40- EN TIERRA DE GERASENOS
En Gerasa, Jesús se encuentra a un loco a quien consideran endemoniado y que está siendo explotado por un falso brujo.
Después de la tormenta, desembarcamos en Gerasa, a la otra orilla del lago. Nuestra barca, con la vela hecha jirones, quedó amarrada en una de las rocas negras y puntiagudas que se alzaban junto al acantilado. El viejo Zebedeo, Pedro y Jesús, mi hermano Santiago y yo echamos a andar por el pedregal de la costa hacia el pequeño poblado que se divisaba allá al fondo, a un par de millas de distancia.
Zebedeo – A esos paganos les debe gustar mucho la carne de puerco. ¡Miren cuántos hay! Es una piara muy grande.
Juan – ¿Y quién será el tipo que viene corriendo hacia acá? Nos está haciendo señas.
Andrónico – ¡Eh, ustedes, los forasteros! ¿De dónde vienen?
Pedro – ¡De Cafarnaum amigo, de la otra punta del lago!
Andrónico – ¿De tan lejos? ¿Y han hecho el viaje con un tiempo tan malo?
Zebedeo – Bah, nos cogió la tormenta de sorpresa. ¡Salimos a pescar y casi nos pescan a nosotros!
Juan – ¡Por un pelo no estaríamos hablando contigo ahora!
Andrónico – No me extraña. Ya Trifón lo había anunciado.
Pedro – ¿Cómo dijiste? ¿Quién anunció qué?
Andrónico – Trifón salió ayer por la tarde dando gritos, anunciando por toda Gerasa que venía tormenta, que el sol se había puesto rojo como una bola de candela.
Juan – ¿Y quién diablos es ese tipo?
Andrónico – El consejero de Gerasa, el adivinador seguro, amigo de dioses y demonios: el brujo Trifón. Forasteros: ¿quieren hacerme caso? ¿Quieren un buen consejo?
Zebedeo – Bueno, el que oye consejos, muere de viejo, así dicen en mi tierra. Y tú, ¿qué nos recomiendas?
Andrónico – Si quieren atravesar de nuevo el lago, consulten primero con el poderoso Trifón. El les dirá si pueden o no pueden. El les descubrirá los misterios del mar y de la tierra y también los del cielo.
Pedro – Pues si sabe tanto, que nos diga dónde se puede comer una buena cabeza de cordero, ¡que ya tenemos telarañas aquí en la tripa!
Andrónico – Ríanse, ríanse ahora… Cuando estén delante de Trifón no tendrán ganas de reír. Vengan, forasteros, vengan conmigo.
Jesús – Oye, no nos has dicho aún cómo te llamas.
Andrónico – Me llamo Andrónico. Trabajo de porquero a las órdenes de don Esculapio. Todas estas piaras que ven son de él. Vamos, síganme.
Andrónico, el porquero, nos llevó a campo traviesa, rodeando la ciudad de los gerasenos. Atrás, junto a un frondoso encinar, estaba el cementerio del pueblo. Y al fondo del cementerio había una cueva abierta.
Zebedeo – ¿A dónde nos llevas tú, amigo? ¡Todavía no necesitamos pedir sitio en esta posada!
Pedro – Uff, pues al paso que vamos… Si no me echo algo caliente en la panza, aquí mismo me entierran.
Trifón – ¡Ahh… Ahh… Ahh!
Juan – Oye, tú, Andrónico, ¿quién es ése que grita?
Andrónico – Ahí es donde vamos, forasteros. En esa cueva es donde el gran Trifón se comunica con los vivos v con los muertos. ¡Ea, síganme!
Y seguimos al geraseno a través de las piedras y los sepulcros hasta llegar frente a la cueva maloliente. Al entrar, nos tapamos la nariz. Entonces vimos al famoso brujo: tenía un corpachón enorme y velludo, apenas cubierto por un trapo sucio en la cintura. Y una cadena le sujetaba los brazos y los pies. Era un loco.
Andrónico – ¡Trifón!… ¡Kumi kerti!
Trifón – ¡Ah, ah, ahhh!
Juan – ¿Qué le estará diciendo, Pedro?
Pedro – ¿Y qué sé yo, Juan? La jerigonza de los gerasenos no la entiende ni el diablo. Oye, tú, Andrónico, ¿qué tenemos que hacer nosotros, eh?
Andrónico – Estarse quietos. El brujo Trifón está invocando ahora a los espíritus de los sepulcros.
Trifón – ¡Ah, ah, ahhh!
Andrónico – El brujo Trifón dice: ¿qué quieren saber ustedes?
Jesús – Nada. Dile que vinimos a saludarle y…
Zebedeo – Y que ya nos vamos antes que este loco nos suelte un cadenazo.
Andrónico tomó un palo y le hizo una señal a Trifón. Entonces, el brujo se acercó a nosotros, con los dos puños en alto, como si fueran dos martillos.
Trifón – ¡Ah, ah, ahhh!
Andrónico – Dicen los espíritus: Pregunten y tendrán respuesta.
Juan – Vamos, Pedro, pregúntale algo…
Pedro – ¿Y qué le voy a preguntar yo, Juan?
Juan – No sé, pregúntale quién va a ganar mañana en los dados o si vas a tener buena suerte este año. Que te lea la mano.
Pedro – Humm… Yo creo que éste no lee la mano ni los pies.
Andrónico – Decídanse. Los muertos no pueden esperar por los vivos.
Juan – Y a ti, Jesús, ¿no se te ocurre nada?
Jesús – Bueno, sí… yo le voy a preguntar una cosa.
Andrónico – Pregunta lo que quieras, forastero. Trifón tiene muchos poderes, una legión de poderes. Lo sabe todo. Lo descubre todo.
Jesús – Oye, pues si sabe tanto, pregúntale esto de mi parte: ¿Qué puedo hacer con Clotilde? Cuando la tengo delante, me tiemblan las rodillas. Cuando estoy sobre ella, me mareo.
Andrónico – ¡Marratina!
Cuando el loco Trifón oyó aquella orden del porquero, se agachó, tomó una piedra del suelo y comenzó a golpearse con ella. Después fueron los alaridos. De un zarpazo se arrancó los trapos y así, medio en cueros y sangrando, se revolcaba por el suelo de la cueva, enredado en sus mismas cadenas. Al cabo de un rato, Trifón se quedó quieto, como un animal herido.
Trifón – ¡Ah, ah, ahhh!
Andrónico – ¡Shsss! Los muertos responden a tu pregunta, forastero: Esa mujer no te conviene. No podrás tener hijos con ella. Déjala y búscate otra.
Juan – ¡Ja, ja, ja!
Andrónico – Oye tú, imbécil, ¿de qué te ríes? ¿Que de qué te ríes, te digo?
Juan – ¡Ja, ja, ja! Es que… es que Clotilde se llama la barca del viejo Zebedeo. ¡Es que este moreno le tiene miedo al agua y se marea cuando está sobre la barca! ¡Ja, ja, ja! ¡Esos difuntos tuyos están fallando!
Andrónico – Si no tienen fe, lárguense y no me molesten. ¿A qué han venido? ¿A provocarme? No te metas conmigo si no quieres que yo me meta contigo, dice el poderoso Trifón.
Pedro – Jesús, vámonos. Este hombre no adivina nada. Es un chiflado.
Jesús – Sí, es lo mejor. Vámonos de aquí.
Andrónico – Un momento, forasteros. EL brujo Trifón no trabaja de balde. Un denario por cada consulta.
Zebedeo – ¿Un qué? Amigo, el naufragio nos limpió los bolsillos, No tenemos ni un cobre. A mal árbol te fuiste a arrimar.
Andrónico – Tienen que pagar. Si no pagan, la maldición de los muertos caerá sobre ustedes antes de la noche.
Jesús – Oye, tú, Andrónico, ¿para quién me dijiste antes que trabajabas?
Andrónico – Para don Esculapio. El propietario más rico de Gerasa. Tiene el comercio de la púrpura con Damasco. Tiene piaras enormes de cerdos. Tiene vacas y asnos y camellos.
Jesús – Ya entiendo. Y tiene también a este infeliz trabajando para él, ¿no? Y a ti, administrándole el negocio, ¿verdad?
Andrónico – ¿Qué quieres decir con eso?
Jesús – Digo que el tal don Esculapio y tú están sacando una buena tajada con los gritos de este pobre hombre.
Andrónico – Yo no sé nada de eso. Paguen su denario y lárguense de aquí.
Jesús – No, amigo, ahora no nos vamos. Ven, quiero hacerle una segunda consulta al “gran Trifón”.
Andrónico – Ahora no puede responder. Está descansando.
Jesús – Sí, sí puede, claro que puede. ¡Trifón, hermano, escúchame! ¡Están abusando de ti!
Trifón – ¡Ah, ah, ahhh!
Andrónico – ¡Marratina!
Pedro – El otro con el a-a-á y éste con la marratina…
Andrónico – ¡Marratina!
Cuando el porquero dio nuevamente la orden, el loco Trifón se abalanzó sobre Jesús. Pero al llegar frente a él, se le doblaron las rodillas y se desplomó en el suelo. De su boca salía a borbotones una saliva espesa y blanca. El ataque le duró unos minutos. Después Jesús se agachó sobre aquel desgraciado y le dijo algo al oído.
Jesús – Trifón, hermano, ya han abusado demasiado de ti. Utilizan tu enfermedad para sacar dinero a los infelices. Utilizan la ignorancia de los infelices para esclavizarte más a ti. No, Dios no quiere verte de esta manera. Vamos, Trifón, levántate. Santiago, Juan, ayúdenme a quitarle estas cadenas. Con alguna piedra afilada y un cuchillo, a lo mejor podemos abrirlas. ¡Y tú, Andrónico, sal de aquí, vete!
Pedro – ¡Pero, Jesús, estás más loco que él! Ese tipo es peligroso, te puede dar un mal golpe.
Jesús – No, ya verás que no. Ven, Trifón, acércate a esta piedra y quédate tranquilo. No te vamos a hacer daño.
Trifón – Ah, ah, ah…
Y Trifón se acercó a Jesús como un perro manso y se dejó cortar las cadenas. Ya era libre. Mientras tanto, Andrónico, el porquero, había ido corriendo a avisar a su patrón, don Esculapio. Y le contó lo que habían hecho los forasteros de Cafarnaum. La noticia corrió como candela. Los gerasenos salieron de sus casas y fueron al cementerio, a ver lo que estaba pasando allá.
Mujer – ¿Y qué le preguntaste tú al brujo, dime?
Jesús – Yo le pregunté: ¿A dónde van a parar los denarios de los tontos que vienen a consultarte?
Mujer – ¿Y qué? ¿Qué te respondió Trifón?
Jesús – Trifón se puso de pie y me dijo: ¡Al bolsillo de don Esculapio! Créanme, paisanos: ésa fue la única adivinanza que acertó este adivino. Con el dinero de ustedes se engordaban los puercos de Esculapio.
Mientras Jesús hablaba con los gerasenos, Trifón se quedó sentado sobre unas rocas, con la cabeza hundida entre las manos. Las mujeres le habían lavado las heridas y los moretones y le habían puesto una túnica vieja sobre los hombros. Ya íbamos a dar media vuelta para volver a la barca, cuando Trifón se levantó y miró a Jesús con una sonrisa de niño.
Trifón – Déjame ir contigo…
Jesús – No, Trifón. Tu sitio está aquí. Cuanto te vean trabajando y viviendo como todo el mundo, la gente dirá: No hay brujos ni brujerías. Sólo Dios es poderoso. Anda, vete y cuéntale a tus vecinos lo bueno que ha sido Dios contigo.
Trifón – ¡Sí, sí, se lo contaré a todos! ¡Sí, lo contaré!
Trifón se fue y comenzó a contar en todos los pueblos de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Don Esculapio, al perder su negocio, le dijo a la gente que los forasteros de Cafarnaum le echaron mal de ojo a sus puercos y que una piara entera se había arrojado por el acantilado ahogándose en el lago. Desde entonces, corre esa leyenda en la tierra de los gerasenos.
Mateo 8,28-34; Marcos 5,1-20; Lucas 8,26-39.
Notas
* Gerasa era una ciudad situada en la orilla oriental del lago de Galilea. Formaba parte de la llamada Decápolis o Liga de las Diez Ciudades, un territorio de costumbres griegas, habitado casi completamente por extranjeros. Por esto, los israelitas la consideraban zona pagana, tierra de gentiles. Las actuales ruinas que se conservan son de 200-300 años después de Jesús.
* El cerdo era para los israelitas un animal impuro. Comer su carne estaba estrictamente prohibido y hacerlo era expresión de renegar de la religión judía. El rechazo del cerdo hacía que se considerara un oficio degradante el apacentar piaras de puercos. En un lugar como Gerasa, territorio extranjero habitado por no judíos, no existían estos escrúpulos religiosos.
* La narración de la curación del endemoniado de Gerasa es un caso típico de relato en el que se ha “adornado” la historia para hacerla más espectacular, más dramática. Con el correr del tiempo, los hechos que impresionan a la gente se van aumentando y exagerando cuando se vuelven a contar, haciéndolos cada vez más maravillosos. Seguramente detrás de los cientos de cerdos que se precipitaron en el mar llenos de demonios, tal como cuentan los evangelios, hay muchas leyendas populares que corrieron de boca en boca y que después los evangelistas, sin posibilidad de comprobarlas ni preocuparse mucho por ello, pusieron por escrito para sacar de ellas un mensaje religioso.