35- DESCOLGADO POR EL TECHO
En casa de Pedro se ha reunido mucha gente. Los hijos del paralítico Floro lo hacen entrar por el techo esperando que Jesús lo cure.
Por aquellos días, la casa de Pedro era la más visitada de Cafarnaum. Cuando el sol se escondía detrás del Carmelo, nos juntábamos en ella todos los del grupo y muchos otros del barrio para conversar de nuestros problemas.
Rufa – Sí, está bien, mucha justicia y que las cosas cambien y todos iguales, sí… pero, ¿y el espíritu, eh?
Pedro – ¿Qué espíritu, suegra?
Rufa – ¿Cómo que qué espíritu? El tuyo, Pedro. El mío. El alma del hombre. Si después de todo el lío resulta que nos morimos y va y nos condenamos, ¿eh? Entonces, ¿qué?
Juan – Pero, vieja Rufa, ¿por qué vamos a condenarnos?
Rufa – Porque somos malos y tenemos pecados, qué caray. Y hay que preocuparse de tener limpia el alma!
Hombre – ¡Aquí lo que tenemos limpia es la tripa, con esta hambre que nos está matando!
Pedro – Claro que sí, suegra. Deje el alma para luego, que lo primero es echarle algo a la panza, ¿no cree? ¡Yo digo que el Mesías viene con un saco de garbanzos para repartir entre todos!
Rufa – Pues yo digo, Pedro, que lo primero es tener las cuentas claras con Dios y después ya habrá tiempo para los garbanzos. Eh, Jesús, ¿tengo o no tengo razón?
Jesús – Yo no sé, abuela, pero a mí me parece que una paloma necesita las dos alas para volar. Si tiene un ala rota, no vuela. Y si tiene la otra, tampoco.
Rufa – ¿Qué quieres decir con eso, Jesús?
Jesús – Yo creo que Dios no separa las cosas. Todo va junto, el alma y el cuerpo, el cielo y la tierra, lo de ahora y lo de después.
Aquella noche soplaba el viento frío del Hermón, y Rufina, la mujer de Pedro, se puso a preparar un caldo de raíces. Todos los vecinos sintieron el aroma y todos vinieron a beber del cacharro. Al poco rato, la casa estaba repleta de gente.
Hombre – ¿Qué es lo que están diciendo, que aquí no se oye nada?
Mujer – ¡Y qué sé yo, que si una paloma que tiene dos alas para volar y… Oye tú, no empujes que… Anda, pero mira quiénes son, los hijos de Floro. ¡Y traen al viejo también!
Vecino – ¿Y para qué sacaron a este zorro de su madriguera, eh?
Muchacho – Queremos entrar. Lo traemos cargado desde la otra punta del pueblo.
Mujer – ¡Pues váyanse por donde vinieron! ¿No ven la cantidad de gente que hay?
Cuatro muchachos jóvenes cargaban una improvisada camilla hecha con una red de pescar y dos remos de barco. Sobre ella venía un viejo flaquísimo con los ojos rojos y saltones, como los sapos. Era Floro, el paralítico.
Muchacho – ¡Por favor, déjennos entrar!
Hombre – Pero, ¿cómo van a meter a este tullido ahí dentro? ¡Aquí no cabe ya ni una pulga de lado! ¡Váyanse, váyanse de aquí!
Los hijos de Floro intentaron colarse por la puerta, por la cocina, por el patio. Imposible. Había demasiada gente. Pero Floro no estaba dispuesto a regresar sin verle la cara a Jesús. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea.
Muchacho – La cosa está mala, papá. Mejor nos vamos.
Floro – De ninguna manera. Yo no me voy sin ver al forastero.
Muchacho – Pero, papá, ¿qué podemos hacer? Aquí no hay quien entre.
Floro – Pues tírenme por arriba.
Muchacho – ¿Cómo que por arriba?
Floro – ¡Que me descuelguen por el techo, caramba! Esos tejados son fáciles de levantar… ¡si lo sabré yo!
Los cuatro muchachos quitaron los remos, envolvieron al viejo Floro en la red que les servía de camilla, lo treparon al techo de la casa y comenzaron a levantar los palos cubiertos de barro amasado. Mientras tanto, Jesús continuaba hablando del Reino de Dios.
Jesús – Sí, sí, pasa con la paloma y pasa lo mismo con una barca, que hacen falta dos remos, y los dos tienen que ir al compás para que la barca vaya pá lante derecha. Con el Reino de Dios es igual, todo va junto, todo.
Rufina – Pero, ¿qué está pasando aquí? ¡Pedro, por Dios, ven a ver esto! ¡Nos están abriendo un boquete en el techo! ¡Pedro!
Pedro – ¿Qué te ocurre, mujer escandalosa?
Rufina – ¡Mira, Pedro, hay gente trepada en el techo!
Pedro – ¿Cómo que en el techo? ¿Qué rayos hacen ahí? ¡Oigan, ustedes, apéense inmediatamente si no quieren que…! Pero, ¿están locos? Alcánzame la escoba, Rufi, que se la voy a partir en la crisma si no se bajan de…
Rufina – ¡Ay, Pedro, aaay!
Fue cuestión de segundos. Los hijos de Floro resbalaron, la viga del centro se partió y el techo de arcilla se hundió sobre nuestras cabezas. Junto con los palos y la polvareda del derrumbe, apareció en medio de todos, como un pulpo atrapado en una red, el paralítico Floro.
Pedro – Pero, ¿qué han hecho ustedes? ¡Animales, bellacos, zopencos, hijos de la perra de Jezabel! ¡Me han arruinado el techo! ¿quién va a arreglarlo ahora, eh?
Muchacho – Es que el viejo se nos resbaló y…
Pedro -¡Maldita sea, les juro que van a pegar el barro con la lengua!
Muchacho – Es que los palos del techo de su casa están medio podridos y por eso…
Pedro – ¡Eso es asunto mío y no de ustedes, recuernos! A ver, ¿quién les mandó encaramarse en un techo ajeno, eh, eh?
Muchacho – Fue papá el que nos dijo.
Pedro – ¡Papá! ¡Papá! Y a este ripio de la piel del diablo, ¿le llaman ustedes papá? ¡Crápula, calamidad de hombre!
Jesús – Cálmate ya, Pedro, no es para tanto.
Pedro – ¿Que no es para tanto? Pero, ¿cuándo se ha visto que la gente caiga del cielo como una plasta de pájaro, eh? ¡Capaz de haberle venido encima a la suegra Rufa y me la mata!
Jesús – Está bien, pero no le cayó.
Pedro – ¡Mira, mira, todo roto, techo, ventana, escalera, todo roto!
Jesús – Yo te lo arreglaré mañana, Pedro, tranquilízate. Tengo experiencia en pegar techos.
Rufina – Y este viejo tiene experiencia en desbaratarlos, ¿verdad, Floro? Es que tú no sabes a quién tienes delante, Jesús. El tullido Floro. No, no le tengas compasión a este viejo zorro. ¿Sabes cómo se rompió las piernas? Saltando tapias y colándose por los techos para robar. ¡Buen sinvergüenza, te voy a moler a palos!
Pedro – ¿Y se puede saber por qué demonios te tiras por el techo si hay una puerta para entrar, eh? Habla, no te quedes callado ahora. Que las piernas las tienes rotas, pero la lengua no.
Floro – Yo soy un tullido.
Pedro – Un tullido, sí, un tullido… ¡un bandido!, eso es lo que eres. Y estos cuatro hijos tuyos, son todavía peores que tú. Vamos, vamos sáquenme fuera a este granuja.
Jesús – Espérate, Pedro, no seas así. Déjalo hablar primero. ¿Qué te pasa, Floro, a qué has venido? ¿Por qué has hecho esto?
Floro – Porque yo quería entrar. Entonces una vieja en la puerta me dijo: fuera, fuera de aquí, no hay sitio. Y yo quería entrar. Y otro me empujó y me dijo: fuera, fuera de aquí, la casa está atiborrada. Pero yo quería entrar.
Pedro – ¿Y por qué no te quedaste escuchando por la ventana, como los otros?
Floro – No, en la ventana no. Yo quería ver de cerca a ese tal Jesús que ha venido a la ciudad y que cura a los enfermos. Tengo las piernas tullidas.
Rufina – ¡La enfermedad tuya está en las manos, pedazo de ladrón! ¡A ti no te cura ni Dios, desgraciado!
Pedro – Mira, Jesús, este viejo, así como lo ves, es un ladrón de siete manos. Ahora ya no puede hacer mucho, pero antes, cuando podía andar… ¡si yo te cuento no te lo crees!
Juan – ¡El viejo Floro se robó el candelabro de la sinagoga sin apagar las velas!
Pedro – Si te faltaba un denario, a buscarlo en el bolsillo de Floro. Si te faltaba el pan o las aceitunas, a buscarlo en la panza de Floro o en la de los hijos.
Mujer – ¡Ladrón y borracho!
Hombre – ¡Y jugador!
Rufa – ¡Y pendenciero!
Juan – ¡Al diablo con el Floro, las maldades de este viejo son tantas como los hijos que tiene!
Jesús – Eso que dicen, ¿es cierto, Floro?
Floro – Sí, señor. Eso es cierto. Yo soy un sinvergüenza. Pero con mis hijos que no se metan. Mis hijos son buenos.
Vecino – ¿Buenos? ¡Mira tú, cuando el Floro y sus hijos iban por el mercado era como si pasara una plaga de langostas! ¡Arrasaban con todo!
Floro – ¡Mentira! Mis hijos son honrados y decentes.
Jesús – ¿Estos cuatro son hijos tuyos, Floro?
Floro – Sí, señor. Son los mayores. Dos parejas de mellizos.
Jesús – ¿Tienes más hijos?
Floro – ¡Uhhh! Diez más en casa. Tengo catorce.
Jesús – ¿Catorce? ¡Caramba, más que las tribus de Israel!
Floro – Es que mi mujer los pare de dos en dos. Siempre mellizos.
Jesús – ¿Y por qué robabas? ¿No tenías trabajo?
Floro – Sí, pero no me alcanzaba. Catorce hijos, catorce bocas. Se mueren de hambre, decía mi mujer. Yo trabajaba de día y robaba de noche. ¡Y ni así alcanzaba! Entonces me desesperé y maldije a Dios. Sí, señor, he cometido todos los pecados que prohíbe la Ley. Yo no tengo perdón. Soy un sinvergüenza. Pero mis hijos no. Yo los crié y los saqué adelante. Son buenos y trabajadores.
Hombre – ¡Tus hijos son tan sinvergüenzas como tú, viejo
mentiroso!
Floro – No, no, no. No digan eso. Ellos no son como su padre.
Vecina – ¡De tal palo, tal astilla!
Floro – No, no, ellos… ellos son buenos. ¡Ellos son buenos! Créeme, forastero, mis hijos tienen buen corazón, no son como éstos dicen.
Jesús – Vamos, Floro, no te pongas así. Cálmate. Mira, tú tienes confianza en tus hijos. Y Dios tiene confianza en ti. En el Reino de Dios todos tienen un sitio, aunque se cuelen por el techo. Anímate, Floro: Dios te perdona tus pecados. De veras te lo digo: Dios te perdona tus pecados.
EL paralítico miró a Jesús sorprendido, con los ojos saltones y una sonrisa grande, de oreja a oreja. Todos nos quedamos extrañados de aquellas palabras que Jesús acababa de pronunciar.
Hombre – ¿Cómo has dicho tú, forastero?
Jesús – Dije que Dios ha perdonado a Floro.
Hombre – ¿Y quién eres tú para decir eso? Ese viejo es un canalla. No hay perdón para él.
Jesús – ¿Estás seguro?
Hombre – ¡Tan seguro como que tiene las piernas rotas!
Jesús – Escuchen esto: ¿qué cosa será más fácil decir “tus pecados quedan perdonados” o decir “tus piernas quedan curadas”?
Hombre – Ninguna de las dos. La primera es una blasfemia. La segunda es imposible.
Jesús – Creo que te equivocas, amigo. Para Dios nada es imposible. ¿No lo estábamos diciendo antes, que en el Reino de Dios va todo junto, el alma y el cuerpo? Vamos, Floro, levántate y vuelve a casa con tus hijos.
Entonces, pasó algo increíble. El viejo Floro se levantó del suelo, estiró las piernas, y se echó al hombro la red y los remos que le habían servido de camilla. Nos miró a todos radiante de alegría y empezó a andar. Hasta que salió de casa de Pedro, seguimos sus pasos con miedo y con asombro, maravillados de lo que había ocurrido. Nunca habíamos visto una cosa así.
Mateo 9,1-8; Marcos 2,1-12; Lucas 5,17-26.
Notas
* En el pensamiento religioso tradicional se cree que el hombre tiene por una parte el alma (espiritual, elevada, digna de estima) y por la otra, el cuerpo (material, de bajos instintos, al que hay que dominar). En las religiones tradicionales están muy arraigados los dualismos: existen cosas, personas y lugares sagrados, y cosas, personas y lugares profanos. El futuro que aguarda al ser humano después de la muerte también se opone al presente. Se contraponen la tierra y el cielo, el más acá y el más allá. Ninguna de estas parejas de contrarios encontró base en el mensaje de Jesús. El signo que Jesús realizó con el paralítico de Cafarnaum expresó que para Dios no existe diferencia ni contradicción entre lo material y lo espiritual, entre alma y cuerpo.
* En tiempos de Jesús, los techos de las casas eran planos, como azoteas. Descansaban sobre una base de vigas cubiertas con ramas, sobre la que se colocaba una capa de barro apisonado. En las casas corrientes esta armazón de vigas se hacía con madera de sicómoro. En edificios mayores había que emplear una madera mucho más fuerte. La del cedro, por ejemplo. La gente gustaba de comer en los techos de las casas, buscando el aire libe. El techo servía también como almacén y era habitual que, si no había lugar dentro de las casas, los huéspedes durmieran en el techo. Esta forma de construcción ligera y provisional (el techo se levantaba en el tiempo de mayor calor) explica cómo el paralítico Floro pudo ser descolgado por arriba hacia el interior de la casa de Pedro. Los vecinos que estarían reunidos aquel día no ocuparían solo el espacio de la casa, que era reducidísimo, sino que se amontonarían en el patio común que compartían las pequeñas viviendas de varias familias.