76- ¿UNA FÁBRICA DE SANTOS?

RAQUEL Retomamos nuestra transmisión a las afueras del templo de Santa… No, mejor reservamos la identidad del lugar para evitar susceptibilidades. Jesucristo, a mi lado, parece aún muy sorprendido por lo que vimos al interior de esta iglesia, no muy diferente a tantas otras, llenas de imágenes de santos. ¿Qué le parece todo esto, Jesucristo?

JESÚS Idolatría. Adorar imágenes es idolatría.

RAQUEL Bueno, los católicos dicen que no adoran, sino que veneran…

JESÚS ¿Veneran?… No conozco esa palabra, pero es lo mismo. En vez de hablarle a Dios, que habita en sus corazones, se arrodillan ante un pedazo de madera.

RAQUEL Una llamada… ¿Sí, aló?

ANDRÉS Soy Andrés Pérez Baltodano, llamo desde Canadá.

RAQUEL ¿Quiere opinar, señor Baltodano?

ANDRÉS Sólo para decirle a Jesucristo que el problema no es con el verbo, con el verbo venerar, sino con el sustantivo.

RAQUEL ¿Cuál sustantivo?

ANDRÉS Con el sustantivo ingreso que tiene la iglesia católica con el negocio de los santos.

RAQUEL Don Andrés, ¿podría explicarnos mejor?

ANDRÉS Por si no lo sabe Jesucristo, la fábrica de santos no se ha cerrado.

JESÚS ¿La fábrica de santos?

ANDRÉS En ese templo donde ustedes entraron han visto santos antiguos, santos de otros siglos. Pero solamente en el pontificado de Juan Pablo Segundo se fabricaron, quiero decir, se canonizaron… ¡464 nuevos santos y santas, más que en los cinco siglos anteriores!

RAQUEL ¿Y para qué hacen falta tantos? ¿No tenemos ya demasiados?

ANDRÉS Es que los santos mantienen a la gente arrodillada y, además, mejoran las finanzas vaticanas.

JESÚS Ese “además” es lo que no entiendo.

ANDRÉS Hacer un santo es un proceso complicado, Jesucristo. Testigos, tribunales, expertos, milagros demostrados, examen del cadáver para ver si quedó incorrupto o saponificado… La causa dura años y años.

RAQUEL ¿Y eso cuesta caro, no?

ANDRÉS Carísimo. Ese dinero va a las arcas vaticanas. Fíjense en este detalle. De cada cien santos y santas canonizados a lo largo de la historia, sólo cinco fueron gente pobre. La inmensa mayoría
fueron príncipes, reyes, reinas, obispos, abadesas… Sus allegados pagaban una fortuna porque los hicieran santos. Ahora, la fábrica de santos está mucho más organizada: nadie llega a los
altares sin tener una institución poderosa por detrás.

JESÚS ¿Puedo hacerle una pregunta, don Andrés?

ANDRÉS Por supuesto, Jesucristo.

JESÚS ¿Para qué hacen todo eso?

ANDRÉS ¿El proceso de canonización?

JESÚS Sí, ese camino tan costoso.

ANDRÉS Para demostrar que el santo está en el cielo, junto a Dios.

JESÚS Pero eso es buscar el tesoro donde no está… ¡Los santos no están en los cielos, sino en la tierra!

RAQUEL Ahora soy yo la que no entiende.

JESÚS Los santos y las santas están entre nosotros. Son de carne y hueso. Las mujeres que se pasan la vida sacando adelante a sus hijos, ésas son santas. Los campesinos que trabajan en el surco desde que sale el sol, son santos. La gente buena, que lucha por la justicia, que pone siempre a Dios y a sus hermanos por encima del dinero, ésos son los santos.

RAQUEL Pues siempre nos dijeron que santos son los que murieron y desde el cielo hacen milagros.

JESÚS No, los santos son los vivos. Y el milagro que hacen es el buen ejemplo que dan. Mi padre José fue santo, pero no por la coronita que le pusieron al muñeco que tienen en ese templo, sino porque fue justo hasta el último día de su vida.

RAQUEL Pero… Y si son santos los que están en este mundo, ¿cómo se llaman los otros, los que están ya con Dios?

JESÚS Eso… pregúntaselo a Dios.

RAQUEL Gracias al amigo que nos llamó desde Canadá. Y gracias a tantos santos y santas que seguramente forman parte de la gran audiencia de Emisoras Latinas. Desde Jerusalén, reportó Raquel Pérez.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
“Reinan junto a Cristo”

La iglesia católica es la única confesión cristiana que tiene un mecanismo formalizado, jurídica y administrativamente, para establecer que alguien es un “santo”. Quien así lo establece es el Papa. El objetivo de “canonizar” (hacer santo o santa) a alguien es presentarlo como ejemplo y modelo a seguir. En los primeros siglos, los “santos” eran venerados como tales por aclamación popular, “vox populi”. Después, y para evitar abusos, los obispos decidieron ser ellos quienes declaraban “santos” en sus respectivas diócesis. A partir del año 1234 esta potestad se la reservó el Papa. En 1588, el Papa Sixto V encargó el proceso a la Congregación para las Causas de los Santos, una más de las estructuras de la burocracia vaticana. En el siglo XVI, el Concilio de Trento afirmó esta doctrina: Los santos, que reinan junto con Cristo, presentan ante Dios sus propias oraciones por los seres humanos. Es bueno y útil implorarlos suplicando para recibir apoyo, ayuda y protección a través de sus oraciones, y aún más, para recibir la gracia de Dios.

Un proceso costoso y largo

El proceso para hacer un santo es complejo, largo y costoso. Comienza cuando un obispo, una congregación religiosa, una institución, presentan al Vaticano un informe sobre la vida de una persona a la que piden se declare santa. El Vaticano investiga la vida de la persona, sus virtudes, sus defectos, recoge opiniones y si decide que no hay objeciones, la persona comienza a ser
llamada “sierva de Dios”. Para pasar al segundo estadio, el de “beata”, esa persona sigue siendo investigada en sus virtudes y debe hacer, al menos, un milagro (generalmente, se certifican curaciones). En ocasiones, que el cadáver del candidato a santo aparezca incorrupto se considera un “milagro” y es muy tenido en cuenta por el Vaticano. Según algunos estudios, la iglesia católica ha reconocido como milagroso el estado incorrupto de 102 cuerpos. Después de la beatificación, el proceso termina con la “canonización”, que ocurre después de otro milagro certificado también por el tribunal vaticano, casi siempre curación de enfermedades. Es entonces cuando el Papa proclama que la persona es “santa”. Eso significa que es “elevada a los altares”, que se le puede rezar, rendir culto, que se le adjudica una fecha en el calendario de celebraciones litúrgicas, que se le pueden hacer imágenes y estampas, que se pueden distribuir reliquias suyas. 

El culto a los santos

El culto desmedido a los santos en la iglesia católica, expresado visiblemente en tantos templos, que más bien parecen “olimpos” en donde se multiplican las vírgenes, las santas, los santos y hasta los “jesuses”, revela concepciones religiosas arcaicas, previas al cristianismo. Los babilonios, por ejemplo, tenían unos cinco mil dioses y diosas. Y creían que esos dioses fueron héroes que vivieron en la tierra obrando maravillas y que al morir pasaron a un plano existencial más elevado, en donde tenían la capacidad de seguir actuando a favor de los humanos. Cada día del año era protegido por una de esas divinidades. Cada situación de la vida requería de una de ellas. Cada grupo tenía su protector especial. Con algunas variantes, estas ideas aparecen en todas las religiones del Mundo Antiguo. Y son las que se aprecian en el culto a los santos católicos: son miles ―unos cinco mil en el santoral oficial―, son patronos de todos los lugares y de todas las profesiones, son abogados ante las situaciones más disímiles… Por eso, puede afirmarse que tras este arraigado culto a los santos pervive en el monoteísmo cristiano el politeísmo del mundo antiguo.

El culto católico a los santos deriva en contradicciones entre dogmas. Ante el culto a los santos cabe también la pregunta: ¿Se trata de una especie de culto a los muertos, a los espíritus? ¿Es una forma de espiritismo? Porque todos esos santos y santas están muertos y enterrados… esperando el último día, el juicio final anunciado y la resurrección prometida. ¿Cómo entonces invocarlos? ¿Y cómo estando muertos “reinan con Cristo” y “contemplan a Dios”, tal como se afirma cuando los canonizan? ¿Y cómo podrían intermediar e interceder ante Dios, que está en otro “lugar” al que están ellos?

Cuánto cuesta hacer un santo

El costo financiero de “fabricar” un santo, es decir, que la jerarquía católica oficialice en el Vaticano que tal o cual persona “está con Dios”, es “santa” y, por tanto, se le puede rezar y pedir que le pida a Dios milagros y favores ―todo eso significa ser “santo” en el mundo católico― tiene un monto aproximado. No existe mucha información ni mucha transparencia sobre los costos reales de estos procesos. En su libro “Los príncipes de la Iglesia”, publicado en los años 80, el historiador alemán Horst Herrman afirma: “El Vaticano no invierte ni una lira en una canonización. Hace pagar por todo: desde las primeras compilaciones de actas hasta la misa festiva papal con la que se termina el proceso (10 mil dólares cuesta el alquiler de la basílica de san Pedro). En su libro “Los ayudantes de Dios”, el escritor Kenneth Woodward cifra la suma total de una canonización en 250 mil dólares como mínimo. Como el “costo de la vida” sube continuamente, y el de la “santidad” también, Charles Panati escribió años después en su “Diccionario popular de objetos y costumbres religiosas” que los “gastos aproximados” de una canonización deben calcularse en un millón de dólares. Naturalmente, las finanzas vaticanas mejoran mucho “fabricando” santos. Para quienes quieren tener al fundador de su congregación religiosa como un santo y para quienes desean promover a alguien como un personaje importante declarándolo santo, se trata de una inversión.

Juan Pablo II: récord histórico

Durante los 26 años de su pontificado, el Papa Juan Pablo II canonizó a más personas que las que Papas anteriores habían canonizado en los últimos cinco siglos. 482 nuevos santos y santas dejó este Papa, que se sumaron a los 4 mil anteriores. Y ya colocadas en el camino a la “santidad”, como beatos y beatas Juan Pablo II colocó a 1 mil 338 personas. Al participar en el programa, el
“especialista en santos” se quedó corto: mencionó algunos menos, 464. Santos más, santos menos, la cifra es un récord.

Andrés Pérez Baltodano

Andrés Pérez Baltodano es nicaragüense y catedrático de Ciencias Políticas en Canadá. Participa en el programa por su lúcida crítica a la visión providencialista y al pragmatismo resignado que promueve la iglesia vaticana y por sus investigaciones sobre las consecuencias que en la cultura política latinoamericana tiene esta cultura religiosa. En uno de sus escritos leemos: La visión pragmática resignada y providencialista del poder y de la historia es reforzada cada día más por el Vaticano. El providencialismo que hoy promueve el Vaticano se expresa, por ejemplo, en el escandaloso número de santos y santas canonizados por el Papa Juan Pablo II. El Vaticano está haciendo esfuerzos por resacralizar el mundo desde una idea providencialista, porque sólo canoniza a personas que “hacen milagros”, es decir, que confirman la directa actuación del Dios
providencial en la historia humana. Para mantener su poder, la iglesia ha decidido, lamentablemente, la re-sacralización del mundo, la reinstitucionalización del providencialismo. Ha decidido que su poder es más fácilmente reproducible a través de la regeneración del providencialismo. Y esto coincide, de una manera perversa, con el accionar del mercado global.
El culto a los santos forma parte del “sentido mágico de la vida” que forma parte de la cultura política de nuestros países. Para la mayoría de nuestras poblaciones, los fenómenos naturales y los hechos sociales y humanos tienen un origen misterioso, impenetrable, producto de fuerzas extraordinarias. En la política, este rasgo cultural se expresa en la tendencia a depositar fe en los
poderes del caudillo político de turno.

Los santos están entre nosotros

Ser santo es hacer presente al Santo de los Santos, a Dios, al Dios de Jesús.  Hacer presente su bondad, su compasión, su justicia. Ser santo significa ser ejemplar, ser “como Dios”, revelar la presencia de Dios en relaciones humanas equitativas, en el “milagro” del compartir los bienes y hacerse responsables de incluir a los excluidos. En la primera tradición de la iglesia los “santos” y las “santas” eran las personas ejemplares, vivas, de carne y hueso, que al interior de las comunidades mantenían vivo el proyecto de Jesús. Hay en las cartas de Pablo y en las de Pedro una continua referencia a estos “santos” y “santas”. El culto a lo santos, convertidos en los intermediarios o “secretarios” de Dios, es posterior y no sólo trastorna el primer contenido que la iglesia primitiva tuvo de la palabra “santo”, sino que distorsiona la imagen de Dios, reduciéndolo a una especie de rey muy ocupado con un séquito de súbditos a su servicio.