62- LA LEVADURA DE LOS FARISEOS
Los fariseos conspiran contra Jesús. Ellos saben leer las señales del tiempo en las nubes, pero no las del Reino de Dios en la tierra.
Eliazín – Bueno, ya estoy aquí. Tenía mucho interés en que cambiáramos impresiones.
Josafat – Póngase cómodo, don Eliazín. Ese cojín estaba esperando por usted, je, je.
Eliazín – ¿Y el maestro Abiel? ¿Aún no ha llegado?
Josafat – Estará al llegar. Cuando reza sus oraciones, se olvida hasta del suelo que pisa, je, je…
Unos momentos después, el escriba Abiel llegó a casa de su amigo el fariseo Josafat. Allí se reunieron aquella mañana con don Eliazín, el poderoso terrateniente de Cafarnaum. Querían hablar despacio sobre algo que les preocupaba desde hacía algún tiempo.
Eliazín – Esto no se puede consentir. Desde que ese hombre llegó a Cafarnaum, todo anda revuelto. ¡Ya no hay ley, ya no hay religión, ya no hay respeto por nada! ¡Y es por su culpa! Esa gentuza con la que se reúne es capaz de todo. Con ese hombre aquí alborotando a la gente con esas ideas, todos andamos en peligro. Óiganme bien: todos. También ustedes.
Abiel – Entonces, don Eliazín, usted propone que…
Eliazín – Sí, sin paños calientes. Que se le haga una acusación formal ante las autoridades romanas. ¿No están ellos aquí para poner orden y meter presos a los revoltosos? ¡Pues ninguno mayor que él! Lo que pasó el otro día en la sinagoga colmó la jarra.
Josafat – Y ya ve, don Eliazín: los romanos aparecieron por allí, pero no hicieron nada.
Abiel – Bah, los romanos no nos toman en serio. Nos desprecian demasiado. Por ellos, que nos tiremos los cacharros a la cabeza. Con tal de que no les toquemos lo suyo.
Josafat – Además, si lo acusamos nosotros le pasarán el caso al rey Herodes. Herodes es supersticioso y demorará, por lo menos, un año para cortarle la cabeza, como hizo con Juan el bautizador. Y creo que todos prefiriríamos terminar antes con este asunto.
Eliazín – Pues empujémoslo y que sea él mismo quien se enfrente directamente a los romanos.
Abiel – No lo hará. Permítame que le diga, don Eliazín, que el tipo es astuto como las serpientes.
Eliazín – ¿Entonces?
Abiel – Se me ocurre otra idea. Dejemos quietos a Herodes y a los romanos. Tal vez no hagan falta. A lo mejor es él mismo quien se nos quita de en medio…
Eliazín – ¿Qué quiere decir, maestro Abiel?
Abiel – Quiero decir que todos los hombres tienen un precio. Y Jesús de Nazaret lo tendrá también, ¿no le parece?
Eliazín – ¿De qué se trata?
Abiel – Se trata de tirar un anzuelo con buena carnada. Y el pez picará… ya lo creo que picará.
Y Abiel y Josafat tiraron el anzuelo…
Pedro – Santiago, escúchame: la vieja Salomé fue por el embarcadero hace un rato. Dice que esta mañana ha estado ese fariseo Josafat buscando a Jesús por tu casa.
Santiago – ¿Y qué quería ese pájaro?
Pedro – Hablar con él. Asunto importante. Salomé fue a buscar al moreno a la casa grande. Allá estaba claveteando una puerta.
Santiago – Me da mala espina esto. Donde esos buitres meten el pico, hay carroña por medio.
Jesús llegó a casa del maestro Josafat antes del mediodía…
Jesús – Bueno, aquí estoy. Dispuesto a escucharles.
Abiel – Has hecho bien en venir, Jesús. Es mejor para ti que hablemos de una vez claramente, sin rodeos.
Josafat – Se trata de tu futuro, Jesús. Un hombre como tú, que vale tanto, que es capaz de encandilar a la gente sólo con unas cuantas palabras bien dichas, es un hombre que puede aspirar a llegar muy lejos.
Abiel – Sabemos que tu padre murió hace unos cuantos años, que eres hijo único y que tu madre vive ahora sola, allá en Nazaret.
Jesús – Veo que saben muchas cosas de mí.
Abiel – ¿Qué va a ser de tu madre si tú sigues por el camino que vas? ¿A quién se agarrará si tú le faltas?
Jesús – Hemos dicho que íbamos a hablar claro. ¿Qué tiene que ver mi madre en todo esto?
Josafat – Queremos ayudarte, Jesús. Y ayudarla a ella también. Desde que estás aquí en la ciudad consigues trabajo un día sí y dos no. Unas cuantas chapuzas acá y allá y andar perdiendo el tiempo en las tabernas. Para un hombre como tú, eso es realmente penoso.
Abiel – Nosotros podríamos conseguirte algo mejor. Un trabajo seguro. No tendrías que salir cada mañana a esperar en la plaza a ver lo que cae. Un trabajo… sin mucho trabajo, je, je… cómodo, interesante… Tenemos influencias, ya lo sabes.
Jesús – ¿Y cuánto cuesta ese favor? Porque me imagino que no querrán hacérmelo de gratis.
Abiel – Mira, nazareno, hablemos sin tapujos. Has alborotado mucho por Cafarnaum. Lo saben todos. Lo saben también los romanos. No sería difícil hacerles ver que eres un tipo peligroso para Roma. Y entonces, ya lo sabes, te cortarán la lengua. Pero aún estás a tiempo.
Josafat – Deja tranquila esa lengua. Y nosotros te dejaremos tranquilo a ti. Y para que veas que sabemos apreciarte en lo que vales… te daremos a cambio un gran puesto, donde ganarás mucho dinero.
Abiel – Sí, ya sabemos que el dinero no lo es todo. Pero en ese trabajo tendrás mucha gente a tus órdenes. Estoy seguro que un plato así abrirá tu apetito. Tú eres ambicioso, no te conformas con poco. Mira, Herodes quiere reorganizar la administración de la Galilea. Necesita gente inteligente, hábil… Gente como tú.
Josafat – Piénsalo bien, Jesús. Te conviene decir que sí.
Jesús – ¿Y si dijera que no?
Josafat – Bueno, en ese caso… estarías en peligro, ¿sabes? Y no sólo tú. también ese grupito de pescadores que va contigo a todos lados, pobres muchachos. Y ellos todavía son jóvenes y se defienden mejor. Pero ella… a tu pobre madre la podrían molestar también, ya sabes cómo se complican las cosas.
Abiel – Compréndelo, Jesús. Todos esos sueños que tienes en la cabeza son como las nubes. Se hacen y se deshacen y, en un momento, ya no queda nada de ellas. Pon los pies en la tierra, muchacho, y deja de mirar a las nubes.
Jesús – No puedo dejar de mirarlas. Aprendí a hacerlo desde muy pequeño. Los campesinos como yo apenas sabemos leer en los libros y, por eso, aprendemos pronto a leer en el cielo lo que dicen las nubes.
Abiel – Deja tu ingenio para otra ocasión. Ahora te toca a ti hablar claro.
Jesús – Esto es muy claro. Y ustedes saben igual que yo leer en las nubes. Si por la tarde el cielo se pone rojo como la sangre es que va a hacer buen tiempo, ¿no es así? Y si las nubes se esconden y empieza a soplar el viento del sur, ¿qué dirían ustedes que va a pasar?
Josafat – Es señal de que hará calor.
Jesús – Y usted, maestro Abiel, si ve que las nubes se arremolinan por el poniente, ¿qué diría usted?
Abiel – Diría que viene tormenta.
Josafat – Bueno, basta. ¿A dónde quieres ir a parar con esas historias?
Jesús – ¡Hipócritas! ¡Qué bien conocen las señales del cielo y cómo no saben ver las de la tierra! ¡Sí, va a haber tormenta, pero aquí abajo! ¡Hipócritas! ¿No se dan cuenta de lo que está pasando? El pueblo despierta y ustedes siguen dormidos. Y al que no se les vende por dinero, lo llaman loco y soñador. ¡Hipócritas! Cuando vino Juan el profeta, que no comía ni bebía, dijeron que era un endemoniado. De mí, como ando por las tabernas, dirán que soy un borracho y un comilón. Ustedes son como esos niños tontos que hacen todo a destiempo: ni bailan cuando hay boda, ni lloran cuando hay velorio. ¡Y éstos son los sabios y los sacerdotes de Israel! ¡Hipócritas!
Abiel – Espera un momento, nazareno, escucha…
Pero Jesús les dio la espalda y salió de la casa.
Abiel – Imbécil. Algún día te arrepentirás.
En casa de mi padre Zebedeo, esperábamos a Jesús con tanta curiosidad como impaciencia…
Pedro – ¿Qué pasó, moreno? ¿Qué querían esos tipos?
Jesús – Lo de siempre, Pedro. Desde lo de la sinagoga, nos andan buscando las cosquillas.
Santiago – Hay que andarse con cuidado, Jesús. Esa gente es peligrosa.
Jesús – Pues mira, Santiago, ellos dicen que los peligrosos somos nosotros.
Santiago – ¿Ah, sí? ¿Con que nos tienen miedo? ¡Eso me gusta, diablos!
Felipe – Pues a mí no me gusta nada. Al profeta Juan también le tenían miedo… y mira cómo acabó.
Jesús – Juan tenía que acabar así. ¿Qué era él? ¿Una caña a la que el viento zarandea? No, él no se dobló ante nadie.
Pedro – Ni ante el mismísimo rey Herodes, que ya es decir.
Jesús – Por eso lo cortaron por medio, como a un árbol que crecía derecho, sin torcerse. Era la única forma de acabar con él. También a él le hablaron de lujos y de influencias y de dinero, pero Juan no se inclinó ante nada.
Santiago – ¡Porque Juan era un profeta, qué caramba!
Jesús – Sí, y mucho más que profeta, es el hombre más grande que hemos tenido entre nosotros.
Pedro – Bueno, pero, ¿qué fue lo que pasó, Jesús? ¿Para qué te llamaron esos tipos? ¿Para hablar del profeta Juan? ¿Todavía después de muerto les preocupa el bautizador?
Jesús – No, Pedro, ahora les preocupamos nosotros. Les preocupa que la gente abra los ojos y despierte y se dé cuenta de que esa religión que ellos enseñan no es más que una ensarta de leyes humanas y preceptos inventados por ellos mismos. Por eso, quieren tapamos la boca a la fuerza, con astucia, como sea.
Felipe – Y… ¿y qué van a hacer?
Jesús – Usar la violencia, Felipe. Ellos son violentos. Todos los privilegios que tienen los ganaron así, por violencia, aplastando a los demás. Y ahora también quieren ganar con violencia. Quieren comprar el Reino de Dios, conquistarlo a la fuerza.
Santiago – ¿Te ofrecieron dinero, Jesús?
Jesús – Dinero, sí. Y un buen trabajo. Y cualquier cosa con tal de que nos callemos. ¿Saben lo que pienso? Que desde hoy tendremos que tener mucho ojo con la levadura de los fariseos. Basta un poco de levadura vieja para corromper toda la masa. Esta gente está podrida y lo que busca es eso, pudrirlo todo.
Santiago – Y usarán todas sus artimañas contra nosotros.
Jesús – Hoy me tiraron la zancadilla a mí. Mañana se la tirarán a Natanael o a Tomás o a Judas… a cualquiera de nosotros.
Felipe – Entonces, por lo que veo, este negocio del Reino de Dios se está poniendo complicado.
Pedro – Hay que avisar a la gente que se ande con tiento. Estos tipos tienen espías en cualquier esquina. Con un par de denarios compran un soplón. Pueden estropearlo todo.
Santiago – Eso es lo de ellos, trabajar en la oscuridad. ¡Malditas lechuzas!
Jesús – Pues lo nuestro será trabajar a la luz del día. Y todos sus planes los sacaremos al aire y todo lo que andan diciendo con las puertas cerradas, lo gritaremos desde las azoteas de las casas. Si creen que nos van a asustar, se equivocaron. No daremos ni un paso atrás.
A esa hora, Abiel y Josafat rendían cuentas al terrateniente Eliazín…
Eliazín – ¿Y qué, maestro Josafat? ¿Logró usted meterle miedo?
Josafat – ¿Miedo? ¡Ése está tan lleno de orgullo que no le cabe otra cosa en el cuerpo!
Eliazín – ¿Qué dijo?
Josafat – ¡Charlatán! ¡Y se las da de profeta!
Abiel – Lo único que sabe hacer es comer y emborracharse y llevar detrás la chusma de Cafarnaum.
Eliazín – Entonces, ¿qué podemos hacer, maestro Josafat?
Josafat – Esperar, don Eliazín. Por la boca muere el pez, ¿no dicen así los de la costa? Pues este pez morirá también por la boca. Es imprudente y altanero. Y no quiere callarse. Peor para él. Ya verá, amigo, que todo será cuestión de tiempo. Dejémosle hacer. El mismo está levantando su propia cruz…
Don Eliazín, el rico terrateniente, y el fariseo Josafat, maestro y fiel cumplidor de la ley de Moisés, siguieron hablando. Mientras tanto, las nubes, arremolinadas por el poniente, anunciaban una fuerte tormenta.
Mateo 11,7-19 y 16,1-12; Marcos 8,11-21; Lucas 7,24-35 y 12,54-56.
Notas
* Para los hombres “decentes” de su época, Jesús fue un hombre de mala fama y su vida les resultaba un auténtico escándalo. El evangelio ha conservado lo que de él se decía: “comilón, borracho, amigo de rameras”. En otra ocasión le llamaron “samaritano” (Juan 8, 48), que era un insulto muy fuerte, equivalente a “bastardo”, y también “hijo de prostituta”. Todo el evangelio da testimonio de que Jesús no fue un hombre huraño, de que su vida nada tiene que ver con la de los ascetas que castigan el cuerpo para que se libere el espíritu. Tampoco se parecía al profeta solemne y sobrio que fue Juan el Bautista. Jesús fue un hombre del pueblo. Su ambiente natural fue la plaza, la calle y el barrio.