79- EL CIEGO DE NACIMIENTO

En Jerusalén, un ciego es curado por Jesús. Los maestros de la Ley lo interrogan, los sacerdotes dicen que está endemoniado.

Ezequías – Y así, hermanos, nuestros primeros padres, él Adán y ella Eva, quisieron escudriñar el secreto del Altísimo y saber del bien y del mal. Y pecaron. Porque sólo a Dios pertenece esta sabiduría. Sólo él es juez de lo que es bueno y lo que es malo. Sólo él. Y con él, nosotros, sus ministros aquí en la tierra, que hemos recibido del mismo Dios la facultad de discernir cuál es la fruta buena y madura y cuál la que está podrida y llena de gusanos.
Mujer – Maestro Ezequías, ya que usted sabe bien de eso de los pecados, dígame: ¿quién cree usted que pecó, Adán o Eva?
Ezequías – Verás, hija, el pecado de Eva fue mayor porque ella, además de comer la fruta, indujo a su esposo a pecar y, por este motivo, fue más grave su pecado, mucho más grave. Más aún: ¡gravísimo!

Cuando aquella mañana de sábado pasamos cerca de la Puerta del Agua para entrar en la ciudad, el maestro Ezequías, conocedor de la Ley y de las tradiciones de Israel, enseñaba a los peregrinos que le rodeaban. Movía mucho los ojos, como una lechuza alerta a la caza de su presa. Como él, otros fariseos enseñaban la Ley de Moisés por las calles de Jerusalén durante aquellos días de fiesta.

Ezequías – Y entonces, cuando, comida la manzana, el pecado de nuestros primeros padres se hubo consumado, los dos sintieron vergüenza al verse desnudos. Y en ese instante nació otro pecado, el pecado de la concupiscencia lujuriosa y también el pecado del deseo desordenado y además el pecado del placer carnal y el pecado…
Chispa – Oiga, maestro-como-se-llame, usted agarra un pecado y le vienen otros siete colgando detrás como las cerezas. ¡Ja, ja, ja!
Ezequías – ¿Qué dice este desdichado?
Chispa – Digo lo que digo: que si el viejo Noé llena el arca con todos los pecados que usted ha estado mentando desde que abrió la boca, se le hunde el barco de una vez.
Ezequías – Pero, ¿quién es este atrevido?
Hombre – Es un ciego, maestro Ezequías.
Mujer – Es el Chispa. Le llaman así por la lengua que se gasta. No la deja quieta ni durmiendo.
Chispa – ¡No, pero usted siga, siga, maestro-como-se-llame, que esa historia de la señora Eva desnuda se estaba poniendo interesante! ¡Je! No crea, que uno es ciego, pero no manco. ¡Y con las manos también se aprende mucho! ¡Ja, ja, ja!
Ezequías – ¡Indecente mendigo, haz silencio y márchate de aquí y déjanos gozar de las dulzuras de meditar en la ley del Altísimo!
Chispa – ¡Bueno, bueno, ustedes a sus dulzuras y yo a mi vino, que está mejor! ¡Ahhh!
Ezequías – ¡Deslenguado! ¡Deslenguado y borrachín! Bueno, prosigamos nuestra enseñanza. ¿Alguna pregunta más?
Mujer – Maestro, si usted sabe de lo bueno y de lo malo, díganos, ¿por qué este pobre hombre nació ciego? ¿Sería por el pecado de sus padres o por el pecado de él mismo?
Chispa – ¡Eh, eh, que mi papá y mi mamá son buena gente, no se metan con ellos! ¡Su abuela será la pecadora! ¡Mira esta señora!
Ezequías – Acertada pregunta y clarísima respuesta. Mire usted, según nos da a entender el espíritu de rebeldía que posee este individuo y la burla constante con la que se enfrenta a los ministros de Dios, podemos determinar con certeza que este hombre pecó y que por su pecado ha nacido ciego…
Chispa – ¡Eh, usted, pero si yo nací ciego, ¿a dónde iba a pecar yo? ¿Dentro de la barriga de mi madre?
Ezequías – Este hombre pecó y sigue pecando. Su lengua es su propio juez. Y en su lengua hay pecado.
Chispa – ¡Y en la suya, maestro-como-se-llame, lo que no debe haber ya es saliva! Ea, ¿quiere un trago? ¡Con tanto dale que dale al pecado se le debe haber quedado el gaznate más seco que una teja! ¡Ja, ja, ja!
Ezequías – Hijos míos, vámonos de aquí a donde haya más paz. Con este sujeto no se puede reflexionar serenamente sobre la palabra de Dios.

El grupo de peregrinos se alejó por la estrecha calle siguiendo al maestro Ezequías. El ciego Chispa se quedó en el suelo, sonriendo, con su grueso bastón entre las manos. Era muy moreno y el vino hacía brillar sus ojos sin luz. Nos acercamos a él y Jesús se sentó a su lado.

Jesús – Eh, amigo, todos se fueron ya. Te han dejado beber en paz.
Chispa – Bueno, la verdad es que yo me estaba divirtiendo mucho con todos ellos. ¡Uy, qué tipo ése! Yo no sé lo que pensarás tú, paisano, pero él sí que es un atrevido: que si éste pecó, que si esto es bueno, que si aquello es malo… ¡Uff!
Jesús – Ése lo que quiere es encerrar a Dios en una jaula como si fuera un pájaro.
Chispa – ¿Sabes lo que dijo? Que yo nací ciego porque hice pecados. Pero, ¿cómo voy a pecar si no veo? ¡Ja! ¡Si voy a pellizcar a una mujer y lo que agarro es un melón! Bah, si yo lo que soy es un pobre diablo. ¡Y ahora, encima, pecador! ¡Eso faltaba! Mira, paisano, yo creo que Dios, si tiene saliva, no la gasta en estar hablando de tanta tontería como ese maestro, ¿no te parece?

Entonces, Jesús escupió en el suelo. Y con saliva y tierra hizo un poco de lodo. Después lo untó sobre los ojos ciegos de Chispa.

Chispa – Espera, tú, ¿qué me estás haciendo? ¿Qué te pasa? ¿Estás loco?
Jesús – Óyeme, Chispa, ve a lavarte ahí, a la piscina de Siloé. Y cuando salgas, vuelve donde ese maestro charlatán y cuéntale lo que pasó…
Chispa – Pero… ¡eh, no te vayas! Oye, ¿quién eres tú? ¿Quién eres?

Un rato después, dos comadres vieron pasar a Chispa por la esquina…

Mujer – Mire, comadre Lina… ¿Aquel que va por ahí no es Chispa?
Comadre – Pero, ¿cómo va a ser él si no lleva bastón y camina como si nada? Ven, vamos a acercarnos. Debe ser uno que se le parece.
Mujer – Pero, ¿tú eres el Chispa? ¿Él mismo que está todas las mañanas en la Puerta del Agua?
Chispa – ¡Sí, soy el mismo que mi madre parió! Ése mismo.
Vecina – ¿Y cómo tienes los ojos sanos? ¿Puedes verme o es que estás de broma como siempre, eh, bandido?
Chispa – No, doña Lina, mire lo bien que estoy que hasta le puedo contar los pelos que le están saliendo en el bigote.
Mujer – ¡Ah, mala lengua! ¡Eres un atrevido!
Chispa – Pero no crea que veo sólo lo feo, doña Lina. También está usted muy hermosa con ese pañuelo de rayitas. ¡Para comérsela! ¡Veo! ¡Lo veo todo! Lo que no veo es a ese maestro, que no sé cómo se llama… El que me curó me dijo que lo buscara. ¿Por dónde andará?

En muy poco tiempo corrió el chisme por todo el barrio…

Hombre – ¿Cómo fue, Chispa? ¡Cuenta, cuenta!
Chispa – Un tipo que creo que se llama Jesús me embarró los ojos y me mandó al estanque de Siloé a lavarme. Yo fui, me lavé y… ¡zas! Me curé. Así fue todo.
Hombre – ¿Y dónde está ese tipo que te curó?
Chispa – No sé dónde se ha metido. Pero ahora a quien yo estoy buscando es a ese maestro de la ley que tiene voz de grillo. ¿Por dónde andará?

Tantas vueltas dio Chispa que terminó encontrando al sabio y sesudo maestro de la ley…

Ezequías – ¿Qué pasa contigo, desventurado pecador?
Chispa – ¡Que veo! ¡Que veo!
Ezequías – ¿Cómo que ves? ¿Qué estás diciendo, desgraciado?
Chispa – ¡Que los ojos se me han abierto, eso es lo que digo!
Ezequías – ¿Ves? ¿Ves mi mano?
Chispa – Claro que la veo. ¡Y por cierto, maestro, la tiene usted bastante sucia! ¡Ja, ja, ja!
Ezequías – ¡Suelta, atrevido! Tú no eres Chispa. Eres un impostor, enviado por ese condenado mendigo para confundirnos.
Chispa – ¡No! ¡Soy el mismo que estaba antes en la Puerta del Agua cuando usted hacía la historia de Eva desnuda!
Ezequías – Y entonces, ¿qué es lo que ha pasado?
Chispa – Un hombre me puso saliva y tierra en los ojos y me lavé en la piscina y… ¡zas! ¡Veo!
Ezequías – ¿Y quién es ese hombre?
Chispa – El que me curó. Yo estaba ciego y no le pude ver la cara.
Ezequías – ¡Hoy es día de descanso! ¡Nadie puede curar en sábado!
Chispa – Pues éste sí me curó.
Ezequías – ¿Y en nombre de quién lo hizo?
Chispa – Él mentó a Dios cuando me curó.
Ezequías – ¡No puede haber nombrado a Dios, porque el que no cumple el sábado es un pecador!
Chispa – Pues yo creo que era un hombre bueno. ¡Y vaya si era bueno: me curó!
Ezequías – ¡Ni es un hombre bueno ni te ha curado en nombre de Dios!
Chispa – ¡En nombre de Dios o en nombre del diablo, a mí me da lo mismo!
Ezequías – ¿Quién era ese hombre?
Chispa – Dicen que es un profeta de Dios.
Ezequías – ¡Embustero! ¡No puede ser profeta de Dios el que no cumple la ley de Dios!
Chispa – Bueno, no será un profeta, qué más me da. Profeta o no, me curó.
Ezequías – ¡Basta ya de sandeces! ¡Tú nunca has estado ciego, sinvergüenza, impostor! ¡Vayan a llamar al padre y a la madre de este hombre! ¡Voy a buscar ahora mismo a los sacerdotes!

Los padres de Chispa, dos ancianos mal vestidos y asustados, se presentaron ante un colérico sacerdote…

Sacerdote – ¡Mucho cuidado con las palabras que van a decir! ¡Están en la casa de Dios y delante de los representantes de Dios! ¡Les vamos a tomar declaración en nombre del Altísimo! ¿Están dispuestos a decir la verdad?
Vieja – Sí, señor… la diremos.
Sacerdote- ¿Es este hombre hijo de ustedes?
Viejo – Sí, señor maestro. Es nuestro hijo Roboam. Algunos le dicen Chispa. El mismito es.
Sacerdote – ¡Les pido juramento por el trono del Altísimo! ¿Es cierto que este hombre nació ciego?
Vieja – Es cierto. Tan cierto como que yo estoy… temblando del susto. Yo misma lo parí y nació con sus ojos muertos. Fue una tristeza, señor maestro.
Sacerdote – Entonces, ¿cómo si nació ciego, ahora ve? ¡Declaren la verdad en presencia del Altísimo!
Viejo – La verdad es que nosotros no sabemos cómo ha sido.
Vieja – Pregúntenselo a él, que ya es mayorcito y se lo explicará todo. ¡Sí, eso, pregúntenselo a él!

Al término de la distancia, Chispa se hizo presente ante aquel tribunal…

Sacerdote – ¡Escucha, desgraciado, y escucha por última vez! Estás delante de los libros de la Ley y en la presencia del Tres veces Santo. Nosotros sabemos que ese hombre que dices que te ha curado es un pecador. ¡Si te declaras seguidor suyo, nosotros te declararemos pecador a ti también! ¡No podemos consentir que ese hombre te haya curado en sábado!
Chispa – ¿Y… si me hubiera curado en lunes?
Sacerdote – ¡Igual sería su pecado! ¡No podemos tolerar que ese hombre diga que hace las cosas que hace en nombre de Dios! ¡Nosotros somos los representantes de Dios y hemos recibido del Altísimo el don de interpretar la santa Ley! ¡Y nosotros declaramos que ese hombre es un pecador!
Sacerdote – A ver, habla: ¿qué dices tú de él?
Chispa – ¡Y dale con la misma canción! ¡Yo digo que a mí qué me importa lo que sea. Yo estaba ciego y ahora… ¡zas! ¡Veo!
Sacerdote – ¿Quién es ese hombre? ¿Dónde está ese hombre?
Chispa – Acabáramos… Ya sé lo que ustedes quieren. ¿Ustedes también quieren ir con él a aprender a hacer cosas maravillosas?
Sacerdote – ¡Vete tú con él, endemoniado, tú que eres de la misma pasta: pecador y malnacido! ¡Síguelo tú! ¡Nosotros seguimos a Moisés! ¡Nosotros sabemos que Dios le habló a Moisés, pero de ese tipo no sabemos más que es un charlatán de Galilea, con las sandalias rotas, que apesta a vino y a prostituta!
Chispa – ¡Ahí mismo está el asunto! Que ese tipo, que es un pobretón, tiene a Dios de su parte, por que yo nunca vi que sin contar con Dios se le pudiera dar la vista a un ciego.
Sacerdote – ¿Ahora nos vas a dar tú lecciones? ¿A nosotros? ¿A los ministros de Dios? ¡Fuera, maldito! ¡No podemos tolerar que un pelagatos como tú venga a decirnos quién está con Dios y quién no! Eso es cosa nuestra. ¡No consentimos que ese hombre haga lo que hace! ¡De Dios nos viene el poder con el que le condenamos a él y con el que te expulsamos a ti de la sinagoga! ¡Anatema contigo! ¡Sal de aquí y no vuelvas a poner un pie en la casa de Dios!

Y los ministros de Dios echaron fuera de la sinagoga a Roboam, al que llamaban Chispa, que había nacido ciego y que desde aquel sábado pudo ver el color de las piedras y las formas de las nubes. Jesús le había devuelto la vista. Él todo lo hizo bien: abrió los ojos de los ciegos y dejó en tinieblas a los que, llenos de orgullo, creían ver.

Juan 9,1-41

Notas

* Los maestros de la Ley, escribas o doctores, ejercían una fuerte influencia en el pueblo. Esto hacía que se consideraran superiores. Por ser los «expertos» en religión, los que «sabían», se sentían inmunizados, a salvo del pecado. La superioridad con la que se presentaban al pueblo era intelectual y moral. Mucha gente los respetaba y seguía sus instrucciones, les consultaba y se dejaba enseñar por ellos. Difícilmente los maestros de la ley, que se habían hecho con el monopolio de Dios y de la religión, iban a renunciar a este privilegio que les proporcionaba tantas ventajas. De ahí su oposición sistemática a Jesús, laico sin especial formación teológica, que hablaba de temas religiosos con toda libertad y con una orientación contraria a la establecida por la religión oficial.

* En tiempos de Jesús se creía que toda desgracia era consecuencia de un pecado cometido por quien la padecía y que Dios castigaba en proporción exacta a la gravedad de la falta. Pero también Dios podía castigar “por amor”, para poner a prueba a los seres humanos. Si aceptaban estos castigos con fe, el mal se convertía en una bendición que ayudaba a tener un más profundo conocimiento de la Ley y que facilitaba el perdón de los pecados. Pero era creencia que ningún castigo que viniera como prueba de Dios podía impedirle al ser humano el estudio de la Ley. Por eso, la ceguera no podía ser nunca prueba de amor, sino una maldición. Algunos rabinos opinaban que un niño podía ya pecar en el vientre de su madre, pero lo más frecuente era pensar que los defectos corporales de nacimiento se debían a los pecados de los padres, a pesar de que los profetas habían insistido en la responsabilidad individual de cada persona ante Dios (Ezequiel 18, 1-32).

* En Israel se pensaba que la saliva transmitía la propia fuerza, la energía vital y, por esto, se usaba para curar ciertas enfermedades. Era creencia tradicional que la saliva del hijo primogénito curaba las enfermedades de los ojos. Cuando Jesús untó los ojos del ciego de nacimiento con lodo hecho con tierra y su propia saliva estaba reproduciendo la escena del Génesis, cuando Dios creó al hombre del barro, y estaba haciendo un signo de la creación del hombre nuevo.

* La piscina de Siloé estaba situada fuera de las murallas de Jerusalén. Siloé significa «enviada», nombre que hace referencia a la procedencia del agua que se acumulaba en el estanque. El agua llegaba a Siloé desde el manantial del Guijón, situado al oriente de la ciudad. La fuente del Guijón era el único manantial de aguas de Jerusalén que manaba ininterrumpidamente, en cualquier época del año. De ahí el interés de las autoridades en represar esta agua para abastecer a la ciudad en tiempos de sequía y, sobre todo, en tiempos de guerra. Por eso, 700 años antes de Jesús, el rey Ezequías hizo construir un túnel desde las fuentes del Guijón hasta el estanque de Siloé, que en aquel tiempo se hallaba dentro de las murallas. Este túnel, excavado en la roca viva, tiene medio kilómetro de largo, medio metro de ancho y una altura que oscila entre uno y medio y cuatro y medio metros. Es una obra de ingeniería admirable que aún hoy se puede recorrer.