83- LOS INVITADOS AL BANQUETE

Jesús cuenta la parábola del banquete. Los invitados se excusan. Entonces, el dueño de la casa invita a mendigos, pobres, andrajosas.

Cuando regresamos de la Fiesta de las Tiendas, Galilea estaba alborotada. Los rumores de lo que Jesús había hecho en la capital llegaron a Cafarnaum antes que nosotros. Por todas partes se hablaba del nuevo profeta. Jacobo y Simón, los primos de Jesús, volvieron de Jerusalén en la misma caravana y pasaron aquella noche en casa de mi padre Zebedeo.

Simón – Hay que reconocer que te estás haciendo famoso, primo. Pero, si me permites, te diré algo. Sí, tienes buena lengua para hablar y buena mano para dirigir. Lo que te hace falta es gente. De eso veníamos hablando Jacobo y yo. No tienes gente que te apoye.
Jesús – Y todos los que había esta tarde en el embarcadero, ¿qué son entonces, primo Simón?
Simón – Bah, andrajosos y pelagatos. ¿A dónde diablos piensas ir con una tropa de mendigos?
Jacobo – ¡Y si fueran mendigos! ¿De quién te has rodeado, Jesús? De un puñado de pescadores que no saben ni dónde tienen la mano derecha.
Simón – Mateo, ese asqueroso publicano…
Jacobo – Aquella fulana, la María ésa, que le sale el perfume de ramera por todos los poros.
Simón – Y la otra, Selenia, igual que ella.
Jacobo – Y campesinos brutos y granujas.
Simón – ¿En qué cabeza cabe, Jesús? ¡Haznos caso, primo, y búscate otra gente, gente con más preparación, caramba! Y también con más… ¿cómo te diré? Con más influencias. Esos son los que mueven el mundo. ¿Es que no lo has comprendido todavía? ¡Abre los ojos, Jesús, y despiértate!

Fue la ocasión para que Jesús nos contara otra de sus historias…

Gerasia – ¡Abra los ojos, Eliseo, despiértese! ¡Feliz cumpleaños! ¿Cómo ha amanecido?
Eliseo – ¡Ahuuumm! ¡Muy bien Gerasia, mejor que nunca! ¡Tralará, tralarí!
Moquillo – ¡Feliz aniversario, patrón! ¡Que el Dios de Israel me lo bendiga desde los pelos de la coronilla hasta las uñas de los pies!
Eliseo – ¡Y a ti también, Moquillo! Ah, caramba, hoy me siento tan feliz, tan contento, que quisiera… quisiera…
Gerasia – ¿Qué cosa, Eliseo?
Eliseo – «¡Quisiera tenerte en mis brazos, amada mía!» Tralará, tralarí… ¡Ja, ja, jay!
Gerasia – ¡Usted se ha levantado con buen pie, sí señor! ¡La alegría es la mejor compañera del hombre!
Eliseo – ¡Quisiera que hoy todos los vecinos se alegraran conmigo!
Moquillo – ¿Y por qué no lo hace, patrón? ¡Hace mucho tiempo que no tenemos una fiestecita en casa!
Eliseo – Tienes razón, Moquillo. Pero nada de fiestecitas. ¡Un fiestón! ¡Vamos a preparar un gran banquete, caramba! ¡Que ya durante el año pasa uno bastantes sofocos para no tomarse ni un día de respiro! Gerasia y Moquillo: ¡vamos a darle una sorpresa a todo el vecindario! ¡Una fiesta con buena comida, con buena bebida…
Moquillo – ¡Y con buena música para menear los pies! ¡Yupi!
Eliseo – Moquillo, ve ahora mismo al redil y mata los cinco mejores corderos del rebaño.
Moquillo – Cinco corderitos bien gordos. ¿Y qué más?
Eliseo – Gerasia, compra un par de cajas de aceitunas.
Gerasia – ¿De las verdes o de las negras, patrón?
Eliseo – Dos de las verdes y otras dos de las negras. ¡Y no te olvides de los higos!
Gerasia – ¡Y una buena olla de garbanzos!
Moquillo – Y berenjenas y pepinos.
Eliseo – ¡Y salsa de almendras!
Gerasia – ¡Y muchas nueces!
Eliseo – Moquillo, ¡ve a ordeñar las chivas y que hoy corra la leche por las barbas de todos mis amigos!
Gerasia – ¡La leche y la miel, que chorreen hasta el ruedo del vestido!
Moquillo – ¡Y el vino! ¿Cuántos barriles traigo, patrón?
Eliseo – Dos barriles. No, dos no, compra cuatro, ¡cuatro barriles del mejor vino del Carmelo! ¡Quiero que todos salgan alegres de mi casa!
Gerasia – ¡Saldrán alegres y en cuatro patas, Eliseo, porque con tanto vino!
Eliseo – ¡Tralará, tralarí!
Moquillo – Pero falta lo más importante, patrón.
Eliseo – ¿Cómo que lo más importante?
Moquillo – Los invitados. ¿A quiénes va a invitar usted?
Eliseo – ¡A todos mis vecinos! ¡A todos, sí señor! Mándale recado a don Apolonio, y al doctor Onésimo. Ah, y a Absalón y su querida esposa doña Eurídice. ¡A todos, Moquillo, diles que los espero a todos con los brazos abiertos! ¡Que esta noche vengan todos al banquete! ¡Quiero que hoy mi casa esté repleta de amigos y de alegría!

Jesús – Cuando todos los manjares, las mesas, los manteles y los toneles de vino estuvieron listos…

Eliseo – ¿Todo preparado, Moquillo?
Moquillo – Sí, patrón, no se me ponga usted nervioso.
Eliseo – No son los nervios, Moquillo. Es la alegría que tengo. Gerasia, Gerasia, ¿ya están asados los corderos?
Gerasia – ¡Requeteasados, Eliseo! ¡Ya me lo ha preguntado usted diez veces!
Eliseo – ¿Y no te habrás olvidado de los dátiles, verdad?
Gerasia – No, patrón. Todo está listo. Estese tranquilo.
Eliseo – ¡Es que estoy tan contento! ¡Tralará, tralarí! Moquillo, ¿dejaste el recado a todos los vecinos?
Moquillo – A todos, patrón. Mire las ampollas que tengo en los pies de andar de arriba a abajo. Fui a la casa de don Apolonio, a la del doctor Onésimo, donde Absalón y…
Gerasia – … y «su querida esposa doña Eurídice» ¡Ja!
Eliseo – ¿Oyeron? La primera vigilia de la noche.
Moquillo – Pues ya estarán al llegar los invitados.
Gerasia – Bueno, Eliseo, ya usted sabe cómo es la gente. Las mujeres haciéndose las trenzas, los hombres untándose aceite en el bigote. En fin, que siempre llegan tarde.

Jesús – A esa hora, don Apolonio envió a un mensajero a casa de Eliseo…

Apolonio – ¡Pero, ¿en qué mollera cabe invitarme a mí, a un hombre con tantas ocupaciones como yo, a chupar huesos de cordero en su casa!… Uff, ese Eliseo está chiflado. Además, él es un hombre sin fortuna y sin negocios. ¿De qué voy a hablar con él, dime, de los pajaritos del cielo? ¡Un chiflado y un botarate, por eso está como está, sin un céntimo en el bolsillo!
Mensajero – Bueno, don Apolonio, pero yo, ¿qué le digo?
Apolonio – Lo que se te ocurra. Dile que yo no estoy en casa, que tú no sabes a dónde fui… Eso, que compré unas tierras y tuve que ir a medirlas, que me disculpe.

Jesús – Al rato, llamaron a la puerta de Eliseo…

Eliseo – ¡Ya llegan, ya llegan! ¡Gerasia, corre, ve a abrir la puerta! ¡Tralará, tralarí!
Gerasia – Es un mensajero, patrón.
Mensajero – Mi amo don Apolonio dice que les diga que él no podrá venir porque está de viaje… Que lo disculpen.
Eliseo – Pero, ¿cómo te dijo eso si estaba de viaje?
Mensajero – Que compró una tierra y fue a medirla y… ¡y que les aproveche la comida a todos! ¡Adiós!
Eliseo – ¡Qué lástima!, me hubiera gustado saludar a don Apolonio.
Gerasia – Es que don Apolonio tiene muchas ocupaciones y mucho dinero.
Moquillo – Ya están anunciando la segunda vigilia, patrón.
Gerasia – Y todavía no ha venido nadie. Se nos van a enfriar los corderos y los garbanzos.
Eliseo – Bueno, mujer, no te impacientes. Estarán al llegar. ¡Tralará, tralarí!

Jesús – A esa hora, el doctor Onésimo envió a un mensajero a casa de Eliseo…

Mensajero – ¿Y qué le digo, doctor Onésimo?
Onésimo – Cualquier cosa, muchacho. Ese Eliseo es tan bruto que ni se enterará. ¡Ah, ya decía mi maestro Jeconías: «un hombre sin cultura es como una bola de excrementos, el que la toca, sacude la mano». Le hablas de los misterios de la ciencia, no los entiende. Le explicas las sutilezas del arte, se queda dormido. Le dices: ¿conoces la Filosofía?, y te responde: ¿En qué calle vive esa mujer? ¡Ah, pobres ignorantes!
Mensajero – Bueno, doctor Onésimo, pero yo, ¿qué le digo?
Onésimo – Dile a ese don Nadie, que no puedo ir, que… ¡que acabo de comprar unas yuntas de bueyes y tengo que probarlas. Que me disculpe.

Jesús – De nuevo tocaron a la puerta de Eliseo…

Eliseo – ¡Ya llegan, al fin vienen los invitados! ¡Gerasia, date prisa!
Mensajero – Mensaje de mi amo el doctor Onésimo: el doctor Onésimo me manda decir a don Nadie… perdón, a don Eliseo… que no puede venir al banquete, que compró unas yuntas de bueyes… que… que les aproveche a todos la cena. ¡Adiós!
Eliseo – Adiós.
Moquillo – Qué mala suerte, patrón…
Gerasia – Es que el doctor Onésimo tiene mucha cultura.
Eliseo – Sí, sí, y mucha cara dura, eso es lo que tiene. Oye, Gerasia, ya suena la tercera vigilia… y mi casa está vacía.
Gerasia – No se ponga triste, Eliseo. Digo yo que estarán al llegar.
Eliseo – Seguramente. Vamos a esperar un poco más.

Jesús – A esa hora, doña Eurídice envió un mensajero a casa de Eliseo…

Eurídice – ¿A casa de un hombre tan vulgar? Ay, no, querido, lo siento, lo siento muchísimo, pero ese tal Eliseo no tiene clase, no tiene modales, ¡ay!
Esposo – Pero, ¿qué le decimos, querida esposa Eurídice?
Eurídice – Para el puerco cualquier algarroba es buena. Dile que… que nos acabamos de casar y todavía estamos celebrando la boda, ¡ay!

Jesús – De nuevo, tocaron a la puerta de Eliseo…

Mensajero – Que se acaban de casar y que todavía están celebrando la boda, ¡ay!
Eliseo – ¿Qué hay?
Mensajero – No, no hay nada. Que no vienen.
Gerasia – Pero si esos dos se casaron hace más de un mes.
Mensajero – Es que tienen mucho amor y…
Eliseo – ¡Mucho amor y poca vergüenza! Uff, ¡qué fracaso! Dentro de un rato cantan los gallos y no ha venido ni uno solo de los invitados.
Gerasia – Y los corderos ya están más fríos que un muerto.
Moquillo – Y los barriles de vino también descansan en paz.
Gerasia – Patrón Eliseo, ¿no se habrán confundido de casa y es por eso que no vienen?
Eliseo – No, Gerasia, no. Fui yo el que me confundí de invitados. ¡Moquillo!
Moquillo – Mande, patrón.
Eliseo – Moquillo, cálzate las sandalias y sal ahora mismo por los callejones y las barracas y tráeme acá a los mendigos, a los cojos, a los ciegos, a todas las andrajosas que veas. Diles que vengan a mi casa, que tengo un banquete preparado para ellos.
Gerasia – ¿Usted se ha vuelto loco, Eliseo?
Eliseo – No, qué va, ahora es cuando estoy cuerdo. Ahora he comprendido. ¡Corre, Moquillo, avísales pronto, antes de que amanezca!

Jesús – Y al cabo de un rato…

Moquillo – ¡Patrón, todo el barrio está alborotado! ¡Vienen muchos hacia acá! ¿Les digo que ya no caben más?
Eliseo – ¡Al contrario, Moquillo, vuelve a salir y di a todos los que tengan hambre que vengan, que todavía hay sitio en mi casa, que hay cordero y aceitunas y vino para todos ellos!
Moquillo – Sí, patrón, voy enseguida. Oiga, patrón, en la calle me encontré con una de esas tipitas, usted sabe… y me dijo que el negocio le va mal, que si ella también pudiera venir a comer algo.
Eliseo – Claro, Moquillo, dile que venga, que venga ella y todas sus compañeras.
Moquillo – Y los que viven al otro lado del río me dijeron que…
Eliseo – ¡Que vengan también! ¡Que vengan todos los harapientos, los pelagatos, los que huelen a roña y las que huelen a perfume de jazmín! ¡Para ésos es mi casa y mi banquete, para ésas tengo las puertas abiertas de par en par!

Jesús – Y aquella noche, la casa de Eliseo se llenó de gente hasta rebosar. Y hubo baile y comida y alegría. Era una gran fiesta. La fiesta de Dios.
Simón – ¿Cómo dijiste, Jesús? ¿La fiesta de Dios?
Jesús – Sí, primo Simón, el Reino de Dios es así, como el banquete de Eliseo. La verdadera casa de Dios no huele a incienso sino a sudor y a perfume de prostituta. Dios es de los nuestros, no te olvides. Dios está con nosotros, los de abajo.

Mateo 22,1-10; Lucas 14,15-24.

 Notas

* Los mendigos seguidores de Jesús son designados en los evangelios con varias palabras similares. Se habla de «los pequeños», o de «los más pequeños» o de «los sencillos». Otra palabra usada es «nepios» (en griego), equivalente a «päti» en hebreo y a «sabra» en arameo, un vocablo que indica: gente inculta, sin ninguna formación y a la vez nada piadosa. Jesús estuvo rodeado de “amhaares” como les llamaban los fariseos, hombres y mujeres de mala reputación, difamados, a quienes, por su ignorancia religiosa y su mal comportamiento moral, consideraban los decentes que se les cerrarían las puertas de la salvación. A ellos Jesús les llamó simplemente “los pobres”. Los evangelios se refieren a ellos como “los que están agobiados y fatigados”, “los que andan como ovejas sin pastor”.

* El pueblo de Israel apreciaba mucho los banquetes, que duraban hasta seis horas y se acompañaban con música. Se valoraba mucho la música, único arte que se podía practicar sin restricciones religiosas, ya que la pintura y la escultura estaban prohibidas. Desde los textos de los profetas, Israel describía la alegría de los tiempos mesiánicos con la imagen de un banquete, con buenas comidas y sobre todo, con bebida en abundancia (Isaías 25, 6-8). En la mentalidad del tiempo de Jesús, la diferencia básica entre una comida corriente y un banquete estaba en la cantidad de bebida que se consumía. El vino era sinónimo de celebración y alegría. También lo era el baile. Decir fiesta era decir danza. La palabra hebrea equivalente a “fiesta” significaba primitivamente “baile”. La fiesta del Mesías se comparó también con un banquete de bodas. Hasta el Apocalipsis, el último de los libros del Nuevo Testamento, se emplea la imagen de las bodas mesiánicas (Apocalipsis 19, 7-8). Al interior de estas alegorías solemnes y brillantes, al contar la parábola del banquete Jesús puso el énfasis en quiénes son los invitados: los andrajosos, los mendigos, los úl­timos, la chusma.