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LA EXPERIENCIA DE UN TAL JESÚS

Radioclip en texto sin audio grabado.

En memoria de Franziska Moser, radioapasionada y fiel al mensaje de Jesús.

El pasado 3 de abril murió en su tierra natal, Alemania, la radioapasionada Franziska Moser. Mujer de sensibilidad extraordinaria, Franziska dirigió durante años el Servicio Radiofónico para América Latina, SERPAL, desde donde hizo un aporte muy significativo a las emisoras educativas de la región. En memoria de ella, publicamos este artículo que contiene varios tips de capacitación en el formato que más promovió SERPAL, el radioteatro.

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Allá por los años 70, comencé a trabajar en Radio Santa María, una emisora educativa ubicada en el valle norte de República Dominicana. Antonio Cabezas, el director, me encomendó un programa mañanero. “Despertar del cristiano” se llamaba y se transmitía a las 5 y 45 de la mañana. Era un cuarto de hora con reflexiones bíblicas para un público campesino.

El primer madrugador tenía que ser yo mismo. Al principio, me sentaba frente el micrófono con el estómago vacío y medio adormilado. Después, decidí colar un cafecito para que mis palabras salieran más vivas. Con las prisas, entraba en cabina con la taza humeante, el azucarero y la cucharita.

―¡Buenos días!… ¿Cómo están ustedes, amigas, amigos?… ―sorbía mi café negro y endulzado―. ¿Cómo están esos ánimos en este nuevo amanecer?

Y comenzaba yo mi plática leyendo una página de la Biblia y dando un par de consejos simplones. Para mi sorpresa, el programa comenzó a ganar mucha audiencia. Cuando salía por las comunidades, me comentaban.

―Yo tomo el café con usted todos los días ―se reía una viejita, ya sin dientes―. No me pierdo un programa suyo.

Lo curioso era que ella y otros no recordaban nada de lo que yo decía en el programa. Eso era lo menos importante. Pero escuchaban el tintineo de la cucharita revolviendo la taza y se imaginaban compartiendo el café conmigo, con esa cercanía y complicidad que permite la radio.

Descubrí, entonces, que los efectos de sonido crean escenarios, paisajes sonoros más elocuentes que las palabras que los mencionan. El silbido del viento nos habla directo a la imaginación, con mayor frescura que si un narrador dijera “afuera está soplando el viento”.

Yo seguía con mi Biblia y mi cucharita. Pero me aburría. Una vez tomado el café, comenzaba a leer un relato del libro del Génesis y otro del Éxodo. ¿En qué estarían pensando mis oyentes? Un día, cuando me tocó el pasaje de Sansón, el líder fortachón, y Dalila, la seductora cortapelos, se me iluminó la mente radiofónica. ¿Y por qué no invito a dos jóvenes para que actúen este relato? Pronto encontré al chofer y a la recepcionista de la emisora y les fotocopié los libretos. Para no obligarlos a madrugar, les grababa el día anterior.

―Lean, pero que no suene a leído ―les dirigía yo―. Tú, pon una voz enérgica, como la del musculoso profeta. Y tú, una voz sensual, melosa, castigadora.

Yo hacía de narrador y ella y él los dos personajes. Al día siguiente, saqué al aire la escena bíblica. Y no se había puesto el Sol cuando comenzaron a llegarme papelitos de felicitación (en aquellos años no habían mensajes de texto ni chat, casi ni teléfono en muchas casas).

―Otra vez la novelita, padre ―yo era cura por entonces―. Repita eso cuando la mujer engañosa le mete tijera a Sansón.

Tanto gustó la primera escena, que me decidí por la segunda. Y por la tercera. Todos los días dramatizaba un fragmento de esas emocionantes narraciones del Antiguo Testamento. Hoy era Sansón humillado y mañana Goliat apedreado y después Noé en el arca. Por supuesto, mientras Noé peleaba con los animales, el técnico metía el ruido de gallos, gallinas y de algún elefante que encontraba en los discos de efectos de sonido.

Sólo faltaba la música para experimentar la triple voz de la radio (voz humana, voz de la naturaleza, que no otra cosa son los efectos de sonido, y voz del corazón, es decir, la música). Así pues, ponía una música de suspense para ambientar a Jonás tragado por la ballena, una música romántica para los amoríos de David y una música tremebunda para Moisés encaramado en el Sinaí. Y los dramitas estaban listos. Ahí, en la cabina de Radio Santa María, descubrí yo la magia del lenguaje radiofónico. La magia del relato.

La historia del Moreno de Nazaret

Pasaron los años. Vivía en Madrid, ya me había salido de cura, y estaba desempleado. Contacté con SERPAL, la mejor productora de programas educativos que ha tenido América Latina, la que financió los estupendos radioteatros de Mario Kaplún y Ana Hirtz. Les propuse una radionovela sobre Jesús de Nazaret en clave de teología de la liberación.

Aceptaron. Con mi hermana María nos desafiamos a escribir una serie larga sobre la vida de Jesús. Teníamos una ventaja para emprender esa aventura, que habíamos visitado Palestina. Porque una cosa es leer sobre el lago de Galilea y otra muy distinta bañarse en sus aguas y comer un pescado asado en sus orillas. Habíamos leído, habíamos visto fotos. Pero cuando estás allí, cuando tocas las piedras negras de Cafarnaum y su embarcadero, cuando zapateas las callejuelas de Jerusalén, cuando subes al Tabor y cuando bajas al Mar Muerto, la imaginación se excita y te comienza a picar la mano con ganas de escribir.

Para emprender la serie que luego titulamos Un tal Jesús teníamos en el recuerdo los paisajes, la música, el olor de los garbanzos, la forma de hablar (o de gritar) de los palestinos, su buen humor, su picardía.

Se me ocurre este tip de perogrullo. Cuando vayas a libretar un radiodrama, asegura que en tu imaginación estén los lugares que vas a describir, los rostros que vas a poner a hablar, el contexto. Sólo así la obra tendrá color y sabor.

―¿Y por dónde comenzamos? ―nos dijimos mi hermana y yo―. ¿Cómo se hace una adaptación para radio?

Porque de adaptación se trataba. Estaban ahí los cuatro evangelios, señalando límites y posibilidades. No podíamos inventar lo que no estaba escrito y resultara inverosímil (por ejemplo, que Jesús de niño viajó a la India y de mayor murió en Cachemira). Pero tampoco podíamos conformarnos con maquillar un poco los diálogos muy rígidos, muy esquemáticos, que nos ofrecen los evangelistas. Había que poner carne y sangre y aliento de vida en aquellos textos secos.

Para armar una historia, lo primero es caracterizar a su protagonista. Quién es, dónde vive, cómo se viste y cómo habla y cómo ríe. En nuestro caso, el protagonista estaba decidido ya. Era Jesús, el campesino de Nazaret, el profeta de los pobres, amigo de publicanos y prostitutas. El problema es que sobre la figura de Jesús, como sobre un icono antiguo, se han ido sobreponiendo capas y capas de pintura. Tantas, que ya ni se sospecha el rostro original.

Y eso era lo que nos estaba pasando a mi hermana y a mí antes de comenzar a escribir la radionovela. Porque el Jesús que teníamos en la imaginación era el de las estampitas. El de las películas de Hollywood. Recuerdo cuando niño, allá en La Habana, durante la Semana Santa, que mi papá nos llevaba a ver El Manto Sagrado, Rey de Reyes, El Mártir del Calvario… A mí todos los personajes me caían bien: Pedro el cobarde, María la pecadora, Santiago el alborotador. Todos, menos Jesús. El Jesucristo que te presentaban no pisaba el suelo al andar, nunca se reía ni contaba un chiste, miraba a todos desde su sublime y antipática altura. Para colmo, era el bello de ojitos claros y melena rubia, como anuncio de champú gringo.

Con un protagonista así no podíamos avanzar. Porque nos caía pesado. Por eso, cuando vayas a escribir una historia, procura que el personaje principal te simpatice. Que lo veas en tu imaginación y le puedas guiñar el ojo. De lo contrario, escribirás sin emoción.

Teníamos un buen antídoto, los rostros vistos en Palestina, cuando viajamos. Los rostros beduinos tostados por el sol del desierto, morenos, muy morenos. Los rostros de las mujeres con sus trajes bordados amasando el pan y tendiendo ropa. Sin buscarla, llegó a nuestras manos esta foto de un artesano de Nazaret.

Vista y lista. Fue esa foto la que nos dio la clave para simpatizar con el protagonista de la nuestra serie. Fue ella la que nos inspiró el apodo del Moreno, sobrenombre con que tratan a Jesús sus amigas y amigos. Y viendo esa foto se nos ocurrió el título de Un tal Jesús.

Cuando un par de años más tarde comenzó la persecución episcopal contra nuestra obra, uno de los argumentos de los censores católicos fue aquello de “el Moreno”. El carmelita Saera Ferrada, escribió:

Han querido presentar a Jesús como hombre muy humano. Pero parece que para los autores de esta grabación, ser muy humano requiere necesariamente vivir un ambiente de compañerismo chabacano. Los apóstoles entre sí se tratan con un lenguaje nada pulido. Se motean, incluso se insultan mutuamente con frases gruesas. También Jesús, para sus apóstoles, tiene un mote: “el moreno”. ¿Es que los nuevos tiempos exigen educar al pueblo latinoamericano para la vulgaridad, precisamente en su dimensión religiosa?

Una iglesia racista que discutió si los negros esclavos tenían alma no podía soportar que Jesús no fuera blanco. Tampoco podía soportar el lenguaje popular que empleábamos. Querían un lenguaje “pulido” en boca de pescadores galileos. Querían un Jesús tan pacato y mojigato como ellos.

Por supuesto, el título también les molestó y lo interpretaron como desprecio. No se dieron cuenta que está tomado literalmente de los Hechos de los Apóstoles: Vengo a hablarles de un tal Jesús, así declaró Pedro cuando las autoridades judías lo llevaron a juicio por andar predicando el mensaje del Reino de Dios…