ESCRIBIR PARA EL OÍDO

Radioclip en texto sin audio grabado.

Para leer como si estuviéramos hablando hay que hablar mientras se escribe.

Por radio no se lee. En los informativos, si se descubre el tono de lectura, resulta menos grave, porque la audiencia sabe que la noticia no está siendo improvisada por el locutor. Pero en los programas de animación, en los deportivos, en los musicales, en las charlas, en las radiorevistas, hasta en los editoriales, está prohibido leer. Más exactamente: que suene a leído.

Lo leído cansa. Cansa en los congresos, en los simposios, en los mal llamados seminarios que se atiborran de ponencias. En la escuela sucedía lo mismo, cuando te dictaban la lección. Pero, al menos, uno tenía la feliz alternativa de atender más a las piernas de la maestra o a los bellos ojos del profesor. En la radio no hay más estímulos que la voz de los locutores.

El lenguaje escrito no sirve para la radio. El estilo de la radio es vivo, caliente, conversado. Esto hay que decirlo una y mil veces, repetirlo, grabarlo en letras de oro sobre la puerta de la cabina para que no se olvide al entrar: hacer radio es hablar con la gente, no leer un papel delante del micrófono.

Por supuesto, algunos formatos, por la responsabilidad que implican, deberán ser escritos y libretados hasta en sus últimos detalles. Nadie será tan imprudente como para improvisar un editorial sobre un tema político grave, donde cada palabra tiene su peso y su medida. En estos casos y otros, habrá que redactar un buen texto y pulirlo bien. Pero luego, a la hora de la verdad, al momento de salir al aire, lo interpretaremos dando la impresión de algo fresco, que se piensa y se dice en ese mismo momento. Hay que aprender a leer como si estuviéramos conversando.

¿Cómo lograr esto? John Hilton, uno de los más populares charlistas de la BBC en los primeros años de la radio, tenía una regla básica para dominar esta técnica de la lectura que no lo parece:

John Hilton
PARA LEER COMO SI ESTUVIÉRAMOS HABLANDO HAY QUE HABLAR MIENTRAS SE ESCRIBE.

Si estuvieras cerca de mi cuarto mientras estoy escribiendo una charla —decía John Hilton—, oirías voces y refunfuños y una completa declamación desde el comienzo hasta el fin. Dirías que ahí dentro hay alguien que tiene un tornillo suelto, que no para de hablar solo. Pero no estaría hablando solo, te estaría hablando a ti.

Escribir para el oído, ésa es la fórmula. Escribir oyendo las palabras, saboreando los giros, incluso las incorrecciones de sintaxis propias del lenguaje hablado. Escribe así mismo, como suena, como si estuvieras conversando, y verás —mejor dicho, escucharás— la diferencia.

BIBLIOGRAFÍA