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¿AUTORREGULACIÓN?

Radioclip en texto sin audio grabado.

Es necesaria una ley de comunicación que regule el respeto a los Derechos Humanos a través de los medios.

Dicen que fue Edmund Burke, un parlamentario inglés de finales del siglo 18, quien acuñó la expresión. Se dirigió a los periodistas que cubrían una sesión de la Cámara de los Comunes y afirmó:

—Vosotros sois el cuarto poder.

¿El cuarto o el primero? Porque los medios de comunicación masiva (prensa, radio y televisión) se han ido erigiendo como guardianes de las libertades y derechos civiles, como un contrapoder que fiscaliza a todos los poderes del Estado.

¿Y quién fiscaliza a los fiscalizadores? Todas las libertades, incluida la libertad de expresión, tienen que someterse a una reglamentación. Todos los ciudadanos y ciudadanas deben responder ante la comunidad, tienen una responsabilidad social. También los periodistas y los empresarios que están atrás de ellos.

Para evitar cualquier atisbo de censura estatal, los directivos de la Sociedad Interamericana de Prensa han llegado a formular, como un postulado incuestionable, que “la mejor ley de prensa es la que no existe”. Esta sorprendente afirmación no responde, dicen ellos, a que los medios de comunicación quieran colocarse al margen de las leyes. El problema es que la tentación de controlar una herramienta tan poderosa como los medios es demasiado fuerte para los gobiernos. Así pues, siguen diciendo ellos, la prensa debe gozar de una libertad irrestricta. Y si hubiese distorsiones, el público siempre puede apagar la radio o el televisor o dejar de comprar el periódico.

Muchos colegios de periodistas han redactado códigos de ética. Insisten en un sistema de autorregulación para que cada quien revise su conducta. Está bien. Pero como decían los abuelos, en arca abierta hasta el justo peca. Es decir, si no hay una normativa externa, si todo se deja al vaivén de las buenas intenciones, las cosas acabarán mal.

Prendemos el televisor o encendemos la radio. Y salen películas violentas, concursos morbosos, programación basura.

—Yo opino —dirá con razón una madre de familia— que hay que prohibir esos programas. No se puede permitir que esas cochinadas salgan al aire.

De acuerdo. Pero, ¿quien las prohibiría? ¿El Estado, decidiendo lo que es bueno o malo para el público? ¿La iglesia, que durante siglos censuró el arte, los libros y hasta el pensamiento? El remedio sería peor que la enfermedad.

Es el mismo público, a través de observatorios de medios, quien puede y debe eliminar esos programas. Un público cada vez más crítico y con mejor gusto irá rechazando la telebasura y la radiobasura y la prensabasura. Pero no es suficiente. La sociedad como tal no puede desentenderse y conformarse con que salga al aire lo que los empresarios decidan que salga al aire.

A veces, escuchamos:

—Si a usted no le gusta este programa, puede cambiar de canal.
—Si a usted no le gusta esta revista, puede comprar otra.

Pero no hay que confundir la libertad de expresión con la “libertad de zapping”.

Imaginemos un supermercado que vende embutidos con fecha de vencimiento, alimentos en mal estado. Cuando viene el inspector de salud, el administrador responde: “si la gente no quiere comprar esta mercancía, que vayan a otro supermercado”.

Lo mismo pasa con la información, con los contenidos que transmiten los medios. Una noticia no verificada es un producto contaminado. Una cuña publicitaria sexista, una música grosera, un programa que hace burla de determinados sectores sociales debe ser retirado de la pantalla o de los micrófonos. El público tiene derecho a recibir información de calidad y programas que respeten los Derechos Humanos.

Sí, es necesaria una ley de comunicación. No sobra la autorregulación. Pero no basta.

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Imagen de Luis Wilker Perelo WilkerNet en Pixabay<