98- ¿RESUCITÓ?

RAQUEL Emisoras Latinas en vísperas de concluir la cobertura especial de la segunda venida de Jesucristo a la Tierra. Nuestros micrófonos siguen instalados en algún lugar de Galilea y con nosotros, ya casi de despedida, Jesucristo.

JESÚS La paz contigo, Raquel.

RAQUEL Lo veo de muy buen humor esta mañana.

JESÚS Sí, estoy contento. Mucho.

RAQUEL ¿Y puede saberse el motivo?

JESÚS Anoche estuve conversando con unos paisanos de un barrio cerca de aquí… Han sufrido mucho, pero se reían… Me invitaron a comer… Forman un grupo, ¿sabes?… Están luchando para que las cosas cambien en esta tierra… Me parecía estar con Pedro y Juan y María y…

RAQUEL ¿Eran cristianos?

JESÚS No sé, no les pregunté eso. Pero estaban muy unidos. Un solo corazón y una sola alma.

RAQUEL No quiero cambiarle su buen humor, pero tengo que aprovechar estas últimas entrevistas para una pregunta crucial… una pregunta que le quema el alma a muchos oyentes…

JESÚS ¿Y de qué se trata?

RAQUEL Yo no he querido hacerla por… bueno, para que no digan que los periodistas violamos la intimidad de los entrevistados…

JESÚS No des tantas vueltas, Raquel. ¿Qué quieres saber?

RAQUEL Pues verá, Jesús, toda la fe cristiana, toda la religión cristiana, se basa en… en su resurrección. Que usted resucitó al tercer día. El Viernes lo crucificaron, el sábado no pasó nada, pero el Domingo resucitó. ¿Esto es verdad o lo inventaron los evangelios o es otra metáfora o…? ¿De qué se ríe?

JESÚS Yo pensé que ibas a preguntarme sobre hijos o amores… Escucha, Raquel. Cuando pasó lo que pasó en Jerusalén, los del movimiento quedaron muy desanimados, derrotados… Y no era para menos. Esa Pascua, cuando entramos en el Templo y expulsamos a los mercaderes, había tanta gente ilusionada… Yo, el que más… Soñamos que Dios ya iba a meter su mano por los pobres… Pero sabes lo que ocurrió. Hirieron al pastor y se dispersaron las ovejas. Fue un golpe muy fuerte para todos.

RAQUEL Usted murió y… ¿y qué hicieron sus discípulos?

JESÚS Al principio, según me cuentan, se escondieron. Se encerraron en una casa. Luego, fueron las mujeres las que rompieron el miedo.  Mi madre y María Magdalena y Salomé y las otras no se resignaron a mi muerte. Dieron testimonio, anunciaron que yo estaba vivo.

RAQUEL Pero usted… ¿estaba vivo? Quiero decir… ¿había resucitado de entre los muertos?

JESÚS Sí. Ellas me resucitaron.

RAQUEL ¿Cómo que ellas?

JESÚS Las mujeres.

RAQUEL Discúlpeme, pero no entiendo nada. ¿El sepulcro estaba vacío?

JESÚS El corazón estaba lleno. Lleno de fe, de esperanza.

RAQUEL ¿Qué pasó aquella mañana del domingo cuando María Magdalena fue al sepulcro donde habían puesto su cadáver?

JESÚS Pasó que el Espíritu de Dios la llenó de fuerza, de alegría. A ella y a las otras mujeres. Y ellas animaron a los hombres, que seguían acobardados. Y salieron a las calles a contar a todo el mundo que el Reino de Dios había llegado, que las cosas pueden cambiar, que van a cambiar.

RAQUEL Disculpe que insista, pero cuando ellas contaban eso… ¿usted estaba vivo o no?

JESÚS Claro, Raquel, yo estaba vivo en ellas.

RAQUEL Ahora soy yo quien le pide que no dé vueltas. ¿Usted resucitó, es decir, la tumba se abrió y usted se levantó y salió del sepulcro caminando, o volando, me da igual, pero su cadáver se transformó en… en…?

JESÚS Es el espíritu el que resucita, Raquel, no la carne. Es el Espíritu de Dios, que nos da la vida, el que nos hace resucitar.

RAQUEL Sí, pero… ¿y su cuerpo?

JESÚS El polvo vuelve al polvo de donde vino. Y el espíritu renace en la comunidad. Y ahí se multiplica, como los granos de trigo.

RAQUEL Pero… entonces… usted ahora… ¿qué es?… ¿quién es?

JESÚS Soy Jesús, Raquel. Y deja de hacerte preguntas… Olvídate de mí, quiero llevarte a esa comunidad que te conté.

RAQUEL Pero yo lo estoy viendo a usted con estos ojos… ¿O será que…?

JESÚS Sólo vemos bien con el corazón, Raquel. Aquel domingo ellas me vieron con el corazón. Y ahora, ¡ven a conocer a estos paisanos! Yo vivo ahí.

RAQUEL Bueno, sí, pero… espere que despida el programa… Para Emisoras Latinas, Raquel Pérez.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS

Resurrección por la insurrección

Unos cien años antes de Jesús aparece por primera vez en el judaísmo la idea de una “resurrección” después de la muerte. Y aparece vinculada a la rebeldía y resistencias guerrilleras de los siete hermanos Macabeos y de su madre, enfrentados a la ocupación e intervención de Israel por los griegos.

Los Macabeos cayeron combatiendo patrióticamente y la madre de los Macabeos y las madres de los otros judíos que murieron en aquella gesta dijeron que sus hijos no podían estar muertos, que no podían morir, Se convencieron de que Dios los resucitaría (2 Macabeos, 7). A partir de la lucha nacionalista de los Macabeos el pueblo de Israel comenzó a pensar que los mártires de la liberación nacional, los héroes de la resistencia contra las tropas extranjeras, no podían estar definitivamente muertos. El libro segundo de los Macabeos no habla de la resurrección de todos los hombres, sólo de los caídos en combate, los muertos en la plenitud de la vida, los que fueron abatidos por los injustos. Así, la creencia en la resurrección surgió en Israel a partir de una historia de insurrección.

Jesús conoció del heroísmo de estos paisanos suyos. Y en su tiempo, cuando su país estaba ocupado e intervenido militarmente por otro Imperio, el romano, los Macabeos fueron un referente de valor para muchos. Fueron admirados y reconocidos. El nombre Judas, tan denostado en nuestro tiempo, fue muy usado en tiempos de Jesús, en recuerdo del líder guerrillero Judas Macabeo.

Jesús creía en la resurrección

En tiempos de Jesús no eran muchos quienes creían en la resurrección en la que confiaron las madres de los Macabeos. Los saduceos se burlaban de esa creencia (Mateo 22,23-33). Los saduceos eran ardientes defensores del sistema. Eran gente influyente y poderosa que no creía ni en la llegada del Mesías ni en la vida después de la muerte por lo bien que les iba en esta vida.
Ligados al poder romano y a sus beneficios económicos, defendían en su “teología” que la recompensa de Dios sólo se obtenía en esta tierra, precisamente en forma de buena posición, dinero y privilegios. Su falta de “esperanza” estaba muy justificada.

Seguramente Jesús sí creía en la resurrección. Sintiéndose profeta y sabiendo, por la historia de su pueblo, de la forma violenta en que muchos profetas habían muerto, pudo intuir que moriría antes de tiempo, con una muerte violenta. Y conocedor de la fe de los Macabeos pudo intuir que esa muerte no sería el final. La imagen del grano de trigo que debe morir para renacer en la espiga es una metáfora que expresa esa fe de Jesús (Juan 12,24).

¿Resurrección o reencarnación?

La idea de la vida después de la muerte está presente en todos los pueblos, en todas las culturas, en todas las religiones. Creer en la resurrección o en la reencarnación o en otra forma de vida después de la vida que conocemos depende de la cultura en la que hayamos sido educados o de la cultura que después hayamos asumido. Se trate de una o de otra expresión, lo que subyace en todas las creencias es la afirmación de que la muerte no puede ser el punto final de nuestra vida, la última frontera, sino el acceso a otra forma de vida. Ambas creencias comparten la misma intuición.

No nos dejes, ¡vuelve a la vida!

En el poema de César Vallejo “Masa” (1937) se expresa hermosamente lo que seguramente sucedió en Jerusalén tras la muerte de Jesús: su resurrección, como fruto de una fe apasionada y comunitaria, iniciada, según relatan los evangelios, por las mujeres, protagonistas en el movimiento de Jesús:

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…

Ante la muerte injusta

La idea de la resurrección es un camino para transformar la muerte dándole un sentido. Cuando la muerte es prematura, cuando es injusta, la mente humana busca ese sentido para hacer tolerable, aceptable, la muerte. En muchas zonas rurales, las familias pobres que ven morir de hambre o de enfermedad a sus hijitos pequeños, afirman que “Dios se los llevó para que fueran angelitos”. El dolor de un hijo o una hija que mueren tan pronto se hace más soportable con esta idea religiosa.  En 2005, la religiosa Dorothy Stang, defensora de la vida de los campesinos en Pará, Brasil, fue asesinada por los latifundistas. Fue una muerte injusta. El día de su entierro sus amigos decían: “Hoy, Dorothy, no te sepultamos, te sembramos”. Algo similar tuvo que suceder con Jesús. Y fueron las mujeres del movimiento de Jesús las que no se resignaron a la muerte, las que con sus palabras desafiaron y rompieron aquel límite que les ponía delante la muerte injusta. Fueron ellas las que testimoniaron que él seguía vivo, las que afirmaron resueltas que él seguiría vivo.

Una parcela de resurrección

El teólogo católico Eugen Drewermann dice: La resurrección no puede ser un acontecimiento aislado y determinado desde el exterior. La resurrección es la experiencia fundamental del que cree en Jesús. ¿Cómo la entiendo? La resurrección es idéntica a la confianza. Cualquier hombre que, ante la muerte, crea un espacio a la vida, consigue una parcela o un trozo de resurrección. Todos sabemos que hay múltiples formas de salir de uno mismo y de entregarse a una vida más amplia. Toda separación, toda renuncia o todo duelo son, pues, un pequeño o un gran “morir” y, por tanto, una madurez liberadora, una auténtica resurrección.

Lo trajo a la vida y lo devuelve a la vida

La escritora británica Lesley Hazleton construye una audaz y bellísima imagen en su libro “María, una virgen de carne y hueso”. Hace entrar a María en el sepulcro de Jesús, acompañada de Magdalena y de las otras mujeres. Juntas desafían el hedor y el dolor de la muerte que habían presenciado impotentes y desesperadas. Entonces, María se acerca a Jesús, sostiene con fuerza su cabeza y “lo regresa a la vida”. Lo puede hacer, es la madre: si lo había traído a la vida, lo devolvería a la vida.

Hazleton concluye su imagen con una idea fundamental, con frecuencia minimizada: El cristianismo comienza con estas mujeres. Ni con Pablo ni con Pedro ni con ninguno de la larga serie de santos y papas, sino con estas mujeres en la tumba. Son el núcleo fundador del cristianismo: las últimas en ver el cuerpo de Jesús y las primeras que lo vieron resucitado. Y explica por qué sucedió así: Maryam tiene que hacer esto por su propio bien, además de por su hijo. La alternativa es quedar reducida al dolor y a las más terribles pesadillas por el resto de su vida. Maryam no pudo salvar a su hijo. No pudo ofrecerse en su lugar. Pero aún podía actuar. Podía romper la inercia y librarse del papel pasivo del testigo, y transformarlo en activo. “No permitas que esto pase inadvertido”, debe haberse dicho exhortándose a la acción. “No seas la mujer que sufre en silencio. Sobre todo, no permanezcas callada. Y después, una vez que resolvió lo que no haría, decidió lo que haría: “Haz que oigan tu voz. Haz que este sacrificio tenga un sentido. Haz que sea importante para el mundo”. María actuó como las madres de los Macabeos, como todas las madres que mantienen vivos a sus hijos muertos antes de tiempo.

El amor resucitó a Jesús

Reflexiona Hazleton: Cuando leemos los Evangelios como si fuesen historia en vez de teología rebajamos la grandeza de sus metáforas y nos privamos del misterio supremo para quedarnos con una mediocre historia de detectives. Naturalmente la resurrección en sentido literal es imposible. En eso radica justamente la grandeza de la idea. Pero decir que definitivamente no ocurrió tiene tan poco sentido como decir que sí sucedió. Porque lo importante de la resurrección no es su sentido literal, sino su sentido metafórico. O, en otras palabras, no su dimensión física, sino metafísica… La resurrección sólo tiene sentido en otro nivel de conocimiento, un nivel que anula lo fáctico y llega a lo más profundo del alma y del corazón. Maryam, María Magdalena y las “otras muchas mujeres” sabían que la esencia de la resurrección no estaba en la carne, sino en el espíritu: el espíritu humano. “Fue el amor lo que resucitó a Jesús”, declaró Ernest Renan, el gran historiador del cristianismo del siglo XIX. Y en verdad así fue. Lloramos más la muerte de aquellos que amamos más profundamente. Ya fuese el amor maternal de Maryam, el amor sensual de María Magdalena, o la amorosa fe de las otras mujeres, fue esa fuerza la que transformó el dolor en alegría, la desesperación en esperanza, el final en un principio.