39- ¿VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES?

RAQUEL Emisoras Latinas llega hoy, con Jesucristo, a Jerusalén. Él ha querido, en este reencuentro con la capital de su país natal, recorrer las estrechas y pintorescas calles del barrio árabe. ¿Algún recuerdo en especial?

JESÚS Aunque esto está muy cambiado, me parece que fue por aquí por donde arrastraron a aquella pobre mujer…

RAQUEL ¿La historia de la adúltera?

JESÚS La historia de Juana, todavía recuerdo su nombre.

RAQUEL Y yo recuerdo la película, cuando aquella mujer es descubierta in fraganti por su marido y es sacada a la calle semidesnuda, despeinada, y escapa de ser apedreada por una multitud enfurecida gracias a la oportuna intervención de usted, Jesucristo.

JESÚS Aquello fue un escándalo…

RAQUEL Sí, un relato más propio de una crónica roja sensacionalista que de un texto evangélico…

JESÚS No, te digo escándalo en otro sentido. Las leyes religiosas de mi país castigaban el adulterio con la muerte. Y los hombres medían esas leyes con dos varas distintas.

RAQUEL Las medirían a su favor, me imagino, como siempre hacen ustedes. Disculpe, no me refiero a usted, pero es que…

JESÚS Decían que el hombre sólo cometía adulterio si engañaba a su mujer con una mujer casada. Pero si la engañaba con una soltera, una viuda, una divorciada, con una prostituta o una esclava, no cometía adulterio. Y nadie lo castigaba. A la mujer la medían con otra vara: con cualquier hombre que lo hiciera, era adúltera.

RAQUEL ¿Y siempre la mataban?

JESÚS Sí, a pedradas. Y como el adulterio era un delito público, toda la comunidad salía a tirar piedras.

RAQUEL Una ley salvaje… En algunos países islámicos aún está vigente…

JESÚS Se cometían grandes injusticias. Habladurías y calumnias terminaban en la muerte de mujeres inocentes. Muchos de los que tiraban las piedras eran hombres que se habían pasado la vida engañando a sus mujeres. ¡Injustos que salían a hacer justicia! ¡Y en nombre de Dios!

RAQUEL Siempre me ha impresionado lo que usted hizo. Fue muy comprensivo perdonando a aquella mujer…

JESÚS ¿Y por qué no perdonarla? El árbol de la infidelidad puede tener muchas raíces… A mí fue al que no me perdonaron.

RAQUEL ¿Quiénes? ¿Los viejos que se quedaron con las ganas de tirar las piedras?

JESÚS No, Pedro, Santiago, Juan, los del movimiento. Estaban muy molestos conmigo, me reclamaron. Tropezaron con la verdadera piedra de escándalo, y esa piedra eran las leyes de mi pueblo que hacían tanto daño a las mujeres.

RAQUEL ¿Y, díganos, fue ése el primer caso que usted conoció de una mujer a punto de ser apedreada?

JESÚS No. Las lapidaciones de mujeres eran frecuentes… Yo había visto eso otras veces… ¿Puedo pedirte un favor, Raquel?

RAQUEL Por supuesto. ¿De qué se trata?

JESÚS Quiero decir algo a quienes nos escuchan…

RAQUEL Adelante, Jesucristo. Los micrófonos son suyos.

JESÚS Yo también pequé, Raquel. Yo ofendí a Dios. A pesar de saber desde niño que esto pasaba, a pesar de haber conocido de cerca esta crueldad, nunca hice nada para detenerla. Pero aquel día, ante aquella mujer, Dios me abrió los ojos. Aquel día entendí que las leyes y las tradiciones que ofenden a las mujeres ofenden a Dios. Que la violencia contra las mujeres es violencia contra Dios.

RAQUEL Gracias, Maestro, en nombre de todas las mujeres que nos escuchan. Desde Jerusalén, cerca de la que fue llamada Puerta del Ángulo, Raquel Pérez, Emisoras Latinas.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS

Un relato muy escandaloso

El relato de Jesús y la adúltera sólo aparece en el evangelio de Juan (8,1-11) y no en todos los primeros manuscritos que se conservan de este evangelio. Algunos exegetas explican que fue suprimido en los otros tres evangelios y en los manuscritos originales de Juan porque la posición de Jesús ante la mujer “pecadora”, su flexibilidad, su desafío a la ley religiosa que ordenaba apedrearla, fue considerada excesiva y hasta escandalosa para las primeras comunidades judeocristianas, educadas en una cultura discriminadora de las mujeres.

Pablo: en Cristo no hay hombre ni mujer

La violencia contra las mujeres tiene sus más profundas raíces en las religiones patriarcales. El judaísmo de tiempos de Jesús era una religión plenamente patriarcal. Las actitudes de Jesús con las mujeres resultaron escandalosas. Etimológicamente, “escándalo” es “la piedra con la que se tropieza”. A pesar de los “tropiezos”, las enseñanzas de Jesús, basadas en la equidad entre los seres humanos y, por tanto, en la equidad entre hombres y mujeres, no pudieron ser suprimidas totalmente. Y aunque en sus escritos Pablo refleja su formación judía tradicional, también tiene expresiones que, sin duda, provocaron un gran impacto en su medio y en su tiempo. La más conocida y citada de las frases paulinas favorables a la equidad de género es: En Cristo ya no hay judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3,26-28). Particularmente relevante en esta frase es que el judío Pablo está rechazando con ella, explícitamente, la plegaria que diariamente pronunciaban los judíos: “Bendito seas, Señor por hacerme judío y no gentil, por hacerme libre y no esclavo, por hacerme varón y no mujer.”

La lapidación: una tortura

La lapidación o apedreamiento es un método de ejecución muy antiguo. Es una tortura porque la muerte llega de forma lenta y esto incrementa el sufrimiento. Al ejecutado de esta forma se le amarra o se le entierra medio cuerpo en la tierra para que no pueda huir. En la medida en que la humanidad ha tomado conciencia de los derechos humanos, esta cruel tortura fue siendo desterrada de las legislaciones. En la Sharía o Derecho islámico existen delitos sexuales, especialmente el adulterio cometido por mujeres, que se castigan con la lapidación, tal como ocurría en tiempos de Jesús. Pero esta barbaridad ya no se practica en todos los países islámicos. En el Código Penal de Irán se establece la lapidación como pena para el adulterio y se especifica que no deben utilizarse piedras tan grandes como para matar a la persona de uno o dos golpes ni tan pequeñas como para no considerarlas piedras. Según Amnistía Internacional, después de varios casos detectados en Nigeria en 2006, se conocieron otros casos aislados en Afganistán, Irán e Irak. Para evitar prejuicios simplificadores y tener una visión más compleja de la situación de la mujer en el Islam resulta de mucho interés leer las obras de la escritora marroquí Fatema Mernisi. Especialmente provocador para la cultura occidental resulta su texto “El harén en Occidente” (Espasa Calpe, 2006).

El adulterio y la ley del embudo

En Israel, el adulterio era considerado un delito público. Las leyes más antiguas lo castigaban con la muerte. Con los años, la tradición y las costumbres, controladas por hombres, le dieron a esta ley, como a tantas otras, una interpretación machista. Y así, el adulterio del hombre casado sólo era delito si las relaciones eran con una mujer casada, pero si era soltera, prostituta o esclava, la relación no era delictiva ni se consideraba adulterio. La ley era la del embudo: en el caso de la mujer bastaba que tuviera relaciones con cualquier hombre. Tradicionalmente, la mujer sospechosa de adulterio era sometida a una prueba pública: la hacían tomar aguas amargas. Si le hinchaban el vientre se determinaba que había sido adúltera. Si no sentía malestar, todo quedaba en falsa sospecha (Números 5,11-31). Esta prueba la realizaba diariamente un sacerdote en la Puerta de Nicanor en el Templo de Jerusalén. El hombre no era sometido a este humillante rito.

La lapidación: un castigo comunitario

En tiempos de Jesús, comprobado el adulterio, la mujer debía ser apedreada por la comunidad. Como el adulterio era un pecado público, se debía borrar pública y colectivamente. Los vecinos del lugar en que la pecadora había sido descubierta eran quienes apedreaban a la mujer. Generalmente, se la apedreaba en las afueras de la ciudad o aldea. Los testigos de los hechos
debían arrojar las primeras piedras. Otros delitos castigados con el apedreamiento eran la blasfemia, la adivinación, la violación del descanso del sábado y varias formas de idolatría.

Aguantar, soportar, sufrir: una virtud de las mujeres

El judaísmo de tiempos de Jesús discriminaba a las mujeres. Y actualmente, el cristianismo continúa discriminándolas, aun cuando las crueles leyes de la Biblia ya no se practiquen. Para entender el nivel de discriminación de la iglesia católica es significativo, por ejemplo, que en el documento que el Cardenal Ratzinger ―posteriormente Papa Benedicto 16―, escribió en mayo de 2004 como Prefecto de la Doctrina de la Fe con el pretencioso título “Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y en el mundo” no exista una sola línea de reflexión y de condena de la violencia contra las mujeres, un tema que, por fin, es hoy objeto de preocupación, debate, investigación y acción en todo el mundo. Más bien, en esa Carta, entre otras cosas, Ratzinger dice de la mujer: “Es ella la que, aun en las historias mas desesperadas posee una capacidad única de resistir las adversidades, de hacer la vida todavía posible incluso en situaciones extremas, de conservar un tenaz sentido del futuro y, por último, de recordar con las lágrimas el precio de dar vida humana.” Esta cita refuerza una cualidad asignada socialmente a las mujeres: soportar el sufrimiento a costa de su propia vida, aguantar sin desesperarse. De ideas así se deriva que las mujeres soporten en silencio la violencia contra ellas. En vez de denunciar deben sobrellevar, en vez de liberarse deben tener paciencia.

Ideas religiosas providencialistas (todo lo que sucede es voluntad de Dios) y creencias religiosas que enseñan el sacrificio y la abnegación como meritorios ante Dios (Jesús nos salvó sufriendo), provocan que las mujeres interioricen como valor el sufrir sumisamente y con paciencia la violencia que padecen, porque es “la cruz que les tocó cargar” y porque así “ganan el cielo”.

Los representantes de Jesús no son como Jesús

El abismo entre las actitudes de Jesús hacia las mujeres y las posiciones de las iglesias que dicen representarlo es inmenso. Razón tiene la teóloga feminista y religiosa católica Elizabeth A. Johnson cuando en su libro “La que es: el misterio de Dios en el discurso teológico feminista” (Herder, 2002) dice: El meollo del problema no está en que Jesús fuera un hombre, sino en que la mayoría de los hombres no son como Jesús, pues su identidad y sus relaciones están definidas desde los privilegios que les da la cultura patriarcal. Razón tiene también Mercedes Navarro Puerto, otra religiosa católica y teóloga feminista al reflexionar así: “¿Por qué preguntan: Qué les pasa a las mujeres que tienen tantos conflictos con su religión, en vez de preguntar: Qué les pasa a las religiones que sus mujeres se sienten tan incómodas en ellas y muchas se van marchando continua y lentamente?”

Una creciente toma de conciencia

Es una realidad en todas partes del mundo la conciencia de mujeres, y de hombres, sobre la injusticia indecible que representa la violencia contra las mujeres por el hecho de ser mujeres. Esta toma de conciencia representa un avance colosal en la conciencia de la Humanidad. El uruguayo Eduardo Galeano se refiere a esto agudamente al reflexionar sobre “el miedo global” y dar cuenta del miedo de las mujeres a la violencia de los hombres y del miedo de los hombres a las mujeres sin miedo.

Una preocupación política actual

Ningún proceso de toma de conciencia es lineal y en muchas partes del mundo se observa una aún muy notable influencia de los argumentos religiosos sobre los gobiernos en relación al papel de las mujeres, a sus derechos y a la equidad de género. Esos argumentos religiosos generan, a la corta o a la larga, violencia en distintas expresiones. En los países de América Latina es muy evidente la influencia de las iglesias y sus criterios sobre los gobiernos. Pero no sólo en América Latina. El Lobby Europeo de Mujeres, organización que agrupa a ONG de Mujeres de 25 países de la Unión Europa y a 18 organizaciones europeas e internacionales, emitió el 27 de mayo de 2006 un informe sobre “La religión y los derechos de las mujeres”, haciéndose eco de esta preocupación.

En el informe se lee: “Observamos que del clima político más conservador durante la última década en Europa y a nivel global ha resultado una creciente influencia de la religión ―de todas las religiones― en Europa. Reconocemos la amenaza que juegan las religiones, al rehusar cuestionar las culturas patriarcales que sostienen el papel de la esposa, madre y ama de casa como
el ideal y se niegan a adoptar medidas positivas a favor de las mujeres. Esto se observa particularmente en dos de las principales religiones: en el Islam y en el cristianismo, particularmente en la Iglesia Católica Romana y también en las corrientes protestantes más fundamentalistas.” Ver: www.mujereslobby.org

Una preocupación científica

La religión jerárquica y patriarcal que la Biblia refleja, que Jesús conoció en su tiempo y que ha sido predicada y practicada durante siglos en el cristianismo y que alientan los otros dos monoteísmos, el judaísmo y el Islam, es la raíz más oculta, más sólida y perversa, de la discriminación de las mujeres y de la violencia contra ellas. La religión patriarcal que promueve discriminación y violencia afecta la vida cotidiana de las mujeres. También su sicología y hasta el desarrollo de su cerebro. Rita Levi-Montalcini, neuróloga y Premio Nóbel de Medicina, que llegó a cumplir 100 años con extraordinaria lucidez mental, afirmó en una de sus últimas entrevistas que en cuanto a las funciones cognitivas, no hay diferencia ninguna entre el cerebro del hombre y el de la mujer. Las diferencias sólo se dan en las funciones cerebrales relacionadas con las emociones, que son las vinculadas al sistema endocrino, pero como la religión margina a la mujer frente al hombre, la aparta del desarrollo cognitivo.

Jesús fue hijo de su tiempo

Como todos los seres humanos, Jesús fue hijo de su tiempo. Y su tiempo y su país estuvieron sumergidos en una cultura y en unas costumbres patriarcales, profundamente discriminadoras de las mujeres. Una de las mayores originalidades de Jesús fue rebelarse contra esa cultura, expresando esa rebelión en el trato y acogida que dio a las mujeres y en su rechazo a las leyes
que las humillaban y las subordinaban a los hombres. El relato de la adúltera es una prueba de su rebeldía. En ese relato no vemos la reacción de un administrador de la religión que, creyéndose superior, y por eso perdonador, actúa benevolentemente con una pecadora. Es, más bien, la postura de un laico que viola una ley religiosa, rechazando a quienes siguen esas leyes con doble moral e hipocresía.

Jesús fue hijo de su tiempo y se adelantó a nuevos tiempos. Ser hijo de un tiempo es nacer en una sociedad que ha naturalizado comportamientos que habría que cuestionar, que se ha anestesiado ante situaciones, leyes, costumbres y prejuicios que son expresión de una determinada cultura y que, por ser construcciones culturales, pueden cambiar. Despertar de la anestesia, entender que no es “natural” lo que la cultura ha forjado, cambiar las costumbres, es siempre el fruto de un proceso. ¿Por qué no imaginar ese proceso en Jesús? ¿Por qué no pensar que su conciencia sobre los daños que las leyes religiosas de su tiempo hacían a las mujeres fue evolucionando? ¿Por qué no pensar que, como tantos hombres de todos los tiempos, Jesús entendió por fin que ofender a las mujeres es ofender a Dios y que, a partir de ese sentimiento y esa convicción, revisó sus actitudes previas, rectificó y se arrepintió?