85- EL PATRÓN SE FUE DE VIAJE

Jesús cuenta la parábola de los talentos. Un hombre rico se fue de viaje y dejó diferentes cantidades de dinero a sus tres capataces.

Aquella tarde, Rufina había ido al mercado y sus muchachos jugaban en la calle al salto del caballito. Cuando Jesús entró en casa de Pedro, la abuela Rufa estaba sola, cuidando a Tatico, el más pequeño de sus nietos.

Rufa – Duerme, mi chiquito, ro, ro, ro, rorrito…
Jesús – ¿Qué hay, abuela Rufa?
Rufa – ¡Psssh! Bajito, moreno, que se me acaba de dormir. Con tanto alboroto como hay aquí siempre, tiene el sueño como los pájaros, el pobrecito.
Jesús – Bueno, abuela, ¿y qué me cuenta de nuevo?
Rufa – Sí, ya le di un huevo, pero no se lo quiso comer. Está muy desganado este muchachito.
Jesús – No, abuela, le digo que cómo andan las cosas por aquí.
Rufa – ¡Ay, mi hijo, habla más alto que no te oigo nada!
Jesús – Digo que qué me dice de la…
Rufa – Lo que te digo es que esto es una casa de locos, Jesús. Y el más loco de todos es Pedro, ese yerno mío.
Jesús – ¿Por qué dice usted eso, abuela Rufa?
Rufa – ¿Que por qué? ¿Y me lo preguntas tú? Ay, mi hijo, yo no sé a qué gente te has arrimado. Ahora que estamos solos… Yo creo que entre esos amigos que te has echado hay más de una oveja negra.
Jesús – ¿Usted cree, abuela Rufa?
Rufa – Mira solamente a ese Mateo, por mentar a alguno. Y no lo digo por lo de publicano, que sería lo de menos, sino que es un cenizo, Jesús, un fracasado. Y Natanael, el calvito ése… No me gusta ni así. Y el otro Tomás, el ta-ta-tartamudo… ¡jum! ¡Tienes cada yerba en ese potaje!
Jesús – ¿Usted cree, abuela? Mire que la gente da sus sorpresas.
Rufa – No, yo no quiero que se lleven a la gente presa. Tanto como eso, no, pero…
Jesús – Digo que la gente da sus sorpresas, abuela Rufa. Y hay mucha gente que necesita que le den una oportunidad para hacer algo que valga la pena. Escuche… Había una vez un hombre muy rico que tenía que irse de viaje…

Patrón – Epa, ¿dónde están mis capataces? Vengan los tres a verme cuando caiga el sol. Quiero hablar con ustedes antes de irme.

Jesús – Y los tres capataces se personaron donde su patrón…

Leví – Mande, mi amo.
Patrón – Leví, ya habrás oído que me voy durante un tiempo. Pues bien, aquí tienes: te dejo cinco mil denarios. A ver qué negocio se te ocurre para aprovecharlos bien.
Leví – No es por echarme incienso, mi amo. Pero tenga la seguridad de que los deja usted en buenas manos. ¡Váyase tranquilo, que este capataz suyo es más listo que una zorra con hambre!

Jesús – Y entró el siguiente capataz…

Patrón – Ven acá, Jehú. Tómalas, son para ti.
Jehú – ¿Y eso, patrón?
Patrón – Te dejo dos mil denarios, contantes y sonantes. Trabaja con ellos. Sácales beneficio. Cuando vuelva, ya arreglaremos cuentas. ¿De acuerdo?
Jehú – ¡De acuerdísimo, patrón!
Patrón – Piensa en algún negocio y…
Jehú – ¡Calle, patrón! Que ya tengo entre ceja y ceja una idea que… ¡ajajay! ¡Verá usted todo lo que voy a ganar con este dinero!

Jesús – Llegó el turno al tercer capataz…

Patrón – Aquí tienes, Matatías. Mil denarios. Tómalos, son tuyos.
Matatías – Pero… ¿mil denarios? ¿A mí?
Patrón – Sí, a ti, a ti, ¿a quién va a ser? ¿No eres el tercer capataz de mi finca?
Matatías – Pero, patrón, yo…
Patrón – ¿Te parecen pocos?
Matatías – No, no, al contrario… ¡Uff! ¿Y qué hago yo con tanto dinero?
Patrón – ¡Pues negociar con él! ¡Comprar, vender, sacarle provecho! Mientras estoy fuera quiero que administres una parte de mi dinero, igual que Leví y que Jehú. ¿Está o no está claro?
Matatías – Bueno, claro… Es decir, no tan claro… pero… Trataré de hacerlo lo mejor posible, patrón.

Jesús – A los pocos días, Leví, el primer capataz, el que había recibido los cinco mil denarios, que era astuto y gran comerciante…

Leví – Yo te compré los caballos por trescientos denarios. Eso es. Entonces tú me devolviste cincuenta de las herraduras que yo te había vendido, pero como yo te adelanté ciento setenta y cinco, ahora sólo tengo que pagarte la mitad de lo que te sobra, es decir…
Vendedor – Espérate, espérate, Leví. Tú me diste veinticinco ayer…
Leví – Y otros veinticinco hoy, son cincuenta. Más los otros cincuenta de las herraduras y menos las ciento setenta y cinco que se juntaron al pago de cien que tú me habías rebajado cuando yo te di los cinco denarios de los clavos…

Jesús – Jehú, el segundo capataz, que había recibido dos mil denarios, estaba colocando un gran letrero en la puerta de su casa.

Jehú – «Préstamos al diez». Sí, sí, esto es lo mejor. La gente me conoce bien y se me va a llenar la casa enseguida. Para ser buen prestamista hay que tener el ojo abierto y la mano cerrada. Y a mí no me falta ni una cosa ni otra. Bueno, pensándolo bien, ¿qué me falta a mí para cualquier negocio? ¡Ja, ja!

Jesús – Mientras tanto, Matatías, el tercer capataz que había recibido sólo mil denarios, llevaba siete días sin pegar ojo.

Matatías – ¿Y si probara en el comercio de don Celio? Sí, pero no le caigo simpático a ese gordo. No, mejor ni preguntarle… ¡Uff! ¿Comprar, entonces? Pero, ¿comprar qué? ¿Aceitunas? Y después, ¿si se me estropean? No, quítatelo de la cabeza, Matatías. El que compra tiene después que vender, y para vender hace falta tener gracia y… y yo soy un desgraciado.

Jesús – El tiempo corrió y dio cuatro vueltas alrededor de aquella tierra. Y cuando habían pasado muchas lunas, el dueño de la finca regresó de su viaje.

Patrón – Epa, ¿dónde están mis capataces? ¡Vengan, vengan los tres, quiero verlos ahora mismo!

Jesús – Y enseguida se presentó Leví, el primer capataz.

Leví – ¡Mi amo! ¿Qué tal ese viaje?
Patrón – Muy bien, Leví, muy bien. ¿Y qué tal esos negocios?
Leví – ¡Ahí tiene, mi amo! Cuente, cuente… Cinco mil me dio usted, otros cinco mil conseguí yo.
Patrón – ¡Buen trabajo, muchacho!
Leví – Ya le dije yo que todo iría ¡como miel por el gaznate! Uno sabe lo que se trae entre manos, ¡qué caray! Yo soy como los gatos: ¡no hay tapia que no salte!

Jesús – Y después entró Jehú, el segundo capataz.

Patrón – Y a ti, ¿cómo te han ido las cosas?
Jehú – ¡Mejor de lo que me las pinté en la cabeza, patrón! Yo soy un suertudo, créame. Mire… ¿Fueron dos mil denarios, verdad? Pues han hecho buena cría: ¡ahí tiene usted otros dos mil!
Patrón – ¡Buen trabajo, muchacho!

Jesús – Y, al final, apareció Matatías, el tercer capataz.

Matatías – Ahí está su dinero, patrón.
Patrón – Vamos a ver… Ochocientos… novecientos… mil. Pero, ¿cuánto te dejé yo, Matatías?
Matatías – Eso mismo, patrón, mil denarios. Ahí está todo, hasta el último céntimo. Ni uno de más ni uno de menos.
Patrón – Pero, ¿no quedamos en que te lo daba para que le sacaras provecho y consiguieras más?
Matatías – Verá, patrón: quedar, quedamos en eso. Pero yo me dije: Matatías, con lo bruto que eres, si te pones a negociar, vas a perderlo todo en dos semanas. Mejor lo guardas y… y bueno, hice un agujero en la tierra y ahí lo escondí hasta hoy.

Jesús – Matatías tenía las orejas rojas por la vergüenza y temblaba desde la punta del pelo hasta el dedo gordo del pie. Una vez más, como siempre, sentía en la boca el sabor del fracaso.

Matatías – Yo no sirvo para nada, patrón. Los muchachos en la escuela se reían de mí porque yo era siempre el último. Mi madre también me lo dijo: naciste torcido, Matatías, y no habrá viento que te enderece. Usted lo sabe mejor que nadie, patrón: yo no sirvo para nada.

Rufa – Lo que decía yo. Que ese muchacho no sirve para nada. Y, encima, no quiere poner de su parte. ¡Es un irresponsable, un flojo y un manganzón!
Jesús – Está bien, abuela Rufa, está bien. Matatías era muy poquita cosa. Pero el patrón no. El patrón era un tipo generoso, le sobraba corazón. Por eso, la historia no acabó ahí…

Patrón – ¡No sirvo para nada! ¡No sirvo para nada! Y mientras más lo repites, más te lo crees y más te hundes! ¡Caramba contigo, Matatías! Pero, óyeme bien: la próxima vez te arranco las orejas si no inventas algo para hacer rendir lo que tienes.
Matatías – La próxima vez… Pero, ¿usted me daría otra oportunidad a mí, patrón?
Patrón – Sí, te la voy a dar. Porque tú puedes salir adelante. Tú puedes hacer algo que valga la pena, claro que puedes.

Jesús – Algún tiempo después, el dueño de la finca tuvo que irse nuevamente de viaje. Y volvió a llamar a sus tres capataces. A Leví, el astuto comerciante, le confió otra vez cinco mil denarios. A Jehú, el hábil prestamista, le dio dos mil. Y al infeliz Matatías, como antes, le entregó mil.

Patrón – ¡Negocien con ese dinero hasta que regrese! ¡Trabajen duro y con ánimo! ¡Adiós!

Jesús – Esta vez el viaje del amo fue más corto. Y cuando había pasado un par de lunas, ya estaba de regreso en la finca. Enseguida mandó a llamar a sus tres capataces.

Patrón – Pero, ¿qué dices, Leví?
Leví – Pues usted verá, mi amo, esta vez he querido tomar las cosas con calma, ¿usted comprende? No hay prisa, me dije, tú eres más listo que el mismísimo diablo y el caso es que…
Patrón – …que no has trabajado nada. Que confiaste demasiado en tu ingenio, ¿no? Parece mentira, Leví, con tantas cosas que podrías haber hecho. Y no has hecho nada.

Jesús – Y después entró Jehú, el segundo capataz.

Jehú – ¡Ahuuummm! Y ahí está la ganancia.
Patrón – ¿Cómo? ¿Tres monedas solamente? ¿Cómo has ganado tan poco?
Jehú – Bueno, patrón, la vida se ha complicado, ¿usted sabe? Las cosas ya no son como antes.
Patrón – Tú no eres como antes. También te cansaste. También te entró sueño y te dormiste sobre tu fama.

Jesús – Y al final, llegó Matatías, corriendo y con todos los pelos alborotados.

Matatías – ¡Patrón! Mire, cuente… ¡Usted me dio mil, tengo otras mil! ¡He ganado mil denarios, mire! ¡Lo conseguí, patrón!
Patrón – Estaba seguro que saldrías adelante, Matatías. Estaba seguro.
Matatías – Y eso fue lo que me empujó, patrón. Que usted puso tanta confianza en mí, que yo sentía como dos alas acá en la espalda. Tenía miedo, sí, pero me acordé de lo que usted me dijo: tú puedes hacerlo, Matatías, tú puedes hacerlo.
Patrón – Y lo hiciste.
Matatías – Sí, me lancé. Cerré los ojos y me fui a comprar tomates. Y después los cambié por lana. Y con la lana monté un taller y el negocio no fue tan mal, ya usted ve. ¡He ganado mil denarios, patrón!
Patrón – Has trabajado muy bien, Matatías. Has sido valiente con poca cosa. Ahora te daré más dinero y más responsabilidad. Y también saldrás adelante. Porque el que sabe ser fiel con poco, también sabe serlo con mucho.

Jesús – Ya usted ve, abuela Rufa, la gente da sus sorpresas. ¿Qué? ¿Le gustó la historia?
Rufa – Sí, Jesús, me gustó. Pero, digo yo, que todavía no se habrá acabado, ¿verdad?
Jesús – ¿Cómo que no se ha acabado, abuela?
Rufa – Claro que no, porque si ese patrón le dio una segunda oportunidad a Matatías, también le dará una tercera a ese par de dormilones que se cansaron antes de tiempo, ¿no te parece?
Jesús – Sí, abuela, creo que usted tiene razón. Dios siempre nos da una nueva oportunidad. No dos ni tres veces. Siempre.

Mateo 25,14-30; Lucas 19,11-27.

 Notas

* Un talento era una medida de peso que oscilaba entre los 26 y los 36 kilos, de plata o de oro. Equivalía a unos mil denarios. Era una gran cantidad de dinero, considernado que el jornal habitual de un campesino o un obrero era sólo de un denario.

* La parábola del patrón que da talentos a sus capataces para que negocien con ellos, la de las vírgenes prudentes, la del ladrón que llega de noche y la del amo que regresa inesperadamente, fueron parábolas contadas por Jesús para sacudir las conciencias de los dirigentes religiosos de su tiempo, a quienes Dios pediría rigurosa cuenta de lo que habían hecho y de lo que habían dejado de hacer por el pueblo. Las primeras comunidades cristianas transformaron estas parábolas de Jesús en llamados a la responsabilidad de los cristianos, para que estuvieran alerta y “negociaran” bien con su tiempo, su vida y sus posibilidades, para cuando llegara el juicio de Dios. Así se ha entendido generalmente la parábola de los talentos: como un llamado a la responsabilidad. Pero tomada literalmente podría parecer como si Dios prefiriera a los más listos e intrépidos. Se podría interpretar que los apocados e indecisos no son aceptados por Dios. Pero el Dios del que habló Jesús se compadece de la debilidad humana y siempre da una nueva oportunidad.