63- ¿SANTÍSIMA TRINIDAD?

RAQUEL Continuamos en la cumbre del Monte Tabor. En la anterior entrevista, usted, Jesucristo, no parecía muy entusiasmado con el privilegio de tener dos naturalezas, una humana y otra divina en su única persona.

JESÚS No es eso, Raquel, es que no comprendí bien…

RAQUEL No se me vaya por las ramas diciendo que todos los seres humanos somos creados a imagen y semejanza de Dios. Eso ya lo sabemos. Pero usted… usted se llamó a sí mismo Hijo de Dios.

JESÚS Yo siempre me llamé hijo de hombre. Yo soy un hombre, Raquel. Un hombre verdadero.

RAQUEL Pero también un dios verdadero. Usted… usted es dios.

JESÚS Detente, Raquel. Me horroriza lo que estás diciendo. Sólo Dios es Dios.

RAQUEL Creo que es hora de hablar claro. Yo me estoy refiriendo a la Santísima Trinidad. De eso quiero hablar, de eso quiere oír nuestra audiencia, de la Santísima Trinidad.

JESÚS Pues hablemos.

RAQUEL Ese dogma se estableció en el Concilio de Nicea. Dios: tres personas y una sola naturaleza. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. ¿Es o no es así?

JESÚS ¿Me hablas de tres dioses?

RAQUEL Le hablo de tres naturalezas en una sola persona. Al revés, de tres personas en una sola naturaleza. Es que estos temas son complicados, compréndalo. Hablo de tres personas divinas.

JESÚS ¿Y quiénes son esas tres personas?

RAQUEL Bueno, usted es una de ellas.

JESÚS ¿Y las otras dos?

RAQUEL El Padre y el Paráclito.

JESÚS ¿Quién es el Paráclito?

RAQUEL El Espíritu Santo. Un padre, un hijo y un paráclito. Esa es la familia divina.

JESÚS ¿Una familia sólo de varones?

RAQUEL Las bromas para más tarde. Y vuelvo a pedirle que se concentre porque este tema es crucial. Este es el dogma de los dogmas.

JESÚS Entonces, dime tú quién soy yo.

RAQUEL Usted viene siendo la segunda persona de la única naturaleza divina, aunque, como recordará, usted cuenta con dos naturalezas en una misma persona. ¿Entiende ahora?

JESÚS No.

RAQUEL Luz de luz, dios verdadero de dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al padre.

JESÚS Pero, Raquel, ¿cómo yo voy a ser una persona con dos naturalezas y una naturaleza con tres personas?

RAQUEL La solución de todo esto es la unión hipostática. Tres que no son tres, sino uno. Y uno que no es uno, sino dos.

JESÚS Créeme que me esfuerzo por seguirte, pero me parece una jerigonza. No entiendo nada.

RAQUEL Bueno, así son los misterios divinos.

JESÚS O a lo mejor, los enredos humanos. Porque a mí, desde niño, mi padre y mi madre me enseñaron que Dios es Uno. Y que nadie jamás vio su rostro.

RAQUEL Bibliotecas enteras explicando el dogma de la Santísima Trinidad, triángulos con el ojo divino, sermones, pinturas, catedrales… y ahora viene usted a decirnos…

NIÑA ¡Ey!… ¿Ustedes son de aquí?

JESÚS Ven acá, muchacha, ¿cómo te llamas?

NIÑA Maryam.

JESÚS Qué bonito nombre, como mi madre. Ven, quédate aquí con nosotros. ¿Qué quieres?

NIÑA ¡Un helado!

JESÚS Un helado no, vamos a comprar “tres” helados… Mírala, Raquel. Habla con ella. Los niños son los que más saben de Dios. Dios no se revela a los sabios ni a los teólogos.

RAQUEL ¿Y lo demás…?

JESÚS Lo demás es lo de menos. Vamos, Maryam… Cambia esa cara, Raquel… La naturaleza está aquí, ante nuestros ojos. Y las tres personas somos nosotros. Tú, yo… y Maryam.

RAQUEL Pues… pues… los tres despedimos el programa. Hasta la próxima… Desde el Monte Tabor, Emisoras Latinas.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
Hijo de hombre y hombre verdadero

Jesús se llamó a sí mismo “Hijo del hombre”, una expresión que aparece en el profeta Daniel (7,13) y que en arameo significa simplemente “ser humano”. Los compañeros y compañeras de Jesús vieron en él a un hombre verdadero, a un profeta apasionado y convincente y, por el atractivo de su palabra y sus revolucionarias actitudes, lo identificaron en ocasiones con el Mesías que esperaba el pueblo para liberarse. En su núcleo fundamental, los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas responden a esa tradición, la más primitiva y auténtica. El último de los evangelios, el atribuido a Juan, y los escritos de Pablo ―elaborados en un contexto cultural helenístico― transformaron a Jesús de Nazaret en Jesucristo, en el Cristo celestial, en el Señor (Kyrios), en el Hijo de Dios, base para la posterior formulación de dogmas que definieron en moldes filosóficos ajenos a la cultura judía quién fue Jesús, hasta mitificarlo y divinizarlo en formulaciones cada vez más abstractas y alejadas de la historia real. Esas formulaciones, que en los primeros siglos cristianos provocaron debates, y hasta carnicerías, cuando se persiguió con crueles guerras a los “herejes” que proponían formulaciones dogmáticas distintas, al primero que escandalizarían sería al judío Jesús.

El dogma central provocó guerras

La Trinidad es el dogma central del cristianismo católico, del cristianismo ortodoxo y de algunas denominaciones protestantes. Fue fijado como dogma de fe en el año 325 en el Concilio de Nicea. Antes y después de ese Concilio la formulación de ese dogma dio origen a innumerables herejías y cismas. Y hasta a guerras. La definición del Concilio de Nicea afirmó que el Hijo era
“consustancial” al Padre, fórmula que generó años de debates hasta que el dogma de Nicea fue reafirmado en el Concilio de Constantinopla el año 381.

Años después, en 1054, la procedencia de la “tercera persona” de esa Trinidad, el llamado Espíritu Santo, provocó el cisma de Oriente, que separó a la iglesia de Roma de la de Constantinopla, dando origen a lo que hoy conocemos como cristianos “ortodoxos”, que son mayoría en Rusia y en toda la Europa oriental. La teología de Constantinopla decía que el Espíritu Santo sólo procedía del Padre. Y Roma decía que procedía del Padre y del Hijo. “Credo in Spiritum Sanctum qui ex Patre Filioque procedit”. Esa palabrita “filioque” (que significa “y del Hijo”), incluida dentro del dogma trinitario dio origen a grandes conflictos que desembocaron en la separación de la iglesia de Oriente de la de Occidente. Constantinopla se separó de Roma. Naturalmente, tras estos conflictos no sólo había ideología y teología, también había intereses de dominio político sobre inmensos territorios.

Explicando y aclarando el dogma

La Enciclopedia Católica, al mencionar el dogma de la Trinidad cita a Gregorio Magno, quien intentaba explicar así esta creencia, un siglo antes de su definición en los Concilios: Por lo tanto, no hay nada creado, nada sujeto a nada en la Trinidad; ni hay nada que haya sido añadido como si a pesar de no haber existido anteriormente hubiera entrado con posterioridad: el Padre no ha
estado nunca sin el Hijo, ni el Hijo sin el Espíritu Santo; y esta misma Trinidad es inmutable e inalterable para siempre. Como se aprecia, las “explicaciones” redundaban en lo incomprensible.
Véase otra abstrusa “explicación” reciente de lo que debatieron y concluyeron los tres Concilios que siguieron al de Nicea y Constantinopla, obsesionados por encajar en la metafísica de la época la personalidad de Jesús. La “explicación” la brinda y “clarifica” el teólogo católico G. Iammarrone, quien dice: Tres concilios ecuménicos, convocados para dirimir las controversias surgidas dentro de estas escuelas, marcaron las etapas en el camino de la recta comprensión del misterio de la unidad de Cristo. He aquí la substancia de sus intervenciones. El concilio de Éfeso (431) definió que en Jesucristo se da la unidad de lo divino y lo humano “según la hipóstasis” (kathypóstasin) y no sólo por pura voluntad, benevolencia o asunción de prósopon (de este texto se deduce que hypóstasis y prósopon no tenían todavía el mismo significado). El concilio de Calcedonia (451) afirmó que en el Verbo encarnado la naturaleza divina y la humana, unidas pero sin fundirse, “concurren” a la constitución de una única hipóstasis (hypóstasis) o persona (prósopon) (los dos términos eran ya equivalentes). Si embargo, no afirmó explícitamente de qué hipóstasis se trata. El concilio Constantinopolitano II (553) precisó que la unión de las dos naturalezas en Cristo se realizó “según la hipóstasis” (kathypóstasin) del Verbo divino, o bien “por composición” (kata sinthesin), de manera que, desde el momento de la encarnación, se da en Jesucristo una única hipóstasis/persona (sujeto, autós) tanto de la naturaleza divina como de la humana, que permanece íntegra y distinta de la divina en la “síntesis” o “composición”. Aquí están presentes un concepto de naturaleza humana íntegra, individual, pero que no es hipóstasis/persona, sino que está hipostatizada/personificada por y en la misma hipóstasis/persona divina del Verbo (naturaleza humana anhipostática), y un concepto de hipóstasis/persona que tiene como constitutivo la subsistencia. Esta visión de la unión de la divinidad y de la humanidad en Cristo es la que se ha ido transmitiendo en la Iglesia hasta nuestros días, tanto en los documentos del Magisterio como en la Tradición teológica. ¿Queda claro?

Otras trinidades en otras religiones

La idea de una trinidad divina está presente en algunas religiones antiguas. En el Antiguo Egipto, tres mil años antes de Jesús, en la tradición menfita, aparecen Pta el creador, Sejmet su esposa y Nefertem su hijo. En la tradición tebana son adorados Amón el creador, Mut su esposa y Jonsu su hijo. Y los vínculos familiares entre Osiris el padre, Isis su esposa y Horus su hijo son el
trasfondo teológico de la sucesión de los faraones egipcios. En Babilonia y Caldea se adoraban tres divinidades masculinas (Bel, Hea y Anu) y una  divinidad femenina, que era virgen y madre, Beltis. La primitiva trinidad helénica la formaban Urano el cielo, Gea la tierra y Eros la fuerza de la creación y la procreación. También hay una trinidad en el Hinduismo: Brama, Vishnú y
Shiva. El origen más profundo del dogma de la Trinidad puede entenderse desde esta
perspectiva: es una variante, totalmente patriarcal, exclusivamente masculina, de la tríada familiar arquetípica de muchas religiones antiguas: padre, madre, hijo. En el Judaísmo no hubo tríada. Monoteísmo puro. En el cristianismo, la tríada resultó masculinizada. Y así fue representada durante siglos la Trinidad, desde el famoso icono de Andrei Rublev hasta innumerables esculturas y pinturas. Destaca entre los cuadros que proponen “una familia sólo de varones” el óleo en tela de Andrés López (1780) que se conserva en el Museo virtual Andrés Blastein, que expone en la web obras maestras de la pintura mexicana colonial y moderna. Apreciarlo en Internet resulta revelador. A menudo, la plástica ha representado a la “tercera persona”, llamada Espíritu Santo y
también Paráclito ―palabra griega que significa “aquel que es invocado”―, en forma de paloma, no precisándose nunca el sexo del ave…

Como Superman

Jesús fue un hombre como tantos, que creyó, con pasión y convicción, que todos y todas somos hijos de Dios. Por eso se llamaba a sí mismo “hijo de Dios”, y por eso permitía que así lo llamaran. De este sentimiento interior se derivó una doctrina, convertida después en dogma de fe, que afirma y exige creer que Jesús es Dios en persona, que es la segunda persona de la naturaleza única de Dios. Esta idea abstracta, volcada en moldes filosóficos lejanos a la mentalidad actual, se traduce habitualmente en entender a Jesús como un Dios “disfrazado de hombre”, algo similar a lo que desde 1938 brindó a niños y adultos el mito estadounidense de Superman, creación de Joseph Shuster y Jerry Siegel: un héroe super-poderoso, capaz de volar y de hacer “milagros”, pero que se esconde tras el disfraz de Clark Kent, uno de tantos oficinistas. La imagen de Jesús de cuyo pecho salen rayos de varios colores que hoy propaga activamente el Vaticano ―pintada por la monja polaca Faustina Kowalska― refuerza visualmente la idea del Jesús-Superman.

El dios de las tortugas

El historiador griego Jenofonte decía, cinco siglos antes de que Jesús fuera  definido dogmáticamente: Si las tortugas quisiesen representar a Dios lo pintarían como una tortuga. Cuando hablamos de que en Dios hay tres “personas” utilizamos la palabra “persona”, un concepto totalmente occidental. En árabe y en chino, por ejemplo, no existe una palabra equivalente. Sin embargo, este concepto está en el centro de la dogmática cristiana, patrimonio de una iglesia que se pretende universal y, aún más pretenciosamente, afirma ser la única verdadera. Es un ejemplo evidente de la extrema relatividad de las palabras que empleamos para referirnos a Dios, Realidad, Misterio que no cabe en ninguna palabra humana.