12- HOY ES UN DÍA ALEGRE

Jesús regresa a Nazaret, donde su madre María. Susana se une a la alegría del reencuentro. Jesús está feliz. Ya sabe cuál será su camino.

María – Pero no se crea usted, vecina, no se crea, que yo no las tengo todas conmigo. Jesús se fue preocupado y con ese hormigueo de ideas raras. Pero no se piense usted que es cosa de amores… ¡qué más quisiera yo! Ay, Jesús, muchacho… Tengo miedo de que se equivoque, vecina… Son tiempos tan malos estos… No, vecina, no se levante, recuéstese bien, así, ya verá usted qué bien le va a sentar este caldo, calienta hasta los huesos. Mi madre preparaba siempre este remedio, verá qué bueno…

Desde que Jesús dejó Nazaret para ir al río Jordán a ver a Juan, el profeta, los días se le habían hecho muy largos a María. Las tardes se las pasaba acompañando a su vecina, la mujer de Neftalí, que estaba medio enferma.

María – Yo le digo, vecina, que en estos días yo siento como si me hubieran caído siete años encima. Imagínese, comiendo yo sola… Y luego, al acostarme, ese silencio en la choza… Porque Jesús ronca mucho, usted sabe. Pero a mí ese runrún me acompaña. Fíjese, yo creo que eso es lo que me hacía dormir, porque ahora me despierto así en lo oscuro, con ese sobresalto… La otra noche, bueno, un ruido… Lo oigo, y empiezo: ¿quién anda ahí? ¿quién anda ahí? Y hasta encendí la lámpara. Ay, vecina, a las madres sin los hijos nos falta media vida. Espere, que le voy a echar en el caldo unas hojitas de esta menta de ahí del patio. Eso le va a caer a usted como maná del mismísimo cielo. ¿Y si Jesús se me queda por allá por el Jordán, eh, vecina? Yo tengo esa idea clavada aquí, en mitad del pecho, como una aguja. Bueno, Dios conoce a cada uno y sabe también la madera de cada uno para qué sirve. Y él sabrá por qué camino quiere que ande Jesús. Lo que yo le pido es que me lo guarde de todos los peligros, pero mi hijo es tan testarudo… En eso salió a su padre, ¿no cree, vecina? Bueno, ya usted se quedó dormida. Entonces, me voy… y que tenga un buen sueño.

María dejó a la mujer de Neftalí y caminó hasta su casa. Al entrar, mordisqueó sin muchas ganas un trozo de pan negro y se echó en la estera. Aquel día estaba muy cansada, y el sueño llegó pronto para ella.

El sol empezaba a asomar por el horizonte borrando del cielo las últimas estrellas que aún quedaban encendidas. El aire fresco de la mañana puso a bailar las espigas y la hierba del campo. Amanecía en Nazaret. Jesús, cansado pero contento por todo lo que había visto y oído en el Jordán y en la soledad del desierto, estaba de regreso.

Jesús – Eh, pero, ¿qué haces tú aquí tan temprano, Tonín, muchacho?
Tonín – Vine a buscar caracoles. Ayer llovió y han salido muchos. Mira…
Jesús – A ti te gustarían los lagartos que he visto en el desierto. Así de grandes…
Tonín – ¿Tú estabas en el desierto?
Jesús – Sí, de allá vengo.
Tonín – ¿Y por qué te fuiste allá?
Jesús – Nada, buscando…
Tonín – ¿Buscabas lagartos?
Jesús – No, lagartos, no. Buscaba otra cosa.
Tonín – ¿Y la encontraste?
Jesús – Sí, la encontré. ¡Adiós, Tonín, llévame después los caracoles para verlos!
Tonín – ¡Hasta luego, Jesús!

María, como siempre, estaba despierta desde muy temprano. Había puesto a calentar agua en el fogón para preparar las lentejas de la comida y se había sentado en el suelo a machacar trigo para hacer la harina del pan.

Jesús – Doña María, ¿no tendría un poquito de leche para un pobre caminante?
María – Sí… pero, ¿quién es?… ¡Jesús, hijo, si eres tú, si ya estás aquí!
Jesús – ¡Ya estoy aquí, mamá!
María – Ay, gracias, Señor, gracias. Todos los días rezándole a Dios para que te llevara bien y te trajera mejor. ¡Por el Dios Bendito, que ya estaba muy preocupada, Jesús! Has tardado mucho y… y con lo de Juan… Dicen que se lo llevaron preso. ¿Tú estabas allá cuando pasó eso?
Jesús – No, yo había salido ya. Sí, lo agarraron. Ya le cerraron la boca al profeta.
María – Lo que te dije, Jesús, lo que te dije… ¿Y tú crees que lo matarán?
Jesús – No, no lo creo. Herodes no se atreverá. Acabará soltándolo. Pero mientras tanto, alguien tendrá que ocupar su puesto. Juan encendió un fuego y no debemos dejar que se apague.
María – Eso de que venga otro profeta es cosa de Dios. Pero bueno, ¿no tienes hambre? ¿No tienes sed? ¿Qué quieres comer?
Jesús – ¿Qué tienes por ahí?
María – Pues mira, hijo, cuando te fuiste estuve en Caná y compré vino del de allá, que es tan bueno. Dije: cuando vuelva, lo tomamos. ¡Y ya has vuelto! ¡Aquí está! Mira, y unos dátiles…
Jesús – ¡Ahhh! Muy bueno… Bebe tú también. Hoy es un día alegre.
María – Jesús, te veo muy contento. Estás más flaco, pero tienes mejor cara.
Jesús – Tú siempre aciertas. ¡Cualquiera te esconde algo a ti! Sí, estoy contento, no lo puedo negar. Bueno, preocupado ahora con esto de Juan. Es un gran tipo ese primo mío… La verdad, mamá, es que detrás de este viaje estaba la mano de Dios.
María – Te fuiste muy nervioso. Me quedé pensando en todo lo que me dijiste, que estabas inconforme, que no sabías por dónde ir. Le he dado vueltas y más vueltas en el corazón a todo aquello y… ¿y ahora qué, ya sabes?
Jesús – Juan me ayudó a ver claro. ¿Sabes una cosa, mamá? Me bauticé en el Jordán. Fue… fue algo grande. Te tengo que contar tantas cosas. Estuve también por el desierto.
María – ¿Por el desierto? Pero, ¿qué fuiste a hacer tú allí? Ay, mi hijo, con razón estás así de flaco. Dicen que ese calor del desierto sólo lo aguantan los escarabajos.
Jesús – Bah, eso son cuentos. Allí también encontré yo un lugar. Y pensé mucho. Mamá, ¿tú te imaginas lo que sería decirles a los pobres que Dios nos regala su Reino, anunciar a todos los infelices que lloran en nuestra tierra que ya pronto vamos a ser consolados? ¿Te imaginas lo que sería luchar por la justicia sabiendo que Dios va a la cabeza, junto a nosotros, codo a codo con nosotros?
María – Sería algo grande, Jesús, algo muy grande. No habría en Caná bastante vino para celebrar el día en que eso sucediera. Te veo tan contento que me contagias. Pero hijo, mira, hay que poner los pies en la tierra. Ese día llegará. Pero ni tú ni yo lo veremos. Falta mucho para ese día.
Jesús – Juan dice que el Liberador de Israel ya viene.
María – Sí, y los zelotes dicen también que viene. Y que les cortará el pescuezo a todos los romanos. Pero a quien se lo cortan es a ellos. Ten cuidado con lo que hablas, hijo. Hay más soldados que nunca en Galilea. Con eso de que metieron preso al profeta tienen miedo de que la gente se alborote. Todo está vigilado.
Jesús – Pues mira quién viene por ahí… ¡la comadre Susana!
Susana – ¿Dónde está ese moreno que ya volvió del Jordán? ¡Ay, muchacho, qué ganas tenía ya de verte! Estábamos aquí tu madre y yo y todos más asustados que conejos con eso que nos contaron del profeta Juan. Dicen que lo sacaron del río arrastrado, como si fuera un animal malo. Ay, moreno, ¿qué va a pasar ahora en este país?
Jesús – Pero está muy nerviosa esta Susana. ¿Qué es eso de estar asustados como conejos? La voz de los profetas no la calla ni Herodes ni nadie. Nosotros todos tenemos que seguir gritando con la voz de Juan.
Susana – Te lo dije, comadre María, te lo dije. Mira cómo ha vuelto. Hecho un revolucionario… ¡desafiando al rey Herodes!
Jesús – Pero, Susana, tranquilícese. Vamos, ¿por qué no prueba un poco de este vino? Yo creo que lo necesita para ponerse alegre.
Susana – ¡Alegre, alegre!… ¿Qué ha pasado por el Jordán, Jesús? Cuéntanos lo que viste por allá.
Jesús – Vi cosas grandes. Hacía tiempo que en Israel no se oían verdades mis verdaderas. Hacía tiempo que la gente no miraba al cielo con tanta esperanza.
Susana – ¿Y qué es lo que va a venir del cielo que tengamos que mirar para arriba? A la tierra es a donde hay que mirar, moreno. Y en la tierra manda Herodes y manda Pilato y todos esos abusadores. A ese profeta Juan lo van a matar y si tú sigues metido con esos buscapleitos también te matarán a ti.
María – Bueno, Susana, deja eso ahora. Hoy es un día alegre, hay que estar contentos, no vengas tú a aguarnos ahora la fiesta con lo de…
Susana – Mira, María, no te me pases al otro bando, que tú eras la primera que tenías el corazón en la boca cuando trajeron la noticia de lo de Juan. Y no es para menos, muchacho. ¿Cómo no vamos a preocuparnos? Nos acordábamos de tu padre, José… ¡Cómo lo apalearon, Dios mío! Y todo por defender a aquellos escapados que andaban escondiéndose.
Jesús – Mi padre fue un hombre justo que no se echó atrás cuando llegó el momento. Yo estoy orgulloso de él. Y Dios también está orgulloso. ¿Usted sabe lo que sería, Susana, que pudiéramos anunciar a los cuatro vientos de esta Galilea que él y todos los que mueren por la justicia son los que preparan el Reino de Dios?
Susana – ¡Ay, mi hijo, al que se ponga a gritar eso lo matan también. Tú no grites nada, moreno. Tú, a lo tuyo. A trabajar y a estar tranquilo, que eso es lo que Dios quiere, la paz y la tranquilidad.
Jesús – Diga mejor que eso es lo que algunos quieren, que sigamos durmiendo como Noé dentro de la tienda para dejarnos en cueros.
Susana – No hables así, Jesús. Y tú, María, aconséjalo, que este muchacho te va a dar un día un disgusto con ese empacho de política. Hazme caso, moreno, echa fuera esas ideas raras y quédate aquí tranquilo con tu martillo y tus clavos. Aprende eso de tu padre, José, caramba, que buen ejemplo te dio.
Jesús – Y dale con mi padre. Pero parece que usted no lo conoció, Susana. ¿Ya no se acuerda cuando Boliche y él fueron a protestar a Naím por lo del precio de la harina, eh? ¿Ya no se acuerda? ¿Y quién se levantó en la sinagoga cuando el zorro de Ananías quería correr los postes de la finca y quedarse con las tierritas de Baltasar?
Susana – Pero eso pasó hace mucho tiempo…
Jesús – Mucho tiempo, pero a la gente no se le ha olvidado.
Susana – Si yo no digo que se le haya olvidado…
María – Bueno, bueno, dejen las discusiones para mañana, que ya por hoy tenemos bastante. Ustedes siempre andan como perro y gato. Ea, ¿dónde está la jarra?
Jesús – Eso mismo. Vamos, Susana, otro poco de vino a ver si se anima y se le pasan esos miedos de una vez.
Susana – ¿Y qué, María? ¿Este fue el vino que trajiste de Caná?
María – Este mismo. Allá lo venden barato y es muy bueno.
Jesús – Si le gusta, puedo conseguir algunos litros cuando pase por allá.
María – ¿Vas a viajar a Caná, Jesús?
Jesús – Sí, dentro de un par de días quiero acercarme a Cafarnaum. Pasaré por Caná.
María – Pero aquí tienes trabajo pendiente. Tengo tres encargos para ti. ¿Sabes que volvió el romano y quiere que le hagas más herraduras?
Jesús – ¡No me digas que le parecieron bien! Bueno, pues ya tendremos otro denario para lentejas y aceite.
María – Tienes que hacérselas pronto.
Jesús – Sí, ya se las haré. Pero es que he conocido por el Jordán a unos de Cafarnaum. Son pescadores del lago y nos hicimos muy amigos. Y quería volver a verlos.
Susana – Estoy segura que quieren meterte en sus conspiraciones. ¿No será uno de ellos ese Simón, al que le dicen Pedro?
Jesús – Sí, es uno de ellos. ¿Usted lo conoce, Susana?
Susana – ¡Qué si lo conozco! Es el hijo del viejo Jonás. Yo hasta soy medio pariente de su madre, que en paz descanse. ¡Ay, moreno, ése desde niño era más peleón que un gallo en celo!
Jesús – Es un gran tipo ese Pedro. Y también su hermano.
Susana – Andresito el flaco, le decían.
Jesús – Sí, Andrés. Y otros más que conocí por allá.
María – ¿Y había mucha gente por el Jordán, Jesús? Cuéntanos.
Jesús – Mamá, aquello parecía un hormiguero. Mucha gente, mucha. El río estaba lleno de gente y, lo mejor de todo, es que eran hombres y mujeres con esperanza, con ganas de que las cosas cambien en nuestra tierra. Y yo también creo que podemos cambiar las cosas en este país. ¡Tenemos que hacerlo!
María – Me alegra verte tan contento, Jesús. ¿Verdad, Susana, que tiene muy buena cara?
Susana – Yo lo que veo es que este hijo tuyo ha vuelto con la cabeza muy caliente y…
Jesús – Vamos, Susana, déjese de eso y siéntese por ahí que con este viaje tengo historias para un buen rato.
Susana – Espérate, moreno, voy corriendo a avisarle a Simeón y a la vieja Sara y también a Neftalí y a los muchachos.
Jesús – Sí, dígales a todos que vengan, que tengo muchas cosas que contarles.

Y todos los vecinos se reunieron en la casa de María para escuchar las noticias del profeta Juan. Como unos treinta años había pasado Jesús en el caserío de Nazaret viviendo con aquellos paisanos suyos, trabajando la madera, el hierro, la tierra o lo que se presentara, como uno más, como uno de tantos. Ahora, para él habla llegado el momento de ir a abrir los surcos del Reino de Dios allá en Cafarnaum, junto al lago de Galilea. Aquella mañana de primavera todo parecía nuevo. Las espigas prometían pan y los árboles, frutos. Una gran esperanza estaba llegando para Israel.

 
Notas

* Con apenas una frase, el evangelio caracteriza a José: un hombre justo (Mateo 1,19). Partiendo de lo que significa ser justo en la Biblia (recto, honesto, sincero), se puede reconstruir su personalidad. José tuvo que tener una decisiva influencia sobre Jesús. No hay ningún fundamento histórico ni teológico para las imágenes que presentan al esposo de María como un hombre anciano, callado, sin vitalidad.