YA QUE NO SOMOS PROFUNDOS…
¿Hablamos para comunicarnos o para demostrar que somos muy listos y cultas?
—El parque vehicular se ha incrementado exponencialmente…
(¿Y dónde quedará ese parque?)
—El burgomaestre concurrió a las exequias de su correligionario…
(¿Quién dijo que corrió con quién?)
¿Para qué hablamos cuando hablamos en la radio? ¿Para comunicarnos o para demostrar que somos muy listos, muy cultas, que sabemos mucho, que nos consideramos la última chupada del mango?
Hay muchos intelectuales que necesitan pontificar aunque sea del agua tibia para sentirse superiores a los demás. Y muchos periodistas que dicen “siniestro” en vez de incendio y “nosocomio” en lugar de hospital. ¿Y las locutoras que “aperturan su programa musical con una pléyade de exquisitas selecciones para oídos melómanos”?
Estos sujetos y sujetas no hablan para que los demás entiendan, sino para demostrarnos la profundidad de su sabiduría. En realidad, no hablan: se escuchan a sí mismos. Se deleitan en su propio palabrerío.
Todo ese lenguaraje, tan frecuente en nuestros programas de radio, no demuestra una mayor cultura. Al contrario, deja a las claras la incultura de quienes lo emplean.
¿Qué es cultura? Saber relacionarse bien con el entorno. Mejor sea la relación, mayor será la cultura.
¿Cual será, entonces, la palabra más culta? La más adecuada al contexto en que la decimos. Si un médico está entre médicos, hablará con el vocabulario técnico de su profesión. Pero si ese doctorcito llega a su casa y pide de comer una “extremidad de gallina” o un “glúteo de cerdo”, resultará un pedante. Y un gran inculto que confunde hogar con hospital y no sabe adaptarse al código de la vida doméstica.
¿Qué hay detrás de tales poses y pretensiones? La inflación de palabras suele estar en relación directa al vacío de las ideas. Como decía un grafiti, Ya que no somos profundos… ¡al menos seamos oscuros!
La mayoría de las veces la razón de esa jerigonza se debe más a la imitación que a la arrogancia. En la universidad, en la iglesia, en el juzgado, hasta en la familia, nos hicieron creer que mientras más raro uno habla, más cultura demuestra. La palabra más incomprensible equivale a la más intelectual. Si así fuera, el burro ya sería magistrado: rebuzna y nadie sabe lo que dice. Salvo otro burro.
Imagen de: felipe bascuñan