64- ¿EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO?

RAQUEL Los micrófonos de Emisoras Latinas regresan a Jerusalén y están instalados hoy en el Cenáculo, escenario de los hechos maravillosos de aquel Jueves Santo. Con nosotros, Jesucristo,
protagonista de aquella noche memorable. En este lugar, usted celebró la Última Cena y la Primera Misa.

JESÚS Bueno, aquí comimos la Pascua. Todos los años, con la luna de primavera, hacíamos lo mismo. Es la gran fiesta de mi pueblo, un memorial del éxodo, cuando Moisés liberó a los esclavos del faraón.

RAQUEL Sí, pero aquella Pascua fue especial. Reconstruyamos los hechos. Estaban todos reunidos cenando. Usted tomó el pan y dijo: “cómanlo, esto es mi cuerpo”. Después, la copa de vino:
“bébanla, es mi sangre”. Tal vez las palabras más sagradas de la historia de la humanidad. ¿Fue así?

JESÚS Sobre el pan y el vino yo dije una bendición. No recuerdo las palabras exactas, pero… no sé a dónde quieres llegar.

RAQUEL A la transubstanciación. Cuando usted pronunció esas palabras mágicas, quiero decir misteriosas, en aquel pan estaba la presencia de Dios, ¿sí o no?

JESÚS Sí, en aquel pan estaba Dios.

RAQUEL Me alegra escucharlo. Llegué a pensar que usted echaría abajo otro dogma…

JESÚS ¿De qué te asombras, Raquel? En Dios vivimos, nos movemos y somos. ¿No lo sabías ya? Levanta una piedra, ahí está Dios. Parte un trozo de madera, ahí lo encontrarás.

RAQUEL Un momento. No se me vaya por los trozos, digo por las ramas. Los oyentes saben que usted consagró aquella noche el pan y el vino.

JESÚS El pan y el vino y el aceite son sagrados. La comida con que nos alimentamos es un don de Dios y por eso es sagrada. ¿A eso te refieres?

RAQUEL No. Yo me refiero a la transubstanciación. Que por aquellas palabras suyas, el pan dejó de ser pan y el vino dejó de ser vino.

JESÚS ¿Cómo el pan va a dejar de ser pan y el vino de ser vino?

RAQUEL Quedaron las apariencias, pero cambió la sustancia. En aquel pan estaba su cuerpo, en aquel vino su sangre, usted mismo, Jesucristo, transubstanciado.

JESÚS ¡Qué locura estás diciendo, Raquel!… Si yo estaba sentado en medio de todos… ¿cómo iba a estar metido al mismo tiempo en una hogaza de pan o en una copa de vino? ¿Qué truco sería
ése?… ¡Ni que fuera mago!

RAQUEL ¿Qué había en aquella copa que usted dio a beber a sus discípulos? ¿No era su sangre?

JESÚS En mi pueblo no se toma la sangre de ningún animal, menos de una persona. Me estás hablando de una cosa… horrenda.

RAQUEL Pero, entonces, ¿qué hizo usted aquel Jueves Santo?

JESÚS Yo hablé de unión, de comunidad. Luego, compartimos el pan. Yo brindé con la copa y, según la costumbre, todos bebimos de ella.

RAQUEL Usted dijo que hicieran eso en memoria suya.

JESÚS Sí, tenía miedo que me apresaran. Entonces, les dije: hagamos una alianza. Pase lo que pase, sigamos unidos, como los granos de trigo en la espiga, como las uvas en el racimo. Si yo falto, reúnanse para recordar el compromiso del Reino de Dios.

RAQUEL A ver si nos entendemos. ¿Usted no instituyó aquella noche el sacramento de la eucaristía?

JESÚS No.

RAQUEL Y cuando un sacerdote repite las palabras que dicen que usted dijo aquella noche, ¿qué pasa con el pan y con el vino?

JESÚS Nada. Porque… ya pasó.

RAQUEL ¿Cómo que ya pasó? ¿No ocurre ningún milagro?

JESÚS El milagro no está en el pan ni en el vino, Raquel. El milagro está en la comunidad. Cuando un grupo de hombres y mujeres que se quieren, que luchan por la justicia, se reúnen y dan gracias a Dios y recuerdan mis palabras… ahí está Dios en medio de ellos.

RAQUEL Y aquí estamos nosotros, en medio de nuestra audiencia y con demasiadas preguntas pendientes. Una pausa y regresamos. Raquel Pérez, Emisoras Latinas, Jerusalén.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
La última cena en las fiestas de la Pascua

La fiesta de la Pascua era la más solemne de las fiestas del pueblo de Israel. Fue durante esas fiestas que Jesús fue apresado y asesinado. Se celebraba en el primer mes del año judío, el mes de Nisán, correspondiente a una fecha situada entre mediados de marzo y mediados de abril. La fiesta duraba siete días, pero se consideraba día de Pascua el 14-15 de Nisán, cuando se comía la cena pascual. Aquel año fue para Jesús su “última cena”. Era habitual en todas las comidas que quien presidía la mesa, generalmente el padre de familia, partiera el pan y diera un trozo a cada comensal. Lo mismo hacía con el vino: bendecía una copa común, que pasaba de mano en mano y de la que todos bebían. Estos gestos no eran ni especiales ni “misteriosos”. Eran costumbres cotidianas. Todos los que cenaron con Jesús en la noche de la Pascua conocían estas costumbres desde su infancia. Además de ser gestos familiares a todos, se entendía que, al comer el pan y al beber el vino, todos participaban de la bendición pronunciada antes de distribuirlos. Israel y otros pueblos orientales creían que comer juntos unía a los comensales en una comunidad. Comer juntos vinculaba a unos con otros y era signo de una fraternidad que permanecía más allá del momento de la comida.

¿Dónde está Dios?

Jesús le recuerda a Raquel que Dios está en todas partes y en todas las cosas, es el corazón de todo lo que vemos y tocamos. Está en todos los panes y en todos los vinos. Se lo recuerda con esta frase: Levanta una piedra: ahí está Dios. Parte un trozo de madera: ahí lo encontrarás. Es una sentencia atribuida a Jesús en el apócrifo Evangelio de Tomás.

Beber sangre: una estricta prohibición

El texto del evangelio de San Juan que hace explícita, en boca de Jesús, la propuesta de “comer su carne” y “beber su sangre” (6,52-57) resulta totalmente ajena a la cultura judía, que prohibía tomar la sangre de cualquier ser vivo (Génesis 9,4; Deuteronomio 12,16) y por eso, repugnaría a Jesús, sería para él algo aterrador, repulsivo. El evangelio de Juan, tan diferente en estilo y contenidos a los de Mateo, Marcos y Lucas, fue escrito mucho después de estos otros tres textos y estaba destinado a comunidades de cultura helenística y tradiciones gnósticas, para las que los ceremoniales paganos de comer “el cuerpo y la sangre” de los dioses tenía un gran sentido religioso.

El dogma de la transustanciación

La doctrina sobre la Eucaristía se fijó en el Concilio de Trento (1545-1564), cuando la autoridad de la iglesia católica proclamó: Si alguno dice que en la misa no se ofrece un sacrificio real y verdadero sea anatema (excomulgado). Si alguno dice que por las palabras “Haced esto en memoria mía” Cristo no instituyó a los apóstoles como sacerdotes, ni ordenó que los apóstoles y otros sacerdotes ofreciesen su propio cuerpo y su propia sangre, sea anatema. Si alguno dice que el sacrificio de la misa es sólo de alabanza y acción de gracias, o que es meramente una conmemoración del sacrificio consumado en la cruz pero no es propiciatorio, sea anatema. La palabra “anatema”, con la que la jerarquía eclesiástica descalifica a quienes no piensan como piensa ella ni creen lo que ella cree, es una especie de “maldición”. Al dictar “anatema” contra alguien se le expulsaba de la comunidad, se le separaba de la sociedad religiosa como un “maldito” por Dios.

Una doctrina a la defensiva

La transustanciación es una doctrina católica surgida a la defensiva como “arma ideológica” contra grupos espirituales nacidos en el siglo XII y cruelmente perseguidos por Roma (cátaros o albigenses), que atacaban la jerarquía eclesiástica, los poderes del sacerdote y la presencia real de Cristo en la eucaristía. La doctrina de la transustanciación fue reafirmada por el Concilio de Trento en el siglo XVI, en esta ocasión a la defensiva frente a los reformadores protestantes, que no la aceptaban en los mismos términos que Roma. Los cristianos de la iglesia ortodoxa sí la aceptaban. La transustanciación, dijo el Concilio, consiste en la conversión maravillosa y  singular de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, permaneciendo sólo la especie del pan y del vino. Significando “especie” para estos efectos, los “accidentes” del pan y del vino: color, gusto, cantidad, etc. El dogma considera que bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad.

“No te preguntes si es verdad”

Según la doctrina oficial, la transformación que sucede en el pan y en el vino se llama “consagración” y sólo la pueden realizar los sacerdotes con palabras previamente establecidas y fijadas durante la celebración eucarística. Para entender la doctrina de la transustanciación se emplean dos términos filosóficos: “sustancia” y “accidentes”. Sustancia es aquello que hace que una cosa sea lo que es y accidentes son las propiedades no esenciales que son perceptibles por los sentidos. Según la doctrina oficial, cualquier pedazo del pan consagrado, por minúsculo que sea, contiene a Cristo todo entero e igualmente lo contiene cualquier gota del vino consagrado.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento “no se conoce por los sentidos ―dice Santo Tomás― sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”. Por ello, comentando el texto de San Lucas 22,19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, San Cirilo declara: “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente”.

Una devoción escandalosa

La idea de hacer sacrificios rituales para ganarse la benevolencia de Dios fue desechada por Jesús, quien al igual que los profetas de Israel, enseñó que son las relaciones de justicia y misericordia entre los seres humanos lo único que agrada a Dios. En este sentido, resulta escandaloso que la iglesia católica venga interpretando hasta hoy, y desde hace siglos, el “misterio” de la eucaristía desde un punto de vista tan materialista y mágico y la celebración de la eucaristía, del compartir entre hermanos un mismo pan, como un “sacrificio agradable a Dios”. El rito de la misa y sus textos litúrgicos están llenos de imágenes sacrificiales que sorprenderían y repugnarían a Jesús, en cuya memoria se celebra ese rito.