61- ¿DE QUÉ NOS SALVA JESÚS?
RAQUEL Sí, apúrate, dame pase… ¿Ya tenemos señal?… ¿Estamos en el aire?… Buenos días, Jesucristo…
JESÚS Buenos días, Raquel… ¿Por qué tan ansiosa?
RAQUEL Yo ansiosa y usted todavía medio dormido.
JESÚS Es que pasé la noche conversando con una familia de aquí de Nazaret… Me pusieron al día de lo difícil que está la vida ahora…
RAQUEL Pues despiértese, porque sus últimos comentarios sobre el pecado original han desencadenado las más airadas reacciones. Entre las muchas preguntas recibidas, selecciono ésta: Si no existió el pecado original, ¿para qué vino usted al mundo?
JESÚS Bueno, yo vine al mundo… porque mi madre me trajo al mundo. Igual le habrá pasado al amigo que hizo la pregunta.
RAQUEL Seguramente, él se refiere a la redención.
JESÚS ¿A qué redención?
RAQUEL Usted es el Redentor del mundo. El cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
JESÚS Corderos, ¿verdad?… Escucha, Raquel, hubo un tiempo en que la gente pensaba que Dios, allá en los cielos, se irritaba, se enojaba con lo que nosotros hacíamos en la tierra. Mandaba rayos y diluvios, destruía torres, nos castigaba con fuego y azufre. Había que calmar la ira de ese Dios…
RAQUEL ¿Y cómo la calmaban?
JESÚS Dicen que en algunos pueblos llegaron a hacer sacrificios humanos. Nuestro padre Abraham también pensó que debía sacrificar a su hijo Isaac. Pero cuando tenía el cuchillo levantado, Dios lo detuvo a tiempo.
RAQUEL Me imagino que a Dios le repugnan los sacrificios humanos…
JESÚS Los aborrece. Después, los hombres pensaron que sacrificando animales, corderos, cabras, palomas, Dios aplacaría su cólera. El templo de Jerusalén era un matadero, chorreaba sangre por los cuatro costados.
RAQUEL ¿Y a Dios le agradaba eso?
JESÚS ¿Cómo le iba a agradar? Dime tú, Raquel, ¿tú tienes algún animalito en tu casa?
RAQUEL ¿En mi casa? Buenos, mis hijos tienen un perro. Le llaman Mocho.
JESÚS Y si un día tú estás molesta con ellos, ¿te calmarías si tus hijos matan a Mocho o degüellan al gato del vecino?
RAQUEL Ay, no diga una cosa así…
JESÚS Por suerte, hablaron los profetas. Oseas dijo: Dios no quiere sacrificios, sino misericordia. Isaías dijo: El sacrificio que agrada a Dios es romper el yugo de la injusticia, compartir el pan, ayudar al huérfano y a la viuda. Dios no necesita sangre, Raquel. Dios no quiere sangre.
RAQUEL ¿Tampoco su sangre?
JESÚS ¿Mi sangre?
RAQUEL Siempre nos han enseñado que su sacrificio en la cruz fue agradable a Dios.
JESÚS Eso que has dicho ofende a Dios. ¿Cómo Dios va a sentirse feliz viendo que derraman sangre inocente? Dios es mi padre. También es tu padre. ¿Cómo un padre va a querer que maten a sus criaturas, cómo va a estar sediento de sangre para calmar su ira? Ese sería un monstruo peor que aquel Moloch que devoraba a sus hijos.
RAQUEL Veamos qué dice la audiencia… ¿Aló?… ¿Sí?
MUJER Mire, yo estoy muy confundida con todo lo que oigo en su programa. Yo sólo quiero que Jesucristo me aclare una cosa. ¿Él vino a salvarnos? ¿Sí o no?
RAQUEL ¿Qué responde, Jesucristo?
JESÚS Por supuesto que sí. Yo hablé de la salvación, yo prediqué la salvación.
MUJER ¿La salvación del pecado… de nuestros pecados?
JESÚS Del pecado no, porque cada quien dará cuentas a Dios de lo que hace, del daño que hizo a sus semejantes, del daño que se hizo a sí mismo…
MUJER Entonces, ¿de qué nos salvó usted?
JESÚS De creer en ese dios sanguinario. En verdad te digo, Dios es amor. Y sólo el amor nos salva.
RAQUEL ¿Escuchó, amiga?… ¿Alguna pregunta más?… ¿Me escucha, amiga?… No sé si colgó el teléfono o se quedó muda… Pues nos vamos a un corte comercial y en breves minutos continuamos con otro tema candente, que ustedes, audiencia de Emisoras Latinas,
ni se imaginan. Desde Nazaret, reportó Raquel Pérez.
————————
Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid
NOTAS
Salvarnos entre nosotros mismos
El gran mito cristiano es la historia del paraíso: una Humanidad separada de Dios y por ello, mala, pecadora, necesitada de superar la ruptura original, necesitada de “salvación”. El mito del paraíso perdido se cierra con el del paraíso recobrado gracias a la salvación que nos brinda Jesús al sufrir y morir por nosotros para saldar la deuda original. Pero, ¿es esto verdaderamente cristiano, está basado en la vida y las enseñanzas de Jesús? Lo que siempre enseñó y propuso Jesús, con palabras y con actitudes, es la necesidad de salvarnos entre nosotros mismos, haciendo justicia, ejercitando un amor eficaz, salvándonos de la enfermedad, de la marginación, de la exclusión, de la pobreza indigna, del miedo a Dios…
El cordero sacrificado
Jesús fue asesinado en los días de la Pascua, fiesta tradicional del pueblo judío, en la que el centro de la celebración era una cena en donde la familia reunida comía un cordero sacrificado en el Templo de Jerusalén. La imagen del Mesías como “cordero de Dios” se origina en textos proféticos (Isaías 53,7). Esa imagen la asume el evangelio de Juan (Juan 1,29-30) y fascina a Pablo,
tenaz propagador de la teología sacrificial (1 Corintios 5,7). Será usada profusamente por el autor del Apocalipsis, que emplea recurrentemente el símbolo del cordero.
En el arte de las primeras comunidades cristianas, que eran perseguidas y derramaban su sangre por confesar su fe, Jesús fue representado a menudo como un cordero, con un aura en la cabeza y herido en el pecho o degollado. La imagen sigue siendo central en el rito de la Eucaristía: Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo…
Una teología empapada en sangre
Herederos de la cultura judía, en la que Dios era aplacado y honrado con la sangre derramada de corderos y de otros animales sacrificados, inmersos también en los cultos paganos del imperio, en donde también se sacrificaban animales para agradar a los dioses, algunos autores del Nuevo Testamento, especialmente Pablo, interpretaron la muerte de Jesús en un sentido sacrificial:
su sangre redime a la Humanidad. Hasta el día de hoy, esa teología sacrificial predomina en el cristianismo tradicional. Se expresa en las creencias, en las devociones, en las predicaciones, en los cultos evangélicos, en el ritual litúrgico de la misa católica. Desde todos los ángulos teológicos se nos recuerda insistentemente que aquella sangre “se derramó por nosotros” y nos “salvó”. Nada en la vida de Jesús indica que Jesús se sintiera “cordero de Dios” llevado por voluntad divina al matadero. Lo característico y original del mensaje de Jesús es el anuncio del Reino de Dios, la alegría de que las cosas cambiarán en la tierra, de que habrá justicia, de que ya no habrá más sangre ni sudor ni lágrimas derramadas injustamente. En la parábola de la viña y los viñadores (Mateo 21,33-46), Dios no envía a su hijo para que lo maten, sino para que los
viñadores rebeldes rectifiquen.
A pesar de lo lejana que estuvo la mentalidad de Jesús del aprecio de los sacrificios sangrientos, muy pronto el cristianismo traicionó a Jesús. Así lo expresa la teóloga feminista Ivone Gebara: “La cruz ensangrentada, que debía haber generado una intensa lucha cristiana para frenar la violencia injusta, generó la falsa idea de que el sufrimiento y el sacrificio son necesarios para acercarse a Dios, para salvarnos. La teología tradicional, bañada en sangre sacrificial, no es cristiana, aunque lo haya sido durante tantos siglos y aún lo pretenda seguir siendo.”
Jamás debe haber sangre
Jesús le recuerda a Raquel el relato de Abraham a punto de sacrificar a su hijo Isaac. Marc-Alain Ouaknin, rabino experto en una interpretación abierta y novedosa de las Escrituras, coincide con Jesús en el sentido de que era necesario que Dios “detuviera” a Abraham. Dice: El sentido de esa “detención” es claro: No harás como todos hacen en tu entorno. En nombre de Dios, del valor supremo, no sólo no vas a sacrificar a tu hijo, sino a ningún ser humano. La “revolución” de Abraham consiste en introducir el respeto al otro, incluso “contra” la palabra de Dios. Lo revolucionario de este relato es que el sacrificio de Isaac no se realiza. Si este mensaje se entiende bien, quiere decir: jamás debe haber sangre y violencia entre los hombres a causa de Dios.
Por dónde salir de esta teología
La teología del sacrificio, la soteriología (teología de la salvación), que tiene su principal origen en los escritos de Pablo, y que consiste en pensar que el mundo es un “valle de lágrimas”, que los humanos nacemos en pecado y somos malos y pecadores y por eso necesitamos “ser salvados” del mundo y de nuestros pecados, es consecuencia del “dualismo”. El dualismo está muy presente en la Biblia y en el pensamiento aristotélico, que tanto influyó en la teología cristiana. Consiste en una visión dual de todo lo que conocemos. Esto crea un abismo entre Dios y el mundo: para sortear ese abismo se necesitan sacrificios, ofrendas, mediadores, lugares sagrados, ritos sagrados, momentos sagrados y, en definitiva, se necesita un Salvador… En esta perspectiva dualista, Dios reina por encima de todo, pero no habita en todo. Es el Creador pero no habita en su Creación.
¿Cómo salir de este dualismo? Para el monje benedictino y maestro del Budismo Zen, el alemán Willigis Jäger, la salida está en abandonar la religión institucionalizada y promover la espiritualidad. Dice cosas como ésta: En el patinaje acrobático o en el parapente hay exactamente la misma religiosidad que en un culto divino. Nuestro cuerpo es más íntimo a nuestra naturaleza
esencial que nuestra razón. El cuerpo encierra una religiosidad de la que carece la cultura religiosa eclesial. En el cristianismo se nos ha olvidado la energía espiritual del cuerpo. Repito muchas veces una frase que representa el fondo de la espiritualidad que intento transmitir: La religión es nuestra vida y el proceso de la vida es nuestra religión verdadera. Dios no quiere ser adorado, quiere ser vivido. Sin embargo, Jäger reconoce que la religiosidad tiene diferentes niveles y la humanidad permanecerá todavía por mucho tiempo en un nivel religioso en el que solamente podrá imaginar la salvación como la redención por un redentor.
Salvador de qué, de quiénes
La teóloga feminista Ivone Gebara reflexiona audazmente sobre la “salvación” de Jesús cuando afirma: Para la comunidad cristiana Jesús es el símbolo de sus sueños, el símbolo de lo que se aspira más intensamente para la humanidad, para la Tierra, y estas aspiraciones son modificadas por la comunidad de los seguidores de Jesús en los diferentes contextos y momentos de la historia humana. A partir de esto, se podría decir que Jesús no es el salvador de toda la Humanidad en el sentido tradicional y triunfalista que ha caracterizado a las iglesias cristianas. Él no es el poderoso Hijo de Dios que muere en la cruz y se transforma en el Rey que domina moralmente a las diferentes culturas. Él es apenas el símbolo de la frágil fraternidad y de la justicia que estamos buscando… Él no viene a nosotros a través de una “voluntad superior” que lo envió. Viene de aquí, de esta tierra, de este cuerpo, de la evolución de antes y de hoy… Como persona individual, Jesús no es superior a ningún otro ser humano. Es de la misma tierra, de la misma realidad corpórea que nos constituye a todos. Pero, dadas sus cualidades morales, dada su sensibilidad y apertura, llegó a representar de cierta forma la perfección de nuestros sueños, la realización ideal de nuestros deseos. La diferencia no es metafísica ni ontológica, es ética y estética, porque se sitúa en la calidad humana de su ser, en la belleza de las actitudes que él fue capaz de dejar surgir de sí mismo y de los otros. Jesús no nos salva por ser el fundamento de un poder jerárquico, sino por serlo de un modelo de poder fraterno, sororal, que nos inspira a todos los que nos reconocemos pertenecientes a su tradición.