LAS CEREZAS DEL PASTEL

Radioclip en texto sin audio grabado.

¿Cuándo y por qué perdimos esos recursos sonoros que embellecen los programas radiofónicos?

Los noticieros de antes tenían campanitas, timbres, separadores musicales. En las radionovelas se escuchaban suspiros. Y en los espacios cómicos, risas.

¿Cuándo y por qué perdimos esos recursos sonoros que embellecen los programas radiofónicos? De acuerdo, las campanas ya pasaron de moda. Pero, ¿no podemos imaginar otras formas creativas para dar brillo a nuestros programas, especialmente, a las radiorevistas?
Los embellecedores son como las cerezas del pastel. A nivel gráfico, si yo pongo ahora una capto tu atención y hasta tu simpatía. ¿O no?

Pues hagamos lo mismo con los sonidos. Podemos colorear un programa con aplausos o abucheos. Con silbidos, ronroneos y tarareos. Podemos meter chillidos histéricos cuando entra una canción de moda. Incluir carcajadas o ronquidos, según el talante del animador. En fin, valen todas las greguerías y tantarantanes que se nos ocurran.

A estas expresiones que podemos hacer con la boca, se suman los efectos loquísimos que conseguimos con cualquier sintetizador. Ráfagas, tableteos, diapasones, notas musicales que subrayan una frase del animador o animadora, toda una batería de sonidos para dinamizar el programa y que el sentido común nos dirá dónde emplearlos.

Están, además, frases súper breves que ambientan la conducción del programa. Puede ser una voz inesperada que pide la hora a la animadora. Puede ser un extraterrestre que felicita al locutor o un monito que se ríe de él. Una picardía que apenas se percibe. Una exclamación jocosa grabada con una abuelita, con un joven, con una niñita que “interrumpe” para solicitar una canción. Podemos incorporar expresiones, jergas, refranes, palabritas de moda, malabarismos del lenguaje.

Todos estos embellecedores (siempre y cuando sean simpáticos y no burlas o chabacanadas) los tendremos listos en la computadora. Quien lleve la operación técnica se encargará de administrarlos.

Recomendamos usar, no abusar. Si pones demasiados embellecedores, aburres o enloqueces. Si hay demasiadas cerezas en el pastel, pierde la gracia.

¿Son detalles? Claro que sí. Y esos “acabados” marcan, muchas veces, la diferencia.

Por ejemplo, ahora me despido con este embellecedor

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