UN MACHISMO DULZÓN

Radioclip en texto sin audio grabado.

La conducción de un programa tiene que ser democrática, nadie humillando y nadie humillada.

Para la inauguración del Mundial de Fútbol, dos canales ecuatorianos de televisión enviaron a Seúl sus mejores comentaristas deportivos. En el equipo iban cinco varones experimentados y una muchacha joven, Sandra López.

Los comentaristas varones, ocupando el primer plano en la pantalla, utilizaban un tono exageradamente pomposo:

― ¡Espectacular!.. ¡Impresionante!
― ¡Qué maravilla, estimados televidentes, qué maravilla!

Pero no informaban nada. No describían Corea ni la cultura milenaria de este país. Tampoco relataban la historia del fútbol ni de otros mundiales.

Por fin, después de ponderaciones vacías, le dieron el turno a Sandra López, la única mujer del grupo. Sandra tenía boletines con el significado de las coreografías coreanas. Traducía del inglés, explicaba los símbolos, aportaba datos.

― ¡Qué bien, Sandrita, qué bien lo haces! ―decían los cinco experimentados.

No la dejaron continuar. Los varones volvieron a tomar el micrófono y a robar cámara. Siguieron las palabras huecas de aquellos cinco narcisos que se sentían demasiado importantes por estar en una tribuna del Mundial.

Situaciones como éstas son muy frecuentes en televisión y en radio. El animador de un programa se dirige a su compañera con un lenguaje aparentemente amable y hasta dulzón. Pero atrás de la amabilidad y la dulzura se esconde el machismo de siempre.

― Caramba, Carmencita, tú has venido hoy muy linda… Hummm… Qué
bien te sienta esa faldita… ¡Ay, Dios mío, ayúdame a resistir las tentaciones!

Los diminutivos pueden decirse por cariño. Pero en estos casos, demuestran aires de superioridad.

Las felicitaciones por la belleza o por el vestido pueden reflejar aprecio. Pero en estos casos, intentan reducir a la compañera a un objeto decorativo.

Las radiorevistas y telerevistas están llenas de piropos disimulados, halagos falsos, bromas de doble sentido. Es un estilo aparentemente cordial, pero terriblemente paternalista y prepotente de relacionarse con las conductoras mujeres.

La conducción de un programa tiene que ser democrática, nadie humillando y nadie humillada. Si algún locutor o presentador se las da de Don Juan, que salga de cabina y vaya a enamorar al parque. Si alguno se siente muy importante que se suba a un pedestal y haga de estatua, bien callado, en ese mismo parque.

En Seúl, los comentaristas ecuatorianos hicieron el ridículo a través de las cámaras internacionales. Porque Sandra López, la joven periodista, sabía más de comunicación y de Corea y de fútbol que los varones experimentados.

BIBLIOGRAFÍA

  • Roberto Aguilar, Comenzó el suplicio, El Comercio, 2 junio 2002.