7 TIERRA SIN HOMBRES
LIBRETO
LOCUTOR — Capítulo séptimo: Tierra sin hombres…
LOCUTORA — … y hombres sin tierra.
HIDALGO —¡Mírenla, hermanos! ¡Mírenla, que ella nos mira! ¡Esta será nuestra bandera!!
El sacerdote alzó el estandarte ante el gentío. El lienzo fulguraba. Desde él, Nuestra Señora de Guadalupe, la Virgen Morena, sonreía a los indios. Los bendecía. Parecía querer empuñar ella misma los machetes y las picas que sus hijos levantaban en las manos.
HIDALGO —¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los Guachipines!
MEXICANO —¡¡Viva la Gudalupana!!
HIDALGO —¡La Virgen irá con nosotros! ¡Irá delante de nosotros! Ella sabe, como nadie, de los sufrimientos de ustedes y de los abusos de los españoles. ¡Ella llegó a México hace 300 años y lo ha visto todo con sus ojos!
El padre Miguel Hidalgo tenía casi 60 años cuando puso al frente de los indios de su parroquia la bandera de la Virgen de Guadalupe y comenzó las luchas por la independencia de México. Era el año 1810.
HIDALGO —¿Y qué es lo que ha visto la Virgen? ¡Ella vio llegar a los españoles! ¡Los vio robarse las tierras de los indios! ¿De quiénes eran estas tierras de Atotonilco hacia el norte y hacia el sur? ¿Y de quiénes eran las tierras que dan la vuelta a la parroquia? ¿De los españoles o de ustedes? ¡Eran nuestras, sí, eran las tierras de nuestros abuelos! ¡Eran las milpas de maíz de nuestros abuelos! ¡Y hoy son las haciendas de esos codiciosos terratenientes! ¡Hermanos, ¿queremos recuperar esas tierras? ¿Queremos volver a ser los dueños de esas tierras que los odiados guachupines nos robaron?
El padre Miguel Hidalgo sabía muchas cosas. Hablaba la antigua lengua indígena de los otomíes, que habían sido exterminados por los conquistadores. Había enseñado a los indios a cultivar la uva y a criar el gusano de seda, a fabricar la loza y las tejas. El cura Hidalgo les estaba enseñando ahora a empuñar las armas para recuperar sus tierras…
HIDALGO —¡La tierra! ¡Por la tierra vamos a pelear! ¡Y la Virgen de Guadalupe peleará con nosotros!!
En menos de seis semanas, 80 mil hombres seguían al padre Miguel Hidalgo…
MEXICANO —¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Mueran los españoles!
El cura revolucionario, al frente de la avalancha insurgente de indios sin tierra, suprimió los impuestos, decretó la libertad de los esclavos, repartió tierras de Guadalajara y se abalanzó sobre México…
OBISPO —¡Agitador, apóstata de la religión, manipulador de la Santísima Virgen María, materialista!
Los obispos de México, que eran españoles y eran también grandes terratenientes, lo calumniaron, lo persiguieron. El obispo de Michoacán lo excomulgó y lo mandó a fusilar…
COMPADRE —Fusilaron al cura Hidalgo y a todos los jefes rebeldes. Y las tierras volvieron a estar seguras en manos de los señores hacendados.
VECINA —¡Qué lástima! Me gustaba ese cura rezador y peleador. Así debían ser todos los reverendos.
COMPADRE —Pero Hidalgo no fue el único. Otro cura recogió su bandera ese mismo año y siguió peleando: el padre José María Morelos. Este siguió repartiendo tierras, suprimió la esclavitud, puso en pie a medio México. Pero, junto a estos curas revolucionarios, había obispos terratenientes. Y a Morelos también lo mandaron a fusilar.
ABUELO —Entonces, ¿en qué quedó la independencia de México?
COMPADRE —Bueno, la independencia se consiguió unos años después. Pero, qué va, aquella independencia no tenia ya ninguna de las banderas que habían levantado estos dos curas. La independencia no tocó a los terratenientes. Fue como un acuerdo entre los ricos de España y los ricos criollos de México para poner unos cuantos parches. Pero el que no cambia el latifundio, no cambia nada.
JUEZ —¡Silencio! ¡Silencio!
FISCAL —Se acusa a los latifundistas de América Latina. A todos. Se les acusa de bienes mal habidos. Heredaron de sus padres y de sus abuelos enormes extensiones de tierra. Pero son tierras robadas. En la historia constan los hechos. Los españoles y los portugueses llegaron aquí, pusieron a los indios a hacer trabajo forzado en las minas y en las plantaciones. Y se quedaron con sus tierras. Así arrebataron las tierras de comunidades enteras. Así se hicieron propietarios de la noche a la mañana. Millones de hectáreas robadas. El que hereda a un ladrón y no devuelve lo robado, es también ladrón!
JUEZ —¡Silencio, silencio!
FISCAL —Se acusa a los latifundistas de América Latina. Se les acusa de traición a la patria. Porque en la hora de la independencia ellos también levantaron la bandera. Pero lo hicieron con intención torcida. La patria no es una bandera. La patria es la tierra. Y ellos alzaron las banderas, y cantaron los himnos, pero no entregaron la tierra robada. Así traicionaron a los pobres, a los que derramaron su sangre por la independencia! Presentan esta acusación Juan, María, el Chepe, Felipe, Juliana… La lista es muy larga. Todos ellos, campesinos sin tierra de América Latina.
JUEZ —Acusación aceptada. Continúa la sesión.
COMPADRE —De una punta a la otra punta del continente, el problema era el mismo. Por los años en que el cura Hidalgo y el cura Morelos luchaban y morían en México, José Artigas levantaba la misma bandera de la tierra en las pampas del sur de América, en los territorios que hoy ocupan el Uruguay y las provincias del Nordeste argentino.
ARTIGAS —¿Qué independencia va a ser esta? ¿Qué nación vamos a construir? ¿Una nación sólo para los ricos comerciantes del puerto de Buenos Aires y para los terratenientes de las provincias? ¡No, no habrá independencia hasta que no haya tierra para los gauchos y para los indios y para los negros! ¡Tierra para todos, una patria grande para todos!
Siguiendo la bandera de Artigas, un pueblo sin tierra y disperso se puso en movimientos hacia la pampa inmensa. Y en la pampa, entre mil fogones de criollos pobres, el general Artigas dictaba los decretos de su gobierno revolucionario…
ARTIGAS —Se quitarán todas las tierras que sobren a cualquier propietario. ¡Y sin pagarles un peso! Anoten ahí: que cada alcalde revise los terrenos de su jurisdicción. Y que reparta las tierras teniendo en cuenta esto: que los más infelices sean los más privilegiados. Escriban que todos, los negros, los zambos, los indios, los criollos pobres, serán propietarios.
Así nació en 1815, la primera Reforma Agraria de América Latina.
ARGENTINO —¡Repartiendo tierras! Pero, ¿qué pavada es ésa? ¿Qué se ha creído ese Artigas?
ARGENTINA —¡Si sus abuelos levantaran la cabeza! ¡Le ha expropiado las tierras a los Belgrano, a los Mitre, a los Rivadivia!
ARGENTINO —Ese loco no respeta la patria, no respeta su sangre ni su clase. ¡Es un resentido!
ARGENTINA —Va con poncho… Y dicen que ya apesta a gaucho de tanto juntarse con esa mala raza… Y no sólo gauchos… Va con un racimo de negros y de indios…
ARGENTINO —¡Les ha calentado la cabeza a esos pestíferos! Invaden las estancias y disparan y dicen que la tierra es suya, por ley… Pero, ¿qué ley? ¿La ley de Artigas? ¡Qué chiste! ¿Y la ley de la herencia? ¿Y la ley de la propiedad privada? ¿Dónde quedan los derechos adquiridos?
La orgullosa oligarquía criolla de Buenos Aires puso el grito en el cielo. Pidió ayuda a los ingleses y portugueses, y desde el vecino Brasil ordenó la invasión de los territorios en donde Artigas hacía cumplir su ley de reforma agraria.
ARTIGAS —¡Por la tierra, hermanos! ¡Por nuestra tierra! La resistencia de los campesinos duró cuatro largos años. Los pobres sabían bien que en aquella guerra se jugaba su verdadera independencia. Y pelearon con lanza y cuchillo, en montonera, contra el bien armado y numeroso ejército del Brasil. Pero vencieron los terratenientes. Y los gauchos no conservaron otras tierras que las de sus tumbas. Artigas, solo, se fue para siempre a morirse en el exilio.
URUGUAYO —Usted se va vencido. Y su tierra se queda sin aliento. Su tierra. Nuestra tierra del sur. Usted le será muy necesario, don José. Usted le hará falta. Porque usted, don José Artigas, con su poncho rotoso, usted, general de los sencillos, es la mejor palabra que el Uruguay ha dicho.
COMPADRE —Así fue. En el sur, como en el norte, en Uruguay como en México, la independencia cambió muy poco las cosas para los campesinos….
VECINA —Pero algo ganarían… ¿o tampoco?
COMPADRE —Pues realmente, no mucho. Porque se fueron los españoles, pero vinieron otros: los franceses, los ingleses, los americanos… Pero todos eran igual: todos latifundistas. En México, cien años después de que el cura Hidalgo levantara la bandera de la Virgen de Guadalupe, las cosas estaban color de hormiga, peor que nunca…
La situación de los campesinos mexicanos en 1910 era insostenible. 840 latifundistas, muchos de ellos norteamericanos, eran dueños de prácticamente toda la tierra que se cultivaba en el país. Las haciendas de los terratenientes de México estaban consideradas como los latifundios más extensos, no sólo de América, sino de todo el mundo. Una sola compañía norteamericana, la Hartford Company, era dueña de más de 11 millones de hectáreas de tierra mexicana. De los 15 millones de mexicanos, 12 dependían de los salarios rurales, pero los salarios rurales no habían aumentado ni un sólo centavo en más de 100 años… Por eso, en 1910, estalló la Revolución. Y en la región de los latifundios azucareros, Emiliano Zapata levantó la bandera de la tierra al frente de los campesinos mexicanos.
ZAPATA —¡Tierra, hermanos! ¡Tierra! Mientras acá nos morimos de hambre, sin un elote para echarnos a la panza, los caballos de carrera de los señoritos hacendados viven en establos de puritito mármol, allá en la capital! ¡Yo lo he visto con mis propios ojos! ¡Así no puede ser, hermanos! ¡Hombres del sur: vale más morir de pie que vivir de rodillas!
HACENDADO —¿Qué dice ese orgulloso de Zapata? ¿Qué los campesinos quieren tierra para sembrar? ¡Andele, pues, que siembren en maceta!
ZAPATA —¿Qué dice el señorito hacendado? ¿Qué no entrega las tierras? ¡Pues dígale que la tierra se reparte con un rifle!
MEXICANOS —¡¡Viva Zapata!! ¡Tierra y libertad!
Y las banderas rojas y negras de la primera revolución de América Latina ondearon en el sur de México…
ZAPATA —¡Vamos a hacer una ley agraria! ¡Y vamos a hacer un ejército de campesinos para defender esa ley agraria! ¡Y se acabarán los jacales y los vales para las tiendas de raya! ¡Se acabarán las deudas y el hambre! ¡Y habrá crédito para todos, maíz para todos, tierra para todos!
MEXICANOS —¡¡Viva Zapata!! ¡La tierra es de quien la trabaja!
En el norte, otro guerrillero campesino, Pancho Villa, repartía también las tierras. Durante casi diez años, el pobrerío mexicano despertó. Había esperado 4 siglos a que llegara su hora…
Pero después de intervenciones norteamericanas, guerra de exterminio, y del asesinato de Zapata y de Villa, los hacendados volvieron a controlar la situación. Recuperaron sus latifundios. Y el espíritu de la Revolución quedó enterrado…
VECINA —Y tanto que se oye a veces de la Revolución Mexicana. ¡Y hasta un partido revolucionario tienen! Pero, por lo visto, eso es sólo una revolución de boquilla.
COMPADRE —Es cierto, de boquilla y de papeles. Pero aquellas banderas no se perdieron. Las banderas campesinas son… son como las semillas. Cuando parece que las entierran, repuntan con más fuerza. Mire, sólo unos años después de Zapata, levantó la bandera el general Sandino, el general de los hombres libres… Y ahí está su bandera roja y negra, alzada en Nicaragua. Y los campesinos empiezan a comer y a ser dueños de la tierra. La Revolución Cubana también alzó la bandera roja y negra, y empezó precisamente con una ley de Reforma Agraria, repartiendo la tierra a los campesinos…
JUEZ ¡Silencio! ¡Silencio!
ABOGADO —¡Protesto, señor juez, protesto! Este programa que estamos oyendo es tendencioso. El problema de la tierra en América Latina es un problema mucho más complejo. Y ya está resolviéndose. Y aquí sólo se habla del pasado con odio, para fomentar la lucha de clases. ¡Y cuando se habla del presente es con la más intolerable demagogia! ¡Cuba y Nicaragua! Y el resto de los países, ¿qué? ¿Por qué no se dice que en toda América Latina ya hay leyes agrarias y se están repartiendo las tierras? ¿Por qué no se habla de eso? ¡Basta ya de ideologías!
FISCAL —Claro, claro que hay reformas agrarias por todo el continente. Las hay en la palabrería de todos los políticos, y en las gavetas de todos los ministerios. Sí, todos, hasta los latifundistas, ya aprendieron que la mejor manera de no hacer la reforma agraria es cacarearla mucho!
ABOGADO ¡Protesto, señor juez! Eso no es cierto. Todo el mundo sabe cuántas leyes agrarias hay, cuántas experiencias positivas…
FISCAL —Sí, aflojemos un poco la cuerda para que no se reviente! ¡Cambiemos algo, para que todo siga igual! Solicito del señor Juez que pasen algunos testigos de los países en donde ya se hizo la Reforma Agraria!
JUEZ —¡Que pase el testigo del Brasil!
BRASILEÑO —Bern, en el Brasil somos 10 millones de familias sin tierra, sin nada —¡10 millones! ¡Muchas familias!— Voy a poner un ejemplo: en el nordeste hubo Reforma Agraria hecha por los militares. Decían ellos: “Ustedes, los que no tienen tierra, pueden abrir la carretera en la selva”. Trabajando, claro, trabajando duro, cansado. “Abran carretera y daremos tierras de por allí”. Hicimos trabajo, abrirnos carretera. Nos dieron esas tierras. Mas, sin dinero, sin mais nada… ¿Cómo vivir con familia en medio de la selva, perdidos entre los monos, a tres mil kilómetros de las ciudades? Fracaso grande fue aquella Reforma Agraria. Grande mentira…
JUEZ —¡Que pase la testigo de Ecuador!
ECUATORIANA —Gobierno ecuatoriano repartió tierras. Púchicas, dieron las tierras altas, las peores tierras. Sembramos. Nada mismo se sacó. No había plata para abonos. Después de Reforma Agraria, patrón de hacienda quedó mejorcito que antes, con mejores tierras, con más tierras, pues. Reforma Agraria sólo sirve a los patrones. Comerciantes, barateros, siguen arruinando. Nosotros seguimos con hambre. Se mueren los guaguas.
JUEZ —¡Que pase el testigo de República Dominicana!
DOMINICANO —¿La Reforma Agraria de la República Dominicana? ¡Un papel guindao en la pared del bohío! ¡Eso fue lo que me tocó a mí! ¿La tierra? ¡Ni de lejos la vi! Pero me dieron el título y me apuntaron el nombre como “beneficiado por la ley”. Bueno, y a mi compadre le dieron la tierra, pero el crédito no. Y a otra comunidad le dieron el crédito, y después la deuda era tan grande que el Banco Agrícola les quitó las tierras… A un paquete de gente la metieron a trabajar en una cooperativa del gobierno. ¡Salieron de un patrón malo para otro peor! Por eso, en Dominicana, a esa desgracia, ¿sabe cómo la llamamos los campesinos? “Reforma Agria”, (porque le amargó la vida a tó el mundazo esa maldita vaina!
JUEZ —¡Que pase el testigo de El Salvador!
SALVADOREÑO —Yo soy salvadoreño. Guuuanaco, pues, ustedes saben que mi país, El Salvador, es el más chiquitito del continente. El Pulgarcito lo llaman. Pues en ese “pulgarcito” somos más de cinco millones de cristianos. Con hambre y sin tierra. ¿Reforma Agraria? ¡Cómo no! Antes, eran 14 las familias dueñas de todas las tierras. Después de la Reforma, son unas 200 las familias dueñas de todas las tierras… ¡Qué galana esa Reforma Agraria, ah! ¡Y tanto alboroto para eso! ¡Si es para encachimbarse, con el perdón! De la falta de tierra, de ahí vienen las matancingas, la violencia, verdad. En el 32, peleando por la tierra, mataron a 30 mil campesinos… ¡a 30 mil! Eran los tiempos de Farabundo Martí…
JUEZ —¡Silencio, silencio!
FISCAL —¿Y qué dirían los campesinos de otros países, qué dirían los argentinos, los venezolanos, los bolivianos? …No, el problema está ahí, sigue ahí. Es el problema mayor de América Latina. Porque la Reforma Agraria es la primera bandera. La primera bandera es la tierra. Pero la Reforma Agraria no es sólo la tierra. Es el crédito, es la semilla, son los transportes, son los mercados. Es todo, es toda la estructura económica y social de un país. Vean estos datos, señores: la producción del campo latinoamericano es hoy menor que antes de la Segunda Guerra Mundial. Vamos para atrás. Hoy se producen en América Latina menos alimentos que nunca. Y hoy la población es mayor que nunca. Nuestras tierras están sembradas con café, con algodón, con azúcar… Pero no se siembran alimentos. Hay que comprar fuera lo que comemos. Y hay millones dentro muriéndose de hambre. Tenemos tierras riquísimas, pero no se cultivan. Sólo el 5% de las tierras latinoamericanas está cultivado. ¡Sólo el 5%! ¿Qué es esto? ¡El desperdicio de tierra más grande de todo el planeta! ¡Desperdicio de tierras y desperdicio de hombres! Porque no hay trabajo en el campo. ¡Tierras sin hombres y hombres sin tierra! La poca tierra que se siembra, acaparada por unos cuantos. Esto es un crimen. El latifundio es el pecado original de la colonia. Y es el pecado mortal de nuestro continente. ¡Está matando a millones! ¡Y así no puede ser!
ABOGADO —¡Protesto, señor juez! ¡Protesto! Esa información está manipulada! ¡Pido la palabra, señor juez!
FISCAL —¡Yo también pido la palabra, señor juez! ¡No he terminado todavía!
ABOGADO ¡He dicho que la palabra la pido yo!
JUEZ ¡Silencio! ¡Silencio!… Palabra denegada a usted y también a usted. La palabra la tienen ahora… Juan, María, el Chepe… Que hablen ellos. Que ahora hablen los campesinos sin tierra de toda América Latina. Ellos tienen la última palabra.