96- LAS PROSTITUTAS VAN DELANTE
Ya en Jerusalén, María Magdalena se encuentra con otras colegas. Se arma la discusión. Jesús, en versos, les echa una parábola.
Comenzaba el mes de Nisán, el de la primavera. La llanura de Esdrelón amaneció vestida de margaritas amarillas y lirios silvestres. Todo el campo olía a tierra húmeda esperando los nuevos brotes. En dos días dejamos atrás Galilea y Samaria. Íbamos hacia Judea, la tierra seca. Al tercer día de camino, vimos aparecer allá al fondo la silueta de Jerusalén, la ciudad santa, preparándose ya para la próxima fiesta de Pascua.
María – Jesús, hijo, tengo miedo.
Jesús – ¿De qué, mamá?
María – De Jerusalén. Otras veces, cuando veía de lejos las murallas de la ciudad, me parecía la corona de una reina. No sé, ahora me parecen muchos dientes de piedra, como si fuera una gran boca abierta, amenazando.
Jesús – Jerusalén es una reina, sí, pero una reina asesina. Cuando un profeta levanta la cabeza para denunciarla, esa gran boca se cierra y muerde.
María – ¡Ay, hijo, por Dios, no hables así, que me asustas más todavía!
Ya estaba oscureciendo cuando, muy cansados y con los pies llenos de ampollas, cruzamos por la Puerta que llaman del Pescado y entramos en Jerusalén. Teníamos que pasar cerca del muro de los asmoneos, donde todas las noches, en hilera y muy pintarrajeadas, se exhibían las prostitutas de Jerusalén.
Salomé – ¡Oye a esas mujerzuelas cantando! Pero, ¿es que no tienen vergüenza?
Felipe – Bueno, doña Salomé, si la mercancía no se anuncia, no se vende. Cuando yo iba con mi carretón hacía lo mismo.
Salomé – No seas indecente, Felipe.
Felipe – Además, ahí donde usted las ve, esas mujeres son unas infelices.
Salomé – Para ver ya tengo bastante con nuestra “magdalenita”. Mírala, fíjate cómo se le van los ojos hacia allá.
Filomena – ¡María, María!
Cuando nos dimos cuenta, María, la de Magdala, ya había echado a correr para saludar a aquella amiga suya que le hacía señas desde el muro.
Salomé – ¿No te lo dije yo, Felipe? ¡La cabra tira al monte!
En el muro, Filomena recibió a María con abrazos y besos.
Filomena – Caramba, Mariíta, ¿y qué vientos te traen por acá, muchacha?
Magdalena – Eso digo yo, Filomena, ¿qué haces tú aquí en Jerusalén? ¿Qué se te perdió en esta ciudad de locos?
Filomena – Se me perdió la vergüenza. Pero, aparte de eso, nada más. María, muchacha, tú estás joven todavía, pero yo doblé ya la curva de los treinta. Antes los clientes corrían detrás de mí. Ahora soy yo la que corro detrás de ellos, ¿comprendes?
Magdalena – ¡Y tanto corriste que llegaste a Jerusalén!
Filomena – Así mismo, compañera. Pero, por lo visto, tú también te mudas a la capital. ¿Qué? ¿Te fueron mal las cosas en Cafarnaum?
Magdalena – No, Filomena, lo que pasa es que ya dejé el negocio.
Filomena – ¿Cómo? ¿Qué oigo? ¿Nos has traicionado? ¡No te lo creo, María!
Magdalena – Pues créemelo, Filo. Desde hace un par de meses no le echo sebo a la lámpara.
Filomena – ¿Y qué haces ahora, muchacha, dime?
Magdalena – Me metí en otro negocio, Filo.
Filomena – ¿Qué? ¿Contrabando de púrpura? ¿Amuletos de cocodrilo?
Magdalena – No, nada de eso. Reino de Dios.
Filomena – ¿Reino de Dios? ¿Y con qué se come eso?
Magdalena – Parece que Dios se cansó de todo esto y sacó la jeta por entre las nubes y dijo: ¡Aprendan a nadar los que no sepan porque ahí les va otro diluvio peor que el primero!
Filomena – Pero, María, ¿qué estás diciendo?
Magdalena – ¡Pssh! Aquí se va a armar un lío grande, Filomena. ¡Los de arriba para abajo y los de abajo para arriba! Yo, por si acaso, ya me apunté en el Reino de Dios.
Filomena – Por el prepucio de Sansón, ¿pero tú te has metido en política, María? ¡Esto es lo último que me faltaba por oír! ¡Ay, qué gracia! Bueno, claro, al fin y al cabo, la política y nuestro negocio tienen mucho parecido. Pero dime, ¿y a quién apoyan ustedes, a los zelotes, a los saduceos o a quién?
Magdalena – ¡Y qué sé yo, Filomena! Yo de eso no entiendo nada. Pero yo voy a donde él va.
Filomena – Pero, ¿de quién me estás hablando?
Magdalena – De Jesús.
Filomena – ¿Y quién es ése?
Magdalena – El mejor tipo que he conocido en mi vida.
Filomena – ¡Ah, ya, ahora caigo de la mata! Ese tipo se enamoró de ti. Y te trajo a Jerusalén.
Magdalena – No, Filo, nada de eso.
Filomena – Bueno, te enamoraste tú de él, que para el caso es lo mismo.
Magdalena – Te digo que no. Esto es otra cosa. Jesús es un tipo especial. ¡Está un poco chiflado, eso sí, pero es un profeta! No, un profeta no. ¿Sabes lo que te digo, Filo? ¡Que Jesús es el mismísimo Mesías!
Filomena – No me extraña. Por este muro pasan todas las noches una docena de Mesías con espada y todo.
Magdalena – Este moreno es distinto, Filo. Cuando habla, cuando te mira así de frente…
Filomena – Tú eres la que estás distinta, María.
Magdalena – Y tú también si lo conocieras. Ea, Filo, ven un momento a saludarlo, ¡anda, ven!
Filomena – Espérate, María, que aquí, a donde va una, van todas. ¡Eh, muchachas, escondan un poco la mercancía y vengan a verle la nariz a un profeta! ¡No se pierdan esto, vengan!
Al poco rato, estábamos rodeados de mujeres mal vestidas, con mucha pintura en la cara y oliendo fuertemente a jazmín.
Magdalena – Bueno, este moreno es Jesús, el que les dije. Y todos éstos son sus amigos. Esta es Filomena, una colega de allá de Magdala y todas estas, sus amigas y…
Filomena – Y para presentaciones ya está bien, ¿no? Vamos, paisano, desembucha, ¿qué lío es ése del Reino de Dios que se traen ustedes? María ya me estuvo contando algo.
Prostituta- ¡A mí me interesa más el rey que el reino, a ver si le caigo simpática! Dime tú, galileo, ¿quién va a sentarse en el trono cuando canten victoria? ¿Tú mismo?
Jesús – No, qué va. En el Reino de Dios ya no habrá tronos ni reyes ni jefes que opriman a los de abajo. Nadie por encima de nadie. Todos hermanos.
Filomena – ¡Me gusta eso, caramba, a ver si yo también puedo librarme de unos cuantos que vienen a babearme encima! ¡Demonios, ésos también te oprimen, ja, ja, ja!
Mi madre Salomé no pudo contenerse…
Salomé – Mira, muchacha, no seas desvergonzada. Para limpiarte esa baba, no tienes que esperar al Reino de Dios. Deja hoy mismo la mala vida que llevas y arrepiéntete.
Filomena – ¿Ah, sí, verdad? Qué facilito lo pinta usted, ¿verdad? Yo no sabía que el arrepentimiento servía para hervir una sopa. A ver, paisana, dígame, ¿cuántos hijos tiene usted?, y perdone el atrevimiento.
Salomé – Tengo dos, a Dios gracias.
Filomena – Pues yo tengo ocho, al diablo las gracias. Al diablo y a mi marido, que debe ser primo hermano de Satanás, porque me dejó ocho veces preñada y ahora se largó y no me ha dado ni un céntimo para criar a mis ocho hijos. ¿Y qué quiere usted que haga, señora? Usted se cree muy señora porque no enseña el ombligo en la calle, ¿verdad? ¡Tampoco Eva enseñó el ombligo porque no lo tenía y mira lo que hizo!
Magdalena – Vamos, Filomena, no te pongas así que se te corre la pintura.
Filomena – ¡Es que me da rabia, María! ¡Caramba con la señora!
Prostituta- Pues a mí lo que me da es ganas de que venga pronto ese Reino de Dios, a ver si mejora la situación, porque a este paso ni con ombligo ni sin ombligo!
Muchacha – ¡Sí, hombre, que sacudan la mata de una vez y tumben a todos los parásitos que están trepados en las ramas!
Felipe – ¡Pshh! No grites tanto, greñuda, que por aquí tiene que haber muchos guardias!
Filomena – ¡Bah, si es por eso! Escuchen, galileos, y tú, Jesús, que debes ser el de la cabeza más caliente: cuando den el golpe, vengan a esconderse aquí con nosotras. Es el sitio más seguro, de veras te lo digo. ¡Nadie va a buscar al Mesías en el burdel de Filomena!
Prostituta- ¿No dicen que fue una colega nuestra la que le salvó la vida a nuestros abuelos cuando pusieron la primera pata en esta tierra? Pues ya saben, cuando empiecen los puñetazos, aquí tienen un buen sitio donde refugiarse.
Jesús – Y cuando empiece el Reino de Dios, ustedes también tendrán un buen sitio, Filomena, un sitio seguro para ti y para tus compañeras. Te lo prometo.
Prostituta- Bueno, bueno, no hablemos de cosas tristes, que la noche la hizo Dios para descansar y alegrarse. Eh, tú, la de los lunares, tú que sabes entonar, échale alguna copla de bienvenida a estos paisanos, ¡que todavía traen encima tierra galilea porque ni las pantorrillas se han lavado!
Otra prostituta – Pues ahí va mi copla:
A ustedes los galileos
les dedico esta canción
si alguno es mejor coplero
que salga de respondón.
Filomena – ¡Vamos, ahora les toca a ustedes!
Jesús – Arriba, Felipe, tú ahora…
Felipe – Eres muchacha bonita
pero de cabeza loca
eres como una campana
que cualquiera llega y toca.
Filomena – ¿Ah, sí, verdad? ¿Con que campana, verdad? ¡Respóndele a ésa, Monga!
Prostituta- Dicen que el ají chiquito
pica más que la pimienta
más pica tu mala lengua
que sin permiso me mienta.
Filomena – ¡Vamos, vamos, otra! ¡A ver quién gana!
Pedro – Bueno, ahí va una para echar aceite en la herida…
Si yo fuera cantador
mi vida yo te cantara
por ese par de lunares
que tú tienes en la cara.
Salomé – ¡Pedro, no seas fresco, que si se lo cuento a Rufina te va a poner un lunar, pero en otro lado!
Aunque estábamos muy cansados después del viaje, la alegría de aquellas mujeres nos contagió y comenzamos a dar palmadas y a responder a sus coplas. En medio de aquella algarabía, no nos dimos cuenta de lo que pasaba a nuestra espalda.
Fariseo – ¡Mira quién está ahí! ¡Jesús, el galileo! ¡Así lo quería ver yo, arrimado a las prostitutas!
Colega – ¡Parece mentira! ¡Y ése es el que se llama profeta de Dios! ¡Indecente!
Jesús – ¡Eh, ustedes! ¿No quieren venir a cantar y bailar con nosotros?
Los ojos de Jesús se habían cruzado con los de aquellos fariseos, cumplidores de la Ley.
Jesús – Ya que estamos echando coplas, les voy a dedicar ésta a ustedes. Escuchen:
Un padre tenía dos hijos
y a los dos los invitó
a trabajar en su finca
desde que saliera el sol.
El primero dijo no
pero luego le hizo caso
fue a la finca y trabajó.
El segundo dijo sí
pero luego no dio un paso
y no se movió de allí.
Felipe – ¿Y esa copla tan rara, Jesús? Yo no la entendí.
Jesús – Pues aquellos parece que sí la entendieron, porque se han ido. Ellos son los que dicen sí y luego no hacen nada. ¡Hipócritas! Todas estas mujeres valen más que ellos y entrarán primero en el Reino de Dios.
Felipe – Olvídate de eso ahora, Jesús.
Filomena – Sí, déjalos que se vayan. ¡Vamos, Magdalena, échate otra copla y que se alegre el ambiente!
Magdalena – Pues allá va…
Escuchen bien, fariseos
que se creen tan importantes
en este Reino de Dios
las putas van por delante.
Todos – ¡Bien dicho! ¡Otra, otra!
Nos quedamos todavía un buen rato cantando junto al muro de los asmoneos. Jesús estaba muy contento, igual que David cuando bailó en presencia del Señor con las criadas de Jerusalén el día que llevó a la ciudad santa el Arca de la Alianza.
Mateo 21,28-32
Notas
* Cuando una prostituta de Jerusalén invitó a Jesús a esconderse en su burdel, evocaba a Rajab, la prostituta de Jericó que salvó a los dos exploradores israelitas que prepararon el camino del pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida (Josué 2, 1-24). La carta a los Hebreos alabará la fe de esta ramera (Hebreos 11, 31) y Mateo la incluirá, precisamente por este gesto, en la genealogía del mismo Jesús, más que por fidelidad histórica, como un signo de la cercanía que tiene Dios con estas mujeres marginadas.
* No hay que acudir a un romance entre Jesús y María Magdalena para explicar el cambio que experimentó aquella mujer. Al relacionarse con ella de igual a igual, al admitirla en el grupo de sus amigos, al confiar en ella, Jesús devolvió a la Magdalena su dignidad perdida. Esto le hizo comprender que la justicia que Jesús anunciaba cuando hablaba del Reino, llegaría también para las mujeres de su clase. Esto basta para explicar el entusiasmo de María por la causa de Jesús y su cariño por él, sin tener que acudir a otros recursos literarios.