89- ¿FIN DEL MUNDO?
RAQUEL Continuamos en el valle del Cedrón hablando con Jesucristo sobre temas que los especialistas califican de “escatológicos”. Nuestro entrevistado nos dijo ayer que no sabía la fecha del juicio final, pero sí las preguntas del juez. Hoy queremos indagar sobre lo que ocurrirá después de ese juicio.
JESÚS ¿Y qué esperas que ocurra, Raquel?
RAQUEL Usted mejor que nadie lo sabe. Después del juicio final, suena la última trompeta, se cierra el telón y…
JESÚS ¿Y?
RAQUEL Y apaga y vámonos. Hablemos claramente. ¿Cuándo se acabará el mundo, Jesucristo?
JESÚS Yo pensé que se acabaría pronto. Que mi generación vería el fin de los tiempos, que yo mismo lo vería… Y me equivoqué. La mecha estaba aún encendida y yo creí que se apagaba.
RAQUEL Señor Jesucristo, si usted se equivocó hace más de dos mil años, ahora ya debe tener más información, nuevos datos, ya debe saber…
JESÚS Pues sí, ahora sí, y creo que ahora no me equivoco…
RAQUEL ¿Y nos revelará la fecha del cataclismo final? ¿Apocalipsis now?
JESÚS Sí, te diré cuándo será el fin del mundo. Ahora mismo te lo voy a decir.
RAQUEL ¡Espérese, espérese! Cabina… cabina… Ponme una música especial… que Jesucristo nos va a anunciar la fecha del fin del mundo. Tenemos la exclusiva… Sí, un fondo impactante… ¡No,
hombre, ésa no, prueba mejor con la Guerra de las Galaxias… Sí, ésa está bien… ¿Listos?… Díganos, Señor Jesucristo, lo escuchamos… Audiencia de Emisoras Latinas, atención. En estos
momentos, Jesucristo nos revelará cuándo se acabará el mundo…
JESÚS En verdad, en verdad les digo que el fin viene pronto.
RAQUEL Pronto, pronto… ¿Nos podría decir la fecha exacta o sólo nos quiere asustar?
JESÚS Después de lo que he visto en estos días, el que está asustado soy yo… Tantos ríos muertos, sequías a tiempo y destiempo, tantas colinas sin árboles, la tierra cubierta de cenizas, y las criaturas de Dios muriendo por falta de alimento… Y lo que tú misma me has contado: el cielo desgarrado por donde el sol quema, los hielos derritiéndose, huracanes que devoran como
fieras, enfermedades sin cura, guerras por agua…
RAQUEL Sí, sí, continúa con ese fondo musical… Ése le cae bien…
JESÚS La avaricia acabará con los árboles de la tierra y el mar se tragará las ciudades, las aguas se volverán amargas como ajenjo y nadie podrá beberlas y las humaredas harán perder su brillo al día. Y la codicia que envenenó los aires le robará como un ladrón la vida a todas las criaturas de Dios…Y entonces, será el fin…
RAQUEL Pero… ¿cuándo, cuándo será? Tenemos a nuestra audiencia en vilo, pendiente de sus palabras. Díganos la fecha que Dios ha puesto para el fin.
JESÚS Dios no la va a poner, Raquel. Son ustedes quienes están acabando con el mundo. Si no cambian, si por servir al dios dinero siguen arrancando una a una las páginas del Libro de la Vida, el fin llegará pronto. Y ustedes serán quienes pongan la fecha.
RAQUEL Con esta advertencia apocalíptica… o ecológica, despedimos hoy el programa. Raquel Pérez desde Jerusalén. Y en Internet, www.emisoraslatinas.net
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Otro Dios es Posible. Entrevistas exclusivas con Jesucristo en su segunda venida a la Tierra. Una producción de María y José Ignacio López Vigil con el apoyo de Forum Syd y Christian Aid.
NOTAS
Jesús se equivocó, las primeras comunidades también
En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas aparece una serie de discursos de Jesús acerca de la catástrofe que se avecina sobre el mundo. Son los llamados discursos “escatológicos” (del fin) o “apocalípticos” (de la “revelación” del fin), muy frecuentes en la tradición profética de la que Jesús se nutrió. Jesús creyó que el fin del mundo injusto en que él vivió, el fin del Reino de Roma y la llegada del Reino de Dios eran inminentes. Su forma de proclamar el evangelio y de desafiar a las autoridades, la prisa que se adivina en muchas de sus palabras, su impaciencia, indican que Jesús creyó que esa hora estaba cercana y que él mismo llegaría a verla.
Jesús se equivocó. Y su urgencia, su impaciencia, la heredaron los primeros cristianos, que vivieron durante el primer siglo de nuestra era pendientes del día del fin del mundo, confiando en que llegarían a verlo. Se equivocaron también. Pablo tuvo que llamarles la atención en varias ocasiones (2 Tesalonicenses 2,1-7 y 3,6-12), aunque también él estaba convencido de que el día final estaba ya cercano (1 Tesalonicenses 4,13-18). Eran tiempos de duras persecuciones contra los cristianos y las comunidades esperaban ansiosas el día de la liberación definitiva. En este contexto se escribieron estos discursos de los evangelios y también el Apocalipsis, último libro de la Biblia, destinado a consolar a los cristianos que sufrían por el poder imperial de Roma. A juicio de varios exegetas el Apocalipsis es “el libro más político” del Nuevo Testamento, ya que anuncia el fin del poderoso imperio romano, aunque lo hace envolviendo las críticas, los juicios y los “análisis” de aquella etapa de la historia en una densa simbología, a veces hermosa, a veces incomprensible.
Una catástrofe, una fiesta, un parto
Las imágenes sobre el fin del mundo que los evangelios ponen en boca de Jesús siguen la tradición profética. Los profetas hablaron de la cólera de Dios contra los injustos en el día final. Hablaron de guerras, desastres y dificultades sin cuento. Unos 200 años antes de Jesús comenzaron a emplear imágenes cósmicas ―estrellas que caen, terremotos―, símbolos que también empleó Jesús porque eran los habituales en su tiempo para describir la tremenda conmoción de los tiempos finales (Isaías 63,1-6; Jeremías 6,11-19; Daniel 9,21-27 y 12,1-13; Joel 2,1-11; Amós 5,14-20).
También los profetas hablaron del fin con imágenes positivas para expresar que todo lo bueno del mundo permanecerá y será transformado en el cielo nuevo y la tierra nueva donde habitará la justicia. Jesús también se refirió al día final como un gran banquete y una fiesta. Son muchos los textos proféticos que describen el final con imágenes de alegría y de celebración (Isaías 60,1-22 y 62,1-12; Amós 9,11-15; Miqueas 4,1-5; Sofonías 3,14-20).
También el fin del mundo fue comparado a un parto. Porque para que un nuevo ser nazca son necesarios amor, tiempo, paciencia, esperanza y, en el momento decisivo, esfuerzo y dolores tremendos. La imagen del parto la usaron los profetas (Isaías 66,5-16) y la usó también Jesús (Juan 16,19-23) y después de él Pablo (Romanos 8,18-27).
Una ética para que el mundo no se acabe
En el programa, Jesús se muestra asustado. Y no sólo: enlazando imágenes tomadas todas del Apocalipsis, busca asustar. De ese miedo espera que surja una ética. Coincide con la obra de un compatriota suyo, el judío alemán Hans Jonas, hoy en el centro del debate ecológico. El libro de Jonas “El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica” (Editorial Herder, 1975) es un referente indispensable. La reflexión de Jonas sobre la responsabilidad parte del hecho de que el ser humano es el único ser vivo con responsabilidad. Su reflexión se alimenta de la tragedia del Holocausto. Su conferencia “El concepto de Dios después de Auschwitz” es tal vez la principal reflexión teológica judía sobre el fenómeno hitleriano.
¿Qué dice Hans Jonas? Nos servimos del resumen que hace de su pensamiento el filósofo catalán Ramón Alcoberro. La ciencia y la técnica han modificado profundamente las relaciones entre el
ser humano y el mundo. Para los antiguos, la potencia humana era limitada y el mundo, en cambio, era infinito. Jonas pone el ejemplo de la ciudad griega: un enclave civilizado rodeado de un entorno amenazador, de bosques y selvas. Y señala que hoy la situación se ha invertido y la naturaleza se conserva en parques naturales, rodeados de civilización y tecnología. Hoy la naturaleza es débil y está amenazada. Los humanos tenemos el deber moral de protegerla y
ese deber aumenta en la medida en que sabemos lo fácil que es destruir la vida. Según Jonas, el imperativo ético de nuestro tiempo es: Obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica sobre la tierra. Hacer hoy el bien significa hacerlo en las condiciones de la tecnología. El imperativo tecnológico significa, en
consecuencia, partir de un criterio que ya no puede ser de “dominio”, pero que aún no puede ser de “comunidad”, puesto que la comunidad mundial es aún un espejismo.
No todo es posible: la profecía de la desgracia
Hans Jonas es un enemigo radical de las utopías, que han considerado que en el mundo todo era posible y nada estaba escrito. La experiencia de la bomba atómica, de la brutal contaminación del ambiente y del Holocausto demuestran que, moralmente, la utopía puede acabar siendo la justificación del asesinato en gran escala y de la destrucción del planeta. La utopía decía a los hombres “Tú puedes hacerlo y, en cuanto puedes, debes”. La responsabilidad exige el cálculo de riesgos y, en la duda de que algo pueda fallar, mejor no hacerlo. El imperativo ético que propone Jonas arranca del miedo o, por usar sus palabras, de la “heurística del temor” ―respeto mezclado con miedo―. Es el miedo a las consecuencias irreversibles del progreso (manipulación genética,
destrucción del hábitat), lo que nos obliga a actuar responsablemente y el motor que nos impulsa a obrar es la amenaza que pende sobre la vida futura. El miedo es un sentimiento negativo, pero de esa negatividad puede salir algo positivo: constatando que el planeta está en peligro y que la causa de este peligro es el poder del ser humano, poseedor de una técnica que ha llegado a ser anónima y autónoma, hay que prestar más atención a la profecía de la desgracia que a la de la felicidad utópica, y obrar en consecuencia, tomando en serio la amenaza que planea sobre el futuro de la Humanidad y que nos invita a obrar con responsabilidad.
La Tierra está viva y hoy está enferma
Para obrar con responsabilidad ecológica necesitamos información. Después de siglos de pensar en un “progreso” lineal e indefinido, los seres humanos estamos aprendiendo el error de esta linealidad, sabemos ya que los recursos naturales se agotan, sentimos ya que somos pasajeros de una misma nave, en la que nos salvamos todos o nos hundimos todos. Ahora sabemos que somos vida en la Vida que habita la Tierra, que nuestro planeta es un sistema vivo que regula su temperatura y se defiende de mil maneras para conservarse vivo, al igual que hacemos todos los seres vivos. La teoría Gaia, que contempla y defiende la Tierra como un sistema vivo, nos lo ha enseñado. Pero aún nos cuesta entenderlo.
Hoy sabemos también que la especie humana, depredadora y derrochadora, ha enfermado gravemente la Tierra. La fiebre más peligrosa que aqueja hoy a nuestro planeta es el calentamiento global mezclado con el oscurecimiento global, ambos procesos resultado del irracional uso de combustibles fósiles y otras sustancias químicas. Hoy sabemos que la radiación solar, fuente principal de la energía que nos mantiene vivos, nos llega cada vez más debilitada por los químicos en la atmósfera y que la contaminación que producen nuestras fábricas y vehículos está calentando irreversiblemente el planeta, lo que perjudica todas las formas de la Vida. Pero aún nos cuesta sacar las consecuencias de estas malísimas noticias.
Recomendamos la obra más reciente del científico que le dio relevancia a la teoría Gaia, James Lovelock, titulada “La venganza de la Tierra” (Planeta, 2007). Su lectura pone los pelos de punta (la “heurística del temor”) y nos anima a una ética: a actitudes, decisiones y luchas que impidan que este mundo, nuestro mundo, nuestra civilización, colapse como resultado de la reacción de la Tierra contra la irresponsabilidad con la Vida que está demostrando la especie a la que pertenecemos.
El reloj del fin del mundo
En 1947, un grupo de científicos atómicos, entre los cuales se hallaba Albert Einstein, imaginaron un reloj simbólico que marcara las horas, los minutos y los segundos que separaban a la Humanidad del fin del mundo. Pensaban los científicos que el “fin” llegaría con la gran hecatombe que representaría una guerra nuclear. En aquel año 1947, cuando los científicos decidieron usar este símbolo, Estados Unidos había arrojado ya (1945) dos bombas atómicas sobre la población civil de dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, causando más de 300 mil muertos en instantes. El reloj buscaba despertar la conciencia de la Humanidad, generalizar la reflexión de que el Apocalipsis no vendría del cielo, sino provocado por la propia Humanidad, dueña ya de esas mortíferas armas de guerra. Era justa su preocupación. En 1985, Estados Unidos y la Unión Soviética, y otros países que se apuntaron a la carrera nuclear almacenaban en el planeta 55 mil armas nucleares, la mayoría de ellas más potentes que las que mataron a un cuarto de millón de japoneses. El Reloj del Juicio Final se encuentra en la Universidad de Chicago. Y hasta hace poco marcaba las 11 horas y 53 minutos de la noche. Estábamos a 7 minutos del “fin del mundo”. En el año 2007 las manecillas del reloj fueron adelantadas en dos minutos. Aunque la amenaza nuclear sigue latente aún después de las negociaciones USA-URSS para la reducción de estas armas hay en el mundo 27 mil ojivas nucleares en Estados Unidos y Rusia. Los científicos decidieron adelantar el reloj, no tanto por la inminencia de una catástrofe nuclear, sino por la que se avecina a causa del cambio climático, expresado en huracanes como el Mitch y el Katrina, en tsunamis, olas de calor, tornados, deshielo de los polos, inundaciones…
Con ese reloj, con eventos, congresos, leyes, escritos, palabras, programas en los medios, de mil maneras, los humanos más lúcidos de nuestro tiempo nos alertan: si no hacemos algo y lo hacemos pronto, la Tierra y la Humanidad están al borde de una catástrofe ambiental, en la que Gaia pudiera acabar con la especie humana, la peor plaga que ha tenido que soportar en su larga
historia de más de 4 mil 500 millones de años.