PROHIBIDO PROHIBIR

Radioclip en texto sin audio grabado.

Los formatos polémicos contienen un alto valor educativo. Invitan a pensar, a tomar posición a favor o en contra. Así se entrenan los músculos de la mente y se cultiva el pensamiento propio. ¿Qué necesitamos para montar un buen debate radiofónico?

Los formatos polémicos contienen un alto valor educativo. Invitan a pensar, a tomar posición a favor o en contra. Así se entrenan los músculos de la mente y se cultiva el pensamiento propio.

Lo fundamental para un debate es el tema seleccionado. Que sea provocativo. Que encienda los ánimos. Pueden ser noticias de primera plana, los cacerolazos contra los banqueros ladrones o las chauvinistas leyes migratorias. Pueden ser también temas aparentemente banales: ¿hombres con aretes? ¿los sueños predicen el futuro? ¿cuál es la comida más sabrosa del mundo? Tal vez la abuelita o el panadero se animarán a participar en un programa sobre estas cuestiones más sencillas.

Ningún tema debe estar censurado. Está prohibido prohibir. Si en una cultura más tradicional resulta chocante hablar de la masturbación o de nuestros antepasados los monos, podemos abordar otros temas que sean igualmente atractivos. Aunque tampoco la radio puede acomodarse eternamente a los prejuicios. Hay que romper cascarones mentales.

Vamos con los invitados e invitadas. Éstos, naturalmente, tendrán ideas contrapuestas. Además, deben seleccionarse de un nivel semejante, sea por el cargo que desempeñan o por su capacitad de argumentar. No vale echar al ring a un peso pesado contra un pluma.

Las invitadas e invitados no tienen que ser especialistas o académicos. Quien más sabe de un problema es quien lo padece. Para debatir sobre el control natal invitaremos a una mujer casada y cansada de tener hijos y a un médico conservador. Y si se trata de la reforma escolar, que hablen las profesoras, pero también los estudiantes.

¿Cuántos invitados? La mejor solución radiofónica son dos. Así no se confunden las voces. También podemos experimentar con tres invitados que sostengan opiniones diferentes.

Y ahora, necesitamos un moderador o moderadora imparcial para conducir el debate. En ningún caso debe dar o filtrar su opinión. Pero sí azuzar la ajena. Su misión consiste tanto en aplacar los ánimos como en exaltarlos. Por eso, juega de abogado del diablo con un bando y con otro. Al final, no sacará conclusiones ni tomará partido. Dejará abierto el debate y que sea el público quien se convenza por una u otra posición.

Listo. A debatir se ha dicho. ¡Y que gane quien argumente mejor!

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