130- SOBRE LAS NUBES DEL CIELO
La “ascensión de Jesús” es una metáfora del lugar donde encontrar a Dios: en la tierra, mirando al hermano y a la hermana.
Muchacha – ¡Pero no me lo diga, vecina!
Vecina – Sí, sí, como lo estás oyendo: mañana por la mañana, Jesús, el de Nazaret, se presentará en esa loma. ¡Ahí mismito será el prodigio! ¡Lo nunca visto: un muerto vivo! Dicen que lleva cuarenta días apareciéndose por aquí y por allá, ¡y que ahora es cuando va a subir al cielo!
Muchacha – Ay, Dios mío, ¿y qué voy a hacer yo con la comida? ¿Y quién me cuida la casa?
Vecina – ¡Olvídate de eso, muchacha! ¡A mí, que me roben o que se me quemen las lentejas, me da lo mismo! ¡Pero yo no me pierdo una cosa así ni por el tesoro de Salomón! ¡Ea, corre y avísale a la cheposa y al viejo Nemesio y a mi comadre Tilita. ¡A todo el mundo! ¡Que no falte nadie!
Muchacha – ¡Descuide, vecina, todo el barrio estará mañana allí! ¡Hasta al loco Martín se lo voy a decir!
No hizo falta avisar mucho. La voz de que Jesús se iba a aparecer junto al lago de Tiberíades, en la colina de las Siete Fuentes, corrió más rápida que una liebre y, antes de ponerse el sol, ya todos estaban enterados. Aquella noche nadie durmió en Cafarnaum. Y cuando los gallos anunciaron el nuevo día, hombres y mujeres, viejos y niños, todos salieron por la Puerta del Consuelo y echaron a andar hacia la colina donde ocurriría el prodigio.
Muchacha – ¡Es una emoción la que siento! Mire, póngame la mano aquí… ¿Se da cuenta?
Vecina – ¡Caramba, muchacha, tienes el corazón dándote brincos!
Muchacha – Es que yo nunca he visto una cosa de éstas, vecina.
Vecina – Ni yo tampoco, mi hija. Imagínate, ya voy para vieja, y el milagro más grande que vi yo, fue cuando a mi marido se le quitaron aquellos retortijones así de repente, pero fuera de eso…
Muchacha – Antes sí pasaban muchas cosas: el mar se partía en dos tajadas, el sol se paraba en mitad del cielo, las ballenas se tragaban a la gente, pero ahora como que Dios se ha vuelto más tacaño.
Vieja – ¡No diga eso, mujer sin fe! ¡Dios es grande! ¡Y hoy vamos a ver cosas maravillosas! ¡En Jerusalén lo mataron y en Galilea aparece vivo! ¡Bendito sea Dios!
Vecina – ¡Y bendito el que lo vea! ¡Límpiate las legañas, muchacha, que hoy vas a ser testiga de algo increíble! ¡Ven, vamos más arriba para estar más cerca!
Como hormigas detrás del dulce, así se fueron juntando los vecinos de Cafarnaum en las laderas verdes de aquella colina donde Jesús, muchos meses antes, había anunciado que Dios nos regalaba su Reino a nosotros, los pobres y los hambrientos. El lago de Tiberíades, como un gran ojo azul, comenzó a despertarse con los primeros rayos del sol. Pero hoy no se veían las velas blancas de los pescadores cruzando el agua. Las barcas estaban amarradas en el muelle y las redes colgaban entre las palmeras. Hoy nadie trabajaba en la ciudad.
Bartolo – ¿Y por dónde va a venir, digo yo? ¿Por oriente o por occidente?
Vecino – ¡Por arriba, compadre! ¡Como un higo maduro!
Bartolo – ¡Pues vaya trastazo que se va a llevar cuando caiga!
Vecino – No seas zoquete, Bartolo. ¿Tú no oíste que los ángeles subían y bajaban sobre la cabeza de Jacob y no les pasaba nada?
Viejo – ¡Pero ellos tenían una escalera, amigo, y así la cosa cambia!
Vecino – ¡Pues Jesús ya se conseguirá también alguna para bajar! ¿No le parece?
Vecina – ¡Jesús no tiene que conseguir nada! ¿O es que ustedes no saben que los santos y los ángeles vuelan como los pájaros?
Viejo – ¿Ah, sí? ¡Pues Elías era santo y si no le mandan el carro, no sube!
Vieja – ¡Hermano! ¡Ni carro ni escalera! ¿Saben cómo aparecerá Jesús? ¡Sobre las nubes del cielo! La profecía dice: Todo ojo lo verá y toda oreja lo oirá.
Todos – ¡Amén, amén!
Vieja – ¡En una nube viene y en otra se va!
Todos – ¡Amén, amén!
Vieja – Oiga, abuela, ¿y dónde está esa nube, porque hoy el cielo está más limpio que el bolsillo de un pobre?
No había una sola nube en el horizonte. Azul como un zafiro, el cielo galileo se confundía con el agua del lago. El sol, subiendo desde las estepas de Galaad, brillaba radiante.
Cleto – Dime una cosa, Bartolo, ¿tú de veras te crees ese lío de que a Jesús el nazareno lo colgaron en una cruz y luego salió otra vez vivo de la tumba?
Bartolo – Mire, compadre, de que lo mataron, lo mataron, eso sí que lo sé yo porque mi tío Miqueas estaba en la capital cuando las fiestas y lo vio todo con sus propios ojos. Pero de lo otro ya no estoy tan seguro.
Cleto – A las lagartijas les cortan el rabo y siguen coleando. Pero al que le cortan la cabeza o lo clavan en una cruz, no se mueve más.
Vecina – Pues Pedro y Andrés y los hijos del Zebedeo, dicen que lo han visto vivo. Que fue que Dios se puso furioso con la sentencia de Poncio Pilato y dijo: ¡De ninguna manera! Y entonces, metió la mano y lo volvió a sacar vivo de la tumba, para darles en la cabeza a todos los sinvergüenzas que lo mataron, ¿comprendes?
Cleto – ¿Y eso no será un cuento de Pedro y los demás, vecina?
Vecina – Bueno, yo no sé, eso es lo que ellos dicen, pero… Oye, por cierto, ¿y dónde están metidos esos pillos? ¿No han venido?
Bartolo – Sí, yo vi a Felipe, y al pelirrojo Santiago. Por ahí andarán…
Por ahí andábamos, mezclados con todos. Nunca supimos quién echó a rodar la voz de que Jesús se iba a aparecer en el monte. Pero, por si acaso, allá fuimos los once del grupo y también las mujeres.
Juan – ¿Qué crees tú de todo este lío, Pedro?
Pedro – No sé ni qué decirte, Juan. Aquí hay algo raro.
Juan – La gente anda diciendo que Jesús viene esta vez pero para despedirse, que ya no lo volveremos a ver nunca más. ¿Que te parece? ¿Será verdad eso?
Pedro – Lo que te digo es que en todo esto hay algo raro. Porque mira, cuando nosotros vimos al moreno las otras veces, cómo te diré, era distinto.
Vendedor – ¡Pastelitos, pastelitos! ¡A los ricos pasteles de miel con queso! ¿Quiere probar uno, paisano?
Juan – Ahora no, viejo, más tarde.
Pedro – No sé, Juan, era distinto. Por lo pronto, no había pastelitos.
Los vendedores, con sus cestas en la cabeza o empujando sus carretones, pregonaban mil mercancías entre la multitud cada vez más numerosa. En eso, una nubecita, blanca y pequeña, se formó en mitad del cielo.
Vieja – ¡Arriba, arriba, miren arriba! ¡Ahí viene!
Todos – ¡Ahí viene! ¡Ahí viene!
Niño – ¿Quién viene, mamá?
Vecina – ¡Cállese, mocoso, y mire hacia arriba!
Vecino – ¡Oye, niña, no empujes, que yo llegué primero!
Todos levantamos las cabezas sin perder de vista la pequeña nubecita que iba avanzando lentamente a través del cielo azul.
Bartolo – ¡Ahora sí comenzará el Reino de Israel!
Vecina – ¡Ya era hora, qué caray! ¡Desde que Abraham puso las patas en esta tierra, los pobres estamos esperando a que se nos haga justicia, y nada!
Cleto – ¡Ya se les acabó el cuento a los de arriba, porque Jesús está más alto que todos ellos! ¡Míralo cómo viene, trepado en una nube!
Muchacha- ¡Ahora se sentará en el trono, y a reinar se ha dicho!
Vecino – Y nosotros a su lado, no te olvides.
La nubecita, empujada por una débil brisa del lago, se fue acercando al sol… y se disolvió como la espuma.
Todos – ¡Ooooh!
Cleto – ¿Y ahora qué, vieja?
Vieja – ¡No sean impacientes, caramba! ¡Esa era la nube mensajera! ¡En la de atrás viene el rey!
Pasó una hora y otra y otra más. El sol, colgado en mitad del cielo, nos achicharraba las cabezas. Pero seguíamos allí, sin movernos, esperando. De pronto…
Vieja – ¡Arriba, arriba, miren arriba! ¡Ahí viene!
La vieja Tilita volvió a levantar su brazo largo y nudoso como una rama de olivo señalando a otra nube que cruzaba el cielo en dirección a nosotros.
Vecino – ¡Amárrense los calzones, compañeros, que ahora sí que va en serio lo del Reino de Dios!
Algunos viejos comenzaron a rezar. Las mujeres apretaban a sus hijos contra el pecho emocionadas, esperando el gran momento. Mirando hacia arriba, con la boca abierta, aquel mar de cabezas se fue inclinando a uno y otro lado según la nube avanzaba empujada por el viento.
Todos – ¡Ooooh!
Pero la segunda nube tuvo la misma suerte que la primera. El ardiente sol galileo la abrasó y el tapete azul del cielo quedó otra vez completamente despejado.
Vieja – ¡No se desanimen, muchachos, que más tuvo que esperar Noé dentro del arca hasta que pasara el diluvio!
Cleto – ¡Pues mire, que un poquito de agua no nos vendría mal! ¡Qué calor! Mire, mire, ya se me está poniendo la carne fofa, ¡como cera blanda!
Bartolo – Yo voy un momento a remojarme en el lago. ¡Vuelvo enseguida!
Vieja – ¡No te alejes demasiado! ¡Tengan fe, vecinos, no se desesperen! ¡Que Jesús viene pronto, ya no tarda!
Martín – ¡Arriba, arriba, miren arriba! ¡Jo, jo, jo!
Vecino – ¿Y a éste qué mosca le picó?
Muchacha – Es el loco Martín.
Vecino – Eh, tú, so bobo, ¿qué andas buscando aquí? ¡Lárgate, lárgate, que esto es para gente seria! ¡Mira que venir a burlarse de Jesús el Mesías!
Martín – ¡Yo soy Jesús, yo!
Vieja – ¡Cállese, atrevido! Me dan rabia estos tipos, siempre metidos por medio.
Pasó otro largo rato. Los hombres, sudando a chorros, comenzaron a contar chistes para matar el tiempo. Las mujeres se cubrían la cabeza con hojas de palmera y se abanicaban con los pañuelos.
Cleto – ¡Maldita sea, estos calores no hay quien los aguante! ¡Uff!
Vendedor – ¡Pastelitos, pastelitos! ¡Al rico pastel! ¡Miel y queso, queso y miel!
Niño – ¡Mamá, tengo hambre, dame un pastelito!
Muchacha – ¡Un pescozón es lo que te voy a dar, muchacho del demonio!
Niño – ¡Yo quiero un pastelito!
Muchacha – ¡Estese quieto, caramba!
Vecina – ¡No amenace a su niño, señora! Óigame bien, ¿quiere que le diga una cosa? Los niños como él serán los primeros en entrar en el Reino del Cielo porque Jesús lo dijo bien claro que… ¡Ayy!
Bartolo – Oye, ¿y a ésta qué le pasó ahora?
Viejo – ¿Qué le va a pasar? ¡Que le dio un sopitipando!
Vecino – ¿Un qué?
Muchacha – ¡Agárrenla, agárrenla!
Cleto – Estaba echando un discurso sobre el Mesías y, ¡cataplún, al suelo! La pobre, está embarazada.
Muchacha – Échenle fresco.
Vecino – Y si está preñada, ¿cómo se le ocurre meterse en un tumulto como éste? Es una imprudencia.
Vieja – ¡Ninguna imprudencia! ¡Ella hizo bien, porque hasta las criaturas en el seno de su madre piden a gritos venir a ver el prodigio!
Cleto – ¡Aquí el único prodigio es que todavía no se nos hayan derretido los sesos! A mí ya me está saliendo humo de la cabeza.
Vecino – ¡Y ni un dátil para echarse en la tripa!
Viejo – Y dígalo, paisano, que yo vine aquí sin desayunar y de pura hambre me está entrando un tembleque en las piernas que ni David cuando bailaba ante el arca.
Bartolo – ¡Ea, compañeros, vámonos! ¡Aquí ni sube ni baja nadie!
Vieja – ¡No, no se vayan! ¡Las cosas buenas cuestan sacrificio, caramba! ¡Además, si Jesús dijo que venía, vendrá!
Bartolo – ¡Y si yo dije que me iba, me voy!
Vieja – ¡Ahí está! ¡Mírenlo dónde viene!
La vieja levantó otra vez el brazo para señalar una nube redonda y espesa, como si fuera de algodón, que apareció de repente sobre nuestras cabezas.
Vecino – ¡Ahora sí! ¡A la tercera va la vencida!
Vecina – ¡Un aplauso, compañeros! ¡Un aplauso para el Mesías que viene a gobernar el mundo!
Todos – ¡Viva! ¡Vivaaa!
Y la tercera nube pasó de largo, aún más ligera que las anteriores…
Bartolo – Ésta tampoco…
Viejo – Bueno, a tomarle el pelo a otro que a mí me quedan tres mechones.
Vecino – ¡Y yo tengo ya el cuello jorobado como los gansos con tanto arriba y abajo! ¡Adiós a todos!
Vieja – No entiendo cómo se ha demorado tanto.
Martín – ¡Ni sube ni baja ni nadie trabaja!
Muchacha – ¡Denle un tapaboca a ese maldito bobo!
Cleto – Déjalo, que está diciendo la verdad. Bah, el día perdido mirando al cielo y, al final, para nada.
Bartolo – Y mira ya la hora que es. El sol ya va de retirada. Ea, vámonos.
Y la gente, cansada y con la cabeza gacha, comenzó a bajar de la colina de las Siete Fuentes y a desperdigarse por el barrio de los pescadores, y por el mercado, y a llenar las calles de Cafarnaum y a regresar a sus casas, mientras el sol se hundía nuevamente en el Mar Grande, allá junto a la punta del Carmelo.
¡Cuánto tiempo nos costó comprender y hacerles comprender a nuestros paisanos que no había que andar mirando hacia arriba, sino hacia el hermano y hacia la hermana que teníamos a nuestro lado! ¡Cuánto tiempo escudriñando el cielo para ver llegar a Jesús sobre las nubes, sin darnos cuenta que, desde que Dios lo levantó de entre los muertos, su Espíritu llena la tierra, que donde dos o tres hombres y mujeres luchan, sufren y esperan, ahí está él presente! ¡Cuánto tiempo hasta comprender que aquel Jesús, con quien nosotros habíamos comido y bebido, había sido puesto por Dios como Señor del cielo y de la tierra y, elevado ahora por encima de todos los señores de este mundo, no se había ido! Al contrario, se quedaba para siempre con nosotros, con el pueblo, todos los días hasta el final de los tiempos.
Mateo 28,16-20; Marcos 16,19-20; Lucas 24,50-52; Hechos 1,3-11.
Notas
* El número cuarenta es un número simbólico a lo largo de toda la Biblia. Cuarenta años equivalen a una generación. Por eso se dice que el pueblo de Israel anduvo cuarenta años por el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Quiere decir que la peregrinación duró «una generación». El 40 indica también un período largo y con características especiales. Se dice de un reinado que duró cuarenta años para indicar que fue un reinado que dejó huella, que marcó una etapa (2 Samuel 5, 4). Se dice que un período de paz duró ese tiempo para indicar que fue una época de plenitud. Las “apariciones” de Jesús resucitado a los primeros cristianos ocurrieron durante un largo espacio de tiempo, probablemente varios años (1 Corintios 15, 8). El libro de los Hechos habla de que sucedieron durante cuarenta días, y que después de este plazo Jesús «subió al cielo». Decir que Jesús resucitado se manifestó a sus discípulos durante cuarenta días expresa que aquel fue un período suficiente, completo, e irrepetible.