impuestos 600 talentos, el equivalente a seis millones de denarios. El jornal de un trabajador, su salario diario, era un denario. Los impuestos que Roma cobraba en Palestina eran de tres clases: impuestos territoriales, que se pagaban en parte en productos y en parte en dinero; impuestos personales, que eran de varias clases según las riquezas o rentas, aunque había uno que era general y lo pagaban todos, excepto niños y ancianos, el llamado “tributum capitis” (por cabeza), y es al que se refiere el evangelio; y los impuestos comerciales, que se pagaban sobre todos los artículos de importación y exportación.

Los sumos sacerdotes ―máximas autoridades religiosas de Israel― pactaron con los romanos a fin de mantener su poder y, sobre todo, su privilegiada situación económica. El gobierno local de Judea, que era el Sanedrín, cuya máxima autoridad era el sumo sacerdote, carecía completamente de autoridad en cuanto a los impuestos, las relaciones con otros países y la defensa. Su única misión era mantener el culto y vigilar para que la Ley religiosa se cumpliera estrictamente.

Los “dioses” de Roma

Durante la vida de Jesús, fueron emperadores en Roma César Augusto y después Tiberio César. Augusto reinó desde el año 30 antes de Jesús hasta el 14 después de su nacimiento. Con él se inició la dinastía imperial romana de la familia Claudia. Tiberio, hijo de la segunda esposa de Augusto, gobernó desde el año 14 hasta el 37 y bajo su mandato fue asesinado Jesús. Después de Tiberio siguieron gobernando en Roma otros Césares: Calígula, Claudio, Nerón…

Tiberio convirtió a Augusto, su padre adoptivo, en un dios. Poco a poco, la ambición de poder determinó que los Césares reclamaran de sus súbditos un culto personal como si fueran dioses. En tiempos de Jesús, la tendencia a divinizar al emperador romano se estaba acentuando. Después quedó definitivamente establecida, hasta la caída del imperio. Calígula se hizo adorar en vida. Los Césares se hicieron imágenes que debían ser veneradas y ordenaron postrarse en su presencia. Israel se resistió tenazmente a esta costumbre, que consideraba una horrenda blasfemia. Los dirigentes religiosos judíos, aunque no aceptaban teóricamente que el César fuera dios, en la práctica hicieron la vista gorda y callaron, en complicidad con el poder establecido. Por nacionalismo y por su fe religiosa en Yahvéh, el único Dios, los zelotes se oponían ardientemente al pago de los impuestos al “dios de Roma”. En eso, Jesús también coincidió con ellos.

Una pregunta delicada y una respuesta radical

Uno de los motivos más frecuentes de las revueltas populares en Israel eran los impuestos. Fue precisamente la negativa a pagar impuestos a Roma la chispa que desencadenó la guerra judía del año 70 después de Jesús, en la que Jerusalén fue destruida hasta sus cimientos y la población judía inició su diáspora. En este contexto, la pregunta que le dirigieron a Jesús sobre si debían pagarse o no los impuestos era especialmente delicada. Los zelotes se negaban a pagarlos como una forma de resistencia activa a Roma. Las clases colaboracionistas, saduceos y sacerdotes, recomendaban el pago. Los fariseos dudaban. Teóricamente, estaban en contra, pues eran muy nacionalistas, pero en la práctica terminaban pagando.

La frase Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22,15-22; Marcos 12,13-17; Lucas 20,20-26) es una de las más repetidas por políticos y eclesiásticos de todos los colores, una de las frases de Jesús que han sido más manoseadas y malintepretadas. Tal como aparece en los evangelios, se usa habitualmente para separar la fe de la política, o bien reforzando la idea de que la religión es independiente de todo compromiso social y político y se reduce a rezos y sacrificios, o bien dando a entender que la política es ajena a la ética y a la crítica desde la ética. Esta frase se interpreta frecuentemente como una prueba de que Jesús respetó la autoridad constituida e hizo una separación entre los compromisos con Dios y los deberes con la autoridad terrena, asumiendo así que Jesús pensaba igual que Pablo, quien diría después de Jesús que la autoridad debe ser siempre obedecida porque toda autoridad viene de Dios (Romanos 13,1-4).

Jesús tuvo que hablar de los impuestos, un tema recurrente en su país y en su época y que afectaba tanto a la gente pobre. Pero podemos pensar que su opinión sobre este tema, condensada en esta frase, fue modificada en las sucesivas transcripciones de la tradición oral de las primeras comunidades, hechas todas ellas en tiempos en que el imperio romano y sus emperadores eran muy poderosos y muy temidos. Es imposible creer que Jesús, al que debió repugnar el endiosamiento del César, y que también conoció los abusos romanos, respetara su autoridad. Más bien, aprovechó la pregunta delicada que le hicieron para dar una respuesta radical: No le den al César nada de lo que pide: ni la reverencia ni el impuesto. Pónganlo en su lugar, el lugar de un hombre. El lugar de Dios es sólo de Dios.

Poco tiempo después…

Es chocante y escandaloso lo que ocurrió después. Jesús se opuso al pago de impuestos, que venía ligado al culto al emperador de Roma, que se creía un dios. Tres siglos después, el Papa de Roma, que se presentaba como representante de Jesús, adoptó todos las expresiones y ritos de ese culto: los vestidos ceremoniales, el incienso, los cirios, el trono, la corona y el cetro… y también cobró impuestos a sus súbditos: los diezmos medievales. Toda la pompa vaticana es reflejo de la pompa cultual con que se divinizaron los Césares romanos. Y el cobro del diezmo, que enriqueció a la iglesia romana, representó también durante siglos una carga insoportable sobre la población más pobre. ¿Qué diría Jesús? No le den al Papa nada de lo que pide: ni la obediencia ni el diezmo. Pónganlo en su lugar.