UN APETITOSO HELADO DE CHOCOLATE
Antes que la voz, debemos dominar los nervios.
Antes que la voz, debemos dominar los nervios. Hay que espantar estos fantasmas que entorpecen, como ningún otro, la comunicación.
Si lo pensamos bien, no existe ninguna razón válida para que una persona no logre expresarse con igual fluidez frente a un micrófono que ante un amigo. ¿De dónde nace el susto, entonces? ¿Cuál es la madre de todas las timideces?
El miedo al ridículo, no hay otra. La burla presentida, la mofa supuesta, la mueca de desprecio que creemos adivinar, la risa que hace pedazos la propia estima. En cuanto a la cobardía radiofónica, la causa es la misma, sólo que multiplicada.
Cuando salimos al aire, nos sentimos más expuestas, más vulnerables que en un grupo pequeño. Si metemos la pata, todos se enterarán. Si se nos lengua la traba, vendrá una rechifla masiva. A pesar de la soledad de la cabina, miles de orejas nos juzgan.
¿Te sientes atemorizado cuando se acerca la hora del programa, cuando dan la señal para comenzar? El mejor camino para vencer el miedo es decidirse a vencerlo. ¿Qué hacer para controlar los nervios? Entra a cabina con ánimo positivo, cabeza erguida, pisando firme, con buen astral.
Respira profundamente tres o cuatro veces antes de empezar a hablar. Así oxigenarás todo tu organismo y te sentirás más relajada.
A muchas personas les ayuda tener algo en la mano para juguetear mientras hablan. Puede ser un bolígrafo, un palito, una moneda. O la piedra de tu signo zodiacal, como talismán de buena suerte. Ahora bien, nada brinda mayor seguridad que saber bien lo que vamos a decir. Prepara tu programa, organiza tus ideas y… ¡adiós temblores!
En fin, olvídate de los nervios. La segunda vez te saldrá mejor que la primera. Y la tercera, mejor que la segunda. Todo es cuestión de práctica. Así, practicando y practicando, ganarás confianza y controlarás los nervios. Siempre estarán ahí, seguramente te provocarán un cosquilleo antes de comenzar a hablar. Pero ya no te anudarán la garganta ni te dejarán la mente en blanco.
En poco tiempo, le habrás “perdido el respeto” al micrófono. Ya no lo verás como una pistola que te encañona… sino como un apetitoso helado de chocolate.
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