9 COMO SE FABRICA UNA GUERRA
LIBRETO
LOCUTOR — Capítulo noveno: Cómo se fabrica una guerra.
LOCUTORA — Pasión y muerte del Paraguay.
PARAGUAYO —¡Vecinos! ¡Arriba la jarra, vecinos! ¡Que la fiesta está en su mejor momento! ¡Yo brindo por la cosecha de este año, que no está buena, sino requetebuena!
PARAGUAYA —¡Pues yo brindo por la nueva fábrica de loza, que le va a dar trabajo a mi marido y a muchos remolones de este pueblo!
PARAGUAYO —Si se trata de brindar, yo brindo por mis vaquitas, que ya están a punto de parir!
OTRO —¡Y si se trata de parir, yo brindo por todos!
ESAU —Bueno, pues… ¿y qué les voy a decir? Lo que les dije el año pasado y el otro. Yo brindo… por lo que está pasando en este país. Nuestro presidente Solano López será un poco loco, eso se sabe. ¿Qué gobierno no tiene sus metidas de pata? Pero estos ojos míos vieron mucha tristeza antes. Nuestro pueblo ya sufrió demasiado con España. Ahora vivimos en paz. ¿Quién nos molesta, a ver? No nos falta nada. Aquí ya ni los perros pasan hambre. Y somos libres. Libres como el picaflor. Eso vale mucho. ¡Salud, muchachos!
PARAGUAYO —Y ahora, a bailar, a bailar todos, hasta usted, abuelo Esaú! ¡Hermanos, viva el Paraguay!
VECINA —¡Pues sí que viven felices en ese país!
ABUELO —Vivían, señora. Esa es una película vieja. ¿No oyó que mentaron a un tal Solano López? Que yo sepa, el presidente actual de Paraguay no se llama así.
COMPADRE —Sí, es una película de hace más de 100 años.
VECINA —¿Y serían verdad esas linduras que dijo ese viejo Esaú?
COMPADRE —Yo creo que se quedó corto. En el Paraguay de aquel tiempo no habían mendigos en las calles y usted podía dormir con la puerta abierta porque nadie le robaba a nadie. Todos los niños sabían leer porque había escuela para todos. Usted no veía a un hombre sin trabajo ni a un terrateniente abusando del campesino porque el gobierno había acabado con los terratenientes y con los especuladores.
VECINA —Ese país era un milagro, entonces.
COMPADRE —Y el milagro más milagroso era que todo ese progreso lo habían conseguido sin pedirle ayuda a Inglaterra, que era el mayor imperio de aquel tiempo. Sí, aunque parezca mentira, en el siglo pasado Paraguay era el país más desarrollado de América Latina.
ABUELO —¿Más que Brasil?
COMPADRE —Si, más que Brasil.
VECINA —¿ Y más que Argentina?
COMPADRE —También.
ABUELO —¿ Y qué les pasó entonces que se quedaron en la cola? Porque tengo oído que Paraguay hoy día es muy pobre.
COMPADRE —Es una historia increíble. Paraguay predicaba con su ejemplo. Y la economía paraguaya sonaba como la voz de un profeta. Y los profetas, usted sabe, siempre resultan molestos…
En los primeros años de la independencia de América, siendo Pedro II emperador de Brasil y Bartolomé Mitre presidente de Argentina, cuando el imperialismo de Inglaterra gobernaba en el mundo, la República de Paraguay experimentaba un modelo económico propio y su fama llegaba a todos los rincones de nuestro continente. ¿Cómo era posible desarrollarse sin contar con los ingleses? ¿Cómo podían los paraguayos realizar esos milagros? Su fama llegó también a oídos de los escribas y fariseos, los banqueros de Inglaterra…
BANQUERO 1 —Esto no se puede tolerar, señores. O hacemos algo pronto, o ese paisito de indios orgullosos acabará con todos nosotros. Una manzana podrida pudre al resto.
BANQUERO 2 —Pagamos negocio con ellos. Comerciemos. ¿Qué pueden necesitar los paraguayos? ¿Alimentos, comida? Pues vendamos alimentos y comida.
Pero la tierra paraguaya producía más alimentos que ninguna otra. La tierra, toda la tierra del país, era propiedad pública, del Estado. Los campesinos la trabajaban en cooperativas, fincas comunitarias. El pueblo guaraní prefería que todo fuera de todos.
BANQUERO 2 —¿Qué pueden necesitar esos paraguayos?
BANQUERO 3 —¡Vendamos ropa, telas, zapatos!
BANQUERO 2 —¿Qué pueden necesitar? ¿Platos, cuchillos, aguardiente?
BANQUERO 3 —¡Un ferrocarril! Construyamos un ferrocarril. Tenían su línea de telégrafos, sus fábricas de tejidos, de papel, de loza, de materiales de construcción… Paraguay, un país sin mar, contaba hasta con una poderosa flota mercante que llegaba a todos los mares del mundo.
BANQUERO 2 —¿Qué necesitan, entonces? ¿Armas? Pues vendamos armas. La industria militar ha sido siempre la que más dinero deja.
Pero en las fundiciones de Asunción y de Ibycuí, los paraguayos ya fabricaban cañones de bronce, morteros, balas de todos los calibres… Hacía 100 años habían aprendido a hacerlos junto a los misioneros jesuitas para defenderse de los cazadores de esclavos.
BANQUERO 3 —Aunque tengan lo que tengan, llevemos nuestros productos. Sus pequeñas fábricas no soportarán la competencia de precios. Así ha ganado siempre Inglaterra.
BANQUERO 2 —Sí, hagamos eso porque…
BANQUERO 1 —¡No podemos! Han cerrado el río. Ese gobierno de Solano López no deja pasar nuestros barcos.
BANQUERO —¡No puede permitirse esto! Inglaterra vive de la compra y de la venta, de la venta y de la compra. Nuestros bancos viven de los préstamos. Si no hay dudas, no hay intereses. Y si ni hay intereses, ¿de qué vive un banquero, díganme?
Mientras los demás países latinoamericanos se hundían con una piedra de molino atada al cuello —sus deudas con Inglaterra—, Paraguay no le debía un centavo a nadie. Nunca había pedido préstamos a los bancos extranjeros. Y sin embargo, la economía del pueblo guaraní estaba en pleno crecimiento…
PARAGUAYOS —¡Somos libres! ¡Libres de España y libres de Inglaterra! ¡Vamos a caminar con nuestras propias piernas! ¡No vamos a comprar fuera lo que sabemos fabricar dentro! ¡Queremos la paz! ¡Y queremos que nos dejen en paz!
BANQUERO 2 —Pues dejémoslos en paz. Total, con Buenos Aires y Río de Janeiro tenemos puertos suficientes para el libre comercio de nuestros productos.
BANQUERO 3 —Opino lo mismo. ¿Para qué seguir insistiendo?
BANQUERO 1 —Tontos, más que tontos. Ustedes no entienden nada. Aquí no se trata de ganar más dinero.
BANQUERO 2 —¿Y de qué se trata, si puede saberse?
BANQUERO 1 —Del mal ejemplo. Ahí está el peligro. La enfermedad puede contagiarse. No podemos permitir que un país se desarrolle sin nosotros. Los países vecinos pueden ver, comparar, imitar…
BANQUERO 3 —¿Y entonces?
BANQUERO 1 —Entonces, conviene que muera un país y no que perdamos el negocio en todos los demás.
BANQUERO 2 —Pues, ¿qué podemos hacer?
BANQUERO 1 —Hacer la guerra. Hacerles la guerra. Acabar con ese paisito de indios tercos.
Bajo el poder de Inglaterra, Paraguay fue sentenciado a muerte. La intervención militar fue preparada y financiada de principio a fin por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild.
BANQUERO 1 —Hacerles la guerra. O mejor: hacer que otros le hagan la guerra. Argentina, Uruguay y Brasil son los vecinos de nuestro orgulloso Paraguay. Muy bien. Si esos tres vecinos se unen, el gobierno de Solano López durará pocos días. En fin, señores, si estamos de acuerdo, avisemos a nuestro embajador en Argentina.
En aquellos tiempos, mister Edward Thornton era el embajador inglés en Argentina. Thornton tomaba parte en las reuniones del gobierno argentino. Thornton se sentaba al lado del presidente argentino. Thornton se lavaba las manos en el mismo cuenco que el presidente argentino.
EMBAJADOR —Señor presidente: la política de Paraguay pone en peligro la seguridad de los países de la región. Es mejor prevenir ahora que lamentar después. Brasil ya está de acuerdo.
ARGENTINO —Y nosotros también, señor embajador.
EMBAJADOR —Pues comience cerrándoles la salida al mar. Paraguay quedará aislado. Su economía se vendrá abajo.
ARGENTINO —Es difícil, señor embajador. El gobierno de Paraguay es amigo del gobierno de Uruguay. Y el Uruguay permite la salida de los barcos paraguayos por el río.
EMBAJADOR —En ese caso, “cambiemos” al gobierno de Uruguay.
Y sucedió que derrocaron al gobierno legítimo del Uruguay. Y pusieron a un presidente que también se lavaba las manos en el mismo cuenco de Inglaterra. Así, la alianza de dos, Brasil y Argentina, se convirtió en Triple Alianza con el nuevo gobierno de Uruguay.
EMBAJADOR —Habrá que tener de nuestro lado a la opinión pública. Sería muy útil una campaña de prensa contra el Paraguay y contra su presidente, ese tal Solano López. ¿No le parece, señor presidente?
ARGENTINO —Por supuesto, señor embajador.
EMBAJADOR —La gente debe comprender la amenaza que representa este país vecino. Paraguay tiene armas, más armas de las que necesita para su defensa. ¿Qué pasaría si los paraguayos se deciden a invadir Argentina o a invadir Brasil? No habrá paz en el área mientras exista ese foco de agitación.
ARGENTINO —Avisen a la prensa. Ellos saben lo que tienen que hacer…
PERIODISTA —¡Ultima hora, última hora! ¡Amenaza en la frontera!… ¡Paraguay a punto de invadirnos! ¡Ultima hora! El tirano Solano López, no contento con mantener al pueblo paraguayo en un régimen de terror, pretende ahora exportar la subversión a nuestro país! El gobierno totalitario de Paraguay ha violado las más elementales normas de la convivencia internacional. Si no se le pone freno a tiempo, este Atila de América, este dictador de ideas foráneas, arrasará con su pueblo y con el nuestro…
Calumniaron a Paraguay. Levantaron falsos testimonios contra su presidente Francisco Solano López. Los países de la Triple Alianza le iban a hacer la guerra en nombre de la paz. El gobierno de Brasil, que tenía dos millones de esclavos, le prometía la libertad al Paraguay que, desde hacía muchos años, no tenía ninguno.
BRASILEÑO —Todo preparado, señor embajador.
EMBAJADOR —Pues si todo está preparado, ¿a qué espera el Brasil para declarar la guerra? ¿O es que prefieren que Argentina dé el primer paso?
BRASILEÑO —Las guerras son caras, señor embajador. Nuestros países son pobres.
EMBAJADOR —Por eso no se preocupe. Inglaterra sabe tratar a sus amigos.
BRASILEÑO —¿Pero qué… qué nos tocará a nosotros?
EMBAJADOR —Ganarán el Paraguay. Divídanselo como buenos amigos.
Y echaron suertes sobre el mapa del Paraguay. Los futuros vencedores se repartían por anticipado los despojos del vencido. El primero de mayo de 1865, el presidente argentino Bartolomé Mitre, el emperador Pedro II del Brasil y el presidente impuesto al Uruguay Venancio Flores, firmaron en secreto la traición. El sanedrín inglés conoció la declaración de guerra y se felicitó por ella. Tres judas habían entregado al país inocente. La Triple Alianza estaba en marcha.
BRASILEÑO —¿Cuánto calcula que durará la guerra, general?
ARGENTINO —Poco, muy poco. En tres meses tomaremos Asunción, la capital. En tres meses habrá acabado todo.
La guerra duró cinco años. Los paraguayos no se quisieron dejar matar. Resistieron. Pero las armas enemigas eran superiores. Miles de muertos fueron quedando en los pantanos, en la selva, en las fronteras… Los hombres se acababan…
PARAGUAYA —No vayas tú, hijito, eres muy pequeño…
NIÑO —Píntame la cara, madre.
Se acababan los hombres del Paraguay. Los niños se disfrazaban de hombres para salir al frente de batalla. Se pintaban la cara, se ponían barbas de lana o de hierba para impresionar de lejos al enemigo. Peleaban hombres y mujeres, los viejos y los niños. Quien no moría de bala, moría de peste. Y cada muerto dolía. Cada muerto parecía el último, pero era el primero. Se acababa el Paraguay.
NIÑO —Se acaban los cañones, caraí… ya no…
SOLANO —Bajen las campanas de las iglesias. Fúndanlas.
PARAGUAY —La capital paraguaya había sido abandonada por la población para pelear en las fronteras. Las tropas de la Triple Alianza entraron en ella con orden de saqueo. Desvalijaron las casas, las iglesias. Nada se respetó. Ni los cementerios se salvaron de la rapiña.
SOLANO —Resistiremos hasta el último hombre. Nosotros no quisimos esta guerra. Pero menos queremos vivir sin dignidad. El pájaro picaflor nos enseña: no sabe vivir en jaula.
El presidente Solano López no se rendía nunca. Se internó en la selva con un ejército de ancianos y niños. Los últimos paraguayos emprendían esta última marcha hacia ninguna parte…
SOLANO —Hasta el último hombre… hasta el último hombre…
NIÑO —Ya vienen, caraí… Están rodeando todo…
PARAGUAYA —Señor, ¿por qué nos has abandonado?
SOLANO —No llores. Resistiremos.
PARAGUAYA —Padre, no los perdones… porque ellos sí saben lo que hacen.
En Cerro Corá, acorralaron al presidente Solano y a los últimos soldados niños del Paraguay.
SOLDADO —¡Ríndanse! Están perdidos.
Pero no se rendían nunca… El presidente Solano se abalanzó sobre ellos, espada en mano. Recibió dos lanzas en el vientre y un sablazo en la cabeza. Lo iban a rematar con un disparo al corazón…
SOLDADO —Ríndase, Solano. Va a morir.
SOLANO —Pero muero con mi patria.
Todo estaba consumado. Paraguay murió ese día con él. Los invasores habían dicho que venían a liberar al pueblo paraguayo: lo exterminaron. Era el triunfo de la civilización inglesa.
PARAGUAYA —Junto a ríos de sangre nos sentamos a llorar acordándonos de ti, Paraguay, tierra sin males. Muera yo igual que mis hermanos si algún día olvido este atropello. Tampoco lo olvides tú, Dios de mi pueblo. No olvides a los ingleses cuando decían: arrasen ese país, destrúyanlo hasta el cimiento. Capital de Inglaterra: criminal.
¡Quién pudiera devolverte todo el daño que has hecho!
¡Quién pudiera atrapar a tus banqueros
y estrellarlos contra las piedras!
Enterraron a Paraguay en un sepulcro nuevo: el de la dignidad latinoamericana. Y cerraron el país con una gran piedra de silencio.
En la guerra de la Triple Alianza perdieron la vida más de un millón de paraguayos, casi toda la población del país. Al final de los combates, sólo quedaban en todo el territorio paraguayo 2.100 hombres mayores de edad. Todas las fábricas del Paraguay quedaron arrasadas. Desaparecieron también las leyes que protegían la industria nacional. Los ríos paraguayos fueron, por fin, abiertos al libre comercio con Inglaterra. Recién terminada la guerra, Paraguay recibió el primer préstamo extranjero de su historia. Era un préstamo inglés. El ferrocarril paraguayo fue traspasado a una empresa inglesa para pagar las nuevas deudas. Brasil y Argentina cobraron su recompensa. Se apoderaron de 150 mil kilómetros cuadrados de tierra paraguaya, más de la cuarta parte del país derrotado. Pero Argentina y Brasil, también arruinados, tuvieron que gestionar nuevos préstamos millonarios con la Baring Brothers, la banca Rothschild, los bancos de Londres. Inglaterra fue la única vencedora en la guerra que ella misma fabricó.
ABUELO —Yo digo que por eso estamos como estamos. Porque nuestros pueblos, en vez de unirse, se pelean.
COMPADRE —Nos echan a pelear. Y no son los pueblos, sino los gobiernos. Los gobiernos de Brasil y Argentina que se metían en la cama con Inglaterra. Y que apoyaron una guerra que sus pueblos no entendían ni querían. Cuentan que a muchos soldados de los países de esa “Triple Alianza” los llevaban a pelear con las manos atadas.
VECINA —Pues vea que yo de esta guerra no sabía nada.
COMPADRE —Es que de Paraguay se sabe tan poco… Después de la guerra, comenzaron los gobiernos militares, la corrupción. La industria nacional no se levantó nunca más. Desde hace cien años, Paraguay es uno de los países más empobrecidos de América Latina.
VECINA —Cien años… Pero no hay mal que dure cien años… ¿No habrá resurrección algún día?