59- ¿ADÁN Y EVA?

SACERDOTE Y dijo Dios a la mujer: por haber escuchado a la serpiente, parirás a tus hijos con dolor, irás atrás de tu marido y tu marido te dominará. ¡Palabra de Dios!

FIELES ¡Te alabamos, Señor!

RAQUEL Nuevamente, entrevista exclusiva con Jesucristo, en ésta su segunda venida a la tierra. Continuamos en Nazaret, hoy en la iglesia del convento de Santa Clara. Lo acabamos de escuchar. ¿Qué le parece, Jesucristo, el castigo divino contra Eva?

JESÚS Aunque está en la primera página de la Biblia, a mí nunca me gustó esa historia. Nunca la mencioné. Nunca hablé de Adán ni de Eva.

RAQUEL ¿Y por qué motivo?

JESÚS Porque no hace justicia al corazón de Dios.

RAQUEL No hará justicia, pero está escrito. ¿Usted sabe quién escribió ese relato del Génesis?

JESÚS No sé quién lo habrá escrito. Pero lo que sí sé es que lo escribió un varón.

RAQUEL ¿Por qué está tan seguro?

JESÚS Todo el mundo sabe que la mujer es la que da a luz, son ustedes las que hacen el milagro de la vida. Pero esa historia de Adán y Eva pone el mundo al revés: ¡el hombre pariendo a la mujer!

RAQUEL Se refiere a la costilla…

JESÚS Sí, esa costilla… Una parábola muy fea que lo confunde todo.

RAQUEL Después aparece la serpiente y el árbol prohibido…

JESÚS Todavía peor. Porque ponen a la mujer como la mala, la tentadora… Recuerdo al rabino de Nazaret, un viejo muy cascarrabias. Siempre repetía una frase de otro libro de la Biblia: “Por la mujer entró el pecado y por su culpa morimos todos”. Dios se tapa los oídos cuando escucha esos disparates.

RAQUEL Entonces… ¿el relato de Adán y Eva no está inspirado por Dios? ¿No es palabra de Dios?

JESÚS Palabra de hombre será. Porque Dios no quiere a nadie dominado por nadie, ni la mujer por el varón, ni el varón por la mujer.

RAQUEL Usted me disculpa, Jesucristo, pero yo me preparé bien para esta entrevista. Y encontré este texto. Escuche: “La cabeza de todo hombre es Cristo y la cabeza de la mujer es el hombre.” Esto lo escribió San Pablo en su primera carta a los cristianos de Corinto. ¿Qué piensa de esto?

JESÚS Que a Pablo se le fue la mano, la mano y los pies, cuando escribió eso. Porque yo dije claramente que nadie debe estar por encima de nadie. Nadie es cabeza de nadie porque todos,
mujeres y hombres, valemos lo mismo ante Dios.

RAQUEL ¿Qué hacemos, entonces, con la costilla y la manzana y toda esta historia de Adán y Eva? ¿La sacamos de la Biblia?

JESÚS Déjala ahí. Guárdala en el arcón de la ropa vieja.

RAQUEL ¿Y con qué nos quedamos?

JESÚS Con la buena noticia de que no hay serpientes tentadoras ni frutas prohibidas. Y que el paraíso existirá en la tierra cuando nadie domine a nadie.

RAQUEL No creo que nuestra audiencia esté muy conforme con sus palabras. Ya varios nos han llamado para decir que estas entrevistas son muy breves y que usted nos deja siempre con
más preguntas que respuestas.

JESÚS Pues qué bueno, Raquel. Quien tiene preguntas, piensa. Quien sólo tiene respuestas, obedece.

RAQUEL Y ustedes, amigas y amigos de Emisoras Latinas, ¿en qué grupo están? ¿Tienen preguntas o se conforman con respuestas? Recuerden nuestro número telefónico, el 144-000, ciento cuarenta y cuatro mil, siempre dispuesto a atenderlos. Y en Internet, www.emisoraslatinas.net Desde Nazaret, reportó Raquel Pérez.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
Por su culpa…               

Los libros de la Biblia están llenos de referencias misóginas y patriarcales en donde las mujeres aparecen como seres inferiores, subordinados y subordinables, peligrosos, pecaminosos. La frase que Jesús recuerda como escuchada al rabino de su pueblo, Por la mujer entró el pecado y por su culpa morimos todos, es una entre muchas. Aparece en el libro del Eclesiástico 25,24.

Pablo, un misógino

Aunque Pablo se presentó como discípulo de Jesús y propagador de su mensaje, y aunque se ayudó de mujeres para fundar y dirigir comunidades cristianas por todo el imperio romano, son abundantes en sus cartas pensamientos misóginos, similares a los de los pensadores de su época. Judío de religión y, además, fariseo de formación, Pablo consideró a la mujer subordinada al hombre, inferior (1 Corintios 11,3). Ésta es la frase que Raquel le recuerda a Jesús, donde Pablo establece un rígido orden jerárquico. Uno de los textos más patriarcales de Pablo, basado en el mito del Génesis, aparece en la primera carta a Timoteo (2,11-15). Pablo elaboró toda su doctrina de la salvación sobre el mito del pecado de Adán y Eva (1 Corintios 11,8 y 15,21).

Un mito de consecuencias perversas

El mito de Adán y Eva, escrito hace unos tres mil años, en el que Eva desobedece a Dios y hace pecar a Adán, ese mito con el que inicia la Biblia hebrea y la Biblia cristiana, donde Dios somete a la mujer al dominio del hombre, está en el origen del machismo, la discriminación y la violencia contra las mujeres que ha llenado la historia del mundo occidental, moldeado en la cultura judeocristiana. En aquella mítica Eva están todas las mujeres y a partir de ese mito original se las juzga a todas, menospreciándolas y rechazándolas.

La literatura occidental de todos los tiempos da cuenta de este colosal abuso. Algunos ejemplos de argumentaciones basadas en el mito del Génesis: En el siglo II, el doctor de la iglesia Tertuliano escribía y predicaba: Mujer, debieras ir vestida de luto y andrajos, presentándote como una penitente, anegada en lágrimas, redimiendo así la falta de haber perdido al género humano. Tú eres la puerta del infierno, tú fuiste la que rompió los sellos del árbol vedado, tú la primera que violaste la ley divina, tú la que corrompiste a aquel a quien el diablo no se atrevía a atacar de frente. Tú fuiste la causa de que Jesucristo muriera.

En el siglo IV, el gran teólogo Agustín predicaba: La mujer es un ser inferior. Corresponde a la justicia, así como al orden natural de la Humanidad, que las mujeres sirvan a los hombres. En ese mismo siglo, Jerónimo, doctor de la iglesia y traductor de la Biblia al latín, exclamaba: Si la mujer no se somete al hombre, que es su cabeza, se hace culpable del mismo pecado que un hombre que no se somete a Cristo. 

Raíz dañina, fuente de vicios

En el siglo VI, el obispo Isidoro de Sevilla, declarado santo y considerado en su tiempo como “el hombre más docto que ha aparecido en los últimos tiempos”, afirmaba: “El hombre fue hecho a causa de sí mismo. La mujer fue creada sólo como ayuda al varón.” En ese mismo siglo, en el Sínodo de Macon (año 585) se debatió si a la hora de la resurrección las mujeres deberían convertirse en hombres para poder entrar al Cielo. En el siglo XI, Marbode, obispo de Rennes, Francia, considerado “rey de los oradores” hacía este panegírico: De las numerosas trampas que nos tiende el hábil enemigo, el peor y que casi nadie puede evitar es la mujer, tallo débil, raíz
dañina, fuente de vicios, que propaga el escándalo por el mundo. ¡Oh, mujer, dulce maldad, veneno con miel! ¿Quién persuadió a nuestro primer padre para que probara el fruto prohibido? ¡Una mujer!

En el siglo XIII, el teólogo más influyente de todos los tiempos en la teología católica, Tomás de Aquino, escribía: “Para el buen orden de la familia humana, unos han de ser gobernados por otros más sabios que ellos. Por ende, la mujer, más débil en cuanto a vigor de alma y fuerza corporal, está sujeta por naturaleza al hombre, en quien la razón predomina. El padre tiene que ser más amado que la madre y merece mayor respeto porque su participación en la concepción es activa, y la de la madre es simplemente pasiva y material… La mujer es un defecto de la naturaleza, una especie de hombrecillo defectuoso y mutilado. Si nacen mujeres se debe a un defecto del esperma o a los vientos húmedos.”

Hecha de una costilla curva

En el siglo XV, el religioso dominico alemán Jakob Sprenger, inquisidor general y especialista en juzgar y asesinar brujas, argumentaba así: En la composición de la primera mujer había una falta, pues fue hecha de una costilla curva, curvada como si fuera en dirección contraria a la del hombre. Y como, por culpa de ese fallo, es un animal imperfecto, la mujer no puede sino engañar.

En el siglo XVI, el profesor de teología francés Jean Benedicti, enseñaba esto: “La mujer que hinchada de orgullo de su inteligencia, de su belleza, de sus bienes, de su parentesco, desprecia a su marido, y no quiere obedecerle, con  ello se rebela a la sentencia de Dios, el cual quiere que la mujer esté sometida al marido, quien es más noble y más excelente que la mujer, dado que es
imagen de Dios, y la mujer sólo es la imagen del hombre.”

En el siglo XVIII, Jean Jacques Rousseau, uno de los ideólogos de la Revolución Francesa, hacía estas consideraciones: “La educación de la mujer habrá de ser organizada con relación al hombre. Para ser agradable a su vista, para conquistar su respeto y su amor, para educarlo durante su infancia, cuidarlo durante su madurez, aconsejarle y consolarle, hacer su vida agradable y feliz. Tales son los deberes de la mujer en todo momento, y esto es lo que hay que enseñarle cuando es joven.”

En el siglo XIX, Pierre Proudhon, filósofo francés, considerado importante reformador social, afirmaba: La mujer es una especie de término medio entre el hombre y el resto del reino animal… En el orden mental como en la generación, la mujer no aporta nada personal: es un ser pasivo, enervante, de conversación y caricias agotadoras. Debe huirla quien desee conservar en su
plenitud las energías corporales y espirituales. La mujer es homicida.

A excepción del pensamiento oficial católico ―emanado del Vaticano, el poder institucional más machista de Occidente―, en el siglo XX ha sido cada vez más “políticamente incorrecto” que los hombres famosos, escritores y pensadores, puedan expresarse tan patriarcalmente como se expresaron sabios y doctores a lo largo de siglos. Sin embargo, hasta hoy son muchos los
que así siguen pensando y, en consecuencia, actúan a partir de estas ideas. Se pueden ver colecciones de frases misóginas en el libro de la periodista francesa Agnes Michaux “Contra ellas” (Edhasa) y en el de Tama Starr, “Inferioridad natural de la mujer” (Ediciones Martínez Roca).

También en otras culturas y religiones

La misoginia, el machismo, la discriminación de las mujeres no es monopolio de la cultura judeocristiana. Viene de mucho más atrás, es anterior a las Escrituras bíblicas. Hay que situar el inicio y predominio creciente de la injusta cultura patriarcal hace unos diez mil años, cuando la Humanidad descubrió la agricultura, se desarraigó de la Naturaleza para sentirse su dueña y su
dominadora, empezó a acumular excedentes de granos, inventó las guerras para defender esos graneros y, en consecuencia, comenzó a adorar a dioses masculinos y belicosos que justificaran esas guerras. Hasta hoy somos herederos, y herederas de esa cultura androcéntrica, donde el centro es el varón y el supremo valor es lo masculino. Textos similares a los de la cultura judeo-cristiana aparecen en los escritos filosóficos y religiosos de la culta Grecia o de la poderosa Roma. También dominan en el Corán, libro sagrado del Islam, en la literatura de sabios y en los
escritos de fundadores de distintas religiones orientales. Algunos ejemplos: En el siglo V antes de Cristo se lee en el Panchatantra hindú: Tales son las virtudes de las mujeres: un montón de vicios.
En el siglo VI antes de Cristo, Confucio, que promovió en China una nueva religión, decía: La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo. En el siglo VII antes de Cristo, Solón, legislador ateniense, uno de los Siete Sabios de Grecia, afirmaba: El silencio es el mejor adorno de las mujeres. En el siglo VII antes de Cristo, Buda decía: La mujer es mala. Cada vez que se le presente la ocasión, la mujer pecará. En el siglo VIII antes de Cristo, Zaratustra, reformador de la religión persa, ordenaba a las mujeres: Deben adorar al hombre como a la divinidad. Nueve veces por la mañana, de pie ante sus maridos, con los brazos cruzados, deben
repetirle: ¿Qué quieres, señor mío, que haga? En el siglo IV después de Cristo, el gran filósofo Aristóteles hacía esta consideración: La naturaleza sólo hace mujeres cuando no puede hacer
hombres. En el siglo V después de Cristo, el dramaturgo griego Eurípides, afirmaba: No hay en el mundo nada peor que una mujer, excepto otra mujer. Y el gran estadista ateniense Pericles sentenciaba: Las mujeres, los esclavos y los extranjeros no son ciudadanos.

La historia de Adán y Eva en el Paraíso aparece también en el Corán. En el siglo VII después de Cristo, el Corán en la Sura 4, versículo 38, dice: Los hombres son superiores a las mujeres porque Dios les ha otorgado la preeminencia sobre ellas. Los maridos que sufran desobediencia de sus
esposas, pueden castigarlas, dejarlas solas en sus lechos y hasta golpearlas. Y en la Sura 24, versículo 59: Dios no ha legado al hombre calamidad más perniciosa que la mujer.

La Eva negra

La genética nos ha enseñado que los seres humanos modernos no nacimos en ningún paraíso bíblico con árboles prohibidos y serpientes tentadoras, sino que nacimos en África hace unos 150 mil años, tras evolucionar durante otros cientos de miles de años a partir de humanos más primitivos, que a su vez evolucionaron durante millones de años de homínidos primitivos, que a su vez evolucionaron de primates… En algún momento, hace unos 100 mil años, aquellos primeros humanos modernos no fueron expulsados de ningún paraíso, sino que, en busca de alimento y también de aventura, emigraron fuera de África hacia Europa y Asia y miles de años después cruzaron las heladas estepas del norte del planeta para poblar América. Las investigaciones genéticas basadas en el ADN mitocondrial ―presente en todas las células de nuestro cuerpo, pero que sólo heredamos de nuestras madres― indican que en aquella primera migración de la Humanidad sólo participó uno de los primeros trece clanes humanos que poblaron originalmente el continente africano. Aquel único clan de aventureros y aventureras estaba integrado por un número muy pequeño de hombres y mujeres. Algunos científicos lo han llamado “el clan de Lara” y consideran que eran los descendientes de una única mujer, bautizada poéticamente como “Lara”. Aquella mujer negra es la auténtica Eva de la Humanidad. Esta teoría, llamada la “Eva negra” es explicada amplia y bellamente por el genetista británico Bryan Sykes en un libro que estudia los orígenes de la Humanidad, titulado “Las siete hijas de Eva” (Editorial Debate, 2001).

Tenemos a África en nuestra sangre

Como Sykes, otro genetista de Oxford, Richard Dawkins, habla así de nuestra cuna africana: Todos los fósiles de los años de formación de nuestra especie provienen de África y las pruebas moleculares sugieren que los antepasados de todos los pueblos actuales permanecieron mucho tiempo allí, hasta los últimos cientos de miles años aproximadamente. Tenemos a África en nuestra sangre y África tiene nuestros huesos. Todos somos africanos. Este solo hecho hace del ecosistema de África un objeto de singular fascinación. Se trata de la comunidad que nos moldeó, la comunidad de animales y plantas en la que realizamos nuestro aprendizaje ecológico. Pero aun si no fuera nuestro continente de origen, África nos cautivaría por ser tal vez el último gran refugio de ecologías pleistocénicas. Si deseáis dar una última mirada al Jardín del Edén, olvidaos del Tigris y el Éufrates y del alba de la agricultura… Voltead mejor hacia el Kilimanjaro o mirad hacia el Valle del Rift. Allí es donde fuimos diseñados para prosperar.

Más preguntas que respuestas

Reflexionar crítica y maduramente sobre las creencias y tradiciones religiosas aprendidas ―como ésta del mito de Adán y Eva―, lleva a menudo a más preguntas. Las entrevistas con Jesús, las respuestas que él le da a Raquel, generan nuevas preguntas. Es un camino en el que se crece y se avanza. El gran pedagogo brasileño, Paulo Freire, confiaba y proponía la pregunta como método de enseñanza. Es necesario ―decía― desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos practicando una pedagogía de la respuesta, donde los maestros contestan a preguntas que los alumnos no han hecho. A menudo, en el llamado “magisterio de la iglesia”, los “maestros” practican, promueven, e imponen, la pedagogía de la respuesta, sobre preguntas que en nuestro tiempo la gente ya no se hace.