83- ¿QUIÉN MATÓ A JESÚS?

RAQUEL Viernes Santo en Jerusalén. La Vía Dolorosa inundada de penitentes, hombres cargando cruces, mujeres de rodillas rezando el rosario, dándose golpes de pecho, evocando aquellos
días de pasión y de muerte. Especialmente para usted, Jesucristo, tienen que ser de terribles recuerdos.

JESÚS Tantos, que prefiero olvidarlo. Mi madre fue la que llevó la peor parte. Magdalena, las mujeres, Juan, los del movimiento… para todos fue como si el mundo se acabara.

RAQUEL Comprendo que no quiera recordar los hechos sangrientos de aquel viernes…

JESÚS Sácame de una duda, Raquel. Veo cruces por todas partes. En las iglesias, en los altares, en sus casas ponen cruces, y hasta al cuello se las cuelgan.

RAQUEL Es en memoria suya.

JESÚS Qué extraña manera de recordar… Porque si a tu hermano lo apuñalan, ¿llevarías un puñal colgado al cuello? La cruz es un instrumento de tortura. Mejor, olvidarla.

RAQUEL Pero esa cruz es sagrada. Muriendo en ella, usted estaba cumpliendo la voluntad de Dios.

JESÚS En esa cruz yo estaba cumpliendo la voluntad del gobernador romano Poncio Pilato y la del sumo sacerdote Caifás y la de todos los que se oponían al Reino de Dios.

RAQUEL Pero, ¿Pilato y Caifás no fueron instrumentos en las manos de Dios para que se cumpliera su divina voluntad?

ESÚS ¿Qué estás diciendo, Raquel? ¿Cuál era esa divina voluntad?

RAQUEL Que usted muriera en la cruz. Eso era lo que Dios quería, ¿no?

JESÚS ¿Cómo Dios iba a querer que me torturaran? ¿Te das cuenta de lo que dices?

RAQUEL ¿Qué quería Dios, entonces?

JESÚS Que yo continuara anunciando su Reino.

RAQUEL ¿Usted no tenía la misión de morir en la cruz?

JESÚS ¿Cómo voy a tener esa misión? Las cosas pasaron como pasaron. Después de sacar a los mercaderes del Templo, nos andaban buscando por todas partes. Intentamos escapar hacia
Galilea pero, ya sabes, en el huerto de Getsemaní me apresaron.

RAQUEL En ese huerto donde usted se resignó a beber el cáliz del dolor hasta la última gota.

JESÚS Yo no me resigné a nada, Raquel. Yo rezaba: Que no se haga la voluntad de ellos, los que quieren matarme, sino la tuya, Padre, que quieres que viva.

RAQUEL En la película de Mel Gibson, La Pasión, usted aparece abrazando la cruz, deseando cargarla, se le nota impaciente para que lo claven en ella…

JESÚS No sé quién será ese señor que dices, pero no me gustaría tenerlo como amigo. ¿Quién va a querer ser torturado, clavado en dos palos? Yo traté de escapar, de evitar la cruz, como te dije,
pero ya la situación había ido demasiado lejos.

RAQUEL Si entiendo bien, ¿usted no quería morir?

JESÚS ¿Y quién quiere morir, Raquel?

RAQUEL ¿Tampoco Dios quería su muerte?

RAQUEL ¿Dios?… Dios siempre quiere la vida.

RAQUEL ¿Y Judas? Porque ya estaba escrito que Judas lo iba a traicionar.

JESÚS Nada estaba escrito. Lo que pasó aquí en Jerusalén aquel viernes no estaba escrito en ningún libro.

RAQUEL ¿Usted no sabía el final? ¿No sabía lo que ocurriría después, al tercer día?

JESÚS Yo sabía entonces y sé ahora que los injustos nunca ríen de último. Que la muerte nunca tiene la última palabra. Dios me cumplió a mí. Y ya ves, estoy aquí, hablando contigo.

RAQUEL Pues… pues nosotros cumplimos con ustedes y despedimos por hoy la transmisión. Desde Jerusalén, Raquel Pérez, Emisoras Latinas.

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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.

NOTAS
Corderos, cruces y crucifijos

El “sacrificio” de Jesús fue representado durante siglos privilegiando la imagen de un cordero inmolado “por la redención del mundo”. Es un símbolo que aún se emplea. Y aún se invoca a Jesús como “cordero de Dios”, indeleble huella de los cruentos cultos judíos, donde se sacrificaban corderos y otros animales para agradar a Dios, cultos que Jesús rechazó. Es hasta el siglo IV que la cruz (vacía) aparece grabada por primera vez en una iglesia cristiana de Roma. Y es hasta el siglo V que comenzó a usarse en la imaginería cristiana la representación de Jesús crucificado, en diversos estilos de “crucifijos”. En los siglos posteriores esta imagen se multiplicó por todos lados. Hoy ha llegado a ser hasta un adorno, una joya en el pecho de autoridades eclesiásticas.

¿Una teología del abuso?

En una colección de ensayos feministas titulado “El Cristianismo, el Patriarcado y el Abuso”, Joann Carlson Brown y Rebecca Parker derivan de la teología del sufrimiento y del sacrificio esta reflexión: El cristianismo es una teología abusiva que glorifica el sufrimiento. ¿Es sorprendente que haya tanto abuso en la sociedad moderna si la imagen o la teología predominante de la cultura es el “abuso divino de menores”: Dios Padre, que exige y lleva a cabo el sufrimiento y la muerte de su propio hijo? En otros ensayos se explora la idea de que las actitudes cristianas tradicionales (culpabilidad, sumisión, perdón, valor del sufrimiento) internalizadas en niñas y niños favorecen que acepten el abuso sexual de los adultos. Es también el punto de vista de la teóloga feminista Rita Nakashima Brock, quien sostiene que todos los discursos cristológicos articulados dentro de la sumisión de Cristo obediente hasta la muerte (Filipenses 2,8) “sancionan el abuso de menores”. Ciertamente, hay una paradoja histórica en la que debemos reflexionar a fondo: en vez de que la muerte de Jesús en la cruz generara una cultura para frenar la violencia injusta, esa cruz generó la errada idea de que la cruz es el camino de la perfección.

Contar la Pasión con otro guión…

A menudo, casi siempre, el guión de la Pasión ―los hechos que llevaron al apresamiento, juicio y condena a muerte de Jesús― es el guión de un “teatro griego”: una tragedia con final conocido, por estar escrita de antemano, como destino inapelable y fatal. En ese “guión”, que nos ha llegado desde la teología, los sermones, los cultos, las películas, todos los personajes cumplen un papel prefijado: Jesús sabe que ha venido a morir y lo acepta, Judas tiene que traicionarlo y lo hace, Pedro debe negarlo y lo niega, los judíos traicionan y María llora aceptando su dolor… No hay en ese guión opciones libres, no hay decisiones ni circunstancias que permitan pensar que las cosas sucedieron así, pero pudieron suceder de otra forma. Con los datos que tenemos de los evangelios y del contexto cultural, político y social de aquel momento, podemos ensayar otro guión, imaginar otras posibilidades, situar “la Pasión” de Jesús en la historia. Probemos…

La “hora” de ir a Jerusalén

Jesús sabía de sobra que si subía a Jerusalén en las tumultuosas fiestas de la Pascua corría un gran riesgo. Había provocado ya demasiados escándalos por Galilea y en sus dos anteriores viajes a Jerusalén. Le aconsejaron que no fuera. Pudo haber ido o pudo no haberlo hecho. Si no hubiera ido, seguramente hubiera pasado unos cuantos años más predicando por Galilea y su movimiento hubiera crecido. Pero fue. Y convocó a muchos para que le acompañaran. Jesús tenía planes y tenía prisa. Sentía que había llegado la “hora”, no de morir, sino de actuar en Jerusalén, con denuncias directas contra las autoridades religiosas y políticas que tenían sus sedes en la capital. Al entrar en Jerusalén, Jesús fue informado de la gravedad de la situación. Las autoridades judías conocían de su llegada, lo estaban esperando y algo sabían ya de lo que se traía entre manos. Jesús pudo haber cambiado sus planes. Si se hubiera regresado a Galilea, seguramente sus vecinos de Cafarnaum lo hubieran abucheado y tildado de cobarde, después de haber calentado tanto la cabeza a la gente con aquel viaje. Sin embargo, habría salvado su vida. Decidió esconderse en Betania, en la taberna de sus amigos Lázaro, Marta y María, a donde ya había estado varias veces. Ya en otra ocasión se había escondido en Perea.

Domingo de Ramos: la sentencia de muerte

Jesús salió de Betania montado en un burro, aclamado con ramos de palmera por la multitud y entró por la Puerta Dorada en la inmensa explanada del Templo. Tradicionalmente, se ha presentado lo ocurrido aquel domingo como una procesión religiosa. Pero si hubiera sido una procesión, no hubiera acabado como acabó, en un desorden colosal. Y si Jesús hubiera sido el
“santo” de esa procesión, no hubiera agarrado un látigo para derribar las mesas de vendedores y cambistas. Por lo enardecido de la muchedumbre, aquello constituyó una manifestación masiva.
Con aquel tumulto, los más directamente desafiados por Jesús fueron los miembros de la familia del Sumo Sacerdote, dueña de los lucrativos negocios de compra y venta de animales y de cambio de monedas que había en el Templo. Desde la Torre Antonia, junto al Templo, los romanos lo vieron todo. Pero no se preocuparon demasiado. Eran “cosas de judíos”, alborotos habituales en los días de Pascua. Las autoridades religiosas judías, que despreciaban a los galileos del Norte, sí se preocuparon. Y mucho. Y aunque hubieran podido pasar por alto aquella provocación, no quisieron arriesgarse. Si hubieran menospreciado el liderazgo de Jesús y pasado por alto los hechos del Templo, es muy probable que manifestaciones similares se hubieran producido frente a las sedes de otras autoridades. Y la situación se les hubiera vuelto incontrolable. Por eso, actuaron con firmeza y en pocas horas ordenaron leer por las calles de Jerusalén un bando reclamando la cabeza de Jesús y ofreciendo una recompensa a quien lo entregara.

El plan de los zelotes

Los zelotes eran grupos armados de patriotas judíos opuestos a la ocupación romana. Estaban bien organizados, pero divididos en varias facciones. Optaban por la violencia armada. Jesús los había conocido en Galilea. Incluso, algunos de su movimiento simpatizaban con esta causa, entre ellos, Judas. Desde hacía tiempo, los líderes zelotes buscaban convencer a Jesús de la necesidad de la vía armada. Jesús tuvo que considerar esta posibilidad. Si Jesús hubiera optado en ese momento por alguna forma de violencia armada, y siendo tan desigual la correlación de fuerzas con el poder romano, se hubiera desencadenado un baño de sangre. Esto fue lo que sucedió en el año 70 cuando los zelotes se insurreccionaron y el ejército del emperador Tito arrasó Jerusalén. Jesús eligió otros caminos de mayor alcance y de más largo plazo: la fuerza de la palabra, la transformación de las conciencias, la lógica de la comunidad, la presión popular, la organización de los pobres, el amor eficaz. Aunque los zelotes sabían que Jesús no era de los suyos y guardaba distancia de su radicalismo, los hechos del Templo aceleraron sus planes. Aunque la estrategia de los zelotes siempre incluyó la violencia, no podían dejar de reconocer el liderazgo popular de Jesús. Decidieron aprovechar la coyuntura. Si hubieran desatado un levantamiento sin contar con Jesús, habrían debilitado el movimiento zelote y demostrado escaso olfato político. De sobra sabían que entre ellos ningún dirigente tenía tanto carisma como Jesús.

Jueves Santo: las dudas de Judas

Se acercaba el día grande de la Fiesta de Pascua. ¿Dónde reunirse con los del movimiento para comer el cordero pascual? Si Jesús se hubiera quedado en Betania, un lugar donde se hospedaban tantos galileos, lo hubieran capturado enseguida. Los hechos de la Pasión se hubieran adelantado 48 horas. No sin cierta temeridad, Jesús y su grupo eligieron ir a Jerusalén y nada menos que a una casa contigua al palacio de Caifás. Barrabás se puso en contacto con Judas. En nombre de los zelotes, le propuso un plan: delatar a Jesús y entregarlo a las autoridades judías. Con los ánimos populares tan caldeados, el apresamiento de Jesús desencadenaría una sublevación de tales proporciones que haría tambalear al poder romano. Judas lo pensó. ¿Qué hacer? Los acontecimientos se habían precipitado y no había mucho tiempo para pensar. Aunque siempre fue leal a Jesús, Judas aceptó la propuesta de Barrabás confiando en que los sublevados rescatarían a Jesús a tiempo y con vida. Si Judas hubiera rechazado este plan, es muy probable que los zelotes se hubieran decidido a matar a Jesús, responsabilizando por el crimen a los romanos, para asegurar la sublevación popular. Y si Judas hubiera retrasado su decisión, seguramente Barrabás lo hubiera matado a él, temiendo que revelara el plan al grupo de Jesús. No sin angustia, Judas terminó aceptando el plan de los zelotes. Y se ofreció a los guardias del Templo para indicarles dónde apresar a Jesús.

La noche antes de regresar a Galilea

Algunos del movimiento sospecharon de Judas, lo veían extraño. Si ninguno hubiera desconfiado de Judas, muy probablemente habrían apresado a Jesús sin terminar la larga y solemne cena de la Pascua. Fue la sospecha de Juan la que precipitó la salida de todo el grupo para esconderse en un lugar que consideraban seguro. El huerto de Getsemaní les permitiría pasar el resto de la
noche sin ser descubiertos por Judas y en la madrugada escaparían de Jerusalén y regresarían de inmediato a Galilea, esperando allí una mejor oportunidad para llevar adelante el plan de denuncias contra las autoridades de Jerusalén.

En el huerto de Getsemaní Jesús y los suyos se escondieron aquella noche. Con el paso de las horas, todos se fueron quedando dormidos. Jesús sintió miedo y se puso a rezar. Los soldados enviados por el Sumo Sacerdote Caifás llegaron más pronto de lo que Jesús había calculado e iban bien armados. El grupo de Jesús llevaba algunas espadas. Cuando se vieron rodeados, Pedro y otros ofrecieron resistencia para impedir que Jesús fuera capturado. Jesús pudo haber huido, pero no hubiera llegado muy lejos. El huerto estaba rodeado. Las puertas de Jerusalén estaban vigiladas. Si intentaba huir, seguramente hubieran masacrado a todos los de su grupo. La
desproporción de fuerzas era evidente. Igualmente, si hubiera empuñado una de las espadas que tenían allí, no le hubiera servido de mucho. Jesús no tenía ninguna práctica en el uso de las armas y hubiera sido el primero en caer abatido por los guardias. Además, él no creía en la violencia. Se entregó. Pero más que una “entrega espiritual de sí mismo”, se trataba de salvar a sus compañeros para que huyeran y de ganar tiempo confiando en que Dios le ayudaría a encontrar una salida.

Viernes Santo: inicia el juicio del siglo

Mientras se organizaba a toda prisa la sesión del Sanedrín ―el tribunal religioso que lo juzgaría― Jesús fue llevado a casa de Anás, jefe de la familia judía más rica de Jerusalén y suegro del Sumo Sacerdote José Caifás. Anás despreciaba a Jesús por ser un campesino ignorante y confiaba en que se retractaría en su presencia. Jesús no moderó su lenguaje ante Anás, considerando su inmenso poder. Si lo hubiera, hecho, tal vez no se hubiera liberado de la tortura y de la cárcel, pero sí de la muerte. Y quizás, al cabo de unos años, hubiera sido beneficiado con una amnistía. Todo lo contrario, Jesús le echó en cara a Anás todos sus crímenes y corrupción y lo amenazó con la ira justiciera de Dios. La imagen de un Jesús manso ante Anás es falsa. Si así hubiera sido, Anás no hubiera perdido el control y le hubiera abofeteado y escupido en la cara, como de hecho lo hizo.

Pedro siguió a Jesús hasta el palacio de Anás, donde estaba siendo interrogado. En el patio del palacio, unos soldados y una criada lo reconocieron como uno de los cabecillas del grupo de Jesús. Pedro tuvo miedo y negó a Jesús, hasta tres veces. El canto de los gallos se lo recordó hasta el fin de sus días. Pero si Pedro hubiera aceptado pertenecer al grupo de Jesús, aquella tarde, en el Gólgota, se hubieran levantado cuatro cruces.

Con Jesús ya preso y confiando en que el pueblo se movilizaría en las calles, Barrabás y los suyos pusieron en marcha su plan insurreccional. Para comenzar, se lanzaron al asalto del arsenal de armas de la Torre de Siloé. Si hubieran tenido éxito, es muy probable que la situación se hubiera vuelto incontrolable. En este contexto, Jesús hubiera podido ser liberado por las turbas de los zelotes armados o también ser ultimado por cualquier guardia en medio de los desórdenes. Habría muerto, entonces, sin juicio y sin viacrucis. Pero los zelotes fracasaron. En una redada previa al asalto al arsenal de Siloé, cayeron presos Barrabás, Dimas, Gestas y otros dirigentes zelotes. Esta noticia hundió a Judas en la desesperación.

Condenado por blasfemo

Después de la comparecencia de varios testigos falsos y de un cúmulo de irregularidades jurídicas, Caifás, que presidía el Tribunal Supremo de Israel, conminó a Jesús a que declarara si era o no el Mesías. Ante la respuesta afirmativa de Jesús, lo sentenció a muerte por blasfemo. Si los sacerdotes judíos hubieran ejecutado esta sentencia, Jesús hubiera muerto de otra forma. Para los blasfemos, la Ley judía ordenaba la lapidación. En este caso, Jesús no hubiera muerto en la cruz, sino en una esquina de Jerusalén apedreado por los sanedritas y sus adeptos. El Sanedrín temió ejecutar la sentencia de muerte que había dictado. El pueblo, que apoyaba a Jesús, se hubiera alzado contra ellos. Resultaba más prudente deshacerse del reo, entregándolo a las
autoridades romanas.

Respaldado por el pueblo

Aquel viernes, Jerusalén amaneció tomada por los soldados romanos en previsión de un estallido popular. En las primeras horas de la mañana, los vecinos de Jerusalén y los peregrinos llegados para la fiesta se fueron enterando de lo ocurrido con Jesús. Cierta tradición ha afirmado que el pueblo abandonó a Jesús y que, por la natural inconsistencia del pueblo, el Domingo de Ramos lo aplaudió y el Viernes Santo lo traicionó y hasta pidió la cruz para él. Si hubiera sido así, la más elemental sicología social quedaría sin fundamento. Ocurrió lo contrario. La gente salió a las calles, los vecinos reclamaron, exigieron la libertad de Jesús, desafiaron a las tropas romanas. Y
algunos, seguramente, fueron al Templo a orar por su vida. Y allí alcanzaron a ver lo que sucedió con Judas: desesperado, llegó a devolver las monedas con que había simulado que “entregaba” a su amigo.

Fuertemente custodiado, Jesús fue llevado a la Torre Antonia, donde lo esperaba Poncio Pilato. Pasando el caso a Pilato, las autoridades religiosas buscaban que Jesús fuera sentenciado a muerte sin tener ellos que mancharse las manos ni enemistarse con el pueblo. Aunque Pilato tenía el máximo poder, la situación se le presentaba muy delicada al procurador romano. Si Pilato
hubiera indultado a Jesús, la enemistad con Caifás y los sanedritas hubiera perjudicado gravemente su carrera política. Si lo hubiera sentenciado a muerte, hubiera entrado en conflicto con su esposa, Claudia Prócula, que vio en Jesús a un enviado de los dioses y que creyó que matarlo les traería mala suerte. Lo que hizo Pilato fue “quitárselo de encima”. Eso fue lo que le recomendó su esposa.