EL PARO DE NOVIEMBRE Y LAS POLÍTICAS DEL ENTUSIASMO

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Colombia se levantó en contra de la precarización de la vida. Por Alejandro Mantilla vía La Siniestra.

El paro es una carta de amor

“Me enseñaste algo esencial: no se puede hacer política sin entusiasmo. Hacer política sin entusiasmo es situarse en la derecha”, le escribió Virginie Despentes a Paul B. Preciado, en un prólogo que bien puede fungir como una carta de amor.

Podríamos aventurar un encadenamiento que desborde la lógica y afiance el entusiasmo. Toda escritura es una carta de amor; toda carta expresa pensamientos; solo tienen valor los pensamientos caminados; las manifestaciones son pensamientos caminados que funcionan como una carta de amor.

Un paro, una huelga, una minga, solo pueden ser expresiones de amor si se despliegan con entusiasmo. De eso se trata el paro iniciado el 21 de noviembre, de un despliegue de alegría y entusiasmo para cambiar a Colombia.

De la minga al paro nacional

Las jornadas de noviembre ya son la acción movilizadora más importante de los últimos tiempos, superando incluso la magnitud de los paros agrarios, las mingas indígenas y los paros estudiantiles recientes. El 21N desbordó a las izquierdas, a los sindicatos y a todo referente organizativo previo. Es una iniciativa que ha reunido a millones de personas que, de manera creativa y descentralizada, han recreado nuevos repertorios de protesta a través de concentraciones, cacerolazos y marchas en los barrios.

La movilización de noviembre expresa un descontento enfocado en el rechazo al gobierno Duque. Sin embargo, ese descontento también es resultado de la renovada capacidad de movilización en rechazo al modelo y al régimen en su conjunto; una capacidad movilizadora que se ha venido recomponiendo desde 2008, cuando el movimiento indígena, campesino y afrocolombiano del suroccidente logró romper el pretendido consenso que catapultó a Uribe como señor y patrón de la sociedad colombiana. Entre 2008 y 2019 hemos tenido dos paros universitarios nacionales, tres paros agrarios, varias mingas indígenas, un paro cívico en Chocó y otro en Buenaventura, once marchas carnaval contra la megaminería, y más de una decena de consultas populares exitosas contra el extractivismo, entre otros esfuerzos.

Esas movilizaciones han articulado un sostenido rechazo a medidas económicas de precarización de la vida, han posicionado la defensa del territorio y los bienes comunes, han insistido en la búsqueda de la solución política del conflicto armado, han cuestionado el machismo y han procurado la democratización de la sociedad colombiana en su conjunto.

En un país cuya élite se ha comportado más como una casta elegida que como una clase dominante; en una sociedad cuya desigualdad en la distribución de la riqueza es de las mayores del mundo; en una sociedad construida sobre el racismo estructural, en la que el saqueo de los recursos públicos es habitual, y donde en grandes territorios el Estado solo se manifiesta con bombas, tales esfuerzos movilizadores han procurado jalar proyectos plurales de vida digna y de rechazo a las políticas de la muerte.
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Uribe y Duque en caída libre

Esa larga oleada movilizadora hoy tiene otro catalizador: el rechazo masivo al uribismo como proyecto de articulación de las derechas, del capital extractivista, del narcotráfico y la casta política tradicional. Las jornadas de noviembre son un duro golpe contra Álvaro Uribe, la figura más importante de la política colombiana en lo corrido del siglo. Una figura que hoy luce debilitada, con menos capacidad de generar apoyos, con creciente impopularidad entre las nuevas generaciones, sin un sucesor fuerte, con su hermano Santiago muy cerca de ser condenado y él mismo investigado por múltiples delitos.

Mientras tanto, Iván Duque sigue apareciendo como un gobernante impopular, sin capacidad de liderazgo y con la carga de ser reconocido como el títere de Uribe. La agenda de Duque ha estado cargada al favorecimiento de los grandes empresarios y sus articulaciones empresariales; no en vano su gabinete ha estado poblado de ex dirigentes de gremios como la Andi, Fenalco, Asomovil, Fenavi o Fedepalma. Mientras las movilizaciones avanzan, Duque se reúne con la cúpula empresarial postergando la instalación de una mesa de diálogo con los liderazgos del paro y proponiendo una etérea conversación nacional con una metodología difusa que solo pretende darle tiempo a su gobierno y desgastar el descontento mayoritario.

Para Duque, noviembre es otra vuelta de tuerca en la impopularidad de su gobierno. Tras ser humillado en las elecciones de octubre, su ministro de defensa tuvo que renunciar para evitar una segura moción de censura, y su embajador en Washington dejó entrever la incapacidad de su administración para manejar las relaciones internacionales. Duque no tiene estrategia clara, liderazgo convocante, ni capacidad política. Aunque ha tratado el paro como un asunto de orden público en lugar de manejarlo como una reivindicación social, su manejo errático y en extremo represivo de la protesta ha profundizado el descontento en lugar de apaciguarlo.

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